Nos gusta que nos engañen, nos gusta soñar sin base, dar vida con nuestro interés a hechos inexistentes, admirar a personajes que nunca fueron reales, vivir sus vidas o soñarlas hasta el punto de dar corporeidad a quienes no son otra cosa que un nombre sobre un papel, y lo que es más peligroso, otorgándoles una presencia física que nunca tuvieron, es el mundo de las luces y las sombras, el mundo de lo fantástico que hace que a veces nos confundamos, o tal vez nos escapemos a ese otro plano, sobrentendido siempre, con un peso en nuestra cotidianidad que en ocasiones suplanta toda lógica.
Necesitamos la mentira, o la fantasía, para vivir; sin ella vegetaríamos, nuestra vida sería plana, sin relieve.
Primero fueron los cuentahistorias que de viva voz fascinaban a sus oyentes, Homero y otros muchos, luego fueron legión y la saga ha continuado, literatura, poesía, teatro, cine, seriales televisivos y los sueños siguen proliferando y los personajes ficticios se cobran su libra de carne a través de actrices y actores a los que llegamos a confundir con personas como nosotros cuando no son más que intérpretes de sombras mucho más frágiles que el humo.
Hace muchos años, viendo una película, me di cuenta de improviso de que nada de aquello era verdad, que los actores tenían su identidad propia y lo otro, argumento, nombres situaciones, no eran más que mentiras muy bien orquestadas y que me forzaban a participar en mundos que hoy denominaríamos virtuales, pero sin los cuales nuestras vidas adolecerían de un enorme vacío, el 50 por ciento de nuestras existencias, esa materia de la que están hechos los sueños.
El ser humano necesita soñar y no me estoy refiriendo al sueño nocturno; necesita evadirse de la realidad, refugiarse en otras vidas, en otras realidades, en un mundo falso pero placentero como el de los niños que tiran con una cuerda de una caja de cartón y en su mente lo llaman coche o como las niñas, que dan de comer a sus muñecas sabiendo perfectamente que la comida no lo es, y que las muñecas no comen.
Necesitamos la mentira, o la fantasía, para vivir; sin ella vegetaríamos, nuestra vida sería plana, sin relieve. La vida de una hormiga o de una abeja, la satisfacción del deber cumplido y nada más, necesitamos que nos engañen para ser felices y luchamos a capa y espada por nuestro universo de luces y sombras al considerarlas tan imprescindibles como el aire que necesitamos para respirar.
Es así.
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