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Registro de intermitencias (fragmentos de un diario)

sábado 25 de mayo de 2019
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Registro de intermitencias (fragmentos de un diario), por Néstor Mendoza

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2019 con motivo de arribar a sus 23 años.

Ustedes
perdieron un país
dentro de ustedes.
Yolanda Pantin

Cuesta pasar en limpio la incertidumbre y el miedo. Febrero de 2014, para millones de venezolanos, se traduce en uno de los picos más altos de descontento popular en el engañoso y represivo socialismo del siglo XXI: manifestaciones y marchas multitudinarias en todos los estados del país, encarcelamientos, asesinatos y un mayoritario repudio nacional. Son muchas las fuentes: corrupción desmedida, hiperinflación, control y coacción social, escasez de alimentos, persecución política y ciudadana, censura en medios de comunicación, ascenso incontrolable de la criminalidad; en fin, el prontuario de un gobierno con vocación tiránica que ponía en evidencia el retrato de una dictadura plena, hoy mundialmente reconocida como tal por los gobiernos democráticos de América y Europa, y por las principales instancias internacionales (OEA, la Unión Europea y muy recientemente el Consejo de Derechos Humanos de la ONU). Aunque esta debacle tuvo sus inicios en los periodos presidenciales consecutivos del fallecido mandatario, es en el 2014 cuando muestra su lado más sangriento de la mano del actual opresor heredero (no los nombro no por temor sino por aborrecimiento). Según el Foro Penal Venezolano, iniciativa civil de heroico desempeño, hubo 3.718 personas detenidas en ese año y un saldo trágico de asesinatos, cuarenta y tres, perpetrados por funcionarios militares y policiales, y por civiles armados al servicio del gobierno, llamados comúnmente “colectivos”. Estos hechos se repitieron, con recrudecidos balances, en 2017 y principios de 2019. Venezuela, en los actuales momentos, padece un éxodo sin precedentes en la historia republicana (casi cuatro millones de migrantes forzados), la pobreza más extrema, sin agua potable, crisis eléctrica generalizada, inseguridad en todas las regiones y un desabastecimiento brutal, entre otros desconsoladores ejemplos. Esta realidad insostenible es desmentida por los voceros del régimen y su maquinaria comunicacional dentro y fuera del país. Estamos, duele decirlo, en presencia de una crisis humanitaria evidente e inobjetable.

En 2014 existía un país convulsionado y hoy sigue el brazo que lo martiriza. En ese año se apreciaban las heridas, y en este 2019 comprobamos que las cosas pueden empeorar indefinidamente.

Cuesta pensar en ese año, en ese mes de febrero del 2014. La Universidad de Carabobo, mi alma máter, y en la cual laboraba, había suspendido actividades académicas y administrativas. Mi localidad, San Diego, era un punto neurálgico de descontento en la región. Allí se hacía más grande el número de manifestantes y se acentuaba, por consiguiente, el abuso militar (de la Guardia Nacional) y policial (de la Policía de Carabobo, direccionada por el gobernador oficialista de turno). El gobierno criminalizó las protestas para justificar este tipo de acciones violentas y armadas. Estos funcionarios ingresaban en los conjuntos residenciales cerrados y en las casas, apelando al uso de la fuerza y con allanamientos arbitrarios. En Carabobo (Valencia y Naguanagua, además de San Diego), se vivía lo que en muchas regiones del país (ejemplarmente en el estado andino del Táchira, en la frontera con Colombia). Cada marcha dejaba un hilo largo de sangre, viudez y orfandad: las balas, los cilindros de gases lacrimógenos y perdigones disparados horizontalmente, directo al pecho o la cara, eran detonados por manos de personas con uniformes oficiales. En pocas palabras, homicidios selectivos para generar terror y el repliegue de las marchas. Mientras tanto, los medios públicos ocultaban lo acaecido o lo arrimaban a sus intereses encubridores.

