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Roberto Calasso, el conductor a “quién sabe dónde”

domingo 17 de octubre de 2021
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Roberto Calasso

He aquí, en verdad, un ejemplo de literatura en estado puro; de literatura a través de la literatura. Un ejercicio de estilo digno de un lector inteligente que se ofrece como un muestrario de conocimientos variados y remotos y a la vez como un extraordinario juego de la imaginación.

Roberto Calasso (Florencia, 1941; Milán, 2021), editor y escritor, se nos desvela, sobre todo, como un sabio lector. Y como tal atributo, bien entendido, supone un cúmulo de riquezas (de viajes, de reflexiones, de mitos, de experiencia…). Él hace uso de tal bagaje para ejercer una a modo de ceremonia de encantamiento en sus textos, trasvasados todos ellos de cultura y curiosidad, de cuentos y preguntas, de viajes y sueños más o menos reales, dando como resultado unos libros apasionantes, seductores, eternamente jóvenes a fin de poder ser visitados en cualquier momento.

Veamos; leamos:

Resonaban los pasos del conquistador en las Tulleries, el día en que tomaba posesión del lugar, acompañado de Roederer, entonces Consejero de Estado. Le había dicho a Josephine: “Vamos, criollita mía, échate en la cama de tus amos”. Roederer, mientras contemplaba los “viejos y oscuros tapices y la oscuridad de los apartamentos”, dijo: “General, esto es triste”. Y Napoleón, sabiendo que la respuesta sería inmediatamente anotada en los papeles del Consejero: “Sí, como la gloria”.


El estilo, observó Daumal, es la huella de lo que se es sobre lo que se hace.


Cuando los hombres interpretaban el papel de los astros, eran estrangulados con un lazo negro.


El fragor del aplauso cubre los gritos de la víctima. Cuando la “star” o el político son asesinados porque son “demasiado famosos” se dice que el asesino está loco. Pero su locura desvela el origen del aplauso.


Existe un fenómeno que es la perfecta inversión de ese repetirse de los signos dispares del mundo hasta condensarse en otros tantos presagios; es la repetición forzada de una palabra, que al cabo de un breve intervalo de tiempo le hace perder todo significado y la abandona ante nosotros como una opaca cáscara sonora.


Bentham es el autodidacta feliz. El cálculo de los placeres borra el incalculable pasado, con su saco de espectros que turban las sumas y las restas. Pero son raros los casos como el suyo, tan impermeables.


Así pues, Ricardo y Marx se ponían el primero del lado de la burguesía, y el segundo del lado del proletariado, pero sólo hasta que esas dos clases ofrecieran la garantía del máximo desarrollo productivo. Y, de la misma manera que Marx imaginaba que Ricardo se situaba despiadadamente contra la burguesía, nosotros podemos imaginar que Marx se sitúa despiadadamente contra el proletariado.


Ante la culpa sólo vale el cálculo despiadado de las fuerzas. Ante el culpable existe siempre una última vaguedad. Jamás se acaba de saber hasta qué punto lo es realmente, porque el culpable forma cuerpo con la culpa y obedecerá su mecánica. Quizá aplastado, quizá abandonado, quizá liberado. Mientras tanto, la culpa sigue rodando sobre otros, creando otras historias, otras víctimas.


Más que la devoción, la belleza era el trámite seguro entre la vida de la ciudad y la de los Olímpicos. En ella comunicaban mortales e inmortales, sin auxilio de ritos. El mismo Zeus sólo aceptaba renunciar a la fuerza y “hacerse humilde” cuando se encontraba ante la belleza de una mujer mortal. Y aceptaba “ir a la caza de aquella naturaleza siempre mediante el arte y la no violencia”.


La noche siguiente a la carrera fue triste, porque todo sucedió como estaba previsto y acordado. Con el impulso de la carrera, los caballos de Posidón desplegaron las alas y condujeron a los tres vencedores a Eubea. Hipodamía dijo: “Tengo sed”. Pélope fue a recoger agua en su yelmo. Mirtilo miraba a Hipodamía e intentó abrazarla. Hipodamía se soltó fácilmente y dijo: “Espera”. Pélope regresó con el agua, le hizo un gesto imperceptible con la cabeza. Los dos amantes conocían la primera ley del hampa: después del enemigo, matar inmediatamente al traidor que te ha permitido matar al enemigo.


“A leer y a escribir aprenden en los límites de lo impensable”. En cualquier esquina de la vida, como un carcelero insomne, Licurgo había encontrado el demasiado, para destrozarlo antes de que creciera. Los espartanos sólo podían advertir la abundancia en un único momento: cuando los flautistas entonaban el ritmo de Cástor, respondía el peán, y una hilera compacta, con las largas melenas sueltas, avanzaba.


Arte monológico es fundamentalmente arte sin testigos, pero en él desaparecen también los otros dos términos obligatorios en el análisis del arte —la obra y el artista—, porque el arte monológico es arte del olvidar y del olvidarse.


Por su talante, Walter Benjamin era todo lo contrario de un filósofo: era un exégeta. El petulante impudor del sujeto que dice “yo pienso esto” le resultaba básicamente ajeno. En cambio, desde el principio encontramos en él la prepotencia camuflada del exégeta, ese gesto de ocultarse detrás de montañas de materiales que comentar.


La naturaleza, testaferro ambivalente de lo religioso, no sólo es objeto del pensamiento en Kraus, sino también modelo del pensar, en tanto que lugar del múltiple juego de la apariencia. Kraus tiene muchos pensamientos, no un pensamiento.


Llegado a las conclusiones de “Sexo y carácter”, Weininger parece haber advertido que todo su sistema sólo conseguía describir una alucinación, producida por el miedo de la nada, y de su desconcertante sinónimo que es la Mujer.


En el Bosque de los Cedros la vida era tranquila, casi inmóvil. Vivían allí en sociedad quienes habían optado por prescindir de todo vínculo con la sociedad.


Existe una cabeza de caballo que recorre la superficie del firmamento: el sol.

Existe una cabeza de caballo que recorre la tierra: el recipiente de la dulzura.

Existe una cabeza de hombre que recorre la tierra: aquel que no ha resuelto el enigma de la cabeza cortada del caballo.

Los fragmentos recogidos aquí corresponden, por orden, a los siguientes títulos:

  • Las bodas de Cadmo y Harmonía.
  • La ruina de Kash.
  • Los cuarenta y nueve escalones.
  • Ka.

Todos ellos publicados en la editorial Anagrama y, respectivamente, en los años 1989, 1990, 1994 y 1999.

Ricardo Martínez-Conde
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