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La importancia del romance en la Guerra Civil

lunes 12 de febrero de 2018
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Romancero de la Guerra CivilTodo comenzó con la aparición en agosto de 1936 de El Mono Azul, la revista creada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. En el primer número de dicha revista se pidió a todos los poetas antifascistas de España, anónimos y conocidos, la colaboración, mandando romances en contra del bando nacional.

En noviembre de 1936 aparece el Romancero de la Guerra Civil, en el que van a colaborar con la publicación de algunos romances Alberti, Altolaguirre, Bergamín, Miguel Hernández, Emilio Prados, Rafael Dieste, Pedro Garfías y Serrano Plaja.

Poco más tarde, ya en 1937, surge el Romancero General de la Guerra de España, donde Emilio Prados y Antonio Rodríguez Moñino ofrecen una amplia muestra de toda la publicación romancística republicana.

He hablado de los romances más famosos, pero existieron otros, tales como los Romances de la CNT, del que se encargó Antonio Agraz, poeta anarquista y José García Pradas, teórico y director de la publicación.

Juan Gil-Albert se convirtió en un hombre comprometido en aquellos tiempos y sus romances así lo testimonian.

Incluso hubo anarquistas menos conocidos que el citado Antonio Agraz que publicaron sus particulares romances: Romancero popular de la Revolución se titula el romance de Juan Usón, “Suanonus”, el cual se declaró “anarquista neto”.

Como vemos, hubo bastantes romances en el bando republicano e incluso en el anarquismo, lo que nos muestra que Gil-Albert se acoge al romancero por ser una técnica muy usada en los tiempos del conflicto bélico y un arma clave contra la derecha española.

No olvidemos que el poeta alicantino es uno de los hombres que creen, en ese momento histórico, que la poesía debe ser útil y no un elemento estético, como fue habitual en su ideario anterior. Y tampoco hay que olvidar que Gil-Albert en Mi voz comprometida dirá lo siguiente: “Declaramos por nuestra parte el horror humano y el desinterés estético que origina en nosotros esa ‘pureza’ exenta de sangre y puesta en pie con el apoyo de las más inhumanas mutilaciones” (Juan Gil-Albert, 1978: 175-176).

Se refiere a los criterios que maneja la revista Nueva Poesía, donde no se pone como prioridad el conflicto social que urge en la poesía.

Por ello, Gil-Albert se convirtió en un hombre comprometido en aquellos tiempos y sus romances así lo testimonian.

Pero, antes de entrar en el comentario a algunos romances del libro, hago referencia, por la clarividencia de su opinión para entender mejor este apartado, a las palabras de Víctor García de la Concha cuando señala los temas que dan lugar al Romancero antifascista. Para no extenderme demasiado en la catalogación esmerada del ilustre filólogo, me remito a citar las oposiciones que establece. “Traición-profanación”, sobre ello dirá lo siguiente: “Los romances republicanos coinciden en señalar que el alzamiento militar es una traición para vender las tierras de España a potencias extranjeras” (Víctor García de la Concha, 1992: 130). Otra oposición que cita de la Concha es “tierra- cielo”; se refiere a que los romances españoles van a centrarse en la solidaridad con el pueblo y muestran también un deseo de anclarse en la tierra, frente a la poesía del bando nacional que señala la idea de la trascendencia.

Otro tema que aparece en el libro es “chavales cetrinos-ángeles efebos”; para los poetas del bando republicano no importa la descripción de la belleza, sino del valor, frente al bando nacional que abunda en la idea de describir a jóvenes bellos.

Otro tema que menciona García de la Concha será “maniqueísmo-sátira”; dice De la Concha, de forma más concreta, lo siguiente: “Es coincidente el recuso a la comparación con animales nobles para aludir a los del propio bando y feroces o degradados para calificar a los contrarios” (Víctor García de la Concha, 1992: 135).

Estas son las oposiciones principales que señala el gran filólogo entre los dos bandos y que me parecen necesarias para entender mejor la ideología de unos y de otros y su estilo al escribir los romances.