En esa segunda quincena de febrero de 2014 me encontraba en casa, junto a mi esposa Geraudí. En ese tiempo estuvimos atentos, llegamos a asistir a varias concentraciones nocturnas de nuestro municipio; vivíamos cerca, bastante cerca, de la avenida, uno de los puntos de concentración más exaltados (después de El Tulipán, la más afectada, en uno de los límites del municipio y vecina de la autopista). Desde la ventana del baño se podían escuchar los gritos y las detonaciones, las consignas. Este diario se inicia el 16 de febrero y se ha sostenido hasta hoy, con intervalos de acercamientos y de olvidos. “Registro de intermitencias” lo he titulado, parafraseando unas líneas del poeta, ensayista y diarista venezolano Rafael Castillo Zapata; ahora ofrezco una selección de aquel año. Se trata de una serie de anotaciones diarias, de lo que me tocaba ver desde la cotidianidad y el encierro indefinido. Todavía me embarga cierto pudor y, para qué negarlo, algo de miedo escénico. Siempre estamos luchando con ese yo que se impone a pesar de nuestro deseo de esconder los propios fantasmas emocionales. Empecé este diario en 2014 y su escritura aún me cuesta y me es difícil asimilarla del todo. Releerlo siempre está asociado al repudio y a la inquietud. En varias oportunidades pensé en deshacerme del archivo, borrarlo definitivamente del escritorio de mi laptop e incluso de la papelera de reciclaje (le llegué a comentar, en privado, a Geraudí y algunos buenos amigos); pensé, y aún pienso, en su inutilidad, pero sólo me sé defender parcialmente por escrito. O al menos eso intento. En 2014 existía un país convulsionado y hoy sigue el brazo que lo martiriza. En ese año se apreciaban las heridas, y en este 2019 comprobamos que las cosas pueden empeorar indefinidamente. Debo añadir que mi percepción cambió. Los cimientos anímicos ya no son los mismos. Compruebo que voy de un estado de completo aislamiento a un estado de exaltación interior. Me indigno por lo nimio y en ocasiones callo ante las explosiones. Han sido tantas las tragedias, que llegamos a pensar que todo lo escrito no debe ser cierto, que exageramos; que somos, como me ha dicho un amigo recientemente, melodramáticos. La escritura nunca supera la ausencia física y no mitiga la desesperación o el hambre. No somos los mismos, aunque mi extranjería actual me haya distanciado corporalmente de la escena de los crímenes y de mis grandes afectos. Algo se pudrió en mi percepción y en mi criterio apreciativo, lo he sentido (y olido), pero también creo que una luz se mantiene encendida indefinidamente en mí, a pesar del descenso. Muestro estos fragmentos con reticencia, los abandono públicamente para sanearme un poco.

 

2014

Domingo 16 de febrero. La perversidad se apodera de lo que aprecias. Como puntos oscuros de una piel afectada (infectada), desahuciada, asalta tu confianza, tu cordura, tu capacidad de asombro. Sé que necesito pensar con claridad, pero, a estas alturas, no hay claridades ni claroscuros. Sólo advertencias de muerte. Muro negro, manchas negras. Asesinatos. Uno piensa, con ingenuidad, que la muerte podría respetar algunas condiciones: la niñez, la belleza femenina, la vulnerabilidad del embarazo, la vejez. La muerte no diferencia.

Lunes 17 de febrero. El sábado visité a mis padres y regresé el domingo temprano (la esperada comida de mi mamá y un par de cervezas con mi papá, mi primera biblioteca, mi antigua cama, el patio y los árboles que todavía no se han secado del todo). De vuelta en San Diego compré pan, refresco, un poco de queso y los periódicos de cada domingo; hojeo los titulares y voy directamente a los columnistas de “Siete Días”. Me cuesta más leer titulares (sólo parece haber malas noticias y despedidas anticipadas). Leí un cuento de José Rafael Pocaterra, “El ideal de Flor”, y retazos de varias entrevistas. Desde hace mucho mi rutina ha sido la intranquilidad.

Génesis Carmona, hermosa joven, modelo y estudiante, recibió un disparo en la cabeza (el asesino: un mercenario del gobierno). Se encuentra en la Clínica Guerra Méndez, grave y en terapia intensiva.

