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de Editorial Letralia
Cagua, Venezuela
Jorge Gómez Jiménez
Editor

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Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 104
5 de enero de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Mis absurdas clases de poesía
Benedicto González Vargas

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A mis alumnos (pobrecitos ellos que no tienen cómo sacudirse no sólo mi presencia, lo que ya es bastante trágico, sino que tampoco pueden desprenderse de mi desmesurado poder al sentenciar de manera inapelable qué es lo bueno y qué lo malo del conjunto de saberes relacionados con el lenguaje y la literatura que ellos manifiestan ya sea en forma oral y/o escrita en sus trabajos escolares),1 siempre que les hablo de la poesía, les cuento una ¿fabulilla? ¿historieta? ¿comparación? —ignoro cómo definirla— inventada por mí, relativa a los osos, los burros y las abejas.

En términos simples la historia consiste en decirles que la humanidad puede dividirse en tres grupos: un 80% corresponde a los burros (en esta parte recorro con la mirada a todo el alumnado, dando entender qué tan jumentos son), un 19,9% de la humanidad son los osos (y señalo que por razones estadísticas el curso ha de tener menos de diez) y el 0,1% restante corresponde a las abejas (difícilmente en la fauna escolar presente habrá alguna).

Y como para aclarar el asunto (aunque deliberadamente lo oscurezco2 más) les digo que la diferencia está dada por la miel. La miel —prosigo mi ininteligible disertación— es un alimento perfecto, delicioso, sano, natural, con propiedades curativas, incluso. Los burros, como burros que son, no gustan de la miel, para ellos la vida puede vivirse sin ella y ni siquiera la echan en falta, no sabiendo los desdichados que se pierden no la mitad de la vida (como dice el dicho popular) sino la vida entera, pues el delicioso reino de la miel les cierra sus puertas para siempre y ellos, de puro burros, no hacen nada por abrirlas. Los osos, en cambio, sí gustan de la miel, la buscan con paciencia, con esfuerzo, la roban, la disfrutan, se engolosinan con ella y aunque incapaces de producirla, la disfrutan con el deleite propio de los que tienen abiertas las puertas de los reinos superiores. A las abejas, en cambio, les corresponde el privilegio de crear miel, de producirla y con ello cumplir el inapelable karma de hacer girar la propia vida en torno de la miel y, de paso, llevar dulzura a las vidas ajenas.

En esta parte, casi todos los burros de la clase creen que al profesor se le ha soltado un tornillo y un par de candidatos a oso, asombrados, abre los ojos como si el raro koan que escuchan les estuviera produciendo algún tipo de iluminación, aunque no aciertan a comprenderla del todo.

Debo señalar que, ejemplos más, ejemplos menos, esta reflexión la estiro por casi treinta y cinco minutos con cierta grandilocuencia, histrionismo y autoridad académica autoconcedida.

¿Y luego? Luego la nada, la pregunta hiriente que exige respuesta: ¿de qué se trata esto?, y las respuestas más coherentes hablan del resumen del próximo libro o de un concurso de acertijos, algunos aventuran que se trata de un poema, un antipoema —se apresuran a corregir— pues es evidente que estamos estudiando la unidad de lírica, de acuerdo al objetivo anotado en el pizarrón. Algunas de las más incoherentes llevan una velada insinuación sobre el estado mental del docente.

¿Y los dos casi-iluminados? Quieren hablar, pero no pueden, el temor a la respuesta equivocada es más fuerte que la gloria de descifrar a la esfinge docente. Poderoso, como soy en el aula,3 los interpelo y balbucean una pregunta —yo les he pedido una respuesta—, pero insisten en balbucear una pregunta: ¿la poesía? Y como izados por una fuerza descontrolada a las alturas del conocimiento les alabo su inteligencia, sagacidad e intuición, les doy la bienvenida al mundo de los osos y empiezo a decirles que la poesía es un alimento perfecto para el alma, delicioso, sano, natural, con propiedades curativas incluso...

La verdad es que después de esta desgastante hora pedagógica el ansia de probar la miel de las palabras queda abierta y mis pobres alumnos, por fin, pueden empezar a disfrutar por algún tiempo las clases siguientes viendo desfilar ante sus ojos y oídos una comparsa multicolor de versos de las más variadas especies y de los más variados poetas.

Es bueno ser profesor para realizar este rito en forma periódica (todos los años tengo un curso completo que no he visto nunca) y para descubrir en la fauna escolar a varios osos (a los que les proporciono miel gratuita cada vez que la necesiten) y, he tenido suerte, a un par de abejas productoras de miel.


1. Creo que este paréntesis fue tan largo que más hubiera valido escribir una nota a pie de página. Regresar.

2. Siempre me ha parecido más hermoso escribir obscurezco. Regresar.

3. Entiéndase (para que no me excomulguen los expertos en metodología educativa) que sólo en esta clase, pues si no tanta teatralidad no funcionaría. Regresar.

 


       

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