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¿Quién escribirá la historia del exilio venezolano en Chile?

jueves 23 de mayo de 2019
¿Quién escribirá la historia del exilio venezolano en Chile?, por Eda Cleary
Exiliados venezolanos en Chile. Fotografía: diario La Nación (Chile)

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2019 con motivo de arribar a sus 23 años.

Los que queremos a América Latina para bien, pensamos todos los días en los sufrimientos cotidianos de los venezolanos, en la diáspora y en la horrenda división social y política de la población. El desconcierto, la impotencia y el vacío que produce ver a un pueblo totalmente dividido, radicalizado y agotado de tanta irracionalidad, me hace recordar los viejos tiempos en Chile, aquellos años de la Unidad Popular (1970-1973), cuando la gente humilde saturada de los abusos de los grupos oligárquicos pensó en cambiar su situación de una vez por todas. A diferencia de Cuba, Allende quería hacer esas transformaciones a través del voto y llegar a acuerdos con la Democracia Cristiana con el fin de garantizar una mejor vida para los chilenos. En ese sentido Allende fue un líder visionario que emergió en un momento histórico difícil, pues la mayoría de los chilenos sólo pensaba en blanco y negro, no era capaz de ver los matices de la vida. Cada uno estaba convencido de que su posición era la única posible. Eso nos llevó a la más profunda crisis de la historia de nuestro país.

En Chile hemos podido recibir hasta ahora más de 400.000 venezolanos y se calcula que llegarán a cerca del millón.

El resultado de esta atroz radicalización fue la intervención extranjera apoyada por partes importantes de la elite empresarial, militar y política. Chile quedó herido desde ese entonces con un saldo de miles de desaparecidos, ejecutados, mujeres violadas, ex prisioneros políticos, cerca de 100.000 chilenos que pasaron por las cámaras de tortura de la dictadura y dos millones de exiliados. Allí se degolló, se quemaron vivas a personas y el poder judicial apoyó el genocidio. Cuando la dictadura cayó, Chile era pobre: teníamos un ingreso per cápita bajo los 3.000 dólares. El sufrimiento había sido en vano.

A pesar de que han pasado 46 años, nuestro país se caracteriza por la impunidad. Los mismos que denegaron justicia, siguieron siendo jueces y eludiendo su responsabilidad personal en los crímenes. Luego la transición democrática recuperó la economía en base al modelo neoliberal, no sólo depredador medio-ambientalmente, sino que también socialmente. Somos el país con la distribución del ingreso más desigual del planeta, después de Brasil, aunque teníamos todas las condiciones para haber seguido el camino de la justicia social sin caer en el autoritarismo centralista de corte socialista.

Por suerte, en Chile hemos podido recibir hasta ahora más de 400.000 venezolanos y se calcula que llegarán a cerca del millón. La medalla se dio vuelta, pues Venezuela recibió a miles de chilenos que arrancaban de la violencia pinochetista en Chile durante los setenta, y ahora es nuestro deber ayudar a aquellos que huyen de Venezuela del chavismo, del madurismo y de la pobreza. Pero eso no los libra del profundo sufrimiento que causa el exilio.

Históricamente, el desarraigo ha producido desesperación, confusión, desorientación y mucha miseria humana. Aquellos que son forzados a dejar su tierra, sus familias, su posición social, todo aquello que han amado, los paisajes y, por cierto, los amigos, cuestión fundamental para la calidad de vida, deben ahora empezar de cero. Los exiliados sufren de estrés, tienen el síndrome de la desadaptación y justamente por ello contraen enfermedades como reumatismo, dolores de espalda, de cabeza, depresiones, insomnios, ataques de pánico y otros pesares. Son pocos los que tienen el equilibrio de adaptarse con facilidad.

Cuando yo estaba en el exilio en Alemania, escribí mi tesis para recibirme de socióloga en la Universidad de Aachen sobre la sociología del exilio de los chilenos. Para ello tuve que realizar cientos de entrevistas y revisar la literatura sobre el tema. Pero fueron las novelas aquellas que me abrieron los ojos sobre este fenómeno, porque el exilio no es más que otra arma de represión y aniquilación de los pueblos, venga de donde venga. En el caso de Venezuela se trata de un régimen que llegó por el voto al poder, pero que está radicalizado y sistemáticamente no gobierna para todos, lo que ha producido el actual caos. Es decir, la elite madurista descaradamente se sirve de lo público para enriquecerse y adicionalmente muestra una incapacidad técnica impresionante para administrar uno de los países más ricos en petróleo del mundo, aun considerando el embargo impuesto por los Estados Unidos.