 

Los romances de Gil-Albert

Pasemos ya a comentar los romances que aparecen en el libro titulado Siete romances de guerra, de Juan Gil-Albert. El primero que me llama la atención es el que se llama “Tres romances de Juan Marco” (Juan Gil-Albert, 2004: 133-138), en el cual el poeta nos cuenta la muerte de un soldado republicano: Juan Marco. Con el romance pretende el autor servir a la causa antifascista y lo consigue plenamente. Cito algunos versos que me parecen de interés: “nos llegaron malas nuevas, / de la sierra donde estabas, / y se puso negro el día / que entraba por las ventanas; / estudiantes de la FUE / tristemente te nombraban, / responsables del partido / tienen su cara mojada” (vv. 15-22). Refleja en estos versos el dolor de los estudiantes, lo que indica que nos hallamos ante una noticia trágica. Se trata de la muerte de un soldado, Juan Marco, como veremos seguidamente: “Estando el joven Juan Marco / de pie en las avanzadas; / voluntario hacía guardia, / que nadie se lo mandara, / porque tiene Juan destino / de morir de madrugada” (vv. 29-33).

Los últimos versos nos llaman la atención; vemos al joven avanzar hacia la muerte, “nadie se lo mandara”, y la presencia del destino, “morir de madrugada”. Nos señala así el poeta la importancia de lo épico en el romance; quiere transmitir la valentía de un hombre que se encamina a la muerte como si le llamara, cono si fuese su destino irreversible.

Aparecen también en el romance las canciones, ya sabemos que fueron muy importantes en el frente ante la soledad y la incertidumbre de la posible muerte: “Marco escucha las canciones / que le hieren en el alma / voces escarnecedoras / que están desgarrando España” (vv. 40-43). Se está refiriendo a las canciones de las falanges aragonesas que no puede oír sin herirle el corazón.

Lo que cuenta el poeta alicantino es el ímpetu desgarrador de un joven que, ante la imposibilidad de soportar la afrenta de la música canalla, lanza un grito como respuesta y, por ende, como palabra que desafía a la misma muerte: “Su boca da la respuesta / a la canción inciensada: / ‘Agrupémonos, amigos, / hasta el final, camaradas’” (vv. 44-47). En ese instante, las metralletas enemigas, en la noche aciaga van a asesinarle: “mientras una nube adversa / por la llanura se arrastra, / invadiendo por los campos / fría humedad desolada” (vv. 47-51). Emplea el poeta adjetivos como “inciensada”, es decir, quemada. También aparece la agrupación de dos adjetivos con un sustantivo para insistir en la tragedia, haciendo mucho más estremecedor este final de Juan Marco.

Nos cuenta Gil-Albert que Juan Marco era estudiante y joven soldado; además, nos muestra esa sensación del temor que avanza en la noche, trayendo el presagio de la muerte injusta y prematura: “Vienen hacia ti, escondidos / en esos velos de agua, / los ruines portadores / de una muerte tan temprana” (vv. 56-59). Vemos cómo el poeta nos regala su estética, ya que, aun hallándose en el gran conflicto de la guerra, no puede evitar el lirismo: “velos de agua” para referirse a las nubes. También califica de “ruines” a los enemigos. Ya dijimos que, siguiendo a García de la Concha, el enemigo es descrito como animal feroz y cruel.

Gil-Albert va a ir presagiando la muerte del soldado y estudiante, pero ésta aún no se ha producido. Llega cuando Juan Marco cree que se encuentra ante los republicanos al ver la bandera entre la niebla (por dificultades de visión, claro está). Lo que ocurre es esencialmente trágico: “Cuando ya se disponía / a dejar la zona franca / entre las nieblas advierte / la bandera desplegada, / y ¡oh, perfidia manifiesta! / no era bandera encarnada / ni tricolor, la que traen / era la antigua, manchada” (vv. 68-75).

En estos magníficos versos podemos ver el peso del engaño; la niebla ha aparecido ya y se detiene ahora como causa principal del destino trágico del joven soldado. La bandera de los nacionales aparece “antigua, manchada”, es el fruto del mal, aquello que ha de corromper y engendrar dolor.

El ámbito de la noche, como veremos, es clave en el romance.

