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Rafael Cadenas, en el camino…

miércoles 8 de abril de 2020
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Rafael Cadenas
Como poeta, como caminante, Cadenas ha aprendido a vivir consigo mismo, y eso es lo que nos expresa.

Todo ser humano es un caminante, un hacedor de itinerarios donde lo predecible coincide con lo azariento y lo regular y continuo no cesan de relacionarse con lo laberíntico y errante. Muy rara vez existen nítidas linealidades en el camino; por el contrario, abundan en él los meandros, los regresos, los vaivenes. Están presentes las encrucijadas donde definitivos antes y absolutos después se cruzan irrepetiblemente. Súbitamente, todas estas imágenes de progresión y ruptura, de regresión y avance parecieran desvanecerse y el caminante alcanza a percibir un sentido de construcción y diseño hacia algún horizonte. Sin esa noción de rumbo, de destino, no existiría el camino; sólo habría movilidad, desplazamiento sin dirección ni significado.

En el camino, vamos aprendiendo que de lo que se trata es de merecer lo que supimos construir en él.

Todo camino es espacio y es temporalidad. El ser humano construye caminos porque posee la capacidad de recordar sus pasos e imaginar los pasos venideros. Vive en medio de la continuidad del tiempo: entre un antes que viene de atrás y un después donde avizora un porvenir. Toda visión de camino se relacionará con huellas que son suma de experiencias, de verdades aprendidas, de puntos de partida dejados atrás para siempre, de lontananzas vislumbradas.

Un camino supone un diseño que surge de los pasos del caminante, de sus opciones escogidas, de su memoria rescatándolo de la siempre amenazante intemperie. Intemperie es imagen y es sensación. Tiene que ver con desamparo, con descentramiento, con errancia. Existen muchísimos espacios en los que un caminante puede percibir la intemperie. Ella le aguarda, por ejemplo, en los rostros desconocidos, en los escenarios imprevistos, en los acontecimientos indescifrables, en los paisajes desconcertantes. Frente a la intemperie será para el caminante una necesaria cercanía a sus huellas; o sea: a su memoria. Mucho más que sólo recuerdo, memoria significa apoyarse en los pasos dados. Entre los conocidos antes y los desconocidos después está el ahora: instante presente, vivencia fugaz que, apenas tocada, se desvanece en un parpadeo que sólo gracias a la memoria, el caminante podrá recuperar. Desprenderse de su memoria significaría para él perder sus referencias y desvanecerse en la inconsistencia. Mucho más que la exactitud de los sucesos vividos, cuenta su reconstrucción: la memoria que recuerda, en realidad, reconstruye, asigna significados nuevos a lo transcurrido, permite revivir lo dejado atrás. Apoyado en su memoria, el caminante prosigue su tránsito. Pero la memoria que lo sustenta podría, también, despojarlo de presente; y de lo que se trata, de lo que se tratará siempre para cualquier caminante, será de aprovechar el brillo de cada nuevo ahora, de capturar la plenitud posible del instante vivido sin supeditarlo nunca ni al espejismo de un futuro ni a la dependencia de un pasado que, eventualmente, podría corromperse en su recuerdo.

En el camino, vamos aprendiendo que de lo que se trata es de merecer lo que supimos construir en él; que con nuestros pasos fuimos erigiendo espacios que se angostaban a medida que crecíamos dentro de ellos. Y aprendimos a seguir el rumbo de nuestro aliento y el impulso de nuestros sueños más íntimos. Aprendimos, en fin, de nosotros mismos y de nuestras intuiciones, y terminamos por darnos cuenta de que los ya remotos comienzos del camino, inconsistentes y erráticos, pudieron, sin embargo, conducirnos hasta el más invalorable de los legados: la sabiduría del genuino caminante.

Los cuadernos del destierro de Rafael Cadenas es una de las más hermosas descripciones que yo haya leído alguna vez sobre esas verdades adquiridas por un caminante dentro de su tiempo. Cadenas escribe Los cuadernos… en Trinidad, donde vivía tras haber sido expulsado del país por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Permanece exiliado en esa vecina isla de Venezuela entre 1952 y 1956. Lejos del espacio de su origen, solitario caminante, Cadenas se enfrenta a las mismas preguntas que, en algún momento, cualquier individuo podría llegar a formularse: ¿quién soy?, ¿cuál es mi lugar?, ¿dónde pertenezco?, ¿cómo aceptarme? Cioran dijo alguna vez que todos los seres humanos parecíamos satisfechos con nosotros mismos, pero que, en el fondo, ninguno lo estaba realmente. Quizá el reto esencial para cualquier caminante sea llegar a aceptarse en medio de todas las desorientaciones que, innumerables y constantes, lo rodean. Desde la primera línea de Los cuadernos…, un yo poético va relatándonos opciones de vida, descubrimientos, propósitos, aprobaciones, rechazos… En su percepción y en su memoria transeúntes comienza por evocarse cierto origen del cual el poeta optó por distanciarse: “Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor (…). Yo no heredé sus virtudes”. Se van dibujando luego, lentamente, las naturales y muy frecuentes paradojas de toda existencia humana: la alegría que existe junto a la tristeza, el error que convive con el acierto, la certeza que se hilvana con la duda, la aprobación y el rechazo que se entrelazan, lo bello y amable hermanado con lo aborrecible, la armonía y la incoherencia complementándose… El camino es, así, dibujado como una incesante suma de contradicciones donde el tiempo presente y el tiempo ya dejado atrás van conduciendo al caminante hacia esa contundente revelación final que cierra el texto: “He recuperado mi nombre”. Recuperar nuestro propio nombre: aprobarnos, reconocernos, aceptar nuestros rumbos transitados y no avergonzarnos de vernos reflejados en ellos…

Ese joven que era entonces Rafael Cadenas iba descubriéndose a sí mismo, como ser humano y como poeta, en medio de ásperos e intensos aprendizajes.

Rafael Cadenas: caminante y poeta, nos confía a sus lectores una sabiduría que es el genuino legado de un camino recorrido. Como poeta, como caminante, Cadenas ha aprendido a vivir consigo mismo, y eso es lo que nos expresa.

Siempre que leo Los cuadernos del destierro no puedo dejar de evocar las Cartas a un joven poeta de Rilke; especialmente la primera de ellas, esa en la que Rilke le dice al joven Kappus que le pide consejo: “Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir (…). Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda”. Los consejos del escritor que es Rilke, dirigidos al joven que desea ser escritor, reflejan, lejanamente, el itinerario de Los cuadernos del destierro; donde ese joven que era entonces Rafael Cadenas, iba descubriéndose a sí mismo, como ser humano y como poeta, en medio de ásperos e intensos aprendizajes.

Rafael Fauquié
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