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Historia de una estrella: la gestación de un célebre valse larense

domingo 22 de diciembre de 2019
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Antonio Carrillo, Carlos Borges y Elisio Jiménez Sierra
De izquierda a derecha, el músico Antonio Carrillo, el sacerdote Carlos Borges y el poeta Elisio Jiménez Sierra, protagonistas de la historia del valse “Como llora una estrella”.

La música popular de Venezuela es de una riqueza excepcional. Su variedad sonora, rítmica y armónica se pierde de vista. Es abrumadora la cantidad de músicos excelentes que se aprecian en las regiones del país en todas las épocas, desde la colonia y el romanticismo, las canciones patrióticas de la Independencia y luego en la modernidad; en Venezuela la música siempre ha sido una expresión de inmensa calidad artística, tanto académica como popular y tradicional; la lista de músicos notables es abundante, los cuales recogen admirablemente la sensibilidad de cada región del país, de su paisaje y sus gentes. Pero en Venezuela ha faltado voluntad para promoverla y divulgarla, quedándonos las más de las veces en un bajo o mediano perfil a este respecto, casi siempre en desventaja en relación con la música de otros países como México, Argentina o Colombia, cuyas expresiones musicales se promueven sin cesar, y muchas veces se imponen sobre las nuestras de una manera casi apabullante. De veras ignoro a qué se debe esto, pues ello ocurre también con expresiones como la literatura y el arte en general, y de veras merecería un análisis detallado de sus causas. Pero el proceso de creación continúa, indetenible.

Antonio Carrillo nació en Barquisimeto, estado Lara, en 1892. Fue uno de los músicos más conocidos de su región.

Las anécdotas que narraré a continuación forman parte de ese espíritu de relativo anonimato donde se encuentra la verdadera cultura venezolana. Es la historia de un valse. Sus protagonistas son un sacerdote, un músico y un poeta, aunque en el fondo todos ellos sean poetas.

Antonio Carrillo nació en Barquisimeto, estado Lara, en 1892. Fue uno de los músicos más conocidos de su región durante las primeras décadas del siglo XX; su influencia fue muy grande en la cultura popular de los larenses y los yaracuyanos. Compuso valses, canciones, pasillos y golpes dentro del más puro romanticismo criollo. Tocaba el piano, el bajo, la guitarra y sobre todo el bandolín, instrumento en el que fue considerado maestro. Fue integrante de la Estudiantina “Las Diosas”, bajista en la Banda del Estado Lara y en la famosa Orquesta Mavare, para luego convertirse en el director de la Banda del Estado Lara hasta 1955. Fundó la Unión de Compositores Larenses y estimuló la creación de escuelas de música en Lara y Yaracuy. Concibió su composición más famosa, “Como llora una estrella”, a los veintitrés años de edad, en 1915, y se la dedicó a su novia, Benilde Rivero. Ejecutando el bandolín, Carrillo era dueño de una técnica extraordinaria, cuyas características son los llamados portamentos y staccatos para lograr efectos audaces en las cuerdas dobles, triples y cuádruples en el instrumento, unidos éstos a los oportunos golpes de pajuela o plectro, los cuales dieron como resultado una armonía valseística rica en acordes cromáticos, muy particular, la cual le granjeó pronto fama en su región. Escribió más de un centenar de piezas, entre las cuales destacan “El Conde de Montecristo”, “Canción larense”, “Aída”, “Abuelito”, “El saltarín”, “El negro José”, “Estrella de mar”, “Evocación”, “Fulgurante”, “Flor otoñal”, “Muchacha vienesa”, “Luz Marina”, “Valse en mi” y “San Trifón”. Estas composiciones se escuchaban en todo tipo de ambientes en Barquisimeto y otras ciudades de los estados Lara y Yaracuy, y eran interpretadas por músicos de variada índole, en fiestas públicas y privadas, serenatas y en parrandas de barrio. Una noche —según datos aportados por historiadores regionales—, después de una fiesta en la casa de Teodosio Adames, uno de los fundadores de la ya mencionada Orquesta Mavare, salió acompañado don Antonio de un grupo de músicos por la carrera 17 con calle 30, y alumbrándose con una vela compuso de una sola vez la melodía de un valse, una pieza musical que recorrería en lo futuro todos los rincones del país.

