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Dos biografías: Cocteau y Maiakovski a través de la mirada de Juan Gil-Albert

lunes 14 de agosto de 2017
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Juan Gil-Albert
Llama la atención en las biografías de Gil-Albert sobre Cocteau y Maiakovski la alta calidad de la prosa del escritor alicantino.

Gil-Albert va a demostrar su calidad de crítico literario al dedicarse al estudio de las obras de Jean Cocteau y Vladimir Maiakovski, aparecidos en su libro Mesa revuelta. Aparecen ambos ensayos en el volumen 6 de su Obra completa en prosa que la Institución Alfons el Magnànim se encargó de editar en 1984.

Lo que llama la atención de estas biografías es la alta calidad de la prosa del escritor alicantino, un nivel que no es habitual en muchos escritores actuales.

Si repasamos el estudio de Cocteau, nos preguntamos qué interés tiene Gil-Albert en su obra. La respuesta es sencilla, lo que atrae al escritor es el mundo de la bohemia de los años 20 y 30 que vivió Cocteau en París y las personalidades que aquél conoce: Edmond Rostand, Catulle Mendès, Marcel Proust. A todo esto se une la importancia que tiene el teatro para el escritor francés, lo que le emparenta con una mujer mítica, tan admirada por Gil-Albert: Sarah Bernhardt.

Gil-Albert ama esa alegría de vivir que representan París y los años 20.

Gil-Albert ama esa alegría de vivir que representan París y los años 20. Dirá en su biografía sobre Cocteau lo siguiente: “Cocteau ha representado, tal vez como nadie, esa moda, esa inventiva, ese ingenio, esa gracia impositiva: lo parisiense” (Juan Gil-Albert, 1984: 234).

Para el escritor alicantino Cocteau va a ser un privilegiado al conocer a Proust y a la Bernhardt y, además, ver bailar a Nijinsky. Ya sabemos que a Gil-Albert el baile clásico le recordaba esa época suya de Valencia, esa admiración por mujeres como Isadora Duncan (ya lo vimos en Crónica general). Hay en el baile, sin duda alguna (como muy bien recordó Bergamín al contrastar al bailarín y al torero), algo hermoso, una estética que supone el triunfo de la belleza.

Para Gil-Albert, Cocteau representa el hombre que sobrevive, que ha pasado por las mejores épocas, testigo de los grandes acontecimientos de su siglo; lo explica muy bien en el libro cuando nos dice que ha sobrevivido a Max Jacob, Pierre Reverdy y tantos otros.

Jean Cocteau
Cocteau va a ser para Gil-Albert un hombre que ama el teatro, hecho para él, para transformarse en una máscara en la escena.

También va a ser Cocteau el gran conversador, el hombre que se entrega a la charla sin prisa en una época ya perdida para siempre: “Y es que Cocteau seduce con su conversación, deslumbra” (Juan Gil-Albert, 1984: 240).

Lo que consigue Cocteau es atraer en las tertulias de los cafés, en los camerinos de los teatros, tanto es así que “André Maurois afirma que cada una de sus visitas académicas fue una obra de arte” (Juan Gil-Albert, 1984: 240).

Hay algo que asemeja a Gil-Albert con el escritor francés, esa sensación de ser superviviente de una época. Si la del escritor alicantino fue la Guerra Civil y la dictadura franquista, en Cocteau podemos irnos más lejos, a la guerra del 14 y a los siguientes años en París.

Nos habla en el libro de Radiguet y de Rimbaud y los considera genios. Cuenta que la muerte de Radiguet en 1923 va a influir muy fuertemente en el escritor francés: “Al morir Radiguet, en el año 23, Cocteau atraviesa una época de depresión nerviosa que le obliga a recurrir al opio” (Juan Gil-Albert, 1984: 249). Esta adicción terrible será controlada por los amigos que le ayudan a salir de ella: Diághilev, Jacques Maritain y Pierre Reverdy, entre otros.

Cocteau va a ser para Gil-Albert un hombre que ama el teatro, hecho para él, para transformarse en una máscara en la escena: “Sí, Cocteau es criatura teatral y hombre de teatro, ilusionado e ilusionista” (Juan Gil-Albert, 1984: 253).

Los novios de la Torre Eiffel de Cocteau fue representada por el Ballet Sueco; tradujo también Antígona y Edipo Rey.

Pero su obra más perfecta, llevada al cine por él mismo, fue Los padres terribles; durante doscientas noches el público aplaudió esta obra que pone en tela de juicio el concepto de autoridad, reivindica la libertad y se muestra como una apología del libre albedrío humano.

