Govinda
Lourdes Rensoli Laliga
I
Languidece Radhika.
Caídos sus adornos,
sus ojos se marchitan
sin vislumbrar el rostro del amado
que danza en la floresta. Los recuerdos
de su historia de amor sólo provocan
el insomnio más largo.
Krishna, a lo lejos, lleva en su semblante
los rayos de la luna, que ilumina,
aun en la soledad y el abandono,
las mejillas de Radha.
II
—Mi amiga más querida, ya no existen
ni fuerza ni alegría.
Él se burla de mí. Nada le importa
que he dejado mi casa, mis parientes,
olvidado mi honor, al escuchar un día
el mágico sonido de su flauta.
Soy una hoja de hierba entre sus manos,
soy el agua que baña sus miembros adorables,
soy el loto que brota de su frente,
¿qué harías por mí, pastora, compañera,
para que regresara?
III
—Señor Krishna, me postro ante tu eterna
majestad, ante el sol de los tres mundos,
dígnate oírme, dios de nueve máscaras,
Radhika se consume, su mirada no brilla,
su rostro palidece. Inspira compasión
a quien consigue traspasar su puerta
cerrada a todas horas, porque el mundo
se resume en tu nombre
donde la oscuridad cae vencida.
Devuélvele la luz con tu presencia
mientras no sea demasiado tarde.
IV
—Radhika, la de senos que se rozan,
la de amplias caderas como bimbas,
la que lleva en sus labios el sabor del amrita
y en la piel el del soma,
mírame aquí, a tus plantas,
bríndame el néctar que en tu boca nace.
Mi amor es infinito, con mil rostros,
puede multiplicarse sin dejar de ser uno.
Vivo dentro de ti, surgí a tu sombra
y moriré contigo.
No existiría yo sin ti, perfecta
figura de la maya,
juntos hemos pasado siete veces
por el reino del cambio
antes de reencontrarnos en el bosque
donde me diste toda tu hermosura
en forma corporal. Yo soy la clave
de misterios y enigmas, y tu nombre
es uno de mis pasos.
—¿Por qué has dado tu amor, Señor del loto,
a las demás pastoras?
¿quizás me has despreciado
para llevarme al reino de la muerte
donde Kala confunde pensamientos y gestos?
No tengo más aliento que tu música,
más alegría que el giro de tu danza.
Sin duda alguna falta terrible he cometido
en vidas anteriores
que ahora pago sufriendo
al verte entre los brazos de las gopis
burlándote de mí.
V
—Radhika, mi elegida entre las bellas,
tus ojos no me engañan,
la dulce languidez que te recorre
es mi propio reflejo,
mi apariencia mortal está contigo
como siempre lo ha estado mi ser último.
Abandónate a mí. ¿A qué le temes,
si juntos perpetuamos la creación y damos
a cada criatura su energía y su tiempo?
—Haz de mí lo que quieras, tú, bienaventurado,
divinidad eterna resumida
en la sílaba Om.
Mi pecho es el cristal que multiplica
la luz que de ti emana
como yo misma soy una palabra
de tus sagrados sutras.
Los trinos del kokila,
los elefantes ebrios por el mada
acompañan la fiesta de Ananga, las abejas
fecundan los azokas.
Todo revive, el mundo se renueva
por el fulgor de Hari, confundido
con el cuerpo de Radha.
(Del poemario inédito Libro de los ritos, 1994).