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El vals venezolano, itinerario de un sentimiento

domingo 12 de febrero de 2017
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Antonio Lauro
El gran innovador del vals venezolano es el bolivarense Antonio Lauro.

Según investigaciones de Luis Felipe Ramón y Rivera, es poco probable que la manifestación del vals se haya efectuado en nuestro país antes de 1830. Esta fecha, que coincide con la muerte del Libertador y con el cese de la guerra de Independencia, se toma como referencia para comenzar a hacer algunas pesquisas en torno a la manifestación de esta modalidad musical proveniente de Europa, que causó verdadero furor en el viejo continente, cuando músicos influyentes del romanticismo lo ejecutaban tanto en ámbitos de cámara como en los famosos salones de baile de la clase alta. Tal es el caso de los valses de Federico Chopin o Franz Liszt en un primer momento, quienes crearon los valses llamados de salón o brillantes, y luego en los de Richard Strauss (El Danubio azul) en un segundo momento; justamente en Viena es donde un baile popular, el laendler, da origen al vals antes de ese año de 1830. Habría que mencionar también los valses nobles de Franz Schubert, músico que los denominó así para diferenciarlos de los laendlers populares, y la famosa Invitación al vals de Weber, una suerte de summum del vals romántico. Otros músicos clásicos europeos como Johannes Brahms (Suite de valses), Robert Schumann (Miniaturas), Claude Debussy (La plus que lente), Igor Stravinski (Historia de un soldado), Edward Grieg (Valse triste), Maurice Ravel (La valse y Valses nobles y sentimentales) y Erik Satie, con sus Gymnopedias, se mostraron tentados por el género del vals, que siempre supo sobrevivir frente a los géneros considerados mayores o más complejos.

El piano es el instrumento que propicia la llamada corriente aristocrática del apogeo inicial de nuestro vals, mientras que la corriente popular prefiere la voz.

Las series de piezas musicales con este espíritu denominadas suites no se ejecutaban de manera independiente, sino que estaban unidas a través de sus nombres, y se trasladaron a América posteriormente para ser ejecutadas de manera autónoma con los instrumentos del caso, en representaciones de comedias, óperas o tonadillas. De aquí fue de donde el pueblo las tomó y aprendió a conservarlas. Formas como la pavana, la chacona o la zarabanda eran danzas provenientes de España divulgadas en Centroamérica, mientras que bajo el nombre de fandango se agrupaba un conjunto de piezas cortas bailables, como el minué. En América Latina contamos con varios conspicuos representantes del vals como la peruana María Isabel “Chabuca” Granda (La flor de la canela), el mexicano Juventino Rosas (Sobre las olas) o el cubano Ernesto Lecuona (Vals azul, Vals crisantemo) que gozaron de mucha popularidad en su momento y siguen siendo considerados clásicos del vals en el continente.

Poco a poco vendrían entrando a Venezuela las respectivas melodías “valseadas” o valses populares, mientras que la corriente tradicional del folklore incorporaba golpes y valses a dos partes concebidos como música para bailar el joropo, y permitieron apreciar un conjunto de bailes que van configurando —en ciudades grandes como Valencia, Maracaibo, Caracas o Barquisimeto— un movimiento de expresión romántica que toma al piano como instrumento principal y configura una primera división social del vals en los salones aristocráticos, y otra de origen popular ejecutada en el caney, la plaza pública y las casas modestas con instrumentos como la guitarra, el bandolín o el cuatro.

Esta corriente popular va alcanzando otros ámbitos por parte de músicos aficionados o profesionales, donde el vals comienza a dejar constancia de su existencia, acompañado de guitarra, tiple o cuatro, mientras los músicos trabajan en sus particulares armonías, inspirados por la nueva forma.

El piano es el instrumento que propicia la llamada corriente aristocrática del apogeo inicial de nuestro vals, mientras que la corriente popular prefiere la voz, el recurso oral acompañado de guitarra o cuatro. Entre estas dos corrientes comienza a constituirse el vals venezolano, a través de un creciente repertorio criollo, que sabe convocar una serie de modalidades y tonos melódicos propios, de improvisaciones e interpretaciones de memoria y ejecución por “fantasía”, así como la corriente popular anónima que tuvo lugar en Venezuela en décadas posteriores hasta alcanzar el siglo XX, hacen que el vals tenga un perfil claro como manifestación cultural nuestra. Cientos de valses se componen en las distintas regiones del país, en un repertorio heterogéneo que incluye piezas de factura desigual —atemperadas en cada región geográfica del país— pero que van conformado una expresión genuina de nuestra sensibilidad musical, que toma del romanticismo su principal nutriente. Como sabemos, la tristeza inmanente del vals, su tono que puede ser nostálgico o melancólico, expresa nuestro spleen o nuestra saudade, una mezcla peculiar de reminiscencia donde se dan cita los recuerdos dolorosos con la alegría de vivir.

