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Pálmenes Yarza, poeta del eterno verdecer de la alegría

jueves 1 de octubre de 2020
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Pálmenes Yarza
La venezolana Pálmenes Yarza (1916-2007) abrió con sus versos un espacio de esencial alegría en su contemporaneidad.
(…) “Volúmenes serían necesarios para hacer una descripción completa de las bellezas y singularidades de la admirable naturaleza vegetal en este país”.
Henri Pittier, Suplemento al Manual de plantas usuales de Venezuela (1970).

Con un dilatado torbellino de creación poética, de complejo laboreo intelectual, de Eros, tejió Pálmenes Yarza (Nirgua, 1916; Caracas, 2007) su dignísima existencia. Abrió ella con sus versos un espacio de esencial alegría en su contemporaneidad. Ínsita alegría trascendente, nunca accidental. Rompe, raja, inaugura una insólita heredad en la tiesa dimensión consuetudinaria, de los quehaceres cotidianos de la literatura de la Caracas de ese entonces para introducir la luz de la espiritual exultación consubstanciada con la libertad de fusionar la creatividad con el vivir al través de la invención lírica. Favorablemente, acompañaron su laboreo composicional los disímiles testigos —gente (vivencias), aconteceres solidarios—, nutriente linaje humano de valía.

En la lírica de Pálmenes Yarza este orbe montaraz sobre las voces de sus andariegos pasos pareciera trazar el plano evocado.

Riela, cual primer rasgo en sus odas, la musicalidad, la resonancia obtenida mediante el artístico engarce de los vocablos de los versos con audacia expresiva donde flotan los hilos de la fabulación, espejos de su difícil pero hermosa ventura. El son —ritmia, habla, trueno, canto, ventisca, musicalidad— congénito al absoluto ser, la Tierra, el almaespíritu esencia. Más allá de las originarias señales relacionantes, la vocalidad se eleva en ofrenda por la gracia de existir —la poderosa fortitud de la vida— también en treno de añoranza hacia las revelaciones de las centellas, luminosos instantes sobre el altísimo empíreo de las reminiscencias. De la corporeidad del térreo ser la oda hereda su identidad con el infinito, su querencia de eternidad. Escribe Pálmenes Yarza en su composición:

Crepuscular

La tarde, lentamente, deja mi estancia ciega
y se va despidiendo de fuentes y de rosas.
Yo soy el horizonte de su postrer celaje.
Ah, el Sol; un mundo errante deja su luz de entrega
y un largo pensamiento de iris en las cosas
como un adiós de aroma cuando se va de viaje.

(Del poemario Ara. Caracas, 1950. p. 23)

La poesía en sí misma —ese algo así cual el sobrecogimiento de una sorpresa—, sea tal el decir de la composición (dolor, valentía, amor, pesadumbre, miedo, bondad, la patria, lo heroico, la ira, la fiesta, junto a tantos otros matices), generará siempre esa recóndita alegranza estética señalante del reto de la libertad de imaginar, de buscar ese horizonte perfecto posible hecho de eternidad, de infinito, otorgando al humanus el sublime alimento del encanto. Ello bien Pálmenes Yarza lo sabía.

Rescatar a las personas de esa fatalidad del aburrimiento, del tedio, lo manifiesta la fuerza liberante de la poesía, abrir la ventana al prodigio creíble, una aventura en las secretas comarcas de la psiquis… Sorprenderá siempre la centella los cielos del estío en un atardecer con su estampido, su electrizante fuego al cruzarlos; igual las odas de Pálmenes Yarza para el cautivo sentir. De su poemario Borradores al viento (Caracas, 1988) la composición de la página setenta y siete:

Siento sumirme con esa nube
en el bostezo infinito de este cielo.
Somos limpias fachadas, certezas ideales.
Una piedra elefanta sirve de hito
de confesionario,
guarda la efigie desgarrada
de la cumbre.
El hallazgo de un pájaro hace patente el goce
frente a los seres simples.
El cielo nos entrega
en la pulcra desidia de la niebla
el árbol imposible.
Experimento la prisión del empeño.
El cuerpo resiste el vacío y lucha avariento
y quiere deslindarse de sus sombras.

