Exilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
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Era una puerta sin puerta. Desde que llegó el mensajero de Dios y señaló la salida con dedo flamígero todo fue de menos. De vergüenza yo me cubría los ojos, pero también por ella, que era sólo llanto y un grito. Su vista miraba hacia arriba que era mirar a ninguna parte.
Luego de la expulsión, compartimos casa, me esforcé para ganar el pan, nacieron hijos, pero no soportaba el aislamiento y la quietud. A una puerta sin puerta no se puede volver.
En sigilo, un día dejé la casa. No imaginé que el mundo era tan grande. No me cansé de recorrer ciudades, escalar montañas, navegar mares y ríos, pero donde llegaba era señalado como si vieran la ceniza en la frente. Me sentí forastero y me hicieron sentir que yo era culpable por no sé qué crimen. En una ciudad devastada alguien me dijo que los hijos crecieron y un hermano mató al otro. Comprendí que del tronco sólo quedaría la estirpe maldecida y maldita.
Ya en el final del postrer invierno, sólo hay dos cosas que no olvido: la desnudez de ella en el jardín y su rostro —era un llanto y un grito— a la hora de la expulsión.
Insatisfacción y tristeza persisten y sé que una puerta sin puerta no sólo no se atraviesa, sino ni siquiera se ve.
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