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Reminiscer

lunes 25 de octubre de 2021
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Platón
Enaltece Platón en el planisferio olímpico de las Ideas aquellas representativas de las imperecibles virtudes salvantes del devenir de Occidente. Herma de Platón en el Museo Capitolino, Roma • Fotografía: Ricardo André Frantz

Este vocablo —reminiscer— con naturaleza de verbo nunca (escribo en 2021) los diccionarios de castellano lo han registrado. La palabra más aproximada, por ejemplo, en el Diccionario de la Real Academia Española (Madrid, 1992) es el sustantivo femenino reminiscencia, de frecuente uso entre los intelectuales ocupados de la filosofía o de la poesía. Vinculado este término a las múltiples formas del recuerdo pero dentro del perímetro de la inmediata realidad objetiva, de la racionalidad. Traduce dicha voz la latina reminiscentia o la anamnesis griega. Suélese verter en castellano el verbo reminisci (reminiscor) por “recordar, acordarse, tener presente” (A. Blánquez Fraile, Diccionario latino-español, 1975; v. II), así cual el verbo anamimnésko por “recordar, traer a la memoria” (F. I. Sebastián Yarza, Diccionario griego-español, 1972; p. 101).

Pero a mi modo de ver y entender el sentido tanto de las palabras anamnesis cual el de reminiscentia arrastra, trae consigo un saber proveniente no sólo heredado de las lejanísimas vivencias de la historia de la humanidad occidental sino inclusive de la pura tierra genesíaca. Nutren esta reflexión múltiples escritos testimoniales dimanantes del pensamiento órfico, pitagórico, de los diálogos de Platón (Fedón, Menón, Fedro, Leyes), de los poetas (el griego Píndaro, el venezolano Juan Beroes).

Propongo, pues, para reminiscer el concepto siguiente: contemplar mediante la eidética memoria reminiscente de las realidades perfectas, absolutas —las Ideas— mientras se percibe, se siente, por la insoslayable circunstancia de la vida cotidiana, la afección en el ánimo de las realidades imperfectas, valga decir las versiones fortuitas, perecederas del apenas, fugaz, presente vivencial. Deviene del reminiscer el esenciante de la verdad,

el conocimiento es una reminiscencia… (Platón, Fedón).

También el ser de la belleza, de lo artístico,

mas el hombre igualmente atleta y poeta
con la ayuda de Dios
en sabios pensamientos florece (Píndaro, Olímpica XI).

(…)

Y la poesía vive por más largo tiempo a los hechos
lo cual con el favor de las Gracias
hace brotar la lengua de lo profundo del alma (Píndaro, Nemea IV).

Virtudes del almaespíritu del humanus conformantes del reminiscer. Pero para hallar la flotante eternidad de las Ideas necesítase el choque, el estímulo, el reto de las ineludibles realidades imperfectas situadas sin lugar a dudas en la transitoriedad.

Enaltece Platón —por boca de Sócrates— en el planisferio olímpico de las Ideas aquellas representativas de las imperecibles virtudes salvantes del devenir de Occidente: la sabiduría, la templanza, la igualdad, la inteligencia, la justicia, la democracia, la libertad, la fortaleza, la valentía, la religiosidad y la nobleza, entre otras.

Si lo hemos tenido antes de nuestro nacimiento, nosotros sabemos antes de nacer; y después hemos conocido no sólo lo que es igual, lo que es más grande, lo que es más pequeño, sino también todas las cosas de esta naturaleza, porque lo que decimos aquí de la igualdad lo mismo puede decirse de la belleza, de la bondad, de la justicia, de la santidad; en una palabra de todas las demás cosas cuya existencia admitimos en nuestras conversaciones y en nuestras preguntas y respuestas. De suerte que es de necesidad absoluta que hayamos tenido conocimiento antes de nacer (Platón, Fedón).

Dota a los versos de los buenos bardos el reminiscer de expresiva belleza, de sabia inquietud en sus elucidaciones, de invitación al extraño viaje del encanto. Por cuanto, obviamente, el poeta en estas exigidas odas, singulares, elude la conocida contemporaneidad cotidiana para sumergirse en el espacio eidético por los desfiladeros de la memoria profunda. Desde esos abisales estratos el escritor en sus versos trae los densos aromas de las florestas del alma. Por ello esa lírica siempre sorprenderá. Quiso dejar testimonio de sus peregrinaciones por el planisferio de las Ideas, guiado por su reminiscer, el poeta venezolano Juan Beroes (1914-1975) en dos sugestivos poemarios: Prisión terrena (1946) y Los deshabitados paraísos (1967). Enfocaré la reflexión de las presentes páginas sólo al primero de estos libros mencionados. En las diecinueve composiciones líricas del opúsculo, Beroes canta a las reminiscencias más extremas, más crudas, mucho antes del devenir histórico, las provenientes de la genesíaca tierra misma. Percibe el vate por la travesía del doloroso reminiscer íntimo, por los sueños, por el pensar en lo difícil del tránsito por las callejas de los días, el reto alucinante de la presencia de las Ideas dimanantes de la corporeidad de la madre Gea para engendrar la vida, las indescifrables sorpresas de la gleba, las aspérrimas rocas, las intrincadas selvas, el fuego del estío sobre las llanuras, las violentas tempestades, los terremotos… La aventura del asombro.