Martes 18 de febrero. Fui al centro comercial San Diego (o Fin de Siglo) para una breve reunión de trabajo. Pude ver, en la mesa de al lado, algunos jóvenes universitarios preparando sus pancartas para las protestas. Ninguno de ellos tiene más de veinte años. Pienso en los dos muchachos asesinados el 12 de febrero. CNN ha dado cobertura amplia a los acontecimientos. Cada noche sintonizo los programas especiales que intentan mostrar al continente la inestabilidad venezolana. Me cuesta creer que hayamos llegado a estos límites severos. El cinismo de los medios oficiales se hincha cada vez más y todo lo cubre y tergiversa. Es el libreto que todos sus voceros deben repetir hasta el vómito. Será muy difícil superar esto. Las cosas empeorarán.

“Proceso de neurotización; neurosis colectiva; sobredimensión de la crisis para desestabilizar el país”. El sociólogo Oscar Schemel llama neuróticos a quienes no están de acuerdo con la catástrofe nacional, a toda la oposición.

Miércoles 19 de febrero. Simón Díaz, el Tío Simón, murió hoy. Tenía 85. Él vivió, pienso, un entorno menos desdichado, sin esta decadencia. Concentraciones en San Diego ayer en la noche, como en Valencia y Naguanagua. Me acerqué y estuve casi tres horas. Como en la mayoría de las manifestaciones, muchos jóvenes, adultos, incluso niños. Aberrante lo sucedido en la marcha que iría desde la avenida Cedeño hasta Plaza de Toros, al sur de la ciudad. Génesis Carmona, hermosa joven, modelo y estudiante, recibió un disparo en la cabeza (el asesino: un mercenario del gobierno). Se encuentra en la Clínica Guerra Méndez, grave y en terapia intensiva. Días de mucha tensión, manifestaciones, pronunciamientos oficiales.

Jueves 20 de febrero. El fascismo del siglo XXI es una voluminosa edición de Humberto García Larralde. He leído varios capítulos. Este libro se puede leer como una novela de la realidad venezolana de la época del chavismo. Es asombrosa la claridad en la exposición de los hechos y las ideas. Hice muchas anotaciones al margen de las hojas y he subrayado frases como esta: “Al igual que lo hicieron muy hábilmente en su momento Benito Mussolini y Adolf Hitler, la legitimación política pasa más por encontrar y castigar a unos culpables, que en instrumentar medidas y forjar los consensos necesarios para que, con el concurso de la mayoría, la situación mejore”. El vínculo con lo que sucede actualmente es más que evidente.

Cita del columnista Fernando Mires del mismo libro: “La comunicación política ha sido destruida radicalmente por el propio gobernante. Y la destrucción de la comunicación política es la primera condición para todo proceso de fascistización. Eso es lo que está viviendo Venezuela”.

Viernes 21 de febrero. La polarización ha dejado una herida oculta, de difícil sutura, en el entorno familiar. Familiares cercanos, queridos y dolidos, tienen una apreciación distinta de lo sucedido. Me siento debajo de una cascada de escombros. Y sólo tengo una sombrilla frágil, de papel, para resguardarme.

Un poema de Ida Gramcko, fragmento de “Cementerio judío (Praga)”:

El orden sufre, lo transido acaba,
todo está en blanco, en doncellez, suspenso,
todo está en ave en formación, en ala
aún no rendida a la embriaguez del viento.

Domingo 23 de febrero. En la carretera Morón-Coro se volcó un camión que transportaba ganado vivo. En las fotos que ofrece el diario Notitarde, veo a cientos de personas tasajeando las reses muertas y sacrificando a las moribundas, incluso las sanas. Esto es la otra cara del espejo tortuoso en que se ha convertido nuestro país. Estamos obligados a ver nuestra deformidad en los ojos desorbitados del animal agonizante, en el pavimento.

Miércoles 26 de febrero. Todas las personas asesinadas en estos días de protestas recibieron un disparo en la cabeza. Perdigones directo al rostro. Balas que se alojan detrás de la cabeza. Existe una orden funesta, que ordena acabar con esas vidas y envía un mensaje claro: un disparo seco, tristemente anónimo. No quieren prisioneros. ¿Qué ha pasado estos últimos años? ¿Quién cambió la tranquilidad por esta zozobra prolongada?

