
Sin su luz octubre
Se ha derrumbado sin su luz octubre,
en escombros se han convertido sus torres,
sus cúpulas,
las plazas donde ondeaba la espera.
Yo dormía mientras tanto
y ahora que despierto pregunto
si habrá rosas tras el incendio del barco.
¿Quién cantará las canciones
que brotaron de sus trenes?
¿Cómo cruzar las avenidas,
los parques,
enterado ya de que no es más que un recuerdo?
¿Acaso habrá naranjos ahora que murió octubre?
¿Habrá alguien que
sin pena
levante lo más alto las banderas?
Tal vez nada sea hoy sin octubre,
sin sus puentes levadizos ni cañones;
o quizá,
tras el derrumbe de sus fábricas y lunas,
un poco de su polvo perdure
en mi corazón.
Para ver el cielo
¿Habré borrado la huella dejada en la piedra
sobre la que me levantaba para verte desnuda?
Para beber tus jacintos
Me has besado, Irina, me has besado.
Dormido me has dado el beso
que despierto me negaste.
Mi amigo Carlos, Irina,
me lo ha contado.
Mi amigo Carlos,
Irina,
mi amigo Carlos.
Yo soñaba cómo la hierba,
cómo la hierba cual agua fresca
en mis labios se derramaba.
Yo dormía, Irina,
yo dormía.
Has tendido un puente
entre el dolor y los sueños.
Me has besado, Irina,
me has besado.
Tendré que dormir
para beber tus jacintos.
Que la hierba beba del amor recibido
La ventana
que daba al amor
estaba cerrada,
la forcé
y te encontré.
Por bella te he querido.
Si no lo hubieras sido,
aun te habría amado.
Soy el niño que se duerme en tus ojos.
Estoy atado al poema que eres.
Cuando la muerte me invoque
ya me habrá consumido tu fuego.
El amor abrió los ojos
y ahorcó en un cedro
la desesperanza.
Su oído
escuchó con ternura
la lluvia del que estaba solo.
Si alguna tempestad me derriba
que la hierba beba
del amor recibido.
Para amar a Denise
Dame, madre,
unas monedas para amar a Denise.
Pedí su amor a las puertas del Instituto
y me dijo que sí, madre,
que su amor sí
y todo su vientre de raudal y viento
y la falda azul como despidiendo un buque,
la risa y la espuma
y toda Denise toda.
Pero no tengo una moneda
para llevarla al muelle ni al viejo motel
que Denise sabe
queda cerca del muelle,
justo al lado de los pelícanos
y de los charcos donde los niños
tiran piedras para no desperdiciar la infancia.
Denise sabe más del amor que yo, madre,
que yo que sólo he soñado su pelo y sus manos,
el tobillo,
la cálida brisa arreciando en su pecho
y las monedas que te pido, madre,
para amar a Denise.
Estación deseo
Hay un árbol rojo que se asoma a la frente.
Son los ojos los primeros que saben de amores.
Salta el adarve aquel que desea;
sabe que al otro lado la flor de agave no da espera.
Por el deseo malvado,
por el deseo puro.
Hay sales sagradas en la entrepierna.
De la mirada nacen las ansias.
Quien ve la belleza olvida
que la muerte está a su lado.
Quien ve la belleza
olvida que la muerte está en su contra.
Hay una gota sagrada en el sudor de las axilas,
cálido prado para los amores urgentes.
El deseo no sabe la espera,
rompe contra las paredes clepsidras,
abre un vano creyendo verter las horas.
Piernas, brazos y ojos.
Todo el deseo se resume en la piel.
Hay un olor sagrado en los calzoncitos
dejados en la alambrada del patio.
Se huele al otro como libro recién abierto.
En cálido jugo torna la caricia los cuerpos;
prado húmedo para el deseo.
Magdalena sin mí
Abandoné sus calles
y aún sin mí la tarde y sus candados.
La lluvia es la memoria que ya no me busca,
que borra las huellas de mis gestos.
Incluso el dolor que tuve se puede olvidar;
incluso el amor que tuve puede borrarse.
¿No dejé acaso una ventana quebrada,
la rama de un árbol que buscaba su sombra?
Había una canción que contemplaban mis ojos,
un cielo arrastrándose por la calle,
una luna escondida en la botella.
Todo lo que amé no está sino en mi corazón.
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