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Poemas de Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo

martes 29 de mayo de 2018
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Poemas de Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
Lee el libro completo aquí

A escondidas de Dios

Aparecieron con los vientos
Húmedos de agosto
Metidos en sus trajes de metal
Agazapados en las nubes
Por el agujero de la noche
Para no ser reconocidos por Dios.
Dejaron caer sus bombas incendiarias
Como manzanas podridas
Para engañar el hambre
De los niños descalzos
Que enredaban sus cometas
En las cuerdas de la luz.
Derribaron las puertas
Y ocuparon las mujeres
Y las casas,
Todo a espaldas de Dios,
Para incinerar sueños
En el fuego de la hoguera
Que fumaba.
Invadieron las siembras
Y la vid del campesino
Curtido por la sentencia
Implacable de los soles
Sobre los machetes derrotados.
Se tomaron las calles,
Otra vez a escondidas de Dios,
Donde transitaban sin prisa
Las guitarras insomnes
Y los vagabundos
Y sólo quedó nuestra sombra
Doblada en las esquinas
Escapando impune
Hacia otros continentes.
Estallaron granadas
En los parques cómplices
De los enamorados
Y cercaron los besos
En la mitad de las lenguas.
Pulverizaron las estatuas
De los héroes antiguos
Y redujeron a cenizas
El papel de los libros
Para borrar de la memoria
La historia de los hombres.
Saciaron su sed
Con nuestra sangre,
Estrecharon los caminos,
Envenenaron las aguas,
Corrompieron el pan y la sal,
Descuajaron los árboles,
Sembraron cañones y alambradas
Y nos desterraron al asilo
De los féretros

Todo a escondidas de Dios.

 

Manos

La mano derecha
Del asesino
Que tira el gatillo
Dibuja la señal de la cruz
Antes de arrasar el atrio
De una iglesia.

La mano izquierda
Que reclama el fusil
Descubre
En el sexo de una niña
La humedad secreta y caliente
De sus carnes rotas.

Las manos gemelas
De los homicidas
Alguna vez jugaron
Con trompos y canicas,
Persiguieron la lluvia
De las madrugadas,
Acariciaron las cuerdas
De una vieja guitarra
Y sembraron violetas
En la desnudez de una tumba.

Esas mismas manos
Desesperadas
Mintieron en la piel
Cansada de las putas,
Rubricaron sentencias sumarias,
Se persignaron tocadas
En agua bendita y
Nos desterraron,
Nos cambiaron el idioma,
Nos tiraron a los caminos
De otros soles
De otras lunas
Que no conocíamos
Y sepultaron los sueños
De sus propios hijos.

 

La libertad en la punta de la boca

Luego de haberles repetido
Nuestros nombres
Nos fusilaron en la noche
Con todas las estrellas
Metidas en los ojos.

Nos temblaban los huesos
Y los sueños
—Lo confieso.
Nos espantó su altura
Vista desde el suelo
Pero ni el llanto
Ni la súplica
Nos asomó en la mirada.

Todo estaba poblado
Por el aire de la muerte
Y hacia tanto frío
Que ni Dios pudo
Soportar el instante
Y se marchó en silencio
En el momento exacto
Del disparo de gracia.

Evocamos entonces
Nuestro pueblo de ayer
Nuestro pueblo de siempre en
La soledad de los relojes,
El pájaro prehistórico
En la pared de una cueva,
La transparencia de un suspiro,
La cuna de la infancia,
La agonía de la mariposa,
Los diez mandamientos tatuados
En la piedra dura,
El cumpleaños de la abuela,
El solar caluroso de los mangos,
El gozque patuleco,
Los amores lejanos
Y los amores recientes,
La cocina familiar,
La rayuela del patio,
Una muchedumbre escandalosa
De loros verdinegros,
La estación de los trenes,
Las carabelas errantes en el infierno
Del mar de las Antillas,
La serenata en la ventana,
La risa de los niños
Y hasta el primer orgasmo
Para despistar el miedo.
Luego el paso adelante
Sobre el polvo de otros huesos
Al otro lado,
Más allá de todos los dolores
Más allá de la ofensa final
De la despedida de Dios
Con la libertad plena
En la punta de la boca.

