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Finalmente dopo tanto tempo

lunes 22 de mayo de 2023
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Finalmente dopo tanto tempo, por Denise Armitano Cárdenas
Algo le dice que para 1986 o 1987, al igual que ella, él no estaba del todo a gusto en Caracas.

Urbana, antología digital por los 27 años de LetraliaUrbana. 27 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2023 en su 27º aniversario
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Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias,
deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque,
como explican todos los libros de historia de la economía,
pero estos trueques no lo son sólo de mercancías,
son también trueques de palabras,
de deseos, de recuerdos.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles

En el blanco turbio

Caracas, diciembre de 1986, Centro Comercial Chacaíto. Alfredo Di Mauro posa los cubiertos sobre el borde grueso de un plato de cafetería. En el blanco turbio tirando a gris de la loza queda un resto de salsa napolitana que recoge, gesto preciso y limpio, con un trozo de pan. Consciente de su falta a las buenas maneras, Alfredo traga el bocado, satisfecho, seguro de que nadie se fija en él… Al menos eso aparenta creer.

 

Coronado de un halo dorado

Entre una clase de Castellano y literatura y otra de Formación doctrinal, Graciela Camacaro, de diecisiete años, escribe el borrador de una carta en italiano con ayuda de un diccionario bilingüe. La dirige a un joven al que conoció el 6 de junio de 1986, cuando la fragata militar Nave Euro atracó durante tres días en Lisboa.

Seis meses después, y con muchos kilómetros de distancia, la imagen de Stefano Cerretani, uniformado de blanco y coronado de un halo dorado, permanece incólume. Aunque sabe que las probabilidades de volver a verlo son escasas, Graciela mantiene la ilusión de su olor impregnado en una tira de cuero que el joven alférez, desbordante de simpatía, le regaló antes de partir y que ahora adorna su muñeca.

 

Ha colectado tantas postales como años ha permanecido en cada destino: Madrid, Atenas, Santiago de Chile, Buenos Aires, La Paz…

Distinti saluti

Alfredo Di Mauro compra trece postales iguales de Caracas: una para cada mes del año que se avecina y otra para su álbum —suerte de colección—, en el que guarda tarjetas con vistas de todos los lugares a donde el combate lo ha llevado durante los últimos años, antes de encallar en Caracas, en 1984. Ha colectado tantas postales como años ha permanecido en cada destino: Madrid, Atenas, Santiago de Chile, Buenos Aires, La Paz… Luanda también. A pesar de su condición de errante, ha logrado conservarlas. Repite el mismo mensaje sobre cada postal, anodino en su contenido, pero notable en su forma, con caligrafía nítida, elegante y legible, de pluma fuente: Distinti saluti. Sólo varía el encabezado, Caracas 1º gennaio 1987, 1º febbraio 1987, marzo, aprilesettembre, y así hasta noviembre. No teme que sus breves líneas se corrompan durante el viaje desde Caracas hasta un casillero de oficina de correos en un poblado olvidado al pie de los Apeninos. Allí reside su madre, destinataria del saludo mensual y puntual. Para ello, Alfredo ha previsto doce sobres blancos (y uno de repuesto) que protegerán sus tarjetas de posibles daños. Le gusta lo pulcro y lo metódico. Tal vez por ello, más que por apetito, se empeña en eliminar cualquier rastro de comida en sus platos.

Y es el ejercicio de la pulcritud, y del método, lo que debe haber contribuido a que, hasta ahora, no se le haya probado autoría intelectual alguna en atentados y operaciones atribuidos a Avanguardia Nazionale, el partido neofascista con “vocación de pasar a la acción” que fundó en 1960 cuando todavía usaba su verdadero nombre, aunque ya le decían Il Caccola debido a su baja estatura.

