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Literatura en crisis: hacer literatura en y de una crisis

jueves 23 de mayo de 2019
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Literatura en crisis: hacer literatura en y de una crisis, por Luis Alfredo Castellanos
Ilustración: “El campo de Auschwitz”, de David Olère

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2019 con motivo de arribar a sus 23 años.

“La literatura no puede dejar de detectar el complicado
juego de tensiones de su época.
Se cuelan dentro de ella, y también la iluminan
desde el exterior, la cercan”.

Rafael Chirbes.1

Difícilmente podría pensarse que otro libro como La casa de atrás2 (título original del texto publicado en 1947, cuya autoría se le asigna a Ana Frank), podría producirse en estos tiempos en que las sociedades han avanzado en el respeto de la vida humana y las personas, supuestamente, nos hemos vuelto más solidarias ante las atrocidades que cometen líderes dictatoriales, grupos intolerantes o naciones altamente beligerantes.

Desde Ruanda hasta nuestros días, perfectamente puede trazarse un puente sostenido por una serie de hechos que distintos habitantes de este trozo físico que llamamos mundo, han enfrentado como riesgos potenciales a su estabilidad y convivencia armónica.

Sin embargo, la historia parece no darnos la razón en este tipo de valoraciones.

Hace un cuarto de siglo, en una masacre que inicia el 7 de abril y que concluye el 15 de julio de 1994, casi un millón de personas de la población tutsi fueron exterminados en un lapso de más de tres meses de forma sistemática, es decir, organizado por las estructuras de poder vigentes en la sociedad de la época, por el grupo hegemónico hutu,3 eliminándose al 75% de los pertenecientes a esa etnia. ¿Cómo pudo lograse tal barbarie en las postrimerías del siglo XX? Fácil, los países y organizaciones internacionales decidieron mirar a otro lado porque ninguno se atrevía a utilizar el término “genocidio”, porque hacerlo traería a la memoria el holocausto4 nazi y el compromiso que los países habían adquirido en apoyarse mutuamente ante los desmanes que cualquier heredero de Hitler pudiera provocar en la atmósfera sociopolítica global.

De esos sucesos resultaron cientos de testimonios que posteriormente fueron utilizados para producir una filmografía que incluye una diversidad de títulos desde los más críticos hasta los más poéticos,5 entre los que destacan Los cien días que no conmovieron al mundo, La historia de Valentina y Flores de Ruanda, por citar algunos.

Pero en la distancia temporal desde Ruanda hasta nuestros días, perfectamente puede trazarse un puente sostenido por una serie de hechos que distintos habitantes de este trozo físico que llamamos mundo, han enfrentado como riesgos potenciales a su estabilidad y convivencia armónica, incluso, traer a la cuenta los exterminios de Bosnia en 1992 y que se prolongaron hasta 1995, en los que nuevamente la reacción de la comunidad internacional fue tan tibia que no fue suficiente para dar consuelo a los masacrados, aun con todos los señalamientos que diariamente salían de las víctimas y de organizaciones internacionales que empuñaron la denuncia para contrarrestar los ataques y la persecución de los victimarios y no pasó nada.

Pero la literatura hizo eco de la indiferencia de los líderes preocupados por sus ratings electorales y la aceptación popular.

De dichos actos nos queda el libro de Slavenka Drakulic No matarían una mosca,6 como un retrato de cómo las personas normales y buenas pueden convertirse en sangrientos criminales por un adoctrinamiento siniestro.

Y la historia sigue.

La insurrección zapatista en México en 1994; el ataque a Irak por Estados Unidos buscando armas de destrucción masiva en 2003, las que nunca aparecieron, ¿y quién demandó eso en la Corte Penal Internacional, que ya tenía un lustro de existencia para estrenarse con un evento de gran envergadura? Y la respuesta fue nadie. La primavera árabe de 2010; las marchas en Portugal, España, Grecia, las crisis humanitarias del año recién pasado;7 las protestas en Guatemala, Nicaragua y Venezuela, son apenas un bosquejo de cómo anda el planeta en términos de estabilidad para todos sus domiciliados.

¿Cuál ha sido la actitud de las letras frente a estas dislocaciones en las relaciones sociales?

García (2018)8 expone que:

Si bien problemáticas, las relaciones entre literatura e historia no dejan de ser sugerentes. Tal vez ello se deba a la ambigüedad de sus fronteras, así como a las interrogantes y reformulaciones suscitadas por dichos vínculos, en los que confluyen disciplinas humanas y sociales diversas, con sus correspondientes tradiciones conceptuales, metodologías y crisis internas. Una mirada de cierta amplitud sobre estos discursos no espera resultados concluyentes, nomenclaturas fijas o teorías absolutas; muy por el contrario, “descifrar, confrontar y traducir” (Perus 1994: 7) aparecen como las operaciones que identifican con mayor claridad esta búsqueda, comunes a la actividad del historiador y del literato.