 

Apaguemos la luz

Apaguemos la luz
Antes de caer la tarde
Y abracémonos amor
Contra la pared más oscura.

Adivina entonces
Mi mirada metida en tus ojos
Mientras pasan
Los caballos de la muerte
En sentido inverso
A nuestro viaje.

Dibujemos los besos
Que siempre soñamos
Y descubramos la carne
En las huellas digitales
En la medida exacta
De todos nuestros miedos
Para que siga de largo
La tragedia
Y no nos toque.

Atémonos las manos
En la mitad de las sombras
Y encontrémonos
Salvos y sanos
Más allá de la frontera patria
En esta cita de adioses
Incompletos.

Tomémonos desnudos
Y urgentes, amor,
A orillas de la noche
Mientras afuera
Nos espera Dios
Y suena la ráfaga
Como si nada sucediera
Como si el otro viaje
No fuera con nosotros.

 

El cielo que inventamos

En alguna parte
Allende de nuestros puntos cardinales
Nos espera
Con la boca abierta
Y la hilera amenazante
De sus dientes
El cielo
Que inventamos
Para mordernos
La fantasía
La adoración
Y los sueños,
Para gritarnos
Que él
No existe.

 

La tumba de la esquina

El sonoro sermón
De tus palabras
Que embriagaba el aire
De la espera
Se quedó sembrado allí
En la manotada de tierra
De la esquina.

No escuchas ahora
La melódica voz
De las guitarras
Ni la monótona
Canción de los sinsontes en la verde distancia
De todas tus fatigas.
Hoy en tu lecho de madera
De raíces amarillas queda
En el adiós irremediable
Del desplazado.

Ahora
Por igual los soles y las lunas
Habitan el aire quieto
De tus madrugadas
Y la silente eternidad
De tus rutinas

En la tumba esquinera
—Prisionero resignado—
De esta noche larga
Sin fronteras.
Conocidas.

 

Retrato amarillento de mujer

Una bolsa de manzanas en el hombro
Y una bolsa y otra bolsa
Debajo de sus ojos
Somnolientos.
En una mano una flor
De pétalos llorosos
Y en la otra mano
La mano de un niño
Que arrastra descalzo
El polvo del camino.
Blanca es la escarcha
De su pelo insomne
De un sucio blanco
Los harapos que visten
Su cuerpo enflaquecido.
Negra es la noche
En el retrato amarillento,
Gris de ceniza
Los lagos de sus ojos
Y pálido el gesto
De su boca desdentada
Como el adiós resignado
De los muertos.
Largo y ajeno es el puente
Que deja atrás la casa
Sin ventanas.

Hasta aquí
El retrato.

 

Del otro lado de la puerta

Del otro lado de la puerta
Está la noche
Tan antigua como el sueño
De mi infancia.
Antes de entrar en
El desorden de la alcoba
Toca dos veces la ventana
Y me interroga.
Ha vuelto nuevamente
Con su olor a madera
De trompos astillados,
Con su forma de tiza
Abandonada en un cielo
De rayuela borrosa,
Con el eco de una ronda
En el patio de recreo,
Y con el sermón del viejo
A la hora de las despedidas
En la puerta de la casa.

Entre la noche y yo
Hay una trampa mutua
De olvido y de memoria
Ella me trae de pronto
Un nombre de mujer
Un sueño de escaleras
La fragancia de un durazno
O el eco incesante
De un rosario.

Yo le devuelvo el libro
Que duerme indiferente
Bajo la almohada
El desamparo de mis pasos
En la alcoba
Y el hechizo transparente
De un vaso medio lleno
De alcohol.

La noche y yo
Somos el viento doloroso
De los inmigrantes.

La noche y yo
Somos amantes y enemigos.

Extraña relación la nuestra.