Hoy murió Paco de Lucía. Me siento Entre dos aguas, entre dos países.

Estas últimas semanas la prosa se ajusta a mis angustias. El último poema lo escribí hace un mes. La prosa no te cuestiona (no me cuestiona); me exige pero no me cuestiona. Es decir, es otro tipo de confrontación. Cito y dejo que las frases justifiquen esas citas. Y nombro a los autores y los libros que quiero nombrar, y no me invade la duda, o es otro tipo de duda. El poema es el charco de Narciso: no sé hasta qué punto soy sincero en un poema. Es decir, soy sincero hasta ciertos niveles de conciencia y de expresión, pero el pozo es profundo y no sé nadar.

Jueves 27 de febrero. Aún despierto: el inicio de la madrugada me sorprende. Este nuevo hábito se repite muchas veces en estos días de encierro.

Las opiniones cada vez son más radicales. La reconciliación, lejana y escurridiza, la veo muy lejos.

Mi papá cumple sesenta años. El Caracazo cumple veinticinco años. En unas horas lo llamaré. Él es un hombre sencillo, parco en sus propias conmemoraciones. Mi mamá, como siempre, le hará una torta, y él, como niño rebelde y feliz, no dejará que le canten cumpleaños. Mi papá es así: aun con su fisonomía curtida, con viajes alrededor del país, sigue teniendo esa ingenuidad en la mirada. Él, quien me arrullaba con coros castrenses, aprendidos en su juventud, mientras hacía el servicio militar en Barquisimeto: “Levántate, recluta, que ya amaneció, por qué no te viniste cuando me vine yo”. Grande paradoja.

El ánimo disminuye. Puedo insistir, intentar sobreponerme, o hacer tabula rasa. Son muchos episodios. Las opiniones cada vez son más radicales. La reconciliación, lejana y escurridiza, la veo muy lejos. Sólo un descenso sin paracaídas podría cambiar un poco las cosas. No: seguiremos cayendo, rebotando.

La aridez del lenguaje y su versión física: la aridez social. No soporto la incansable repetición de mentiras. Las palabras que se repiten sin peso comunicativo. Que nada añaden al lenguaje: sólo balbuceo inerte. Escapo de eso. Intento escapar.

La escritura fragmentaria es estimulante. Las pretensiones son contenidas y breves. Fugaces ideas que se sujetan de la economía expresiva. Por eso me resulta atractiva la faceta fragmentaria de Pessoa. La prosa es una excusa para dejarse llevar por el instante, inconcluso y por eso abierto, infinito. En esa búsqueda mínima, encuentro tranquilidad: “En la gran claridad del día, el sosiego de los ruidos es también oro. Hay suavidad en lo que sucede. Si me dijesen que había guerra, yo diría que no había guerra. En un día así, nada puede haber que pese sobre el no haber más que suavidad”.

La escritura ensayística como recurso de fijación de lo leído.

Miércoles 5 de marzo. Ha transcurrido un año desde la muerte de C. Incertidumbre. Todo lo oculto alrededor de su enfermedad y tratamiento en La Habana; las reiteradas mentiras y pronunciamientos contradictorios. Exequias pomposas, maratónicos programas televisivos, desfiles, calificativos exagerados (Redentor de los Pobres, el Comandante Galáctico, Comandante Supremo, etc.). La primera palabra que me vino a la mente, al despertar hoy, fue necrópolis. Esto es Venezuela, una necrópolis.

Sábado 8 de marzo. Enumero los libros que no he podido terminar de leer. No sé el motivo exacto (¿desánimo, desinterés, tedio?): cada vez me cuesta más llegar a la última página. He estado leyendo ensayos y relatos, poemas y algunos capítulos dispersos. En cuanto a las novelas, he abandonado Confesiones de un perro muerto, de Ednodio Quintero (78 páginas leídas), y Pedir demasiado, de Victoria de Stefano (72 páginas); las Cartas de León Tolstoi (31 páginas) y Un placer fugaz, correspondencia de Truman Capote (91 páginas). Rescaté la lectura de las cartas de Capote y empecé por segunda vez una breve novela suya, El arpa de hierba, novela de precioso título y estilo elegante. Vamos a ver si logro terminar estos libros.