El trabajo literario no es tan inmediato como el periodismo y sus diversos géneros como la noticia o la crónica, pero sí un tanto metido en el reportaje que permite hacer radiografías sociales más minuciosas y elaboradas de procesos enfrentados entre sectores de la sociedad civil, o entre ellos mismos y sus autoridades, por lo que no se excluye completamente de la pluma; más bien, todas esas expresiones son reunidas para pasarlas por el tamiz de la elaboración artística hasta obtener una obra que refleje esas contradicciones de una forma estética.

Ernesto Cardenal con su corriente exteriorista puso en jaque las corrientes poéticas darianas tan populares e idolatradas por el sistema.

Ejemplos de la literatura universal que relatan esas crisis son La guerra y la paz, de Tolstoi; Por quién doblan las campanas, de Hemingway; Lo que el viento se llevó, de Mitchell; La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa; Doña Bárbara, de Gallegos; Los de abajo, de Azuela; Tirano Banderas, de Valle Inclán; El señor presidente, de Asturias; Un día en la vida de, Argueta, entre otros, aunque el propósito de este trabajo no es construir un directorio telefónico ni pretender que la narrativa es el único aliado en la exposición de las situaciones conflictivas.

La poesía también tiene un amplio reconocimiento, empezando por autores centroamericanos (no necesariamente son los iniciadores a nivel mundial) como Oswaldo Escobar Velado, padre de la poesía social revolucionaria en El Salvador;9 Roque Dalton, otro connacional, autor de una obra singular en su tratamiento y caracterizada por develar a través de la historia nacional, cotidianeidad y praxis el laberinto de su subdesarrollo y canibalismo político, y Ernesto Cardenal, que con su corriente exteriorista puso en jaque las corrientes poéticas darianas tan populares e idolatradas por el sistema, son apenas la punta del iceberg de una poesía que no ha estado silenciada, y eso que aún nos falta enumerar creadores como Neruda, Scorza, Drummond de Andrade, Benedetti, Vallejo y la lista sigue.

En el teatro se encuentran corrientes ligadas a un teatro político, de tal ejemplo se puede citar a Chesney-Lawrence (2009),10 quien presenta:

Las razones aparentemente más relevantes en el surgimiento del teatro político en Latinoamérica parecen residir en dos circunstancias bien definidas: la primera es la llegada de las teorías de Brecht respecto del teatro político, y la segunda ha sido la grave situación social y política que enfrenta el continente, que se trasladó a una rápida toma de conciencia de amplios sectores estudiantiles e intelectuales, con lo cual se afectó la práctica teatral, especialmente en los grupos jóvenes. Además, no debe escapar de la atención general lo comentado anteriormente en relación con la vanguardia intelectual europea que, con sus ideas, ayudó a levantar el panorama escénico continental, alentando con nuevas perspectivas a sus escritores y grupos. Asimismo, los hechos ocurridos en Francia con los estudiantes durante mayo de 1968, conocido como un evento “situacionista”, merecen una observación especial por cuanto sus textos definieron el mundo como “una sociedad del espectáculo”, que operaba según sus propias leyes, describiendo un intrincado juego de relaciones sociales. Todos estos movimientos intentaron explicar la falta de conciencia proletaria —o revolucionaria— que se percibía en un momento de tan grave crisis social.

Este artículo resulta muy esencial para entender los factores que propiciaron una transformación en las formas de hacer teatro en Latinoamérica y nos provee de indicadores que orientan procesos artísticos que emanan de situaciones contextuales concretas.

Más adelante, el académico nos pone en contacto con otros elementos históricos que se articulan a una nueva realidad en la dramaturgia de la región:

En América Latina, el triunfo de la revolución cubana tuvo también una gran influencia en adaptar estos descontentos a la realidad continental y hacia el desarrollo de nuevas formas de expresión dramática. Como lo señalan L. F. Lyday y G. Woodland (1976), el teatro latinoamericano siguió siendo comprometido hasta bien entrados los años setenta e incluso gran parte de los ochenta, porque las injusticias políticas y sociales y las múltiples formas de represión eran parte de esa realidad, lo cual inducía a sus dramaturgos a tocar estos problemas con prioridad. Por estas razones, no es difícil inferir que este teatro puso su énfasis en los cambios políticos que debían efectuarse en el seno de sus sociedades. Estéticamente, la confusión que se ha creado entre lo político y lo social indica que existen opiniones que lo han visto desarrollarse por un camino estrecho, con claras orientaciones ideológicas, en general realista, comprometido y cuya expresión es un mensaje político directo o indirecto, cuando la censura y la represión se lo permitieron, y muy vinculado al contexto continental.

La existencia digna en varias partes del planeta es para miles de individuos una lucha cotidiana y no tendría que ser de esa manera.

Existen una serie de autores que han aportado desde sus campos artísticos, textos vinculados a esas realidades mediatas (producto de un pasado no tan reciente, varias décadas anteriores y que se sustentan en hechos que la historia consigna en sus anales y que forman parte de la memoria histórica colectiva) o realidades inmediatas, y tan inmediatas resultan ser que se convierten en urgentes para descomplicar su sentido de extrañeza o incongruencia con el horizonte vital.