Cuenta en el romance que Juan Marco pide ayuda, pero es demasiado tarde y ya se avecina hacia la muerte. Lo que más me llama la atención del romance es esa advertencia que pesa acerca de su pronta muerte y la constatación del destino adverso del soldado desde el principio. No puedo evitar pensar en una obra clave de Lope de Vega, El caballero de Olmedo, donde el presagio de la muerte está presente desde el principio de la obra.

Dice Gil-Albert cerca del final del romance: “Las cuatro de la mañana, / cuando en la tierra se cae / la fruta no madurada” (vv. 81-83). Es una mención muy clara a la juventud, a ese momento de la vida pleno que se arranca de raíz.

El ámbito de la noche, como veremos, es clave en el romance, como lo fue en El caballero de Olmedo. En el tiempo nocturno y frío se desarrolla mejor la soledad y la injusticia, como si el velo oscuro que la cubre diera mayor impunidad a los asesinos.

Dirá seguidamente: “Los labios de Marco expiran, / la Internacional cantaban, / con la mano a sus amigos, / dice, que se retirarán” (vv. 82-85). Marco muere solo y cantando el himno de la solidaridad de la izquierda en el mundo. Vemos en el romance su declarada valentía, muriendo en soledad: “con la mano a sus amigos / dice, que se retirarán” (vv. 84-85). La grandeza del joven es evidente, desea no poner en peligro a sus amigos, para que no sean diana visible de los fascistas.

De nuevo las canciones, ya que en este tipo de romances son muy habituales, lo que demuestra la fe en una idea y el coraje en la lucha.

En el Romance II (ya que está dividido en tres) cito los versos más importantes: “En Valencia su partido / quiere ese cuerpo del alba” (vv. 7-8). Como podemos ver, Gil-Albert utiliza el estilo como protagonista, podría decir “cuerpo del amanecer”, pero su voluntad estética de crear belleza le lleva a decir: “cuerpo del alba”.

Resulta muy interesante el calificativo que dedica en el Romance a los amigos de Juan. Los llama “samuráis”: “Los ‘samuráis’ / ya salieron / bramando de ira y de rabia / a rescatar los despojos / de su alegre camarada” (vv. 9-12).

Nos preguntamos por qué escoge el poeta alicantino el término “samurái”, el cual pertenece a los guerreros de la sociedad feudal japonesa entre los siglos XII y XIX. La respuesta se halla en ese concepto medieval de valor y lucha que puede parangonarse al héroe republicano. El sentido épico triunfa en el romance.

Encuentran el cuerpo de Juan Marco y le ven destrozado: “¿cómo mirarla, se puede, / esa cara machacada / las dos manos en cercén, / las orejas arrancadas?” (vv. 29-32). No elude el poeta alicantino la violencia, porque se lo exige un mundo atroz que está llenando de sangre a las madres y a los padres de España entera.

Naturalmente, una muerte así pide venganza, pero lo que más nos sobrecoge es la imposibilidad de la tierra de hacer fruto de ese cuerpo yerto, tal es el grado de congoja y esterilidad de una época atroz para nuestro país: “Se lo llevan a enterrarlo / bajo esta tierra tan parda / ya Valencia no podrá / darle rosas encarnadas” (vv. 35-38). Se muestra la tierra inútil en tiempos crueles, seca, yerma, estéril.

Termina el romance con una tercera parte donde aparece la madre: “Tu madre, sola y amarga, / ha venido hasta el partido, / cuando el hijo le faltaba, / que quiere ser comunista, / ¡qué hermosa sangre de España!” (vv. 6-10). Se destaca en el romance el comunismo, como un lugar de solidaridad que abraza la causa republicana. Todavía no había sentido Gil-Albert el horror ante los desmanes de los comunistas (como también lo hicieron los falangistas) en la Guerra Civil española.

Termino con la aparición de los estudiantes que honran el nombre de su amigo: “Ya han puesto los estudiantes / su nombre, sobre su plaza, / un nombre de letras de oro, / festoneado de plata” (vv. 19-22).