Detrás de Los padres terribles está, para Gil-Albert, el mito de Edipo, que siente adoración por la madre, pero necesita vivir en brazos de la muchacha para realizarse virilmente. Cocteau se interesa por el psicoanálisis, por los conflictos de personalidad, y ofrece a Jean Marais (en la versión cinematográfica que él dirige) una interpretación brillante del mito.

Lo que le interesa a Gil-Albert, y así lo subraya en este estudio sobre el escritor francés, es el esfuerzo por la eterna juventud, por mostrar al hombre en su pasión juvenil, por desdeñar la vejez como el escritor alicantino hizo siempre.

Hay, en ese sentido, identificación, por tanto no es arbitraria la elección de Cocteau como biografiado. Gil-Albert nos va a revelar que el interés por el escritor francés anida en esa separación vital ante el tiempo, en un ser que parece arraigado a la juventud, al igual que otros escritores que admiró el escritor alicantino; dice así en el libro: “En cambio, observemos de cerca a aquellos artistas que pasan por haber conservado, como un rasgo perenne, su don infantil, su melancolía primaria, su anarquía inocente, su proceder lírico y amoral: Wilde, Proust, Cocteau” (Juan Gil-Albert, 1984: 264).

Lo que el escritor alicantino nos propone en el estudio es ubicar a Cocteau entre esos jóvenes que tienen algo de indolentes ante la vida: “jóvenes que, pasando por serlo siempre, podría sospecharse que no lo han sido nunca” (Juan Gil-Albert, 1984: 265).

Puedo afirmar que Gil-Albert, con su dandismo, con su admiración hacia la juventud y su rechazo a la vejez, siente esa misma inclinación que Wilde, Proust o Cocteau. Son escritores que buscan rejuvenecerse, no aceptando la vejez o la muerte, como el personaje de Thomas Mann en La muerte en Venecia, anhelando lo perdido, envueltos en una época de su vida que no les pertenece. Sabemos que Wilde o Proust murieron jóvenes, pero no importa, quieren ser adolescentes, como el personaje de Dorian Gray, y eso les condena para siempre.

Cocteau es, para Gil-Albert, reflejo de una época sin prisas, que experimenta esa llamada de lo ancestral, pero que no se niega al experimento, fruto de su visión estética de la vida.

Fue autor de otras obras llevadas al cine por él mismo: La sangre del poeta, El eterno retorno y La bella y la bestia, experimentos repletos de imaginación que para algunos pudieron ser incomprensibles, pero que esconden una visión psicológica del mundo, una visión mítica de la vida.

Nos cuenta Gil-Albert que en Oxford, cuando Cocteau ya ha cumplido 67 años, va a decir a los jóvenes que la verdadera obra es lenta y que las prisas del mundo moderno sólo consiguen desordenar la creatividad y ceder ante lo banal, ante lo mundano.

Cocteau se convierte así en un interesante referente para Gil-Albert, por su valía como hombre singular, imaginativo, anhelante y nostálgico de un tiempo ido, pero también osado ante la técnica que desvela el mundo moderno.

Aceptó el escritor francés los brazos de la Academia Francesa, acontecimiento que recriminan algunos amigos por considerar que Cocteau cedía, pese a una obra rebelde y rupturista, ante la tradición; la respuesta del escritor francés fue la siguiente: “Puesto que no tienen lo que tenemos, nos es preciso tener lo que tienen”. Lo que el escritor decía le envuelve en el misterio, como sus extrañas obras o su propia vida.

Gil-Albert consigue que nos interese Cocteau y que su extraño mundo sea también parte del nuestro. En su prosa cuidada late el alma de un crítico nada desdeñable.

 

Vladimir Maiakovski
Fue Maiakovski un hombre volcado hacia la Revolución, pero no a la creada por Lenin, sino a la que auspició la justicia humana.

Para el escritor alicantino, Maiakovski representa el cambio, la revolución, el ansia de libertad.

Maiakovski: una imagen de su vida

Vuelve Gil-Albert a deslumbrarnos con un estudio sobre el poeta ruso Maiakovski, lo cual no nos sorprende ya que el escritor alicantino siempre mantuvo un interés muy vivo hacia la cultura rusa (recordemos El retrato oval y la precisión con que investigó la saga de los Romanov).

Gil-Albert descubre en Vladimir Maiakovski al hombre que sigue la senda de Rimbaud. Nacido en Georgia, el escritor ruso supone un soplo de aire fresco, una especie de revelación que excluye el clasicismo para expresar, en el lenguaje más cotidiano, lo que nos sorprende del mundo real.

Para el escritor alicantino, Maiakovski representa el cambio, la revolución, el ansia de libertad: “Maiakovski se vuelca a leer literatura revolucionaria, teórica y de acción” (Juan Gil-Albert, 1984: 279).