Policías del estado Aragua asesinan a un joven estudiante del Pedagógico, José Luis Ascanio; lo “confundieron con un delincuente solicitado”. La diferencia entre la vida y la muerte, en este país, es la confusión. Venezuela es un país de trágicas equivocaciones.

Domingo 9 de marzo. Salimos a las 7:30 am. Ida y vuelta sin tráfico, sólo una breve parada en una bomba de gasolina. Al llegar, pocos metros antes de la entrada principal del cementerio, compramos dos jarrones de barro y dos ramos medianos de flores. El sol joven de la mañana es agradable. Mucha brisa, visitantes dispersos, descuido de las instalaciones. Sorprenden las lápidas de jóvenes fallecidos. Siempre me causará asombro la muerte de niños y adolescentes. Cuando vamos al cementerio, dejo que mi vista vague rápidamente por algunos nombres esparcidos: los nombres coloreados en el granito, la fecha exacta de nacimiento y de la muerte, una espiral de vida, un ciclo interrumpido. Siento tranquilidad por las personas mayores fallecidas e inquietud y desconcierto por los más jóvenes: 1989-2014; 1991-2010. Pocos años para equivocarse y amar. He dejado que Geraudí y la señora Audilia estén solas en ese momento, frente a la lápida de mi suegro Germán.

Así van, no muy distintos, los gobernantes de este país: He visto en Florencia a uno que arrastrando, a modo de bestia de carga, como allá se estila, un carro colmado de ropas, iba gritando con grandísima presunción y dando órdenes a las personas del lugar. Y esto me recordó a muchos que van por ahí llenos de orgullo, insultando a los demás, por razones no muy diferentes de las que producía la arrogancia en aquel hombre, es decir, por tirar de un carro”. Este texto es de Leopardi, uno de sus Pensamientos, libro que perdí en Cines Unidos junto a un bolso para la comida.

Viernes 21 de marzo. Días de acelerada paranoia. Destitución de los alcaldes de San Cristóbal y San Diego. Fueron trasladados directamente a la cárcel, con sentencia penal incluida. Se les acusa de diversos y vagos delitos, de apoyar a los manifestantes (según ellos, de manera despectiva, a los “guarimberos”) y de no colaborar con el “orden público”. Acción inconstitucional y autoritaria. No sé qué decir al respecto: régimen arbitrario, un país sin Estado de derecho. País de sanciones políticas y no jurídicas, en el cual se recompensa la lealtad ciega y delirante, y se castiga a la disidencia.

Hemos tenido un siglo XX de nerviosismos, una historia de coitus interruptus: el derrocamiento de Rómulo Gallegos, en ese paréntesis democrático de finales del 40, es un ejemplo demasiado grande.

Estuve en la avenida Julio Centeno mientras los jóvenes y vecinos levantaban una barricada. Los ayudé a levantarla y escuché de cerca: muy pocos sobrepasan los veinte años, hablan con fuerza y detrás de la franela que tapa su cara se nota su formación académica: son jóvenes de verbo fluido y firme, con ganas y ánimos para resistir la embestida policial. Tienen argumentos válidos: sin alcalde y sin resguardo policial, temen que los grupos armados y la Guardia Nacional ingresen en los conjuntos residenciales. De ahí la urgencia. De ahí la necesidad de dificultarles el ingreso.

A pocos metros del apartamento, horas después, hubo enfrentamientos entre manifestantes y la policía estadal. Saqueos de un supermercado y en una carnicería, los mismos negocios que he frecuentado en los últimos tres años. Durante varias horas de la madrugada, escucho detonaciones y golpes de metal (como si golpearan una pieza chata de metal): sólo pude identificar estas palabras pronunciadas por voces jóvenes: “No al saqueo, no al saqueo, no al saqueo…”. En colaboración con los vecinos cerramos parte del acceso al conjunto residencial. Troncos, tubos y cabillas amarradas para impedir el paso de posibles ataques de la guardia, policía y motorizados armados.