Como podemos apreciar, han aparecido en el romance la presencia aciaga de la noche, el destino ya trazado del joven Marco, la niebla como símbolo de la tragedia que tapa la impunidad de los asesinos, los compañeros como presencia de solidaridad frente a la ausencia del enemigo, sólo vista con adjetivos peyorativos como “ruines portadores”; la madre, esencia de la ternura que, realizando un tributo a su hijo muerto, abraza la idea comunista. Hay dos claros tributos: el valor y la juventud del soldado muerto.

Cito a continuación un romance aparecido en el Romancero de la Guerra Civil que tiene su indudable interés y que mantiene cierta relación con el romance de Gil-Albert; me refiero a “El fusilado” (Vicente Aleixandre, 1984: 14-15), que escribió Vicente Aleixandre para el libro.

Dice así: “Veinte años justos tenía / José Lorente Granero / cuando se alistó en las filas / de las Milicias de hierro, / y salió para la Sierra / diciendo sólo: ‘Si vuelvo, / hermanos, será cantando / con vosotros; si no, muerto!’” (vv. 1-8). Como vemos, en el romance de Aleixandre aparece un hombre joven al igual que en el de Gil-Albert, también es un hombre alistado en la Milicia, y además va a combatir en la Sierra (como hizo Juan Marco). Su valentía ya se presupone.

En comparación con el hombre solo, muy valiente, que se defiende y matar a algunos enemigos, vemos la cobardía de los otros, que aparecen en grupo.

Describe el poeta andaluz al joven luchando y matando, aspectos que no aparecían en el romance de Gil-Albert: “Luchó y mató; un nimbo rojo / iluminaba su cuerpo, / y el de las balas traidoras / parecía protegerlo” (vv. 15-18). Estamos ante un héroe épico que parece sobrehumano, como si del pecho manase una fuerza que le impidiese morir.

Pero, en estas circunstancias, tal suerte no puede durar, ya que en estos romances la muerte es siempre la consecuencia final de la lucha: “Mas, ay, que llegó una noche, / noche de pena y de duelo, / noche de tormenta obscura / noche de cielo cubierto” (vv. 27-30). Observamos la repetición de la noche; utiliza el poeta este recurso para intensificar la tragedia. Ya vimos que en el romance de Gil-Albert la noche constituía también el espacio del drama.

Aparece, como nos indicaba certeramente García de la Concha, el apelativo a los enemigos, son hienas y el poeta los comparaba con lobos: “En la refriega, José, /de venganza y furor ebrio, / persiguiendo puso en fuga / a un grupo de hombres siniestros / que escapaban entre breñas / como lobos carniceros” (vv. 31-35). Presenta Aleixandre al enemigo como cobarde y en su posición de seres salvajes, “lobos carniceros”, animaliza, de esta manera, al contrincante.

Contará luego cómo fue apresado por la canalla: “De repente unos traidores, / a docenas si no a cientos, / de sus cubiles brotaron, / de sorpresa le cogieron; / entre todos le rodean, / aunque él tumba a cinco muertos / y a insultos, golpes, atado / le llevan al campamento” (vv. 42-49).

Vemos cómo agranda la presencia de los enemigos: “a docenas, si no a cientos”. En comparación con el hombre solo, muy valiente, que se defiende y matar a algunos enemigos, vemos la cobardía de los otros, que aparecen en grupo. No cabe duda que el romance tiene el objetivo de exagerar la realidad para rendir tributo al joven soldado.

De nuevo, como ocurría en el poema de Gil-Albert, el hombre que va a morir va a aparecer solo, frente a los enemigos que van a dejarle allí en su agonía: “¡Fuego!, gritó, y fuego hicieron / las nueve bocas malditas / que plomo vil escupieron” (vv. 79-81). Magnífica forma de describir el instante terrible del fusilamiento. Podemos ver la personificación de los fusiles: “nueve bocas malditas / que plomo vil escupieron”, nos sobrecoge y nos enfrenta al horror de la condición humana. Y como ocurría antes, en el poema del escritor de Alcoy, queda la soledad infinita de la tierra que le acoge, sin posibilidad de dar fruto: “La tierra sola quedaba / Sola no: ella y su muerto” (vv. 90-91).

