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Una acción de gracias diferente

viernes 1 de febrero de 2019
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Una acción de gracias diferente, por Rafael Fauquié

“Deja a los sabios y a los santos, pensé…
Me gustaría dar una acción de gracias diferente”.
Czesław Miłosz
“Si un hombre pudiera escribir un libro de ética
que realmente fuera un libro de ética, este libro
destruiría, como una explosión,
todos los demás libros del mundo”.
Ludwig Wittgenstein

Agradecimiento: sin duda, una de los términos más reiterados en cualquier idioma. No existe lengua que carezca de intenciones de gratitud impregnando muchas de sus voces. Damos gracias, y lo hacemos por las más diversas razones: para aludir a deudas perdonadas; para agradecer cuanto aprobamos o nos aprueba, cuanto nos ilusiona o fortalece. Con nuestro agradecimiento reconocemos beneficios, desenlaces satisfactorios para propias esperanzas. Agradecemos a nuestra vida por sus aprendizajes y cuanto pudimos aprovechar de ellos.

Muchas veces me he referido a esa opción de escritura que desde un comienzo hice mía: la que me acerca a la vida y me lleva a detenerme en lo que considero importante, necesario, justo. Ésa junto a la cual conquisto respuestas: válidas para mí, pero acaso también para muchos otros. Tal vez por ello, ciertos temas no cesan de reiterarse en todos mis libros: temas como la relación entre mi voz y la voz de mi época, como la percepción de lo artístico en tanto juego esencial que ayuda al artista a vivir, como el del sentido de la otredad en relación con nosotros mismos, como el de la estética convertida en emblema del espíritu de cada creador, como la visión del tiempo humano en tanto itinerario necesariamente cargado del sentido que cada caminante se proponga asignarle, como el de la necesaria finalidad de la ética y su significado cubriéndolo todo, apoyándolo todo, dándole un sentido a todo.

Nuestra ética: temple construido por muchas vivencias; significado de propósitos y comportamientos, legitimación de actos y pasos; y, por sobre todo, expresión de humanidad. Nuestra ética nos define y nos defiende. Gracias a ella la memoria se hace cartografía de una realidad que no sólo nos pertenece sino que además debiera justificarnos. Asocio también la ética con el empeño por conservar nuestra curiosidad manteniendo vivo el propósito de aprender, de iniciar proyectos, de ampararnos en nuevas ilusiones, de permanecer comprometidos con opciones que fuimos haciendo nuestras, de entender que jamás dejaremos de ser aprendices de la vida.

Un perro, un gato, un pájaro son y serán eso que la naturaleza los obliga a ser. No sucede así con el hombre, siempre forzado a transformarse, a elegir.

La ética bien pudiera señalarnos, también, el rumbo hacia esa felicidad que reconocemos como único destino posible para nosotros. De todas y cada una de nuestras experiencias la ética nos permite extraer un aprendizaje conducente a una nueva verdad, un significado más, una legitimación necesaria. Legitimar, legitimarnos… Verbo central dentro del camino de la vida, acción que entraña la consolidación de un tiempo que, como dijera páginas atrás, construye un orden, dibuja una temporalidad que suma espacios y tiempos reunidos al interior de una memoria que busca hacerse argumento. Ética y tiempo, ética y espacio: correspondencias que vuelven habitable nuestro mundo; que conquistan para nuestra realidad la superación posible del azar, del aleatorio capricho de lo impredecible.

Evoco una frase del escritor Graham Greene: “Ser humano es también un deber”. Todo animal nace siendo lo que es y nunca podría dejar de ser. Un perro, un gato, un pájaro son y serán eso que la naturaleza los obliga a ser. No sucede así con el hombre, siempre forzado a transformarse, a elegir. Creo que esa sería una de las más dignas consecuencias de nuestros aprendizajes; su corolario ético: poder ser llegar a ser una mejor versión de nosotros mismos.

Valéry decía que el arte, en su raíz más pura, era un medio por el cual el hombre aprendía a “mirarse vivir, a darse un valor”. Mirarse vivir: entenderse y valorarse a sí mismo haciéndolo: esfuerzo capaz de dar un sentido de esencial finalidad a la vida. Rilke, por su parte, comentó alguna vez que ciertos comportamientos y decisiones humanos eran “capaces de eternidad”. Existe esa “capacidad de eternidad” en la apuesta por la vida que es todo acto creador. Y ella está presente también, sin duda, en el propósito de un ser humano para dotar de un sentido de legitimidad a su propia historia, o, simplemente, para agradecerle a la vida eso que ésta le llevó a entender.

Rafael Fauquié
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