 

Sugestivas playas

A Graciela le gustaría acompañar la carta para Stefano con una postal de Caracas, aunque no es fácil conseguir alguna que le haga honor a la ciudad que ahora habita a regañadientes. La mayoría carece de originalidad y de calidad en la impresión. Pareciera que en Taranto ocurre algo similar. Desde esa ciudad portuaria, dueña de una extraordinaria obra de ingeniería como el Ponte girevole y una digna Stazione torpediniere, el marinero italiano le envió una tarjeta con vistas de algunas playas cercanas. La reproducción burda de una imagen fotográfica sin encanto, los colores contrastados, y sobre todo la plétora de bañistas apilados en unas supuestamente Suggestive spiagge pesan sobre aquella postal. Graciela ignora deliberadamente la posibilidad de que su interlocutor epistolar esté reñido con la sensibilidad estética. Prefiere leer y releer —hasta aprenderla de memoria— la frase, escrita con letra vacilante y torcida, que encabeza el mensaje de la cartolina illustrata expedida desde Taranto: Finalmente dopo tanto tempo, siamo arrivati in patria.

 

“Se llevó trece en total, junto al diario de la tarde”

Las vistas impresas de Caracas se repiten: Torres del Silencio, Plaza Venezuela, Plaza Bolívar, Casa del Libertador, el Congreso, el hotel Humboldt, tomas aéreas del distribuidor La Araña o El Ciempiés, criaturas voraces de hierro y concreto que asfixian el tránsito pedestre… Son pocas las del Ávila en su majestad. Sin embargo, de vez en cuando aparece alguna que retrata la ciudad de noche y Graciela la acaba de encontrar en el Centro Comercial Chacaíto, en la papelería del señor Bartolomé. Pero sólo queda una, la de muestra, con los bordes gastados de tanto esperar en el exhibidor. Como si fuera el evento más importante del día, Bartolomé pregona que hace poco un cliente compró todas las que había de esa serie: “Se llevó trece en total, junto al diario de la tarde”.

 

Una espesa gota de tinta

Alfredo Di Mauro ha escrito con esmero su salutación en el dorso de once postales de Caracas; pero al formar el bucle de la “d” de dicembre, una espesa gota de tinta forma una mácula sobre el cartón. No es la primera vez que algo así le sucede. Para eso está prevista la decimotercera postal. En ese caso, la que se ha dañado toma su lugar y es por ello que en el álbum cohabitan algunas intactas y otras con tachaduras, enmiendas o manchas. ¿Qué más da? A Alfredo lo que le importa son las vistas, recuerdos de la itinerancia de su “exilio”, como él lo llama, o de su existencia “prófuga”, como la califica Interpol.

 

Aterriza en el muestrario para ver cómo se le escapa, en manos de Graciela, la última postal de Caracas nocturna.

Casi una señal infausta

Todo se complica cuando, nuevamente, la estilográfica derrama su tinta y daña la postal de repuesto. Alfredo se levanta disgustado. Irrumpe en la estrecha papelería mascullando entre dientes un “buona tarde” y aterriza en el muestrario para ver cómo se le escapa, en manos de Graciela, la última postal de Caracas nocturna. Sus dedos se rozan. Cruzan miradas. Graciela se apresura en pagar y salir. Alfredo le pide a Bartolomé que verifique si no queda otra tarjeta igual. Más que una solicitud, es una exigencia hecha con voz gruesa y opaca, acompañada de repetidos golpes, suaves pero impacientes, sobre el mostrador. Resignado y aún contrariado, sale con dos postales de la Plaza Venezuela y un bolígrafo Kilométrico de tinta negra no sin antes probarlo en una libreta dispuesta para ello, mediante garabatos circulares, afincados con saña. De regreso a la cafetería, Alfredo ordena un “guaioio”. Reflexiona acerca de por qué la pluma fuente de plata y carey que le regalara con tanto afecto Il principe nero, a quien apoyó en su intento de golpe de Estado, vino a fallar en ese momento. Interpreta el reciente incidente como una advertencia, casi una señal infausta. Al escribir con un año de antelación Caracas 1º dicembre 1987, se pregunta: “Almeno arriveremo?”. También le supone una interrogante que, de todas las postales de Caracas, esa jovencita se encaprichara, justamente, con una que estaba estropeada.

