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Jorge Gómez Jiménez |
Manifiesto de La Victoria (en conmemoración del X aniversario de su Ateneo)
Desde La Victoria, escenario de importantes episodios de nuestra vida republicana, despertamos al llamado de un espíritu de hondas tradiciones humanísticas e intelectuales, avergonzados de habernos sumido, cuando más se ha requerido de ideas, en el más cómodo y vergonzoso silencio. Viene a ser el décimo aniversario de una institución que simboliza la irrupción de una generación que ensayó nuevos espacios de acción dentro de la actividad artística de la ciudad, la excusa perfecta para una conmemoración que avive esa voz crítica que el país requiere con urgencia. Las sociedades tienen definidos sus roles: el arte explora mundos posibles, los gobernantes se nutren de ellos para buscar la felicidad de sus habitantes. Pero estos últimos, ocupados en sus rebatiñas, han omitido sus funciones. Y así como hoy denunciamos el olvido de los políticos, reconocemos también nuestro estancamiento, nuestra inercia, nuestra complicidad en este lamentable estado de cosas; el sector cultura se ha visto groseramente infiltrado por esa terrible práctica de lo perecedero, de lo desechable, de la banalización de la vida y de las discusiones; hasta en las revistas de arte ya dejó de hablarse de arte: se promociona vulgar y descaradamente, en la mejor tradición politiquera, figuras de dudosa trayectoria, con frívolo afán de celebridad. Se busca, en la audiencia y en la negociación bellaca, lo que debe conseguirse en la lucha y en la transparencia. El sector-adorno está callado: no habla por temor a perder las migajas de los festines palaciegos. Es por eso que invitamos a los artistas, gerentes culturales y demás cultores, a hacer uso del sano (y ya perdido) ejercicio de la autorreflexión, a rectificar y redefinir nuestro papel para con la comunidad, a proponer caminos en este mar de oportunismos y neomesianismos en que el país está ineluctablemente viendo frustradas sus esperanzas; ese rol de ofrecerle a la comunidad el soberano privilegio de la inteligencia, de la capacidad de soñar, de la creación como honda parábola del más puro sentido de la libertad... Queremos que la sociedad entienda su historia como una reserva intacta que debe preservar, y a la cual acudir en momentos como estos, que la cultura es lo que le impide retroceder en sus alcances como civilización. Somos, por definición, un sector comprometido con el desarrollo de nuestras comunidades; somos, por definición, un sector escéptico de propuestas facilistas y banales. Por eso rechazamos cualquier adhesión partidista, rechazamos el mesianismo, el populismo, rechazamos las formas dogmáticas con que quiere reducirse la magnitud de nuestros complejos problemas. Exigimos, en cambio, que se nos escuche en nuestras peticiones, que las élites del poder abran su entendimiento a la verdadera democratización de las relaciones con la comunidad, y eso incluye la debida consulta en las decisiones que nos afectan: en las políticas que se elaboran para este sector, en la designación de las autoridades que ejecutan nuestros presupuestos, en la dignificación de las condiciones de trabajo de ese inmenso talento que debe arrastrar el estigma de ser "de cultura", como si no fuésemos parte integrante de la vida diaria. Notamos con preocupación que el desdén con que las autoridades nos miran ha logrado alcanzar al corazón de la comunidad misma, que no entiende que un pintor o un escritor es de mayor trascendencia en su vida cotidiana que un político de oficio. Hacemos uso, por tanto, de nuestros derechos irrenunciables: del derecho a disentir, a cuestionar, a refutar con propiedad y sólida argumentación, de nuestro derecho a reprochar el descarado oportunismo de una clase política, su odiosa cultura de lo inmediato, su arrogancia en el ejercicio del poder, su miopía y su incapacidad manifiesta de interpretar las necesidades reales del colectivo. Ya no hay izquierdas ni derechas, sólo palabras huecas colman la escena. Es por eso que ejerceremos nuestro derecho a ofrecer propuestas a una comunidad cada vez más carente de ideales, de esperanzas, de mundos posibles. Porque en estos momentos en que se agudizan los conflictos que arrastramos a lo largo de nuestra historia contemporánea, debemos ofrecernos el tiempo de repensar la sociedad que queremos tener. No se solucionan las cosas sólo desde el confort del voto. Debemos tener la sensatez de acallar la gritería que domina el escenario, de cortar con la noción que se impuso de que el alarido y la prostitución de los valores es más útil que la razón; porque las verdaderas transformaciones del hombre vienen del espíritu. Y ese espíritu se forja con la silenciosa constructora de la cultura de los pueblos, que es su educación. No podemos entonces acostumbrarnos a lo mediocre, a la desesperanza de esa triste herencia que nos ha hecho sentir eternos ciudadanos de tercera. Debemos entender que es este y no otro el tiempo de los verdaderos cambios, que no hay nada que esperar, que no hay transformación que no parta de las más íntimas convicciones. Responderemos a la indiferencia y la arbitrariedad gubernamental despertando de la pasividad, irrumpiendo desde nuestro largo sueño, cohesionando al sector para que piense en la comunidad, no para que la divierta. Invitamos, entonces, a las comunidades artísticas del país a levantar su voz para demostrar que, además de llenar planillas para suplicar subsidios, tenemos cosas que decir. Porque no debemos sucumbir ante el poder del desencanto, pero tampoco debemos caer en la trampa de la delirante euforia de la falsa "belleza" que maquilla miserias, sino llorar la sincera belleza de la miseria, ayudar a esa belleza triste que quiere convertirse en belleza luminosa. Venezuela está en una importante transición de su convulsionada vida social. Vivimos tiempos de cambios, pero de cambios reales; tiempos donde el último reducto de lo humano, el último refugio del hombre, cuando definitivamente se asquee de la rapiña, del rapto y del crimen, de la vocinglería chabacana, de la vulgaridad imperante que se manifiesta desfachatada en todos los órdenes de la vida diaria, será ese universo que bulle en las letras, en las tablas, en los colores y las formas que prefiguran el paraíso perdido al que —siquiera en la dimensión de lo posible— aún podemos aspirar. Porque el hombre, ese hombre que es a una vez cordero y lobo de sí mismo, aún puede aspirar a ejercer su verdadera condición de hombre. Artistas de Venezuela, comencemos la jornada.
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