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El cuentacuentos

jueves 26 de julio de 2018
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Cuentacuentos
Fotografía original: Biblioteca El Limonar

El cuentacuentos es toda una institución en el mundo de la literatura, aunque tal vez sería mejor decir tradición ya que se remonta casi a los primeros tiempos de la humanidad, cuando ni el papel ni la letra impresa existían como tales y era la voz humana su hilo conductor al aire libre, bajo un árbol o frente a la hoguera tribal en invierno. La diferencia es que entonces no eran cuentos para niños precisamente sino historias, relatos para mayores, viejos o jóvenes que escuchaban en respetuoso silencio y con profundo interés; también podía haber niños, e incluso mujeres, todos ellos confundidos con la multitud, escuchando, maravillándose y soñando a través de los mundos imposibles que se les describían, imposibles y rudimentarios, con una fantasía rayana en el absurdo por falta de elementos de comparación, pero que a aquella primitiva audiencia le bastaba, y así nació el suspense y con él el enganche a un entretenimiento fascinante que no había hecho más que empezar porque siguió creciendo con el paso del tiempo. Homero el ciego narrando de viva voz sus obras, trovadores que cantaban historias, poetas que declamaban versos, y con la escenificación nació el teatro y todo lo que de él derivó. Pero la diversificación no olvidó sus humildes principios y entonces nació el cuentacuentos propiamente dicho, y sus infantiles oyentes han continuado siendo legión incluso hasta nuestros días y es de suponer que mientras haya niños… al menos en sus primeros años.

Sí, el cuentacuentos es inmortal, bien sea frente a la hoguera, desde la pantalla de un televisor, o a través de cualquier pariente cercano.

Yo fui una de esas privilegiadas criaturas que, ya antes de saber leer, escuchaba a mi cuentacuentos particular, mi querido tío Miguel, explicármelos y a la antigua usanza, o sea escenificándolos para mi regocijo y maravilla. Nunca olvidaré aquellos años en los cuales me acompañaron los cuentos infantiles más clásicos haciendo nacer en mí un amor inextinguible por la literatura. Fue la primera piedra, y aún conservo muchos de aquellos cuentos que tío Miguel me leía. Los pobres están que dan pena de puro leídos, pero los conservo porque son una parte muy importante de mi vida y tendrían que serlo también en la vida de todos los que un día fueran niños. Entonces, cuando los niños lo éramos de verdad. Nos entreteníamos con historias inverosímiles, nos asombrábamos, nos divertíamos, nos compadecíamos o nos asustábamos y llorábamos cuando a Caperucita la devoraba el lobo, hasta que fuera rescatada en otra versión más benévola en donde era el lobo el que acababa mal. En esa época ya lejana, los niños no violaban a sus amiguitas ni las pegaban en la hora del recreo, eran niños, podían ser brutos, no esos pequeños individuos educados en el culto a la violencia extrema, donde el bueno, para serlo, tiene que matar a todo el mundo.

Sí, el cuentacuentos es inmortal, bien sea frente a la hoguera, desde la pantalla de un televisor, o a través de cualquier pariente cercano, en la persona entrañable de un hermano de tu padre, por ejemplo, y mientras la Tierra exista él será inmortal.

Estrella Cardona Gamio
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