 

Errancia onírica

Lo mismo se pregunta Graciela, mientras apura el paso, apretando contra el pecho el cuaderno donde guardó la postal en su bolsa de papel. Revive, esta vez con cierta inquietud, el paseo por las enredadas calles medievales de Lisboa con las que suele soñar, unas veces que se pierde, otras que camina en círculos. En esa errancia onírica generalmente termina encontrando la vía correcta: “Sólo hay que bajar en dirección al río”, repite para calmarse.

Entonces recuerda a su amigo uniformado, de figura estilizada y azul vibrante en la mirada, al narrar el terror que le embargó cuando el 15 de abril de 1986 la Nave Euro se estremeció en medio de un ataque libio dirigido a la base estadounidense de la isla de Lampedusa… Los misiles Scud siguieron de largo para estrellarse en aguas del Mediterráneo.

En las horas siguientes, Alfredo Di Mauro y Graciela Camacaro concluyen que, de haber podido diseñar e imprimir sus propias postales, se habrían ahorrado ciertas molestias… Aunque, si cada uno se encontrara donde realmente quería estar en aquel momento —él bajo la sombra de los cipreses de la casa materna, ella en su ciudad deseada a orillas del Tajo—, no necesitarían enviar postales.

 

Tinta de rotativa

Caracas, martes 24 de marzo de 1987. Antes de desplegar el vespertino, Alfredo saca una cantimplora de bolsillo de su chaqueta sahariana y le añade un dedo de grappa al café. Enciende un cigarrillo. Se prepara para su cita con la columna Mundo Arkano. Le entretienen las consideraciones de su autor que, a pesar de poseer amplia erudición, no parece tomarse muy en serio. Le gustaría conocerlo para empaparse de la soltura de su estilo, porque no todo es doctrina política y acción, aunque le haya consagrado su vida a ello. Luego recuerda que ya no le debe quedar mucho tiempo para socializar en Caracas. Las letras y las palabras de Mundo Arkano destiñen su tinta de rotativa sobre los dedos de Alfredo quien, al terminar una ávida primera lectura, bebe de golpe el caffè corretto dejando impresas sus huellas sobre la taza…

 

En cada uno de los retratos que publica el periódico luce como una persona distinta… Sin duda un personaje inquietante.

Un personaje inquietante

Caracas, 30 de marzo de 1987. En la página de sucesos del diario Graciela descubre la noticia del arresto, ocurrido el viernes 27 de marzo en Caracas, de un terrorista internacional buscado por Interpol: dirigente neofascista, golpista, con numerosas órdenes de captura y acusaciones, prófugo desde 1970, experto en el arte del camuflaje, capaz de adoptar múltiples apariencias como identidades falsas, Alfredo Di Mauro entre muchas.

Su verdadero nombre es Stefano Delle Chiaie. En cada uno de los retratos que publica el periódico luce como una persona distinta… Sin duda un personaje inquietante. A Graciela le intriga el individuo que había sido monitoreado por años en diferentes países de Suramérica hasta su aprehensión, en un restaurante del Centro Comercial Chacaíto, a cargo de funcionarios locales de contrainteligencia a quienes les dio las gracias. Sería deportado a Italia para ser juzgado por su participación en atentados, asesinatos y otros delitos.

Con incipiente consciencia narrativa, Graciela guarda cuidadosamente el artículo y empieza a colectar todo lo que aparece sobre el caso. Durante los meses siguientes llevará consigo un cuaderno con los recortes de prensa, algunos apuntes extraídos de ellos, y la postal de Caracas nocturna que comienza con un Caro Stefano pero que aún no termina de escribir.

 

Arrasado en sus formas y detalles

El 2 de octubre de 2019, la valerosa Nave Euro es dada de baja con veintiuna salvas de cañón. Ese acto solemne, ocurrido en un muelle de Taranto, pone fin a los 35 años de servicio de la fragata cuyo estandarte a partir de ahora reposa en el Altar de la Patria en Roma. De Stefano Cerretani no hay rastro ni en buscadores ni en redes sociales. En el ejercicio de rememorar a quien parece haberse diluido por completo, quizá por el efecto de su propia saturación, Graciela escribe:

Stefano es un paisaje de costa y mar que la luz golpea y percute en nuestra retina, arrasado en sus formas y detalles, difuso en su contorno… Incapaces de verlo, sabemos que el oleaje relame la costa sólo porque ocupa un espacio, ahora minúsculo, en nuestra memoria.

