Así se presenta nuestro Premio Nacional de Literatura 1965, Pablo de
Rokha, en un autorretrato escrito para un matutino de la capital hace ya
casi 40 años.
Contradictorio, polémico, blasfemo, anárquico, dramático, volcánico,
con estos adjetivos se lo sigue calificando aún hoy. Sostuvo una guerrilla
sin tregua contra cualquiera que desafiara sus convicciones. Enemigo
declarado de Neruda, ni el ser compañeros de partido los acercó,
protagonizando ambos en las páginas de la prensa capitalina una de las más
encarnizadas y sabrosas polémicas que se tenga memoria. Huidobro también
supo de sus iras y Anguita y Volodia y los jurados del Premio Nacional —antes
de que lo premiaran a él, claro está— y la Sociedad de Escritores de
Chile (SECH), a la que opuso su Sindicato de Escritores de Chile, que fundó
y presidió.
De Rokha escribía poemas plenos de fuego y pasión, desconcertantes,
grandilocuentes:
"Yo soy como el fracaso total del mundo ¡oh, pueblos!
El canto, frente a frente al mismo Satanás
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad".
Su gran amor fue Luisa Anabalón Anderson, rebautizada como Winnett de
Rokha, poeta como él. Con ella concibió hijos y libros:
"Vinieron los hijos y los libros, saliendo de la misma materia
ensangrentada (...). De 9 sobrevivieron 7 hijos, y ella escribió luchando,
cantando o llorando (...) Formas del sueño, Cantoral, Oniromancia
y yo, unos más o menos 40".
Todos los hijos de Rokha heredaron la vena artística, aunque
nítidamente destacan Lukó, que es una notable pintora y Carlos, quien
fuera un promisorio poeta joven, trágica y tempranamente desaparecido.
¿Qué arcano misterioso regía la vida de este gran Pablo? ¿Por qué se
ensañó con él un destino tan cruel, trágico e ineludible?
Fue pobre, recorrió a pie, en tren o en carreta casi todo el territorio
nacional para vender puerta a puerta sus libros, obras que autoeditaba con
esfuerzo y cuyas primeras ediciones, a decir de los entendidos, son casi
inexistentes en nuestras bibliotecas. Es más fácil hallarlas en una
estación ferroviaria de algún olvidado ramal del sur o entre los viejos
libros de algún viejo médico de pueblo. También vendía pinturas,
originales y copias de artistas nacionales. Alguna vez vendió frutos del
país:
"Ingresé a la cofradía aventurera, tragediosa y dolorosa del
vendedor viajero".
Escribió revistas inolvidables: Dínamo (Talca, 1926) y la combativa
Multitud (Santiago, 1939), amén de dirigir y colaborar en otras de gran
importancia.
Pese a una vida tan intensa, el dolor lo persiguió siempre y es así
como el oscuro presagio de la muerte aparece en su poesía:
"Entre serpientes verdes y verbenas
mi corazón de león domesticado,
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrillo de océano quemado
ceñido de fantasmas y cadenas
soy religión podrida y rey tronchado
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan su nombre como un pan dorado.
Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida,
se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos de cenizas desiertos
en donde un gran poeta se suicida".
De su bibliografía abundante cabe destacar: Versos de infancia (1916),
Los gemidos (1922), Satanás (1927), Suramérica
(1927), Jesucristo (1930), Idioma del mundo (1958), Mundo a
mundo (1965) y Mis grandes poemas (póstumo, 1969).
Nadie podía doblegar a este roble inmenso, que parecía duro como las
rocas, pero murió Winnett y se suicidó su hijo Carlos. El dolor y la
soledad lo abismaron:
"Comprendo que moriré bramando
amarillo y horroroso de soledad".
El 10 de septiembre de 1968, con la misma arma que usó su hijo, Carlos
Díaz Loyola, al suicidarse, acabó con la vida del poeta Pablo de Rokha,
pilar insustituible de la poesía nacional.