Aparece, como ocurrió en el romance de Gil-Albert, el alba, otro de los motivos que son frecuentes en este tipo de romances. En el poema, absolutamente llevado al extremo de lo épico (más atenuado en Gil-Albert), el joven soldado no ha muerto: “Amanecía la aurora / y el alba doraba el cuerpo, / un cuerpo que con el día / se levantó de este suelo” (vv. 102-105). Nos deja absolutamente impactados el momento en que el joven vuelve a la vida.

Aleixandre concluye demostrando que todo su afán se halla en cantar al pueblo republicano a través de esa metáfora de la resurrección del joven: “José no murió. ¡Miradlo!/ Resucitado, no ha muerto; / que no murió, como no / morirá jamás el pueblo” (vv. 112-115). Nos dice el poeta que podrán caer balas y bombas ante el pueblo, pero su ímpetu, como un vendaval de libertad, no ha de morir nunca: “Pero el pueblo vive y vence, / pueblo sin tacha y sin miedo / que en una aurora de sangre / está como un sol naciendo” (vv. 120-123).

De nuevo, la aurora, el amanecer y el sol, como símbolos de libertad.

El romance, en mi opinión, es muy hermoso y, desde luego, tiene coincidencias ya aludidas con el romance de Gil-Albert, salvo la pasión simbólica de Aleixandre, que lleva su poema a un extremo de inverosimilitud, debido a su carácter épico y metafórico.

He elegido, siguiendo con los romances que aparecen en el libro de Gil-Albert, aunque sean interesantes, el “Romance de los moros y alcoyanos”, donde se hace una apología del moro o el romance de la niña Durruti, un poema que tiene otro estilo y reivindica más la naturaleza, para entender mejor la pasión de Gil-Albert por el ámbito valenciano, su amada tierra. Con este romance concluiré este apartado dedicado a la contribución del poeta de Alcoy a los romances de la guerra.

Se llama “Romance de los naranjos” y, de nuevo, nos devuelve Gil-Albert su gusto por la tierra natal, por su Mediterráneo del alma.

En este romance, el tema es la irrupción de la guerra en la Naturaleza, esa violencia que hiere al mundo que tanto amó el poeta.

Lo que Gil-Albert nos quiere transmitir en el poema es la indefensión de los naranjales que están expuestos a la codicia de los traidores.

Cito algunos versos: “Naranjales de la vega, / subido a tus viejas torres, / lamento, lamento y miro / la extensión de tus verdores” (vv. 1-4). Como vemos, el poeta va a insistir en el verbo “lamentar” para presentar el dolor inmenso que causa la guerra en su ámbito querido.

El poeta extiende su espléndida adjetivación a los naranjales de la vega: “la galanura escondida / de esmeralda, en tus rincones, / y el agua clara en acequias / reflejándote en tus goces” (vv. 5-8). Podemos paladear la belleza del agua clara, como un espejo en que se mira Gil-Albert para disfrutar de la belleza. El poeta de Alcoy, en este romance más lírico, prendido y abstraído por la Naturaleza.

Explica, seguidamente, el porqué de su lamento: “Lamento, lamento y miro: / ¡que la guerra lo trastorne!, / ¡Qué se puede enajenar / el esplendor, por traidores!” (vv. 9-12). Vemos la antítesis “enajenar-esplendor”, parece imposible que tanta belleza cantada pueda sufrir una herida tan grande; por ello, repite con insistencia el verbo “lamentar”, tal es su impotencia ante tanta agresión.

Lo que Gil-Albert nos quiere transmitir en el poema es la indefensión de los naranjales que están expuestos a la codicia de los traidores: “¡Oh, los campos apacibles / entre los azules montes, / sirviendo a los mercaderes / de pasto a sus ambiciones” (vv. 13-16).

El poeta pregunta al naranjal como si fuese un ser humano tocado por la bondad y pudiese responderle. Demuestra así Gil-Albert el grado de intimidad a la tierra amada y expoliada ahora por “mercaderes”. Dice: “Ay, naranjal de la vega, / codicia que al cielo pones. / ¿Con quién están tus suspiros? / ¿Del lado de las bajezas / o del de las aflicciones?” (vv. 25-30). Si la codicia de los invasores pone precio a la naturaleza, el resultado sólo pueden ser las “aflicciones”.