Graciela, de 49 años, tiene exactamente la edad de Stefano Delle Chiaie —alias Alfredo Di Mauro— cuando fue detenido en Caracas. En un cuaderno envejecido acaba de encontrar la postal de Caracas que, tras haber pasado más de tres décadas en el olvido, aún produce en ella una sensación cercana al sosiego. Como si ese pequeño instrumento de comunicación hubiera servido para que lograra dedicarle a su ciudad natal una mirada menos arisca y más sonreída. No en vano la vieja postal de Caracas, enjoyada y escarchada bajo el manto nocturno, será la imagen de uno de sus escritos sobre la urbe.

 

En una grabación realizada durante una interpelación judicial de finales de los ochenta, descubre —o redescubre— la voz contundente del acusado.

Espesura de una masa densa

Aunque sólo estuvo preso unos meses, Stefano Delle Chiaie llegó a temer ser envenenado en la cárcel florentina de Sollicciano. En 1989 fue absuelto de todos los crímenes que se le imputaban por falta de pruebas. Dos décadas después publicó El águila y el cóndor: memorias de un militante político (2012), reeditadas en 2019, poco antes de morir el 9 de septiembre de ese año, apenas cuatro días antes de cumplir 83 años.

Por las noches, Graciela revisa libros, artículos y materiales audiovisuales. En una grabación realizada durante una interpelación judicial de finales de los ochenta, descubre —o redescubre— la voz contundente del acusado de terrorismo y de conexiones con una “internacional fascista” de las sombras. Mira detenidamente la entrevista que le hiciera el prestigioso periodista Enzo Biagi en un bosque tropical (ahora se sabe que fue cerca de Cúcuta, en Colombia), cuando Stefano Delle Chiaie, entonces de 46 años, vivía en la clandestinidad. Ve también los videos de las muchas presentaciones de las memorias de un ya mayor Delle Chiaie, siempre cigarrillo en mano y rodeado de seguidores fieles en su lucha contra el comunismo mundial.

Así, la imagen del personaje velado de las páginas grises de los periódicos de 1987 se torna más cercana, palpable… Ha ganado la espesura de una masa densa y pegajosa que se desborda y se riega indeteniblemente. Graciela lo imagina, ¿o acaso lo recuerda?, en la fuente de soda El Pappagallo vigilando un pequeño cubo de mantequilla Zarco a punto de derretirse: con la punta de los dedos abre el envoltorio de papel plateado y, con el cuchillo, barre el lácteo amarillo pálido para untarlo sobre el cuerpo esponjado, revestido de costra crujiente, de un trozo de pan en el que hinca sus gastados, pero aún afilados, dientes de zorro apetente. Algo le dice que para 1986 o 1987, al igual que ella, Delle Chiaie —cuando era Alfredo Di Mauro— no estaba del todo a gusto en Caracas. Tal vez cansado de ocultarse, o de no tener el estatus del que había gozado en el Madrid franquista de los setenta, pudo incluso haberle facilitado las cosas a quienes lo estaban cazando: quién sabe si deliberadamente dejó sus huellas dactilares en los cubiertos, en la taza, en algún vaso también. Había establecido además conexiones con su entorno a través de hábitos como la compra diaria del vespertino El Mundo en la papelería de Bartolomé, donde se cruzaron en la fugacidad de un instante casi olvidado.

Tras oponer fingida resistencia, aún dejándose atrapar, Stefano Delle Chiaie logró regresar a Italia. Allí vivió en libertad, empedernido fumador y fascista hasta el último de sus días, sin el oprobio de haberse entregado. Apenas pisó suelo italiano, fuertemente custodiado por agentes policiales, debe haber pensado en silencioso alivio:

Finalmente dopo tanto tempo, sono arrivato in patria.

Denise Armitano Cárdenas
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