A veces soy armonía y a veces suma de incoherencias.
A veces me consuela el silencio y a veces me atraen los ruidos desconocidos.
A veces soy euforia y a veces un pretexto de derrotas…
El tiempo que construyo me pertenece y estoy obligado a darle el más importante de los sentidos: el de la aprobación.
Acompañado por verdades que fui incapaz de entender en su momento, corrijo antiguas visiones de soberbia con nuevas visiones de una frágil vulnerabilidad.
Habito entre evocaciones y esperanzas. Concibo el tiempo como un camino donde las huellas precisan necesariamente de un diseño.
Mi camino: continuidad temporal, espacio como flujo e ininterrumpida cadencia.
Más que de avanzar en el camino se trata de entender su coherencia, de conquistar su continuidad…
Al igual que la casa, mi camino es el espacio inseparable de esa temporalidad que yo mismo soy.
He aprendido a reconocer el sentido de mi casa. Poco a poco fui transformándola en voluntad: de resistencia, de continuidad, de esperanza; lugar donde protegerme de ese sentido inhóspito y carcelario que tantas veces posee la vida; escondrijo del que estarán siempre ausentes las intromisiones, los rostros prescindibles, los innecesarios testigos.
En mi camino, la coherencia de mis pasos precisará siempre de una ilusión o de una fe.
¿Cuál es el sentido de los tardíos descubrimientos? Tal vez reconocer lo que fue siempre esencial.
La densidad que me fortalece se complementa con la levedad que me aligera.
Busco predecirme por entre lo impredecible, reconocerme en el albur sin forma, prevenirme ante lo imprevisto.
¡Que mis actos se justifiquen y mis propósitos me justifiquen!
Por mucho tiempo y en demasiadas oportunidades pude llegar a ser mi peor enemigo.
Inadecuado o incapaz al no saber distinguir o valorar eso que me alienta o me sostiene…
Avanzo, habitante de un presente convertido en corolario.
Avanzo, acompañado de propósitos que son también anhelos.
En el camino mucho más que los puntos de partida importarán el tránsito y, sobre todo, las conclusiones.
Estoy obligado a aceptar los desafíos del camino; a veces, dando rodeos, disimulando, aguardando pacientemente; otras, exponiéndome en actitud abierta, casi desafiante, ante la vista de todos.
En el camino guiarme sólo por la luz de ciertos absolutos terminará por enceguecerme.
En el camino la densidad de mis compromisos será siempre tan importante como la ligereza de mi libertad.
Sigo el ritmo de mi camino: suma y vaivén de cadencias: positivas o negativas, crecientes o menguantes, ordenadas o desordenadas…
Entiendo que mis ilusiones muy poco o nada tienen que ver con las circunstancias que me rodean, pero nunca podría dejar de apoyarme en ellas…
En el camino me guían la lucidez, la memoria y la imaginación. Las dos primeras me permiten identificar eso que veo, la tercera me conduce hacia eso que desearía ver.
En el camino a veces soy protagonista y a veces debilitada comparsa.
Pierdo al enfrentar equivocadamente mis sentimientos o ignorar el alcance de sus significados.
Me esfuerzo por convertir mis pasos en aceptadas huellas.
Interrumpo la fluidez de mi camino al no respetar su natural continuidad. Al quebrar su coherencia desdibujo su sentido.
¿Mi ilusión de caminante? Que mi memoria diseñe un sentido para mi tiempo.
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