Desnúdate frente al espejo,
acaríciate el cuello, colócate de espaldas y abrázate como si estuvieras
a punto de hacerte el amor. Bésate el antebrazo y, con la saliva que
deposites sobre tu piel, haz trazos con acuarela llenándote la boca de tus
colores favoritos; después lávate los dientes con tortilla tatemada y haz
gárgaras de enjuague bucal y salsa tabasco; repite la operación hasta
lograr un tono de voz lo suficientemente rasposo como para eliminar
cualquier duda de que has sufrido en esta vida.
Ponte tu ropa de gala, tu vestido más elegante, el de tu boda o el traje
que te pusiste para la boda de tu ex novio o para el funeral de tu abuelito
(quizá sea el mismo); ponte tu mejor loción, busca en la sección amarilla
algún servicio de limosinas, contrata la más cara y dales el número de tu
tarjeta de crédito, si no tienes, usa el número de tarjeta de crédito de
quien tengas a la mano. Sal de tu casa, toma el primer camión que pase y
aunque haya lugares para sentarte, tú manténte firme y bien agarrada del
tubo, hasta que te duela la axila. Entonces pide la parada y asegúrate de
bajar cuando el camión aún no haya detenido la marcha.
Probablemente te hayas raspado la rodilla, un codo, o la mano; si no
sucedió esto al bajarte del camión, intenta sorprenderte a ti misma y
métete el pie para que puedas tropezarte. Ahora sí, segura de que tienes
un buen raspón, acude a cualquier supermercado, busca en la sección de
frutas y verduras un pedazo de sandía previamente cortado por mitad, y unos
limones, antes debiste haber llegado a abarrotes y tomado la salsa de tu
preferencia. Si el establecimiento cuenta con venta de calzado, siéntate en
alguno de los sillones destinados para dicha área, si no, cualquier pasillo
es bueno. Destapa tu sandía, pela los limones, utiliza un gajo de limón
para untarlo sobre la herida, aplica la salsa, y entonces sí, dale una
mordida a la sandía, y una chupada a la herida, repite lo anterior, hasta
que la herida no arda o hasta que te acabes la sandía. Lo que pase primero.
Acude a la casa de alguien que hayas querido mucho y que según tú, ya
no signifique nada en tu vida, no se admiten familiares. Sabrás cuál es la
indicada, cuando al llegar sientas un resquemor tibio en la boca del
estómago, si esto no sucede, intenta con la siguiente persona de tu lista.
Al llegar a la puerta o cancel de la casa, busca un pedazo de ladrillo, rama
de árbol caído o cualquier otro objeto contundente que encuentres cerca,
los animales no son opción. Ponte a hacer escándalo como mejor se te
ocurra, rompe una ventana, agarra a palazos el auto de el o la susodicha(o),
o en su defecto el de sus padres o esposo(a), hasta que alguien salga a tu
encuentro. Si sale la persona deseada, abalánzate sobre de él/ella y
propínale el mejor beso de su vida, después, y si el tiempo es propicio,
dale una buena explicación de por qué te alejaste o de cómo es que lo(a)
sigues queriendo o de lo hijo(a) de puta que es por haber hecho o dejado de
hacer aquello que tanto te dolió pero que por supuesto y bien aclarado lo
tiene ya no te duele y ya no es nada en tu vida y ultimadamente qué estás
haciendo ahí, te preguntas en voz alta, y así como llegaste, te vas. Ahora
que, si no sale la persona deseada puedes: 1) si se te antoja, besar al que
salga, y mandarle preguntar al interesado las dudas anteriormente expuestas,
y darle tu e-mail al besado(a) para que el interrogado(a) conteste por ese
medio o 2) hacer como que no fuiste tú y gritar que el agresor se fue por
la derecha, mientras tú corres por la izquierda.
Arregladas tus deudas con el pasado, regresa a casa, date un baño largo
y tendido (ojalá quepas en tu regadera), y cuando estés a punto de
quedarte dormida, cierra la llave del agua, primero la caliente, para que
puedas despertarte. Arropada con tu bata de baño o simple toalla súbete a
la azotea y ponte a espiar a tus vecinos. Encontrarás todas las vigas en
los ojos ajenos, y las barbas remojadas estarán en los tendederos
secándose al sol, para hacer rellenos de almohadas y cojines que adornarán
todas esas casas donde tú no vives.
Cansada de husmear vidas ajenas, regresa a la intimidad de tu
habitación, tírate en tu cama y duerme como si estuvieras en algún
comercial de colchones. Cuando despiertes (tres horas o días después)
corre al espejo y obsérvate detenidamente. Te darás cuenta de que eres la
misma de ayer, de que sigues inútilmente creyendo en ángeles y amores
desaforados que se desatan en un abrazo para después prenderse a una
sonrisa ajena.