El poeta integra el tiempo real en su visión de la tierra herida: “En marzo los viste alegres, / cuando esclataban (estallaban) sus flores / llevando rojas banderas / por dentro de tus olores” (vv. 30-39). Se refiere al tiempo feliz, antes de la guerra, la República es algo vivo, triunfante, no sesgada por el dolor. La fusión ideológica de la naturaleza con la pasión política es extraordinaria: las flores se abren en su estallido de color como las banderas rojas de la República.

Luego llega el dolor: “En julio ya cambiaron / el rostro y los corazones, / los mancebos en las armas, / las mujeres en labores, / los hombres en su parcela / discuten las ilusiones” (vv. 34-39). Como seres inocentes, los mancebos, casi niños, que van al frente, y los hombres mayores “en sus parcelas” viven ya el miedo, encerrados en el interior, ante la inminencia del dolor; además presagian un futuro condenado: “discuten las ilusiones”.

Es muy hermoso el poema, lo que demuestra una vez más el esteticismo del poeta, su deseo de crear belleza, hacer visual ese mundo amado, la visión de la virginidad de los naranjales, imposibles de ser mancillados por mercaderes y demás alimañas: “Nutre, nutre, las esferas, / multiplica tus primores, / que te sea cada árbol / de oro, un fresco lingote” (vv. 70-73). Vemos esa posibilidad de fecundar, de hacer hermoso todo el campo, virgen y puro, no manchado por el enemigo.

Dice también, en un lenguaje espléndido que nos sobrecoge por su delicadeza: “que la vega centellee / colgado de miel los dones / pues nadie podrá tocarlos / y ¡ay! De quien vaya y los toque, / que los frutos de tus ramas / manjar son de hombres mayores, / y han de acercar dulcedumbres / a labios de luchadores” (vv. 74-81).

Todos estos versos hacen hincapié en el esplendor de la naturaleza, su posición privilegiada en el mundo. Como vemos, van a aparecer el oro, la miel, las naranjas, son dones del paisaje, regalos de la Naturaleza para el ser humano. No hay entrega sino resistencia; sólo los hombres mayores son, por el trabajo delicado y dedicado por y para la tierra, los merecedores de sus dones.

Termina el romance con la propuesta de lucha, como si el campo se humanizase y fuese ya un joven soldado más de la causa republicana: “Sal a la pugna enconada / de tus venturosos bordes / que está sonando la hora de entregar nuestras pasiones” (vv. 96-99).

Esta hermosa alusión a los naranjales de la vega como soldados, en la mirada del poeta sensibilizado pero defensivo ante la agresión a su pueblo, resulta, por tanto, la mejor manifestación de la respuesta social de Gil-Albert ante la Guerra Civil española.

En mi opinión, es un poema magnífico, ya que utiliza la naturaleza, con un lenguaje delicado y lírico, para extender su proclama de lucha y libertad a todos los hombres.

Hay un romance que aparece en el Romance de la Guerra Civil española donde podemos ver el lirismo y la entrega a la naturaleza que percibimos en el poema a los naranjos. Me refiero al llamado “Llegada” (Emilio Prados, 1984: 58-61), de Emilio Prados y dedicado a Federico García Lorca.

Para no extenderme demasiado en el romance entero, cito algunas líneas que me parecen dignas de mención: “De noche los olivares / alzan los brazos gimiendo / La luna lo anda buscando, / rodando, lenta, en el cielo” (vv. 65-68). Se refiere a la muerte de Federico y la presencia del poeta en la naturaleza; podemos ver cómo se humanizan los olivares “que alzan los brazos gimiendo”, y cómo la luna, su luna de siempre, le busca “lenta, en el cielo”.

Y, además, como no podía ser de otro modo, los gitanos y su sangre claman por su presencia: “La sangre de los gitanos / lo llama abierta en el suelo, / más gritos lleva la sombra / que estrellas el firmamento” (vv. 69-72). Magnífica forma de expresar el dolor que la muerte del amigo evoca en todo, en su mundo, en los hombres, en el cielo.

El romance se impuso como si fuese una canción, con sus versos octosílabos y la rima asonante.