Memoria subterránea de los ríos
ya desnuda en la costa de los sueños,
mientras el raudo grito de los hombres
cauces por la muerto va dejando (Prisión terrena, II).

Acusa Beroes a ese violento origen térreo revelado por la vía del remininiscer eidético de los males del presente existencial cuyo testigo es él.

¡Oh región de agonías
y de largos espacios silenciosos!
Vértigo de tristezas,
zona de mis recuerdos! (III).

(…)

¡Oh, amantes pesarosos de la tierra:
no es esta atroz ventura,
la ventura terrestre prometida! (XV).

Aflora por ello en los anhelos del poeta el preferible deseo del retorno hacia aquella lejanísima vislumbre:

¿En qué lugar del sueño
os he visto praderas inmortales?
¿En qué zona profunda de mi carne
antes os tuve colinas de la tierra? (VI).

(…)

En otra edad del hombre,
hirsuto, mi cabello era la selva,
y el tuétano fecundo de los huesos
se abrazaba a la luz, como el torrente (VIII).

El cuerpo vivo no por ello deja de ser tierra, peor aún, reclusión del almaespíritu, celda de la inteligencia, de la imaginación, de la plenitud del eros. Cual lo señala el rótulo del poemario Prisión terrena (“Prisión obscura” dirá Platón en el Fedón), remembranza órfica del cuerpo como sepulcro del alma, el “sooma seema”.

Prisionero en tu pecho
¡oh tierra desolada
mi corazón te canta! (IX).

(…)

¡Mírame, al fin, oh tierra:
sábeme vivo fruto de tu férrea prisión indiferente! (XIV).

Desde la memoria profunda, desde las honduras de la psique eidética arriban traídas por el reminiscer las Ideas acampanadas de sus formas, de su esteticidad. Significa venustez el poder divino de la belleza, la fuerza tangible, evidente de la Diosa. Percepción de Venus también por el almaespíritu: su luminosidad cognitiva, por el brillo en-sí (la pháos: la luz del día, de un astro, de una lámpara, de una fogata, o el júbilo, la gloria, la euforia, la fiesta, Dionysos); por la alegría, la eufrosine, el goce, el placer de pensar, el sentimiento lúdico, el Eros. Hállase así mismo con igual fortitud en la melancolía la belleza, la hermosa mesticia, el misterioso encanto de la tristeza, la latitud umbría de la nostalgia, la paz, el entusiasmo, el asombro, la plenitud de la noche. Matiza esta estética de la nocturnidad el tono de la lírica de Prisión terrena, quiso el poeta expresar con ella la verdadera voz de la tierra, irradiar su eco por las vías del reminiscer. No habrá entonces fracaso o éxito, ni victoria ni derrota, sólo vivencias, el cuerpo portador de la vida, del almaespíritu, de la imaginación, y por supuesto la tierra.

¡Resplandeciente llama fugitiva
como el aire en la cárcel de la tierra!
¡Clamoroso desorden de este cuerpo
por innúmeras muertes desolado! (II).

Ampliaría el verbo reminiscer la frontera del recuerdo objetivo, racional, adherido a la existencia particular de cada quien, para extender sus saberes por los plurales, disímiles, estratos superpuestos o coevos de la historia humana en cualquier pretérito hasta la hondura final, la tierra donde comenzó todo, la asombrosa aventura. Reminiscer apoyaría la concepción de la Idea, del eidos, más allá de la memoria profunda, más allá del intrincado fenómeno de los sueños. Enriquecería el castellamericano, la lengua materna tan necesitada de fuerza, de audacia expresiva.

 

Bibliografía utilizada

  • Beroes, Juan: Poesías completas. San Cristóbal, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, 1997.
  • Blánquez Fraile, Agustín: Diccionario latino-español. 1975. 3 volúmenes.
  • Píndaro. Baquílides, Odas. Madrid, Gredos, 1982.
  • Platón, Diálogos. México, Porrúa, 1972.
  • Sebastián Yarza, Florencio I.: Diccionario griego-español. Barcelona, Ramón Sopena, 1972.
Lubio Cardozo
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