 

Epitafio a Renato el gitano

Renato llegó una noche
Rompiendo caminos y lunas
Luego de morder tantas distancias
Con su carcajada infinita
Olorosa a tabaco.

Renato llegó de noche
Como llegan siempre los gitanos,
Arrastrando sus fardos sonoros
Sobre caballos ariscos
Montados a pelo,
Cacerolas, pañuelos, boceles de cobre
Y cartas de naipe.
Renato el gitano
Sembró sus toldas sucias
Sin pedir permiso
Porque estaba seguro
De que el mundo todo
Le pertenecía.
Renato
Regó sus cachivaches
Que salieron como por arte de magia
De sus baúles alegres
Y desordenó la tierra
Que recién ocupaba
Con sus zapatos impares.

Renato llegó con su gitana
Compañera de todas las lunas
Metida en su pollera floreada,
Con sus brazos morenos desnudos,
Su mirada de asombrosos felices
Y esa voz de pájaro
Para leer sin ortografía
Las líneas de la mano.

Y aquí enterraron esta noche a Renato,
El zíngaro
Porque de noche entierran siempre
A los gitanos.
Se murió con su barba
Descuidada de un mes
Y su arete de oro
Rompiéndole la oreja izquierda
Y dejó regadas sus toldas
Por el mundo todo.

 

Saturnino

Su verde pelo encanecido
Agitado por los vientos
De septiembre.
Un sol tan parecido
A tantos soles
Y Saturnino envejecido
Tan sólo por los años
Sube la empinada cuesta
Y se pregunta
En la mitad
De su huida dolorosa
Por qué este mundo
Le ha propinado
Tanta ofensa.
Al hombro su fardo
De otoño y faenas
Y un relámpago ilusorio
Al filo de la cumbre
Y al borde del abismo.
Saturnino el sabio abuelo
Ya no tiene arrugas
Sino heridas
Y un puñado de hierbas cenicientas
Creciéndole en el rostro
Mientras huye
Fatigado por las horas.

 

Calle recordada

En la esquina de mi calle
Hay un café
Un poste de la luz orinado
Por los perros
Y un vendedor de lotería.
Hay un semáforo parpadeando
En amarillo.
Hay un viejo que duerme
Con un ojo abierto.

En la calle hay nueve casas
Donde habita un eco
De pequeñas cosas.
Hay pedazos de cometas
Enredados en las cuerdas de la luz.
Hay un aire de saxo destemplado
Que turba el silencio de los balcones.
Hay un chirrido de gozne en las ventanas
Y un rumor de escoba en los andenes.

A esas calles volveré algún día
Con un sombrero nuevo,
Una biblia mutilada
Y un libro de poemas bajo el brazo.
Deslizaré una carta y un retrato
Bajo alguna puerta.
Y esperaré en la esquina
Alguna señal de mi regreso.
Y orinaré otra vez
Contra el poste de la luz
Como los perros.

 

Los otros sueños

Es hermoso descubrir
Que alguien escucha el sueño
De los muertos.

Por eso hoy te escribo
En esta servilleta de papel
Lo que un arcángel mensajero
Me trajo del otro lado
De la noche:

Perfumes, pájaro y cielo
Se habían llevado al hermano
En la lluviosa luz de un mediodía
Contaba el sueño.
Soles, caminos
Y una multitud de casas
A la orilla de la orilla de la orilla
Del otro hermano se marchaba.
Contaba el sueño.

Unas manos sonrientes
Una tempestad de lluvias encantadas
Y una sonrisa que era un tatuaje
Se había llevado al padre
Que además cantaba con las manos.
Contaba el sueño.
Agujas, dedales, cachemir
Y un paño inglés que se quedó dormido
En la sastrería del abuelo.
Contaba el sueño.

Y los amigos ausentes
Soñaron un ataúd de pino,
Una casa vacía, una playa desierta,
Un sabor a palabra a la hora del café,
Un libro que se quedó sin leer.
Contaba el sueño.

Gracias, arcángel:
Es hermoso descubrir
Que alguien escucha el sueño
De los muertos
Al otro lado del camino.

