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de Editorial Letralia
Cagua, Venezuela
Jorge Gómez Jiménez
Editor

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Letralia, Tierra de Letras
Año VIII • Nº 104
5 de enero de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Sala de ensayo
La inhóspita palabra
Rafael Fauquié

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"Caín y el laberinto", Rafael Fauquié(Nota del editor: Este texto, en el que el ensayista y poeta caraqueño Rafael Fauquié analiza la tendencia artística de los novelistas venezolanos a retratar en sus letras el agobio inhóspito de la sociedad contemporánea, es un capítulo del libro Caín y el laberinto, publicado por Comala Ediciones, en Caracas, en 2003. Un interesante trabajo que nos ha sido cedido gentilmente por su autor para esta edición de Letralia).

Alguna vez dijo Guillermo Meneses que la escritura era un "camino de perfección": respuesta liberadora para el escritor y hallazgo liberador para el lector. Lo cito: "La literatura —el arte todo— es un camino de perfección, en el sentido como puede entenderlo cada cual: un camino de perfección que tiene al hombre como fin y principio y, además, un camino de perfección que puede ser seguido por los hombres, todos, en la medida en que cada quién haga lo que está a su alcance para estar presente en lo que el artista ha realizado". La idea de Meneses señalaría, además, que los hallazgos del escritor propician un encuentro entre él y ese lector que, leyéndolo, reconoce mucho de sí y de su propio universo en esa palabra escrita por otro.

En el caso de la moderna novela venezolana, ese encuentro o autodescubrimiento pareciera darse, principalmente, en la desorientación o el agobio. Catarsis a la inversa: revelación en medio de la incertidumbre. Camino de perfección que pareciera evocar sólo la imperfección; camino desorientador. A fin de cuentas, no camino: itinerario o trayecto siempre confuso y desconcertante en el que se cruzan sin cesar el avance y el regreso, la vuelta atrás y el recomienzo, la búsqueda y el extravío, el hallazgo y la inconclusión.

Una novela es, por sobre cualquier otra cosa, la creación de un universo; un espacio en el que suceden cosas, habitado por personajes, gobernado por leyes. Un mundo que, para quien lo lee, para quien se acerca a él y lo recorre, puede resultar habitable o inhabitable, acogedor u hostil. Habitable es lo cálido, lo armonioso, lo cobijante y predecible. Habitabilidad tiene que ver con la fiabilidad de ese lugar en el que moramos. Habitable es el territorio donde nos movemos en confiada libertad porque nada en él luce amenazante o impredecible. Habitable es esa condición esencial que los seres humanos necesitamos percibir en nuestro entorno para poder hacer de él morada. En lo novelesco, habitables resultan los mundos de ficción de firmes construcciones y densos paisajes; poblados de rostros nítidos de expresiones precisas; regidos por leyes claramente perceptibles, fácilmente identificables. La habitabilidad pareciera perderse o desvanecerse en ficciones de muy prevalecientes diseños de inadecuación, incomprensión o extrañeza.

La abundancia de confundidos personajes al interior de confusos escenarios como los que propone José Balza, Salvador Garmendia con sus pausadas descripciones de mínimos supervivientes urbanos, Guillermo Meneses con sus autodestructivas confusiones y sus interminables fracasos, las verbalizaciones monstruosamente totalizantes y monstruosamente confusas de Britto García, González León con sus visiones de repetidos tiempos siempre condenados, Denzil Romero y sus interminables sumas de ingeniosidades y delirantes anecdotarios... Postulaciones, todas, de la inhabitabilidad hecha ficción, de la hostilidad fantaseada, de lo inhóspito convertido en fábula. Construcciones verbales de una ética de la inconformidad y del desánimo asentada sobre muchas irritadas vigilias y sobre mucha lucidez condenatoria; recreaciones de una ética de lo precario y lo furtivo que pareciera cobrar forma en esa atroz revelación expresada por el personaje de Viejo de González León: "Nadie canta victoria en este insomnio maldito". En suma: una moral de la inconformidad expresada a través de una estética de lo inhóspito, algo que en Venezuela ha llegado a traspasar el ámbito de lo puramente narrativo hasta invadir otros universos estéticos. Como, por ejemplo, el de un cine nacional que, desde hace décadas, no cesa de insistir, obsesiva e interminablemente, en la construcción de códigos de marginalidad y de violencia delincuente volcados sobre monótonas galerías de personajes siempre semejantes: seres infractores y transgresores; pero, por sobre todo, seres trágica y tempranamente vencidos.

En su libro Contra la interpretación,1 Susan Sontag comenta la opinión de la novelista francesa Nathalie Sarraute, según la cual "el genio de nuestra época es la suspicacia". Maurice Blanchot, otro francés, ha dicho que cada vez más "escritores se encuentran en la cómica situación de no tener nada que decir". Desear escribir y no saber muy bien de qué; no tener nada que decir y, por ello no hablar de nada en particular. No creo que ni la suspicacia, a la cual la Sarraute califica de "vicio dominante" de nuestro tiempo; ni, tampoco, el hastío al que se refiere Blanchot, estén presentes en la novelística venezolana actual. Quizá en nuestro país existan todavía muchas cosas por identificar. Permanezca, aún, mucho por bautizar. Los escritores desean ser testigos. Testigos que creen todavía en su potestad para nombrar, inventar y, sobre todo, para criticar y condenar. No parecieran pertenecer a los novelistas venezolanos ni la suspicacia ni el aburrimiento. Suyas son otras cosas: la soledad y el descorazonamiento, el desconcierto y la inquietud, el desasosiego y la condena, la incertidumbre y el desarraigo; y, frecuentemente también, la ira, la rabia, la desesperación.

Muchas interrogantes nos han acompañado a los venezolanos por mucho tiempo. ¿Qué somos? ¿Qué nos identifica? ¿Cuáles son nuestros orígenes? ¿Cuáles son nuestros espacios? ¿Cómo nos percibimos dentro de esos espacios? Cabría, quizá, reformular algunas de esas preguntas para poder avizorar sus posibles respuestas: ¿por qué los venezolanos nos percibimos tan negativamente? ¿Por qué son tan confusos nuestros espacios? ¿Por qué lucen, a veces, tan débiles nuestras referencias? ¿Por qué nos rodean tantas contradicciones? ¿Por qué tanta ausencia de nortes, tanta falta de centro, tanta vislumbrada errancia, tantos desdibujados itinerarios en torno nuestro?

Las más significativas novelas escritas a lo largo de las décadas que acompañaron las transformaciones de la modernidad venezolana, parecieron haberse esforzado en responder, cada una a su manera, algunas de esas preguntas. La mayoría grita desde sus páginas mucho rechazo, mucha confusión. Está presente en ellas, desde luego, un inconformismo alrededor del cual todo pareciera gravitar. Pero lo más peculiar es que, en medio de tantas enfáticas entonaciones, resulta a menudo evidente cierta contradicción entre la presencia de una voz que denuncia y esa misma voz que pareciera dudar de su poder para denunciar; que lo estentóreo de la expresión se relacione tan frecuentemente con lo subrepticio y confuso de las intenciones. A veces, distingo en algunas de esas novelas la forma de un acertijo, acaso un remedo de ese inmenso acertijo que nunca ha dejado de ser el tiempo que hemos ido construyendo los venezolanos.


1. Barcelona, Seix Barral, 1984. Regresar.


       

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