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Hombre-quipu

sábado 9 de diciembre de 2017
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A Eliú Aguilar García

Desde la distancia, en que se entrecruzan una calle, unas mojoneras y una abertura-ventana, se le puede mirar al hombre-nudo. Esta distancia es relativa. La nomenclatura calle-portón-ventana comprende tan sólo un espacio de unos escasos metros. Por eso, quienes alcanzan a divisar el reflejo pueden ver por ese hueco de visibilidad —éste se abre entre un punto de grieta de la calle número 70 y la ventana a dos metros detrás del portón consistentes en dos gruesos tallos de madera semisembrados— su mesa y sobre ella unos nudos y una pócima de algún brebaje.

Al hombre-nudo se le mira siempre atados sus ojos a su quehacer extraño. Los pocos que miran en el momento exacto de esa línea de luz que se abre por delante de su casa, no dejan de sentir una pena profunda por la evidente degradación de su apariencia.

Los expertos debían investigar cómo era posible que los curiosos le asignaran al hombre de la ventana un epíteto que se acercaba a la idea ancestral de un mecanismo de historiografía inca, el quipu.

Pese a toda evidencia constatada por ciertos transeúntes y fanáticos del misterio de la calle número 70, el hombre-nudo no existe para una mayoría de gente avisada. Es para ellos una visión de un sentimiento por lo antepasado de unas cuantas personas, sólo eso.

La calle número 70 está localizada en una avenida del pueblo. Adyacente a ella, en su lado trasero, se extiende —en forma de sesgo— la remembranza de un río que formaba una de las venas del río Mezcalapa, por el que numerosos botes piratas franceses entraban para sus asaltos, mismo que los pobladores (de Cárdenas y Comalcalco) habían tapado a mediados del siglo XVII. Este río-seco sólo advierte a lo largo de su extensión una hendidura que va desde algún punto de conexión entre el río Grijalva y el Golfo de México.

Cuando la visión de la casa de la calle número 70 comenzó a atraer la curiosidad de los curiosos —porque así son las cosas entre los maya-chontales, que comprueban sus teorías mediante acertijos peripatéticos—, pronto éstos llamaron la atención de los encargados de la cultura, quienes entonces se involucraron en el asunto. Para éstos, era preciso, en primer lugar, saber si el hombre extraño, apodado “Hombre-nudo” por los curiosos, era real; en segundo lugar, los expertos debían investigar cómo era posible que los curiosos le asignaran al hombre de la ventana un epíteto que se acercaba a la idea ancestral de un mecanismo de historiografía inca, el quipu. Es decir, las características del hombre-nudo refrendadas por los curiosos eran una idea vaga de otra idea concreta de alguna manifestación de nostalgia; pero, ¿nostalgia de quién?, ¿de los curiosos?, ¿de un mundo antepasado por nuestro completo desapego del estudio y la meditación del saber? Lo claro era que lo curioso no ayudaba a afianzar la investigación; era preciso brincar de la curiosidad al criterio.

El ministro de Cultura dio el primer paso. Citó a uno de los curiosos más fascinados por aquella representación. Indagó en él sobre la veracidad del hombre-quipu, como él corregía la visión. Constató que el curioso estaba tan seguro de que en la casa de la calle número 70, pegada a la hendidura del río-seco, había un hombre de alrededor de unos 70 años de edad: “Es un hombre flaco, es barbudo, de corona calva, flácido de semblante, su mirada siempre está fija en la mesa, sus manos se mueven de posición, se le ve como alguien entregado en alma y en cuerpo a algún quehacer de extrema concentración, en un acto de lectura o de escritura; aunque todo allí, su manufacturación y las pacas que cuelgan por todas partes —incluyendo la apariencia física del anciano— parece ser nudos”.

La conmoción era del tamaño del misterio. La casa de la calle número 70 era un cajón de amplias paredes de piedra, baldío, abandonado. El interior del predio estaba vacío, sin techo, con suelo terroso, y sus paredes roídas por el agua y por el sol. Sin embargo, el hombre-quipu… no existía.

Siete años más tarde, el ministro de Cultura dio con un sorprendente hallazgo:

Revista Génesis. 15 de septiembre de 1930. México, DF. Apartado literario.

Hace siete días, el Departamento de Educación y Cultura dio a conocer el hallazgo de un quipu inca a unos escasos metros bajo la superficie de un misterioso río hace tres siglos desaparecido por los propios habitantes de todas sus colindancias (Comalcalco y Cárdenas). Lo relevante de tal hallazgo es cómo un quipu, envuelto en un material hermético, pudo haber llegado hasta el punto de ese río, punto ubicado a unos siete kilómetros al norte de la Ciudad Heroica Cárdenas.1 La explicación más creíble era la que refrenda fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de Nueva España (1540-1585). Éste relata en sus crónicas que los sacerdotes toltecas, de entre los siglos X y XII d.C., solían desplazarse hacia el oriente de Mesoamérica y más allá llevando y trayendo pinturas de cosas de antiguallas y de oficios mecánicos, y a la vez traían de vuelta novedades de aquellos otros mundos paralelos, por lo que nosotros creemos que fuera en una de esas andanzas que pudieran haber dejado caer en el lugar acusado uno de esos valiosos documentos arcaicos. Como bien sabemos, el quipu era una herramienta que utilizaban los incas —y las sociedades precedentes— para llevar el registro y la contabilidad. La palabra quipu proviene del quechua [escrito: khipu] y significa nudo. El quipu más antiguo data del año 2.500 a.C. y fueron utilizados hasta la colonización del imperio español, ya que fueron destruidos por los colonos.

Este mismo quipu era acaso aquella maravilla experimentada por estos pequeños curiosos en la escuálida visión. A través de una grieta de luz reflejada por el nacimiento del sol matutino que cruzaba la hendidura del río y salía por una delgadísima hilera de luz de colores reflejantes disparada como rayo hacia la calle, unos jóvenes vieron a un sublime erudito inca que tejía unos hilos verticales mientras sus ojos cansados leían con honda nostalgia sobre la mesa lo que parecía ser un jeroglífico inca.

Termina aquella nota de la revista Génesis, fundada por la Liga de Estudiantes del Estado de México del Instituto Científico y Literario en septiembre de 1930, aclarando que “el quipu fue hallado hace una semana por unos curiosos jovencitos que jugaban a los piratas que desenterraban sus tesoros del río-embutido, y ha sido puesto a disposición del Museo de la Cultura Andina del Perú al momento”.

El hallazgo de esta nota lo había realizado el ministro de Cultura una tarde cuando investigaba en el Archivo General del Estado de Yucatán, el 8 de septiembre de 2000, curiosamente 70 años después del primer descubrimiento incidental del renombrado quipu-inca.

Oveth Hernández Sánchez
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Notas

  1. En 1868, el H. Congreso del Estado le otorgó a la Villa el título de “Heroica”, anteriormente llamada San Antonio de Cárdenas, por lo que hasta hoy es conocida como Heroica Cárdenas.
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