Pasará el poeta ruso por la cárcel, como tantos otros, debido a su postura revolucionaria. Será en la prisión donde leerá a algunos de los grandes: Byron, Shakespeare, Tolstoi.

¿Qué le interesa a Gil-Albert de Maiakovski? Desde luego, su inclinación a la pintura, que el poeta ruso ejerce durante una época de su vida, haciendo retratos a lápiz, de sus conocidos.

También le interesa el momento histórico en que vive el poeta ruso, siendo testigo de la caída de los zares, en el año 1913. En ese año la dinastía Romanov celebra el tercer año de su nacimiento. Fue el gran momento para la creación de un manifiesto destructivo-constructivo que pretendió echar por la borda lo clásico: Tolstoi, Pushkin, Dostoievski. Aunque el poeta ruso matizará y señalará después que no hay que quemar la cultura clásica, sino arrinconarla en las escuelas, no en la vida real.

Fue Maiakovski un hombre que buscó la provocación; así creó su obra Nube en pantalones, donde el poeta expresó el sentido cómico de la vida: “Me iré, ataviado de manera increíble, llevando el sol por monóculo ante mi ojo abierto de par en par” (Juan Gil-Albert, 1984: 285).

El poeta ruso es un extraño personaje que Gil-Albert retrata en esa confluencia de locura y cordura, de hombre moderno, pero también perdido en sus ensoñaciones.

Fue admirado por Boris Pasternak, lo que da idea de la dimensión que tuvo el poeta ruso. Gil-Albert señala la admiración que tuvo por parte de su pueblo: “Esta atracción la ejerce, igualmente, sobre los demás, y acaba por imponerse a las multitudes por esos vínculos que, como cables invisibles, por usar un símil del gusto de la época, encadenan la atención general al gesto del héroe, al gesto, a la palabra, a su sola presencia” (Juan Gil-Albert, 1984: 288).

Fue Maiakovski crítico con la locura humana, con la guerra que vive Europa, con la hipocresía de aquellos que dominan el mundo.

Gil-Albert señala que el poeta era un trabajador incansable de la palabra, pero también de su mundo interior, lo que daba lugar a la creación de frases extrañas, versos difícilmente comprensibles. ¿Acaso estaba loco?, no lo cree Gil-Albert, lo que piensa es que era un esteta, intentando huir de la fealdad del mundo, vertiendo en el verso su bello y extraño mundo: “Imágenes, asociaciones, lenguaje inédito, cristalización emocional de los hechos cotidianos, convertir en belleza nueva la real fealdad de las cosas” (290).

Fue Maiakovski un hombre volcado hacia la Revolución, pero no a la creada por Lenin, sino a la que auspició la justicia humana, una revolución que luche por la libertad de aquellos que estén oprimidos, se llamó la Rosta (era el nombre de la agencia telegráfica que los editaba). Fueron carteles enormes pegados a los muros de las estaciones, como señales del mundo que le rodeaban: noticias del frente, consignas a los transeúntes.

Toda esta labor tiene un precio y Maiakovski lo pagó; su osadía al decir lo que sentía y su valentía al escribir (en forma de poemas, carteles) fue el foco de su aniquilación.

Gil-Albert señala que hubo una importante censura en contra de la labor del poeta ruso: “Limitando sus publicaciones, silenciando su nombre, retirando su retrato de bibliotecas” (Juan Gil-Albert, 1984: 295).

¿No nos recuerda un poco al desprecio que sufrió Gabriel Miró, aunque fuesen otras causas las que apoyaron su silencio? ¿Acaso no nos hace pensar en el exilio de muchos de nuestros intelectuales?

Lo que el escritor alicantino nos dice es que la ética de Maiakovski va a ser su principal obstáculo para subsistir en un mundo injusto y cruel. El conflicto, como expresa Gil-Albert, no va con la cultura, con los creadores del comunismo, sino con la administración. Lo que Stalin dijo lo resume todo: “Maiakovski es el mejor y más grande poeta de nuestra etapa soviética” (Juan Gil-Albert, 1984: 297).

La crítica a la ciudad de Nueva York cuando Maiakovski viaja a aquel fantástico lugar nos recuerda al García Lorca de Poeta en Nueva York.

La paradoja viene al saber que estas palabras las pronunció cuando el poeta ruso estaba ya muerto. Si hubiese vivido, el régimen estalinista le hubiese eliminado sin pensarlo. La burla y el sarcasmo de los grandes dictadores (muy pocos tan crueles como Stalin) ante el sentido común no tiene límites, como en el caso comentado.

