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Sobre la lectura escolar domiciliaria obligatoria, clásicos y entretención

miércoles 20 de enero de 2016
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Sobre la lectura escolar domiciliaria obligatoria, clásicos y entretención

En estricto rigor, no existe en nuestro país un plan organizado y obligatorio de lectura que se aplique en nuestros colegios y escuelas. El Ministerio de Educación de Chile (Mineduc) mantiene un canon de libros sugeridos, pero son los departamentos académicos de Lenguaje y Comunicación de cada centro educativo y los profesores de lenguaje quienes determinan qué se lee durante el año escolar. Aunque el Mineduc entrega en su página web atendibles razones al respecto1, la verdad es que algo importante se ha perdido a través de los años: nuestros jóvenes y niños (y por cierto también los adultos que han sido enseñados desde que se determinó esta norma) carecen en su mayoría de cierta cultura literaria común, fuertemente apoyada en los clásicos de nuestra lengua, que nos permitía adquirir y luego compartir un patrimonio común de historias, ambientes, personajes, que poblaron nuestra relación —buena o mala— con la lectura escolar, eso ya no existe.

¡Qué desesperante es, a veces, que los estudiantes se priven voluntaria y tozudamente de la valiosa experiencia de encontrar la belleza y la diversión de una buena lectura!

 

Desde mi función docente, muchas veces y en diferentes niveles escolares pregunto a mis estudiantes qué nombres de escritores chilenos recuerdan. En un curso de unos treinta estudiantes o más, con suerte alcanzan a mencionar cinco. Una vez, sorprendentemente, un quinto básico llegó a enumerar —entre todos— once. Por otra parte, también me ha pasado que cuando menciono o cito a algún autor relevante por alguna obra literaria o alguna postura cultural, política o religiosa atinente a lo que estoy explicando, suelo escuchar a media voz, expresiones del tipo “y quién es ese”, “a ese quién lo conoce” o un irónico “superconocido”. Pareciera ser que, para algunos, lo que no han visto en televisión, lo que no aparece en los programas de farándula o lo que no tiene fotos en los diarios y revistas, no existe. La idea de una “cultura entretenida” que con buenas intenciones (más económicas que culturales, por cierto) han promocionado los canales de televisión, ha sido interpretada como que aquello que no emparenta con la cultura audiovisual es aburrido. Y así tenemos que aburrido es leer, aburrida es la música que no se baila, aburridos son los deportes que no se ven en la TV y aburridos somos todos los profesores que no andamos buscando hacer un show en nuestras clases sino generar oportunidades para que los estudiantes desplieguen sus habilidades y adquieran conocimientos. En esta estulticia colectiva, los libros que “no tienen película”, no solo son aburridos, sino muy difíciles de entender y, si para colmo de colmos, no tienen resumen en la Web, simplemente no deberían ser leídos. Cuando incluso escucho a padres esbozar algunos de estos argumentos, la evaluación del daño que ha provocado la ausencia de un patrón literario más o menos común me parece horriblemente evidente.

¡Qué desesperante es, a veces, que los estudiantes se priven voluntaria y tozudamente de la valiosa experiencia de encontrar la belleza y la diversión de una buena lectura!

Actualmente, cuando en premio a la buena actitud de los estudiantes durante un año escolar permito que a través de una votación democrática elijan el 80% de los títulos del año siguiente, abundan los best-sellers, algunos bastante entretenidos, y los libros que la “cultura entretenida” ha puesto de moda. Los clásicos poco asoman, los pensadores griegos, menos aún. El género dramático es ignorado completamente y, peor aún, la poesía no solo es ignorada, sino que estigmatizada como lo más aburrido entre lo aburrido.

¿Qué hacer? Probablemente, en lo individual, como el Quijote, seguir embistiendo a los molinos de viento o a los odres de vino y seguir haciendo esfuerzos por no abandonar la lucha de transmitir lo mejor de la cultura literaria universal, de contextualizar las obras para que los estudiantes comprendan mejor su enorme riqueza como vehículo transmisor de emociones, pensamientos, cultura, ideas, modos de vida, ambientes y hechos que no por ser anteriores a su nacimiento dejan de ser profundamente humanos y, de paso, permiten ir incrementando el acervo cultural y el patrimonio léxico que ni los best-sellers de moda, ni mucho menos los resúmenes digitalizados, buscan fomentar.

Benedicto González Vargas
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Notas

  1. La ausencia de un canon escolar de lectura obligatoria se fundamenta en las distintas realidades socioculturales, geográficas, religiosas y de régimen de estudio que existen en los más de diez mil establecimientos educacionales del país, pero, por sobre todo, en la libertad de los docentes para seleccionar, de acuerdo con el conocimiento que tienen de los gustos e intereses de sus alumnos, las lecturas más apropiadas para ellos.
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