Domingo 23 de marzo. “Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, una interrupción prematura de lo metódico, un estacar aparente de la cosa aparente”. Kafka tiene razón, y quizás nuestras miserias actuales tengan un origen común: los golpes de Estado, el curso embrionario de nuestra conciencia civil. Nuestra querida Elisa Lerner, fina y certera, también ha escrito en torno a esta impaciencia frecuente: “nuestro pasado ha sido una ruinosa y sangrienta impaciencia”. Hemos tenido un siglo XX de nerviosismos, una historia de coitus interruptus: el derrocamiento de Rómulo Gallegos, en ese paréntesis democrático de finales del 40, es un ejemplo demasiado grande.

Siguen los encarcelamientos y allanamientos arbitrarios. En San Diego han ingresado a viviendas y apresado sin orden judicial. Algunos por el solo hecho de grabar con sus celulares los atropellos de la Guardia y la policía estadal. Las cifras que ofrece el Foro Penal son angustiantes: hasta los momentos, 846 detenidos.

Me da temor cada vez que escribo en este diario. Significa, sobre todo, el anuncio de una nueva muerte. Esta vez otra gran mancha de luto: asesinan de un disparo en la cabeza a una intérprete de Venevisión. Asesinan dos vidas: la joven estaba embarazada. Según la descripción de la nota de prensa, estaba llegando a su casa mientras se efectuaba una marcha. Unos hombres que iban en un carro le dispararon. Como siempre, no se sabe quién. La muerte y su reino absolutista. Mutilan la vida de una criatura en formación, dentro del vientre, aún sin conocer la luz, sólo el líquido amniótico. No aprenderá a respirar el aire. No será amamantado. Adriana Urquiola ya no podrá ser madre: cegaron su respiración. Borraron, de un solo disparo, a dos milagros. Su esposo tendrá dos nuevas miserias en su corazón. Ya no será padre. La población civil venezolana habita la morada del terror.

Miércoles 26 de marzo. Leo un artículo del buen cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos sobre el pesimismo. Me identifico con su postura. El pesimismo es una manera legítima de reafirmación de la vida. Una toma de conciencia, se diría: “El pesimista no es alguien que quiera morirse, sino alguien que sabe que va a morirse. Tal vez el pesimista, como lo afirmó el pintor Antonio Mingote, no es más que un optimista bien informado”.

Domingo 13 de abril. Café y prensa. Dos aliados de cada domingo. El calor sigue. Dentro del apartamento se concentra más.

Sólo persigo un instante sereno para proseguir, no sé hasta cuándo, con este registro.

De Vallejo tengo una pequeña antología de la Biblioteca Ayacucho de 1991. La compré, exactamente, el 26 de abril de 2007. Desde esa época no he comprado otro poemario del peruano, aunque sí he conseguido títulos en prosa: las narraciones de Fabla salvaje, y los textos críticos de Contra el secreto profesional. Hoy lo releo con mayor atención. En la biblioteca municipal de Mariara, hace unos cinco años, vi dos tomos de su poesía completa (me dieron ganas de llevarme uno de esos tomos, lo confieso). He subrayado algunos versos de esta antología: “Dios mío, si tú hubieras sido hombre, / hoy supieras ser Dios”; “Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde / yo nunca dije que me trajeran”; “Se ha degollado una semana / con las más agudas caídas”.

Encontré en Internet, en formato pdf, su Obra poética completa, que incluye manuscritos originales con correcciones a mano, hechas por el propio Vallejo. De esa edición, tomo esta estrofa:

De todo esto yo soy el único que parte.
De este banco me voy, de mis calzones,
de mi gran situación, de mis acciones,
de mi número hendido parte a parte,
de todo esto yo soy el único que parte.

Domingo 4 de mayo. De regreso a estos apuntes, luego de varias semanas. Regreso sin motivaciones concretas. Quizá estimulado por el viaje de ayer a Caracas con Geraudí, y mi recital en la librería El Buscón. Quizá por la lectura de los diarios de Rafael Castillo Zapata. Sólo persigo un instante sereno para proseguir, no sé hasta cuándo, con este registro.

Néstor Mendoza

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