Durante la represión nazi y la persecución a los artistas judíos alemanes, se produjeron en la diáspora grandes novelas de la literatura universal sobre el exilio como El mundo de ayer, de Stefan Zweig, quien se suicidó en Brasilia; Exilio, de Lion Feuchtwanger, que falleció en Estados Unidos sin nunca volver a su tierra, y En tránsito, de Ana Seghers, por sólo nombrar algunas. Estas tres novelas describen las contradicciones, las ambivalencias y las feroces penas de los trasplantados por motivos políticos y económicos. Su ceguera para reconocer cuál es el nuevo terreno que pisan y cómo van siendo presa de actitudes que quizás nunca creyeron que tendrían: mezquindades, odio al país receptor, traiciones políticas y la confusión emocional que los ata más al pasado que dejaron atrás que al presente en los países que eligieron para vivir.

En Chile, la comunidad venezolana es espejo de lo que pasa en su país. Están divididos. Un grupo de ultraderecha venezolana salió a las calles de Santiago a gritar junto al partido político pinochetista más grande de Chile, la Unión Demócrata Independiente: “Comunistas maricones les mataron sus parientes por huevones”. Esta mofa al genocidio chileno, y el deseo camuflado de que en Venezuela suceda lo mismo con los maduristas, provocó estupor en Chile. Fueron miles los chilenos que exigían en las redes sociales que expulsaran a estos “energúmenos”, provocando un grave daño a la imagen de la mayoría de los venezolanos que están tratando de reconstruir con mucho esfuerzo sus vidas en Chile. Los chilenos estamos “curados de espanto” por las propias experiencias históricas y en general la gente quiere moderación, a excepción de la incorregible extrema derecha.

Lo más contradictorio es que también existen grupos de venezolanos que defienden a Maduro contra viento y marea encontrándose en el exilio debido a que en su país ya no podían sobrevivir. Otros han instalado boliches de abastos en los barrios. Ofrecen también especialidades venezolanas y no dudan en poner carteles a la entrada que dicen: “Territorio libre de chavistas”, “Fuera los chavistas” o “No se admiten chavistas”, sin saber que en Chile la ley antidiscriminación, que costó años de lucha en el parlamento, prohíbe expresamente estas acciones. Con ello se arriesgan a grandes multas en medio de la precariedad económica. El odio, la rabia y la impotencia natural de los venezolanos frente a lo que pasa en su país, los hace alienarse de la realidad en los países de acogida, y en el caso de Chile, cuando llegan Carabineros a pedirles que retiren esos carteles, la reacción natural es de incomprensión y de negación a respetar la ley, porque no la conocen. Su dolor es demasiado grande.

La comunidad venezolana está compuesta por todas las clases sociales propias de Venezuela y entre ellos mismos se discriminan estando todos exiliados.

De esta manera la crisis que los expulsó de su país continúa en el exilio, y al no reconocer este hecho siguen viviendo fundamentalmente a partir de lo que pasa en Venezuela a miles de kilómetros de distancia.

Por otro lado, muchos venezolanos han debido sufrir discriminación, descenso social, desprecio e incomprensión por parte de chilenos prepotentes e insensibles, gente que nunca tampoco se enteró de que nuestro país vomitó más de dos millones de chilenos al exterior después del golpe hace más de cuarenta años.

Si la vida para los propios chilenos resulta difícil en la meca neoliberal chilena que cacarea el triunfo del libre mercado cuando en realidad es el Estado el que protege a los empresarios abusadores en detrimento del resto, para cualquier extranjero será un desafío material, intelectual y emocional rehacerse de nuevo allí. La comunidad venezolana está compuesta por todas las clases sociales propias de Venezuela y entre ellos mismos se discriminan estando todos exiliados. Los más educados no se juntan con los más humildes que están cargando cajas de fruta en el mercado de la Vega en Santiago para ganar algún dinero y enviarles a sus familias, pues ellos se juntan en las cafeterías de moda en los barrios más acomodados. Consiguen mejores trabajos y no se exponen a la xenofobia que alimentan los conservadores.