Habla Gil-Albert acerca del teatro de Maiakovski y encuentra en el mismo una cierta afinidad con Calderón de la Barca; ambos crean un teatro de símbolos, Calderón en sus famosos autos y Maiakovski en esos personajes que no están vivos, pero que sí reflejan ideas.

No hay que olvidar a García Lorca; aunque Gil-Albert no lo cite, ni a Rafael Alberti, ambos autores creen que el teatro puede ser simbólico y aportan, como el autor ruso, una gran fuerza a sus personajes.

La espectacularidad del teatro del poeta ruso nos recuerda a Valle-Inclán cuando trae a la escena payasos, domadores y acróbatas, todos amenizando un mundo que parece trivial, pero que esconde la tragedia de la vida. Tenemos que recordar, sin duda, El público de García Lorca o Así que pasen cinco años del mismo autor, donde los personajes irrumpen como símbolos de un mundo aparentemente cómico, pero en esencia trágico.

Criticó el poeta ruso a los funcionarios en su obra El baño, porque lo que le interesó al autor fue desarticular el aparato administrativo, poderoso y enigmático, donde la injusticia sobrevive siempre.

La crítica a la ciudad de Nueva York cuando Maiakovski viaja a aquel fantástico lugar nos recuerda al García Lorca de Poeta en Nueva York; aparece una idéntica desazón ante el mundo moderno, por su avance que cercena la imaginación con esa dosis excesiva de deshumanización que reina en muchas ciudades.

Lo diría muy bien Maiakovski en un poema al mundo moderno: “No hay que entonar himnos al ruido; todo lo contrario, poner amortiguadores. Los poetas estamos necesitados de silencio durante el viaje para nuestras conversaciones” (Juan Gil-Albert, 1984: 305).

El escritor alicantino toca otros temas interesantes en este estudio sobre el poeta ruso pero, para no extendernos innecesariamente, aporto a este estudio la magnífica visión que Gil-Albert tiene de él en el retrato que estamos analizando: “Poeta de signo solar dije, si no nos olvidamos que el sol tiene su cenit, y su nadir, el sol de medianoche; al llegar a ese punto la Tierra está cubierta de tinieblas” (Juan Gil-Albert, 1984: 320).

Al llegar a este punto, podemos imaginarnos que tanto brillo, tanta lucidez iban a declinar rápidamente, como aquellos seres que viven poco tiempo, pero cuyo esplendor queda siempre en la memoria.

El suicidio del poeta ruso tiene que ver con su vida, harto de no poder adaptar su mundo interior (libertad, justicia) al real (fracaso, guerra, injusticia). Maiakovski decidió ese final, como una forma de renuncia a todo lo que no comprendía y no aceptaba. Gil-Albert, con el inmenso respeto que su visión ética de la vida le proporciona, le rinde homenaje, por su osadía y sus ganas de ser libre en un mundo carente de libertades.

Buen homenaje, sin duda, de un hombre que resistió al tiempo (Gil-Albert, hasta sus noventa años) frente a otro, muerto todavía en la juventud, pero presente en todo espacio donde se hable de libertad y de igualdad entre los hombres.

Para terminar, es importante señalar que este homenaje al escritor ruso fue escrito por el escritor alicantino en 1969.

 

Conclusión: Cocteau y Maiakovski

He elegido este ensayo de Gil-Albert porque sirve para conocer su labor de crítico. Lo que más le interesa al escritor es resaltar la faceta humana de ambos artistas. Por ello, sitúa a Cocteau como un hombre vinculado al mundo de París y de la bohemia.

Por otro lado, Maiakovski es centro de su interés por su valentía en denunciar la política corrompida, como lo fue la que engendró la dictadura de Stalin en la antigua Unión Soviética.

Para el escritor alicantino, ambos artistas representan la libertad, la pasión por lo que sienten, sin condicionamiento alguno. No en vano Cocteau buscó en el surrealismo una forma de mostrar sus ensoñaciones y sus fantasías. No fue muy distinta la forma en que el poeta ruso mostró el mundo, buscando en su poesía la unión entre lo real y lo imaginario, sin eludir nunca la crítica al sistema estalinista.

Fue precisamente esa crítica la que le costó la vida, lo que nos hace reflexionar sobre el hecho de la libertad y sus consecuencias en un mundo totalitario como el que puso en marcha Stalin.

La figura de Cocteau tiene relación con el escritor en su idea de la juventud como época dorada de la vida, al igual que Gil-Albert detesta el hecho de la vejez y el destino trágico del hombre.

Por todo ello, los ensayos dedicados a ambos artistas han de estar presentes en este estudio sobre el escritor, destacando aquí su faceta como crítico que, al igual que en sus novelas o en su poesía, supo llevar a cabo con maestría en diversos ensayos sobre historia, arte, cine, etc.

Pedro García Cueto
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