De lo anterior pueden dar cuenta recopilaciones de dramaturgos y diversos estudios enfocados en un “teatro crítico, social y político”, pero considero oportuno situarme, por el contexto, en el caso de Venezuela y en las palabras de Luis Chesney (2017):11

La década del ochenta sería una década de transición en la que aparecen nuevas figu­ras que abren el espacio dramático hacia temáticas más actuales, no tratados anteriormente, como son, entre otros, el caso de Ugo Ulive sobre la derrota de la guerrilla venezolana en los años sesenta, Mariela Romero e Ibsen Martínez con obras que exploran la realidad humana mo­derna, José Antonio Rial que con sus obras produce una reflexión sobre el poder, la libertad y la emigración, Edilio Peña con su teatro ritual sobre la libertad, Luis Britto García con temas históricos y sociales, José Simón Escalona sobre la juventud actual, Javier Vidal retomando la historia contemporánea, Néstor Caballero (Premio Santiago Magariños, 1987), Carlos Sánchez (Premio Santiago Magariños, 1988) y Luis Chesney (Premio Santiago Magariños, 1989), que abordan con profundidad la crisis social del país y que con sus propuestas aún en progreso han ido configurando otra forma de ver al país, más reflexiva, penetrante y más centrada en los problemas que aquejan a su sociedad. La mayor parte de estos últimos autores formaron el círculo de dramaturgos en donde se leyeron sus obras, se planificaron dos festivales nacionales y se incluyó al teatro infantil. En los años noventa surgiría la Novísima generación, que incluye a Ana Teresa Torres, Francisco Vitoria, Fausto Verdial, Blanca Sánchez y Mónica Montañés, así como también el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT, 1988- 1994), de donde surgirían dramaturgos como Elio Palencia, Carmelo Castro, César Sierra y Daniel Uribe, en­tre otros. Lamentablemente, los ocho gobiernos democráticos cometieron errores, injusticias, abusos de poder y corrupción, lo que llevó al país a una crisis que estos factores de poder no pudieron resolver, la producción teatral descendió en número y calidad, y esto condujo a una crisis general, cambiando el contexto político hacia un gobierno de corte militar y autoritario que cierra el ciclo reseñado y abre uno emergente, incierto y no claro aún.

Esto es una pequeña muestra de un intento por evidenciar que las letras no han estado alejadas de esas causas que los pueblos han enarbolado en pro de la justicia, la libertad y el respeto a la vida humana.

La existencia digna en varias partes del planeta es para miles de individuos una lucha cotidiana y no tendría que ser de esa manera; sin embargo, por diversos obstáculos que los sistemas y las estructuras sociopolíticas crean y les imponen, les coartan el acceso a sus derechos más esenciales y su preciada libertad, pero eso no significa que ellos van a quedarse de brazos cruzados; seguramente la literatura tampoco lo hará.

Luis Alfredo Castellanos
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Notas

  1. Ver: “La crisis como necesidad para escribir novelas”, por Nieves Mira y Silvia Nieto. En ABC Cultural, 29 de agosto de 2017.
  2. El diario se publica por primera vez bajo el título Het Achterhuis (La casa de atrás) en Ámsterdam, Países Bajos, en 1947, por la editorial Contact. En abril de 1955 se publica la primera traducción al español con el título Las habitaciones de atrás (editorial Garbo, Barcelona).​ Ediciones posteriores en español suelen llevar títulos como Diario de Ana Frank o El diario de Ana Frank. Wikipedia.
  3. Ver: Genocidio de Ruanda. En Wikipedia.
  4. En historia, se identifica con el nombre de Holocausto —también conocido en hebreo como השואה, Shoá, traducido como “La Catástrofe”— a lo que técnicamente también se conoce, según la terminología nazi, como “solución final” —en alemán, Endlösung— de la cuestión judía, al genocidio étnico, político y religioso que tuvo lugar en Europa durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial bajo el régimen de la Alemania nazi. Los asesinatos tuvieron lugar a lo largo de todos los territorios ocupados por Alemania en Europa. Wikipedia.
  5. Ver: “El genocidio de Ruanda en ficciones y documentales”. En El Observador, 8 de abril de 2014.
  6. Ver: “Lecciones del genocidio de Bosnia”, por Guillermo Altares. En El País, 22 de noviembre de 2017.
  7. Ver: “Las 15 principales crisis humanitarias que marcarán 2018”. En Europa Press, 19 de febrero de 2018.
  8. Ver: “Literatura, historia: crisis de las disciplinas y contextos para la ficción”, por Pilar García. En Revista de  Literatura, enero-junio de 2018, volumen LXXX, Nº 159.
  9. Ver: “La poesía social-revolucionaria en El Salvador y Nicaragua; Roque Dalton, Ernesto Cardenal”, por Ole Østergaard. En Caravelle, 1984 (p. 42).
  10. Ver: “Las vanguardias en el teatro latinoamericano desde la mitad de siglo XX”, por Luis Chesney-Lawrence. En Teatro: Revista de Estudios Culturales, Nº 23, pp. 377-409.
  11. Ver: Antología de teatro latinoamericano (1950-2007), tomo 13. Venezuela. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, Celcit. Buenos Aires, Argentina.
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