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Notas de olvido

martes 1 de mayo de 2018
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Recuerdo las primeras luces en el otoño del 16. La sombra maltrecha se arrastraba en los tacones de las mujeres. Nada es más pequeño que una caricia, nada; el grito de la mariposa, apenas lo recuerdo, colmó mi tiempo. El ala solar y su gris remoto han abierto un mar de olvido. Era jueves, así fue la cita, y un día anterior, después de doce eclipses, ocurrió el arpegio fatal. Con descuido la vi y el tango “Desilusión” derramó sus luces muertas en las calles; un salto imprevisto, un espacio deshabitado. Somos la ficción en las lágrimas del violín, una danza de dos gotas lumínicas en el escenario con su música perdida. A la mañana siguiente ella todavía era más joven, acaso más aérea, como capullo. Yo, un confeso de sus fantasías, fui marea que deambulaba en las playas ecuatoriales de la tarde. Salimos a platicar al teatro Época. Dos horas sin palabras. Dos ideas en fuga. Dos sueños vacíos. Consumimos todas nuestras tristezas y volvimos otra vez hacia la noche, a la casa sin luciérnagas ni amor. Sé que todavía busca el árbol para nacer. Yo todavía espero el vaticinio de la gitana, que alguna vez me descubrió una historia escrita. De ella ya no recuerdo su rostro, tampoco su voz, sólo el artífice multicolor de que me parecía una mariposa. A veces todavía avanzo por las calles que me hacen olvidar su nombre, porque mi visión allí se ahoga, y los tacones de las mujeres siguen haciendo música en los escenarios de las vísperas de aquel otoño que persiste en mi memoria.

Fernando Salazar Torres

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