
A
mis alumnos (pobrecitos ellos que no tienen cómo sacudirse no sólo mi
presencia, lo que ya es bastante trágico, sino que tampoco pueden
desprenderse de mi desmesurado poder al sentenciar de manera inapelable qué
es lo bueno y qué lo malo del conjunto de saberes relacionados con el
lenguaje y la literatura que ellos manifiestan ya sea en forma oral y/o
escrita en sus trabajos escolares),
1 siempre que les hablo de la
poesía,
les cuento una ¿fabulilla? ¿historieta? ¿comparación? —ignoro cómo
definirla— inventada por mí, relativa a los osos, los burros y las abejas.
En términos simples la historia consiste en decirles que la humanidad
puede dividirse en tres grupos: un 80% corresponde a los burros (en esta parte
recorro con la mirada a todo el alumnado, dando entender qué tan jumentos
son), un 19,9% de la humanidad son los osos (y señalo que por razones
estadísticas el curso ha de tener menos de diez) y el 0,1% restante
corresponde a las abejas (difícilmente en la fauna escolar presente habrá
alguna).
Y como para aclarar el asunto (aunque deliberadamente lo oscurezco2
más) les digo que la diferencia está dada por la miel. La miel —prosigo mi
ininteligible disertación— es un alimento perfecto, delicioso, sano,
natural, con propiedades curativas, incluso. Los burros, como burros que son,
no gustan de la miel, para ellos la vida puede vivirse sin ella y ni siquiera
la echan en falta, no sabiendo los desdichados que se pierden no la mitad de
la vida (como dice el dicho popular) sino la vida entera, pues el delicioso
reino de la miel les cierra sus puertas para siempre y ellos, de puro burros,
no hacen nada por abrirlas. Los osos, en cambio, sí gustan de la miel, la
buscan con paciencia, con esfuerzo, la roban, la disfrutan, se engolosinan con
ella y aunque incapaces de producirla, la disfrutan con el deleite propio de
los que tienen abiertas las puertas de los reinos superiores. A las abejas, en
cambio, les corresponde el privilegio de crear miel, de producirla y con ello
cumplir el inapelable karma de hacer girar la propia vida en torno de la miel
y, de paso, llevar dulzura a las vidas ajenas.
En esta parte, casi todos los burros de la clase creen que al profesor se
le ha soltado un tornillo y un par de candidatos a oso, asombrados, abre los
ojos como si el raro koan que escuchan les estuviera produciendo algún tipo
de iluminación, aunque no aciertan a comprenderla del todo.
Debo señalar que, ejemplos más, ejemplos menos, esta reflexión la estiro
por casi treinta y cinco minutos con cierta grandilocuencia, histrionismo y
autoridad académica autoconcedida.
¿Y luego? Luego la nada, la pregunta hiriente que exige respuesta: ¿de
qué se trata esto?, y las respuestas más coherentes hablan del resumen del
próximo libro o de un concurso de acertijos, algunos aventuran que se trata
de un poema, un antipoema —se apresuran a corregir— pues es evidente que
estamos estudiando la unidad de lírica, de acuerdo al objetivo anotado en el
pizarrón. Algunas de las más incoherentes llevan una velada insinuación
sobre el estado mental del docente.
¿Y los dos casi-iluminados? Quieren hablar, pero no pueden, el temor a la
respuesta equivocada es más fuerte que la gloria de descifrar a la esfinge
docente. Poderoso, como soy en el aula,3 los interpelo y balbucean
una pregunta —yo les he pedido una respuesta—, pero insisten en balbucear
una pregunta: ¿la poesía? Y como izados por una fuerza descontrolada a las
alturas del conocimiento les alabo su inteligencia, sagacidad e intuición,
les doy la bienvenida al mundo de los osos y empiezo a decirles que la poesía
es un alimento perfecto para el alma, delicioso, sano, natural, con
propiedades curativas incluso...
La verdad es que después de esta desgastante hora pedagógica el ansia de
probar la miel de las palabras queda abierta y mis pobres alumnos, por fin,
pueden empezar a disfrutar por algún tiempo las clases siguientes viendo
desfilar ante sus ojos y oídos una comparsa multicolor de versos de las más
variadas especies y de los más variados poetas.
Es bueno ser profesor para realizar este rito en forma periódica (todos
los años tengo un curso completo que no he visto nunca) y para descubrir en
la fauna escolar a varios osos (a los que les proporciono miel gratuita cada
vez que la necesiten) y, he tenido suerte, a un par de abejas productoras de
miel.
1. Creo que este paréntesis fue tan largo que más hubiera valido escribir
una nota a pie de página. Regresar.
2. Siempre me ha parecido más hermoso escribir obscurezco. Regresar.
3. Entiéndase (para que no me excomulguen los expertos en metodología
educativa) que sólo en esta clase, pues si no tanta teatralidad no
funcionaría. Regresar.