Por supuesto, contamos en Venezuela con un buen número de músicos académicos que acusan rápidamente esta influencia romántica a principios del siglo XX, como Teresa Carreño, nuestra pianista más célebre (Mi Teresita, Vals gayo), José Ángel Montero (Vals para piano a cuatro manos), Juan Vicente Lecuna (Vals venezolano), Evencio Castellanos (Grandes valses de salón, Viejos valses de Venezuela, Mañanita caraqueña), Federico Villena (Amor fraternal, Dos valses), Salvador Llamozas, considerado el iniciador del nacionalismo musical venezolano (Nocturno tropical, Noches de Cumaná), así como Raúl Borges, tenido por el iniciador del vals para guitarra (Vals venezolano, El criollito) Felipe Larrazábal, Ramón Delgado Palacios (Eres mi dicha, Vals de concierto en la mayor) o Federico Vollmer. Otros músicos no menos importantes y más recientes son Inocente Carreño (Mañanita pueblerina, Amada en sueños), Manuel Ramos Barrios (Dos valses de concierto para piano), Aldemaro Romero (Vals para dos amigos, Vals de los cristales, De Conde a Principal, Quinta Anauco, Catuche), René Rojas (Contemplación, Valse lento), Blanca Estrella de Méscoli (Nostalgia yaracuyana, Embrujo), Ana Mercedes Azuaje (Beatriz), Federico Ruiz (Plaza de La Pastora, Nostalgia), Rodrigo Riera (Mercedes, Valse al negro Tino, Vals en forma de preludio), Juan Carlos Núñez (Vals Nº 1), para citar sólo algunos de los mejores. También dentro de la corriente popular una serie de valses —constituidos de dos y cinco partes— van imprimiendo una identidad a las composiciones, tanto los valses populares como los valses de concierto, llamados brillantes. De esa primera generación de compositores cultos citamos a Manuel Guadalajara, Rogerio Caraballo, Manuel Azpúrua y Rafael Isaza. Así, en ciudades capitales como Valencia, Barquisimeto, Maracaibo y Caracas —a fines del siglo XIX y comienzos del XX—, nuestro vals ya ha alcanzado una peculiaridad criolla que se muestra tanto en la corriente culta como en la popular. En Coro, Ciudad Bolívar, Cumaná, San Cristóbal, Trujillo o San Felipe los autores de valses se multiplicarían incesantemente. Las reuniones y fiestas familiares, los eventos sociales siempre tendrían al vals como centro de la expresión íntima y sentimental. Comienzan a aparecer compositores representativos de cada estado, y difundirse cada vez más a través de conciertos y grabaciones.

Valses andinos emblemáticos como los de Pedro Elías Gutiérrez (Laura, Celajes), los de Laudelino Mejía (Conticinio), José Ángel Rivas (Brisas del Mucujún), Rigoberto Arellanos (Apartaderos), Pedro José Castellanos (Linda merideña), en Trujillo; los de los larenses Antonio Carrillo (Como llora una estrella) y Juancho Lucena (Las tres rosas, María Elena), Juan Ramón Barrios (Pablera, Barquisimeto) y Pastor Giménez, Pablo Canela (Gavilán tocuyano), Juan Pablo Ceballos (Un cielo de ilusiones), Félix Sánchez Durán (Ecos del alma), en Lara; Rafael Andrade (Morir es nacer) y Pedro Pablo Caldera (Visión porteña), Armando Arteaga (Rumor yurubiano, El aceituno), Teófilo Domínguez (Sol yaracuyano, Cocorotico), Eloy Moreno (San Felipe El Fuerte), Julián León (Las muchachas lindas), Francisco Quero (Mi terruño), Bartolomé Romero (Un vals para ti), Franklin Sánchez (Hermoso Yaracuy, Mi San Felipe), Félix Pifano (El tábano) y sobre todo uno de los innovadores del la música popular venezolana, el yaritagüeño Otilio Galíndez (Son chispitas, Ahora, Candelaria, Sin tu mirada), en Yaracuy; del carabobeño Augusto Brandt (Dulce ensueño, Recuerdos de mi tierra), o el falconiano Rafael Ángel “Rafuche” López (Sombra en los médanos, Crepúsculo coriano) y del tachirense Luis Felipe Ramón y Rivera (Brisas del Torbes), los marabinos Ulises Acosta (El alacrán), Lionel Belasco (Luna de Maracaibo), Rafael Rincón González (Maracaibo Florido), Luis Soto Villalobos (Catatumbo), Amable Espina (Brisas del Zulia) y los caraqueños Francisco de Paula Aguirre (Dama antañona, Qué bellas son las flores) son algunos ejemplos de compositores reconocidos, y que deberían ser motivo de orgullo para músicos posteriores.

