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“Engordar” un libro

viernes 1 de junio de 2018
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“Engordar” un libro, por Estrella Cardona Gamio
Cuando hay algo que contar queda más que justificado el número de páginas que se empleen.

Engordar un libro significa llenarle de páginas de relleno que en buena ley sólo sirven para hacer bulto, manejo que a las editoriales les gusta muchísimo, porque a más páginas el libro crece y puede ponerse un precio más elevado a la hora de venderlo, no existe ninguna otra causa y el autor tiene que transigir y pasar por el aro si quiere ver su libro publicado aunque tal disposición pueda convertir su obra en una colección de pegotes que para nada sean de su gusto, y no hablo por hablar. Autores hay, consagrados, que no han tenido más remedio que aceptar el mandato.

A partir del segundo libro de la saga Potter el engorde continuó in crescendo.

Como ejemplo pondré a J. K. Rowling con su famoso Harry Potter. El primer libro de la saga era perfecto, ni le faltaba ni le sobraba nada; se publicó, fue un éxito y entonces intervinieron los editores aconsejando, ya en el segundo, que hubiera más páginas. Yo me di cuenta enseguida porque estoy acostumbrada a escribir y sé cuándo sobra algo, casi siempre reiterativo (los niños con su afición a las repeticiones interminables, pero eso que a ellos les encanta son pegotes que van de acuerdo con la psicología infantil), y esto no es astucia de editor porque suelen hacerlo con las novelas que publican, sobre todo en los últimos tiempos, y así mamotretos de mil páginas, que te descoyuntan las muñecas, se venden bajo precios abusivos.

A partir del segundo libro de la saga Potter el engorde continuó in crescendo, hasta que con el séptimo volumen se acabó. Yo no seguí, deteniéndome en el número cinco. Nunca me ha gustado que se quiera justificar una novela, o un artículo, haciéndolos interminables. Cualquier argumento tiene su dimensión y su final; engordarlo o hincharlo no demuestra habilidad si no está inscrito en el propio argumento, de lo contrario es una recreación inútil en el desarrollo de la trama y lo único que puede indicar es pobreza de ideas con el consiguiente aburrimiento del lector.

Puedo dar otro ejemplo, este de una novela muy famosa y superventas, La catedral del mar, de Ildefonso Falcones, obra modélica donde las haya y que colocó a su autor, con una primer novela, en lo más alto. Pues bien, los editores pidieron otra de igual categoría, sólo que considerablemente voluminosa, tanto y tan reiterativa, que pasó sin pena ni gloria, y esto no significa que el exitazo de la primera ensombreciese a la segunda, sino que la segunda carecía de la flexibilidad de la primera y, por tanto, el interés no existía. Yo empecé a leerla y al segundo capítulo la dejé. Suerte que me la prestó un amigo.

Para concluir mencionaré dos novelas que cuando se escribieron, y publicaron, no estaba de moda el engordarlas, por orden de aparición Guerra y paz y Lo que el viento se llevó. Ambas son una clara muestra de que cuando hay algo que contar quedan más que justificadas el número de páginas que se empleen. Curiosamente ambas son de corte histórico aunque elegidas al azar.

Guerra y paz nos habla de la invasión napoleónica en Rusia y requería el espacio que tuvo, o sea que nada que objetar a su extensión, y en cuanto a Lo que el viento se llevó, tres cuartos de lo mismo, esta última es la gran novela histórica de Norteamérica, ya que no sólo su hilo argumental consiste en un tema de amor con un desenlace muy poco al uso, sino que sabe mezclar con singular maestría los decisivos acontecimientos que marcaron un hito histórico en ese país, y no se puede decir que sea una novela aburrida. La anécdota es que Margaret Mitchell tardó doce años en escribirla.

Estrella Cardona Gamio
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