Trovadora de los sentires de la mujer —en ella— por los singulares ámbitos de su Venezuela sustenta la larga, digna vida de Pálmenes Yarza.

Pálmenes Yarza dixit: “Qué canto más hermoso tienen las cosas verdes” (de su poema “Aspectos”, en su libro Pálmenes Yarza, de 1936). Exhibe su poesía un horizonte de dilatada cobertura semántica, la reiterada presencia del entorno de la naturaleza silvestre, los árboles, las hierbas, las flores, con menor frecuencia los animales. Nunca sus paisajes —el selvático verdor— se exponen domesticados por la palabra, por el contrario los ambientes boscosos irrumpen en sus composiciones líricas con sorprendente libertad, tal cual se le revelan a la poeta. El “personaje” árbol a lo largo de sus cautivantes trovas cruza. Igual las flores, las aves, insectos. Ahora bien, hay otros actuantes cuyo palpitar sólo los poetas lo perciben: el viento, la luz, el mar, las estrellas, los atardeceres, los ríos, el verano, la lluvia, las noches, el sol, en fin. En la lírica de Pálmenes Yarza este orbe montaraz sobre las voces de sus andariegos pasos pareciera trazar el plano evocado, metafórico, sugestivo, del plano real de la infancia de la escritora encima del cual ella levanta los plurales episodios, los complejos saberes encapsulados en la musicalidad de sus poemas, sostenedores de la estructura de su ódica, la riqueza artística, la fortuna existencial de sus versos. De su cuaderno Recuento de un árbol y otros poemas (1975), la composición de la página treinta y dos:

Árbol, tu jerarquía es ser un peregrino
de la luz,
del ansia de sufrir, de huirse con el viento
y las campanas,
de alcanzar imposibles horizontes.

Bajo tu pecho, sobre él,
paso en reflejo,
permanezco,
en sonoridad callada de memorias.

Trovadora de los sentires de la mujer —en ella— por los singulares ámbitos de su Venezuela sustenta la larga, digna vida de Pálmenes Yarza, más allá de lo doméstico (familia), de lo administrativo (ejercicio de la docencia, cargos públicos), la exhaustiva producción literaria de la cual sólo se mencionarán los poemarios con sus fechas de impresión: Pálmenes Yarza (1936), Espirales (1942), Instancias (1947), Ara (1950), Amor (1950), Esquema poético (1959), Elegías del segundo (1961), Fábulas de la condena (1972), Contraseñas del tiempo (1974), Recuento de un árbol y otros poemas (1975), Incorporaciones de la Isla (1976), Obra poética (1976), Borradores al viento (1988), Memoria residual (1994), Un día (1997), Expresiones (2002). Antologías: Poesía (1992), Antología poética (1999), Antología poética (2004; selección y prólogo de Judit Gerendas), Antología… (2005; selección de Fredo Arias de la Canal).

Cierro este escrito con el poema de la página veinte de su texto Expresiones:

Esta rosa

Esta rosa triunfante de la sombra
es la pena sonora de la invisible soisola.1
Anhelo liberarla del guardián del reloj
agria maraña
de la emboscada del tiempo.
La quise entre unos dedos,
imagen de las páginas.
Sobre la palma del eléboro
bajo la luz de la calma
ululante de alas,
bordeando los abismos que nos llaman
donde sus hondas ventanas.
Rosa que eleva el día desde el alba.

Lubio Cardozo
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Notas

  1. La soisola es un ave selvática del orden de las tinamiformes: Crypturellus noctivagus. Su canto vespertino es muy triste, “soi-so-la”.
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