
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2021 en su 25º aniversario
Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo
que andábamos para encontrarnos.
Julio Cortázar, Rayuela
Así se dan muchas de las circunstancias en esta vida. En los albores de la infancia, la encontré. No puedo imaginar cómo hubiera sido mi largo viaje sin ella. Llegó y ya no pude soltarla. En su compañía, comencé a disfrutar los cuentos infantiles. Era inevitable, entonces, que el patio de la casa se convirtiera en una canasta de seres encantados. Las hadas batían sus alas sobre las flores y los duendes dejaban, en el suelo, los mangos y las granadas a medio comer. Al son de las chicharras, las hormigas, con sus trocitos de hojas a cuestas, se transformaban en la hilera de niños cautivados por el flautista de Hamelín.
La novedosa compañera me llevó a explorar la biblioteca de la casa de mis abuelos. Atraída por la colección de libros, corría a contemplar los títulos, perfectamente alineados. Con el permiso oportuno yo, sentada y con la enciclopedia abierta sobre las piernas, caía rendida bajo el influjo de las imágenes, más que del contenido. Lo contrario pasaba con Las mil y una noches y Alicia en el País de las Maravillas. Abandoné muchas veces los juegos con mis hermanos para leerlas. Ana Karenina, Guerra y paz, Los hermanos Karamazov, El conde de Montecristo y La montaña mágica, entre otros, debieron esperar su turno, años más tarde.
Las publicaciones de la Reader’s Digest que me compraba Papá me sumergieron en las aguas de las aventuras. Nuestra Señora de París, El último mohicano, El prisionero de Zenda y Veinte mil leguas de viaje submarino abrieron las compuertas a otras dimensiones. Mi consecuente amiga pasó, para ventura, a formar parte fundamental de mi existencia. Con avidez, comencé a devorar, sin brújula que me orientara, todo lo que estuviera al alcance de mis ojos. Sin descuidar los estudios, buscaba la complicidad de la noche para disfrutar, a plenitud, de la lectura.
Aunque mis selecciones fueran algo desordenadas, ellas me permitieron expandir mis reflexiones.
La etapa del romanticismo adolescente floreció entre versos (“Mira cómo se me pone la piel cuando te recuerdo…”, “Yo seguiré soñando mientras pasa la vida…”, “He renunciado a ti. No era posible…”) y las grandes historias de amor (la desventura de María y Efraín, en María; la pasión de Heathcliff por Catherine, en Cumbres borrascosas; los desencuentros de Scarlett O’Hara y Rhett Butler, en Lo que el viento se llevó; la obsesión de Juan Pablo Castel por María Iribarne, en El túnel). En la soledad de mi cuarto, me ilusionaba con el encuentro de un grande y especial amor.
Las publicaciones del Círculo de Lectores contribuyeron a diversificar mis gustos. De este modo, a Crimen y castigo le seguía Casa de muñecas, a El extranjero, Peyton Place, a Don Quijote de la Mancha, Hombre rico, hombre pobre. Mientras me perdía en el cuerpo franco de la lectura, disfrutaba de la elocuencia de la palabra, los estilos de escritura y la belleza del conjunto de signos y acentos que infundían el justo sentido a la narrativa. A pasos rápidos, leer me facilitaba el proceso de interpretación que favorecía los resultados en mis estudios.
A medida que pasaban los años, ella me exigía, cada vez, más. Rendida a sus plantas, me dejaba atrapar por el terror de Stephen King, Patricia Highsmith, Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga, el existencialismo de Hermann Hesse, Dante Alighieri, Friedrich Nietzsche y Erasmo de Rotterdam, y el realismo mágico de Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Isabel Allende y Laura Esquivel. Aunque mis selecciones fueran algo desordenadas, ellas me permitieron expandir mis reflexiones. Las fronteras fueron creadas por el hombre para imponerse límites y cercenar, entre otras cosas, la libertad de pensamiento.
Con mi independencia económica, llegó la excursión por las librerías. Las vitrinas me invitaban a entrar a los recintos. Las hileras de obras literarias me mantenían imantada hasta que salía con una bolsa llena de libros. La Librería del Ateneo de Caracas, Suma, La Librería del Este, los libreros de la Fuerzas Armadas contribuyeron a abarrotar las bibliotecas que ahora puedo disfrutar con la visión que otorgan los años grandes. Cuando me reencuentro con los cuentos y poemas de Armando Sequera, Mercedes Franco, Fedosy Santaella, Marissa Arroyal, Sylvia Puentes de Oyenard. vuelvo a ser niña. Es la magia que me brinda mi compañera.
Al entrar en cualquier librería o revisar los títulos que nacen a diario, aunado a los que no conozco, me doy cuenta de mi vana presunción.
Con ella me he sentido volar hacia el cosmos, cabalgar sobre el fantástico Pegaso, tener a mano la luna y alumbrar mis dedos con el resplandor de las estrellas. Vivir las experiencias paridas por las musas y acabar llorando o riendo, con la dulce pena de haberlas terminado tan pronto. Encontrar el oasis para aliviar los estragos de los amores desdichados y el refugio para mi infancia triste, cuando la abatían los miedos a los fantasmas y el desconcierto. Rodeada por la magia de las palabras, terminé por creer que mis sueños de niña buena eran posibles.
Hace años, una de mis maestras dijo: “La lectura nos da la oportunidad de viajar por el mundo de las aventuras y navegar por el mar de los conocimientos”. Opino que da mucho más. Si logramos abrir la mente y el corazón, fortifica el discernimiento y el espíritu. A veces, cuando hago lista de otros libros que he leído, Juan Salvador Gaviota, El principito, Ifigenia, Doña Bárbara, Olvidado rey Gudú, La casa de los espíritus, Cien años de soledad y tantos otros que se asoman a mi memoria, me da por creer que han sido muchos. Pero, al entrar en cualquier librería o revisar los títulos que nacen a diario, aunado a los que no conozco, me doy cuenta de mi vana presunción. Es, apenas, una partícula de polvo en el universo de las letras. La lectura, fiel compañera en los caminos de mi existencia, seguirá conmigo, mientras la vista y el entendimiento no me fallen.
- Compañera de viaje - domingo 23 de mayo de 2021
- Una broma celestial - sábado 17 de abril de 2021
- Pero… - jueves 18 de marzo de 2021