Poemas
Armando Limón
Un día de estos
i
Por la mañana
ojos y archivo abiertos
estiran los músculos
disponiéndose a la tensión
del siguiente capítulo.
Bajo doméstica lluvia artificial
reinvento mapa y brújula
fieles a mi resolución,
luego pinto con pan y café
la angustia de la digestión.
Salgo al multitudinario río
de latidos andantes;
con presunta esperanza
propongo, dudo, me retracto;
forzado decido los vericuetos
de cuerpo y alma comerciales
caídos en azaroso regateo.
Rescato alguna chispa heroica
de entre bellas minucias
del inconsciente colectivo,
para seguir tiñendo
después de la sobremesa
palabras que retejan en mi voz
recientes hechos callejeros
de irrepetibles certezas
dislocadas del instante.
Logrado un día de estos
después del pan y la leche,
acudo a la hoja en blanco
para que dé fe de erratas.
ii
Realizada la vocación del día;
la sombra vespertina engulle voraz la luz del ocaso,
tiende su tupida falda sobre las últimas perspectivas.
La noche domina todo conato de reflejo,
la pupila se ensancha ávida de apariciones,
mis ojos tantean a ciegas la ubicación
de los perfiles diluidos en su doble cero.
El itinerario de la memoria no registra escrúpulos,
nuevo miedo se me instala a sus anchas,
ambigua serenidad retumba en la entraña,
se despinta el "según" del cristal y el color con que se mira,
las referencias de domesticación se esfuman,
aterra paladear esta libertad inédita,
el superego se me restablece con close-ups,
en umbría, la osamenta del vacío
es otra que en descubierto reflejo,
las siluetas se ufanan de vestir la piel de la noche,
por un momento el anonimato de la ignorancia
se revela en sólida ilegibilidad,
reconozco que no sabía la palma de mi mano,
inútil imaginar auroras en esta hoja en negro,
el reloj manotea con minutero relativo
transitando de carátulas blanco circular
hacia diluidas máscaras negro esférico,
tres, dos, una dimensiones se estrangulan
en este descomunal borrón de luz,
la plenitud de esa nada me enmudece
con su volumen de cerrada sombra.
Las flores disparan su angustia de alma
al pulmón de los señores nocturnos,
resaltados aromas juguetean
por entre los tejidos de ásperos rumores.
Nuestras almas a carne sujetas
a huesos para ceniza dispuestos,
simpatizan en aco(s)tada estadía.
El búho abandona sus alas a la gravitación lóbrega
que vulnerabiliza el trofeo en tiniebla enterrado.
Homogénea espesura de carencia luminosa
refuerza el menester de lo ausentado.
El bien y el mal se indefinen con pulcra inexactitud,
finos ruidos en bruto resaltan desde irresolutos fondos,
atezada atmósfera contrahace mis autoengaños,
demacrados prejuicios pierden su equivoco marco,
la consistencia pura de este eclipse total
excita los lados oscuros de mis lunas;
sospecho pavesas en este arcano.
Venerafraseando
¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Caer en la cuenta
Agucé el tímpano
lo dispuse para cualquier temblor
y atendí el silencio
que ofrecía su transparente velo
al leve cuerpo del chasquido
que merodeaba por el Caos:
páginas respiratorias,
jadeos de pulmones oxigenantes,
bocanadas abrumadoras,
cadena de atmósferas vitales,
plena convulsión,
con calambres,
con retortijones,
con bufidos bajo una sien luminosa,
colmada presión en lo alto
y ese ronronear implícito del aire
a través del cuerpo,
y de un neumático reflejo.
Pero en mi sangre corrían mis ancestros
por todo el laberinto venoso:
lagos, ríos, charcos hacia el ponto;
el sapo clamaba con el extremo de su potencia
y el olor a mar le caía de perlas
y los lotos ni se inmutaban
con la noche de croares cruzados;
y su negrura gritada entre el grave concierto
servía de coraza al te quiero
de algunos amantes entre la maleza:
riberas lodosas,
barro hervidero de latidos microfónicos,
elasticidad y ternura entreverada entre el verdor,
selva dentro de selva, sensación de feracidad.
El paisaje ofreció por todos lados
la opción veraz para flotar
y seguir nadando
en todo humor marino
con liquidez total.
Paraíso mío
A Santiago Cuenca Poblet
El paraíso me soñó:
hoy trato de obligarlo a recordar
la desnudez en que nos gozábamos
cuando el tiempo no tocaba aún
las risas de nuestro juego.
Yo tomaba la mano del placer
que desde sus laboriosas entrañas
abiertamente me ofrecía
el sabor de ámbitos vírgenes
en intimidad de tesoro vivo
y nos besábamos sin dejar
que el Árbol nos perturbara.
Pero allá:
en la fábula anónima de las caricias
se fue escribiendo la alegría
y la tristeza de otros jugadores
que como yo, probaron su dulzura
y como ellos, fui feliz
en el estremecimiento espontáneo
de cada instante fugaz
que construye eternidades.
El paraíso no quiso recordarme;
recurrí al sueño que guardaba
las migajas de su evasión
en que corría sin ropaje ni vergüenza
con la piel de mujer
sin culpa ni ruptura;
y yo la seguía con miradas tensas,
de las que sacudieron a Adán
y la acariciaron a Ella.
Fue el génesis del paraíso perdido
con que los padres nos heredaron
la broma de una manzana en boca de áspid;
fue Dios llorando nuestra caída
dispuesto a seguirnos apasionadamente
hasta el fin de los desconocidos tiempos
abrazado a la cruz de injusticia
en que se sobrepasa la muerte.
Ahora violentaré al paraíso
para que me reconozca en los sueños
de mi vida de todos los días
y evoque la vereda
por la que salgamos a encontrarnos
y nos hallemos...
en todas las cosas.
Sombras de infancia
Imberbe aún,
descubrí al hombre
en los puños de otros niños
jugando a matar en mi cara
la inocencia con que se entra
en el reino de los cielos.
Hice íntima amistad con el miedo,
zancadilla encontraron los pasos
con que intenté caminos;
perseguido me sueño y acosado
por aquella pandilla de desalmadores.
Todavía duele aquel inmerecido escarnio,
el filo de la guillotina brilla,
el pánico cunde entre mis empeños,
la velocidad letal cae a plomo
sobre mi conato de supervivencia.
Decapitados propósitos irresolutos
desde aquella infancia fallida
configuran el rompecabezas
donde suturo repetidamente
las continuas amputaciones,
que padece mi fuerza pueril.