El bandolín, el violín y la guitarra y el arpa criolla, e instrumentos de percusión como la maraca, terminan formando grupos de sonoridad especial en cada región.

En el estado Miranda nos encontramos con Ángel María Landaeta (Adiós a Ocumare) y Adelo Alemán (Me ausento), mientras que en el oriente del país tenemos a Juan Bautista Rosendo (El carreto de hilo), Josefa Almenar (¿Y tu pesar cuál es?), Oscar Domingo Hernández (Tardes guayanesas) e Iván Pérez Rossi (En la mano traigo), entre tantos otros.

Pero el gran innovador del vals venezolano es el bolivarense Antonio Lauro, quien compuso piezas magistrales para guitarra que fueron conocidas mundialmente (la mayoría de ellas difundidas en un primer momento por el gran guitarrista larense Alirio Díaz, y quien ha puesto a dicho instrumento en el cenit de la música latinoamericana en el mundo) como Natalia, Vals venezolano, El marabino, Angostura, Carora, María Luisa y María Carolina, entre muchas otras.

Otros valses célebres de Venezuela son Adiós a Ocumare (Ángel María Landaeta), Noches de Naiguatá (Eduardo Serrano), Merideña (Pablo J. Castellanos) y Las bellas noches de Maiquetía (Pedro Areila Aponte). Luis Felipe Ramón y Rivera, excelente compositor e historiador de nuestra música, señala que el cuatro es el instrumento que imprime el elemento criollo principal en el vals nuestro, aun cuando la pieza mantenga una estructura armónica europea.

Pero también el bandolín, el violín y la guitarra y el arpa criolla, e instrumentos de percusión como la maraca, terminan formando grupos de sonoridad especial en cada región. La guitarra, por supuesto, el instrumento popular por excelencia de toda la historia de la música occidental, suele ser en el vals un instrumento básico. Particularmente creo que el bandolín fue, durante los años 40, 50 y 60 del siglo XX, el instrumento solista con el que mejor se expresó la sensibilidad popular del vals venezolano.

Durante mi infancia y juventud en Caracas, Caraballeda, San Felipe y Barquisimeto, el vals amenizó las reuniones en las que mi padre, acompañado de otros músicos, solían reunirse para interpretar composiciones en los recibos de las casas de familia. Se ponían de acuerdo varios músicos y se daban cita en alguna casa, y yo consideraba entonces una suerte que eligiesen la nuestra. Iban llegando poco a poco y nosotros nos animábamos a recibirlos. Afinaban sus instrumentos, venía mi madre Narcisa con vasos, hielos y pasapalos, los músicos ponían su botella de whisky en el centro de la mesa, y entre valse y valse, el whisky con hielo y soda, se refrescaban los músicos, sonriendo con una especial felicidad que les inspiraba a seguir. Por aquellas cálidas casas desfilaron músicos extraordinarios como Rodrigo Riera, Alirio Díaz, Pastor Giménez, el Catire Durán, Enrique Tirado, Martin Jiménez, Raúl Freites, Gerardo Aular, Luis Salcedo, Luis Serrano y mis hermanos Ennio e Israel, músicos y poetas; a todos ellos a menudo recuerdo con un estremecimiento de tristeza feliz.

Por cierto, vale la pena recordar la anécdota de la composición del famoso valse larense Como llora una estrella, cuya música es de Antonio Carrillo y su letra original de Elisio Jiménez Sierra, y que fue escuchada por vez primera en las serenatas de los estados Lara y Yaracuy. Dicho vals se hizo muy famoso en la década de los años 60 y 70 del siglo XX en versiones que popularizaron los cantantes Marco Antonio Muñiz y Jesús Sevillano con letras distintas, pero la letra original de mi padre, Elisio Jiménez Sierra, nunca fue grabada y por ello casi nadie la sabe. La transcribo a continuación como un acto de justicia:

Estrella de la noche equinoccial
Amiga del errante corazón
Que vaga por la hora en soledad
Herida por las penas del amor

Estrella del silencio tú serás
La compañera azul de mi canción
Que de mi alma brota
Henchida de romántica ansiedad
Como una dolorosa ternura de amor

Tú que por tu ventana puedes ver
El brillo de sus ojos cuya luz
Compite con la tuya dile que
Por ella pena y muere el trovador
Dile que una palabra nada más
De sus cálidos labios puede ser
La dicha de mi corazón
O la infelicidad.

Siempre me sentí tocado en lo profundo por estos valses criollos; a ellos debo buena parte de mi sensibilidad lírica, de esa que nació del corazón ingenuo de aquel joven enamorado o nostálgico que alguna vez fui.

Gabriel Jiménez Emán
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