Termino esta rápida evocación: “¿En dónde estás, Federico? / Yo este rumor no lo creo. / ¡Cómo me duelen las balas / que hoy circundan tu recuerdo!” (vv. 87-90).

Lo que queda para Prados es el sonido de la muerte; por ello emplea “balas”, las que se incrustan adentro, en el alma. Un final que resulta muy bello y en el que se expresa todo el clima de gran pasión que ofrece el poema: “Aguárdame, Federico, / mucho que contarte espero. / Entre Málaga y Granada, / una barrera de fuego” (vv. 97-100).

Se unen así dos hombres y dos ciudades, la suya y la de Federico, en un final hermoso como pocos.

Concluyo este estudio dedicado al libro señalando que habrá muchos otros romances en este período, como el que dedica José Bergamín a Franco titulado “El traidor Franco” (José Bergamín, 1984: 43-44), donde el escritor, con valentía, da de lleno en la idea del Caudillo como traidor a la causa de España; su retrato no tiene desperdicio: “Si la traición criminal / en ti franqueza se llama, / tu nombre es hoy la vergüenza / mayor que ha tenido España” (vv. 31-34).

Es interesante también el que dedica en el Romancero de la Guerra Civil (la crítica hacia Franco por Bergamín también apareció en el citado Romancero) Emilio Prados al moro engañado, titulado del mismo modo, donde insiste en que el moro vuelva a su patria y no sirva a un traidor como Franco.

Hay otros muchos que despiertan interés, como alguno de Altolaguirre, Alberti, Miguel Hernández, incluso burlescos como “El mulo mola” (José Bergamín, 1984: 38-39), referido al general Mola y escrito por el escritor madrileño.

He querido dejar aquí una muestra de ese espíritu que cultivaron Gil-Albert y otros muchos poetas y que tuvo una enorme repercusión en la Guerra Civil. El romance se impuso como si fuese una canción, con sus versos octosílabos y la rima asonante. Fue algo más, una necesidad de luchar con la palabra en tiempos aciagos para España.

El libro de Gil-Albert fue escrito en 1937, en plena contienda.

Sin excluir del todo su ideario estético (ya vimos el deseo de belleza que hay en el romance dedicado a los naranjos), Gil-Albert muestra, impecable, su postura ética.

 

Conclusión: siete romances de guerra

Lo más interesante de este grupo de romances que Gil-Albert escribió en 1937 es, sin duda alguna, la visión crítica que tiene de los enemigos a España: los nacionales.

Por ello, el escritor de Alcoy nos ofrece un romance como el dedicado a Juan Marco, donde, coincidiendo con muchos de los poetas que escribieron romances para la causa republicana, aparece un joven que sacrifica su vida por la España de la República.

No sólo aparece el joven, sino que también nos muestra a los enemigos como alimañas y, para dar más interés al romance, Juan Marco aparece solo, luchando en el campo de batalla y cuyo destino es, inevitablemente, la muerte.

He comparado este romance con otro, escrito por Vicente Aleixandre y titulado “El fusilado”, donde el poeta andaluz nos cuenta el fusilamiento de José Lorente Granero, otro joven de similares características a Juan Marco: valentía y honestidad.

Lo que diferencia a ambos es la verosimilitud: en el romance de Gil-Albert podemos creer lo ocurrido, pero en el que escribe Vicente Aleixandre no parece muy posible, ya que nos cuenta que el joven, como si fuese un dios de la antigua Grecia, no muere, tras el fusilamiento. Se puede interpretar el romance como simbólico, representando Lorente Granero a la España republicana que nunca se dejará vencer por los nacionales.

Hay otros romances en el libro de Gil-Albert, como el dedicado a los naranjos, verdadera muestra de sensibilidad y de placer estético, por parte del escritor de Alcoy.

Constituyen los romances de la Guerra Civil española un verdadero ejemplo de compromiso político con la II República, seguido por muchos poetas, lo que me ha llevado a mencionar algunos (entre otros muchos) ejemplos de ellos: los aparecidos en el Romancero de la Guerra Civil, escritos por José Bergamín, Emilio Prados, etc.

Pedro García Cueto
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