 

Patria

Esta patria oceánica
De navegantes terrestres
Era el camino caminero
Del peón, del campesino
Que acaricia la tierra
Y sueña día tras día
Bendiciendo el surco de la semilla que germina.
Esta patria
Era el silencio aromático
De la montaña verde,
El limonero que alimenta
El aire florecido
Y la senda esmeralda
De la mina oscurecida.
Era la patria
Del niño de la escuela
Descubriendo en sus tatuajes
Su herida en las rodillas;
La pasión del trompo y la canica de cristal
Entre risas y pesares.
La misma patria
En el remanso alegre
Del almuerzo del domingo
La sobremesa aguapanelada
Y el grato verso
En el terco sueño
De una hoguera.

Era la patria
Los semblantes serenos de los indios,
Las manos callosas
Del labriego.
La plateada atarraya
Del pescador insomne
Y el humeante café
En la madrugada.
Esta patria
Era la vejez del viejo
Y la rayuela innombrable
De mi infancia
Era
Mi patria.

 

La casa

Nuestra casa ha sido la misma
Desde hace tantos años.
Abiertas las puertas, las ventanas, los postigos
Para dejar entrar los árboles,
Los pájaros,
Los soles
Y los ecos de la noche.
Final de calle, pared de por medio
Con la tienda de la esquina
Son dos pisos que por cuotas ayer pagó mi padre.
Portón de madera, pasillo embaldosado,
Varillaje de sombrillas,
Madera de bastones,
Sombreros sin cabezas,
Colgando en las paredes aguaverdes
Un reguero de pétalos durmiendo en las alfombras,
El comedor seis puestos, la cocina, sus olores infinitos
Y el mercado del domingo
Volviéndose sabores agridulces en la mesa.
Al fondo un cuarto de costuras, Singer de pedal,
Estudio-biblioteca
Rincón de san alejo.
Veinticuatro gradas la escalera trepando al cielo
De las alcobas que albergan dos hermanos, dos hermanas
Y mi padre y mi madre en la más grande, la que da a la calle…
La de cortinas floreadas para mejores señas.
Tocadas las paredes con diplomas escolares,
Almanaques despistados, copias de pintura
Y un desfile de retratos familiares
Donde singuen viviendo nuestros muertos.
En un rincón un armario que huele a zapatos y calzones mal secados,
Un altar, dos veladoras, un crucifijo de madera, una penca de sábila,
Y un reloj despertador que suena
A las cinco y veintitrés de la mañana.

Un enorme patio como una diminuta finca
Sus tapias coronadas por rotos culos de botella
Y la ropa al viento de los tendederos,
Unos patines olvidados, una bicicleta sin frenos,
Una escoba, una maceta de geranios, un lavadero,
Un gozque correteando detrás de las palomas,
La mecedora de mimbre y la abuela
Balanceando su universo de recuerdos
Y en la mitad de todo
Bajo el palo de mango
La tumba de un canario.
La casa
La misma desde hace tantos años
La que cierra después de las diez y treinta cada noche
Las puertas
Las ventanas
Los postigos
Para quedarnos a solas
Con los sueños.
…………….Esa nuestra casa
………….Que hoy se ha quedado
………….Sola.

 

Nostalgia

Los naranjos deshojados
Con los vientos
De un agosto.
Los primeros goterones
De una lluvia presentida
Reventando el silencio de los techos.
La mecedora del abuelo
Centenario y brujo
En la rueda de la hoguera
Donde cuatro niños
Sueñan con fantasmas.
Las hebras rotas
De la lluvia otra vez sobre la tierra
Germinando la semilla.

El trompo de la infancia
La muñeca de trapo
La promesa incierta
De otro amanecer anunciando feliz
El desorden de la vida,
La abuela tejiendo
Las telas de una araña
Con los hilos temblorosos
Del tiempo humedecido.

Otra vez la nostalgia
En esta tarde azul
Que no anochece,
Mientras vagabundeamos
Expatriados
Sin nombres y sin sueños.

Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo
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