Recuerdo haber visto una entrevista a una actriz venezolana que había logrado conseguir algunos papeles en telenovelas nacionales en Santiago, pero se quejaba amargamente de que estaba encasillada en el papel de la mujer tropical seductora y gritona y de que no veía posibilidad alguna de avanzar en esa materia. Conversé con psicólogos, ingenieros, informáticos y economistas que están trabajando de vendedores de zapatillas, electrodomésticos, ropa china, plásticos y otros en los barrios de clase media baja como Irarrázaval en Santiago o la calle Quillota en Viña del Mar, ganando el mínimo, que actualmente son como 450 dólares estadounidenses. Unos estaban felices de poder sobrevivir y librarse del caos en Venezuela, pero otros estaban deprimidos, agotados de esa vida que no era la que habían pensado cuando comenzaron a estudiar. Me recordaba cómo los profesionales chilenos en el exilio en Alemania Occidental tenían que emplearse de taxistas o acomodadores de autos y que cuando les contaban a sus colegas alemanes que en Chile habían sido abogados, se reían a carcajadas de ellos y les decían que eran “abogados del Congo”, burlándose de lo que ellos consideraban fanfarronerías de extranjeros pobres.

La cantidad de médicos venezolanos que han llegado a Chile es impresionante, pues cada vez que pedí alguna hora, me atendían o venezolanos o colombianos. Los restaurantes, las cafeterías y otros prefieren a los camareros extranjeros aunque no tengan experiencia, y esta nueva competencia produce roces con los chilenos, a quienes nunca les había aparecido competencia en el camino. Incluso una famosa cafetería de Viña del Mar inaugurada por una pareja entre una afrocolombiana y un chileno, tiene como política sólo dar trabajo a extranjeros.

Los eslóganes de la hermandad mundial se ven puestos a prueba en lo específico, cuando toca ayudar, cuando toca comprender las razones del otro, ponerse en el zapato del que piensa distinto, y sobreponerse a los malos entendidos o sencillamente apapachar al que sufre lejos de su tierra compartiendo un café, una conversación personal, una salida al cine o sencillamente escuchando al otro con interés. Los procesos de aprendizaje mutuo suelen ser de largo alcance y el enriquecimiento cultural, a veces, sólo se siente muchos años después de haber estado exiliado. Y efectivamente, muchos exiliados retornados a Chile de pronto comienzan a sentir nostalgia por las partes positivas de sus países de acogida. Comienzan a desarrollar un sano orgullo de haber manejado la situación y haber sobrevivido. Otros nunca logran superar esa etapa y entran en las oscuridades de lo que en Chile se llamó el “exilio interior”, es decir ser extranjero en tu propia tierra.

Letralia, para mí, ha sido un puerto online de descanso intelectual por su diversidad, tolerancia y excelencia.

Escribir en crisis es una tarea fundamental para contribuir a la sanación nacional. La literatura es clave en este sentido porque consuela, enseña, pone de manifiesto lo que no es evidente, indaga en los misterios del alma humana, hace crónica del itinerario emocional de un pueblo, como ahora el venezolano, y lo más importante es que deja testimonio de lo sucedido para las generaciones futuras. También recrea el pensar, contribuye a imaginar cómo podrían construirse otros escenarios de convivencia con espacios para todos, porque si hay algo que resulta claro en momentos de crisis, es que la idea de la “verdad única” es venenosa para la convivencia humana.

La literatura puede ofrecer un espacio para el ejercicio de los valores universales y el rescate de la dignidad de las personas, tan atropellada por las crisis e intransigencias políticas. Letralia, para mí, ha sido un puerto online de descanso intelectual por su diversidad, tolerancia y excelencia. Me ha servido de enlace con mi propia región mientras vivo en Asia. En este sentido, se puede decir que Letralia no sólo ha seguido escribiendo en medio de la crisis que sufre Venezuela y contribuyendo a la recuperación de su país, sino que también ha cruzado las fronteras a través de Internet para llevarnos consuelo a todos los que vivimos fuera de nuestras tierras. He leído cuentos maravillosos, análisis, crónicas, noticias, novelas y comentarios literarios llenos de humor e inteligencia que nos ayudan a comprendernos a nosotros mismos y a los demás. Espero que algún escritor venezolano pueda dejar testimonio de la aventura de los venezolanos en tierras chilenas, sus amores, sus chascarros, sus luchas, y el ingenio y prestancia para enfrentarse a un nivel de incertidumbre que nadie pudo imaginar cuando estaba tomando la riesgosa decisión de abandonar el propio país.

La escritura no sólo es necesaria, sino que irrenunciable en momentos de crisis.

Eda Cleary