I
Una lectura, una carrera en línea curva sobre el poema. Se trata de un
intento, el mismo de salir airoso del follaje, de los animales que tanto
abundan en el ramaje de mi ventana, por donde el mundo entra a pedazos y
estaciona sus pecados y viajes sobre la página 30 de Rasgos comunes
(Monte Ávila Editores, Colección Altazor, Caracas, 1975), donde
"Trayectoria" retorna, luego que el polvo hiciera su labor por
largos meses en el anaquel de los poetas sobrios, los sombríos, los
luminosos, los borrachos, los viejos (labrados en Aire sobre aire), los
a diario resucitados, los amados, los que no tienen lugar donde dejar el
olvido.
El poema respira sin ayuda. Es un diafragma, un músculo que ataja el ojo y
lo vacía, Juan Sánchez Peláez se deja ir, con una respiración agitada:
"Cuando os veo vacas verticales y sagradas, os veo vacas / próvidas, os
veo de cerca saltonas en las veredas, hembras / para el macho con aquellas
ubres, dando tumbos vuestro / blanco licor, fuente de Adán en nuestros
paraísos, // cuando os veo y la luna llora también como un camino / abierto
de frente a vuestros ojos, // cuando con excesos de vida os derramáis, cuando
estáis / oblicuas, rectas, agachadas, bien dispuestas, // bellas a boca de
jarro que inquieren a nuestro alrededor // no las nubes de Kioto // no los
techos de París // ni sólo viajes // velas o el mar oceánico // y que nos
padecen y divagan por nosotros // y así nosotros por ellas en tanto que
amantes // jirones de tierra en la duración".
II
¿Qué hacen esas vacas en medio de un poema? Sagradas, verticales,
próvidas. Juan Sánchez Peláez las ve, no las inventa, no las crea. Son
vacas verdaderas, verdaderamente surrealistas, nacionales, por lo que tienen
de ubres y huidizas, orejanas. Las vacas de Juan son las vacas de sus ojos,
las de sus ojos de búho, como decía Gerbasi. Pero nada, también son astros
que giran alrededor de la mirada de quien las descubre con las telas llenas de
licor, borrachas desde abajo. Por eso los ojos de las vacas de Sánchez
Peláez son oblicuas, rectas y agachadas. Y como así son ellas, aunque tenga
semovientes de ese tipo en su patio o en un poema, que no el poema mismo,
curvo, sorpresivo, imaginario, mareante por lo que tiene de continuo el golpe
del mar contra la costa de sus palabras.
Como lo escribe Juan Gustavo Covo Borda, "entre el derroche y la
privación; entre el fulgor de ciertas imágenes y el carácter indigente de
su labor, logra que la realidad se oculte y se revele a la vez". Luz y
sombra, atarrillamiento de algún animal de costumbre bajo un árbol
desnudo. Así es esta lectura, un poco vaca, un poco desparpajo. Surrealista
por rebelde, por estar contra el totalitarismo de la estupidez, contra la
dictadura del cinismo más barato. Que lo digan las vacas, que son tan amigas
de ser verdaderas, aunque sean sólo una imagen de texto, reflejo de mirada en
un verso.
III
En sus "Signos primarios", segunda parte de Rasgos comunes,
Juan Sánchez abre la posibilidad de descubrirse en la soledad de la casa.
"Entre tu imagen y el horizonte, águila en el hombro de ningún
centinela, ella se deja estar". Cierto, detrás está el mundo, el que ha
dejado el poeta con su muerte o, mejor, con su silenciosa retirada
"Indócil en ocasiones a tu amor...".
Más adelante, entre el polvo del tránsito eterno, el poeta suelta:
"De nadie es mi sombra. Tuyo y de nadie es el camino / abierto. // De
nadie es mi luz: se encorva en mis bolsillos como una / sombra más, la nada
es común del girasol".
Como leo bajo la lluvia y mi árbol personal cae cimbrado sobre la ventana,
tengo al poeta preso en la nostalgia, en la causa de su lejanía. Lo leo en
voz alta para la sordera del mundo: "Nadie me ve estos ojos, los
desesperados ojos como cosas / escritas en sueño. Nadie me ve sentado en una
silla de oro / tocando el universo simplemente con la marea que roza / labio a
labio mientras afino mi flauta con la ley de los / pájaros".
Uno de ellos se acerca, estride mi mañana, la rompe, me quita la mañana,
se desquita para acercarse a Juan Liscano: "Tienes nombre propio si
excavas dentro de ti y rechazas / el miedo a morir y aceptas el verbo que /
conduce al silencio...".
Palabra más palabra, poema. La muerte y lo que queda, estos textos, esta
desolación desde mi biblioteca, desde la ventana abierta que me descubre
frente al cielo lluvioso.
Juan Sánchez Peláez quieto, ojos de salto de agua, animal de costumbre
cuyos rasgos son tan comunes como su eternidad.