A la ciudad de Barquisimeto se había mudado en el año de 1915 uno de los poetas más famosos de Venezuela, el presbítero caraqueño Carlos Borges (1867-1932), quien era autor de versos de corte erótico-místico que habían causado revuelo no sólo en Caracas, sino en toda Venezuela, habiéndose extendido su fama a Colombia y otros países, debido no sólo al contenido transgresor de los mismos, sino a la forma elevada de escribirlos, donde se hacía patente una gran pugna entre el fervor religioso y la sensualidad, especialmente uno llamado “Bodas negras”. Carlos Borges se había ordenado sacerdote en 1894, y en 1900 ya estaba graduado de doctor en Teología en la Universidad Central de Venezuela. En 1901 Cipriano Castro, entonces presidente de Venezuela, lo llama a formar parte de su gabinete, nombrándolo su secretario privado. Escribe discursos y proclamas y se convierte en un extraordinario orador. Es en esta época cuando la vida del padre Borges toma un giro distinto. Se enamora de una mujer llamada Lola, con la cual se obsesiona al punto de colgar los hábitos (“Tus caderas de ánfora / redil de mis pecados”, escribe). Publica en la famosa revista El Cojo Ilustrado y un breve libro de poemas titulado Poemario, donde recoge varios de sus textos, como “Bodas macabras”, “La lámpara eucarística”, “Tu piano” y “Nocturno”. En esta época su vida se disipa; es asaltado por excesos alcohólicos y sexuales que lo llevan a experimentar una profunda crisis existencial.

En 1908 Cipriano Castro, por motivos de enfermedad, viaja fuera de Venezuela, dejando encargado en la Presidencia a Juan Vicente Gómez, quien le da un golpe de Estado, traicionándolo. El padre Borges defiende a viva voz a Castro en las calles, y entonces es detenido y encarcelado por Gómez, pasando varios años en prisión. Al salir, busca a su amor, Lola, pero ésta ha fallecido. Entonces Carlos Borges se entrega otra vez al alcohol y a los excesos. Se enamora de nuevo, en esta ocasión de una actriz de teatro, y recorre con ella varias ciudades, escribe poemas sensuales que acreditan más su fama. Se muda un tiempo a Barquisimeto, donde trabaja como profesor del seminario de esa ciudad. Corre el año de 1915. En una noche de aquel año, un grupo de músicos deciden darle una serenata al padre Borges, entonando un puñado de valses entre los cuales se halla uno de Antonio Carrillo. No se conoce —a ciencia cierta— si el propio Carrillo iba esa noche con los músicos. Entre ese grupo de valses había uno que sobresalía sobre los demás y, una vez concluida la serenata, el padre Borges preguntó cómo se llamaba, impresionado por su belleza musical, y quién era su autor. Uno de los músicos respondió que el valse no tenía título, y que habían interpretado gustosamente las piezas para que el poeta les pusiera el nombre. Entonces el padre Borges dijo: “Ese valse se debería llamar ‘Como llora una estrella’”. Título perfectamente acorde con el espíritu y los temas del sacerdote, y de la estética romántica y modernista. De modo que de ahí en adelante este valse adquiere mayor entidad y se populariza aún más. Para ese entonces, el padre Borges tenía 55 años y Antonio Carrillo veintitrés. El valse siguió interpretándose sin letra, de manera puramente instrumental.

En 1965, el poeta venezolano Elisio Jiménez Sierra escribe la biografía literaria Psicografía del padre Borges (San Felipe, Imprenta del Estado Yaracuy, 1965). El ensayo fue concluido en 1962; para entonces el poeta Jiménez Sierra contaba con 43 años. Yo —su hijo primogénito— contaba apenas con quince años cuando vi el libro publicado, y mi padre me lo dedicó de modo entusiasta. Era un libro demasiado erudito y profundo para yo entenderlo; sin embargo, lo fui leyendo poco a poco en mi juventud y me dejó muy impresionado. Ahí aprecié el drama religioso de un sacerdote de la Iglesia en una turbulenta pugna con sus deseos, entre el reconocimiento público e íntimo, algo difícil de asimilar para un joven. Los poemas del padre Borges me parecían, sencillamente, terribles, con todo el peso específico que tiene esta palabra. De hecho el sacerdote es considerado el iniciador de la poesía erótica en el país, juicio refrendado por escritores de la talla de Antonio Arráiz, Julio Garmendia y Salvador Garmendia.

Elisio tenía apenas veinte años cuando compuso la letra de la canción, y Carrillo 47.

Por aquellos días en que mi padre escribió el libro, vivíamos en el pueblo de Caraballeda, en el Litoral Central, y yo asistía a clases de educación primaria en la Escuela Nacional Caraballeda. Mi padre había sido designado juez del poblado y se reunía de vez en cuando con músicos de la villa del Collado de Caraballeda (fundada nada menos que por Francisco Fajardo) a tocar con cuatros, bandolines, guitarras, violines, saxofones, maracas; se declamaban poemas, se narraban historias. Mi padre ejecutaba valses en el bandolín, entre ellos “Como llora una estrella”, del maestro Carrillo. Pero casi nunca oí a nadie cantarla, ni siquiera a mi padre, que tenía una buena voz, muy afinada y delicada, y le ponía mucho sentimiento a sus palabras, arrugando la frente como si estuviera a punto de llorar. Allá habitamos una casa muy bonita con una enredadera de flores amarillas colgando del balcón; en una de las habitaciones de aquella casa, en un alto, funcionaba la oficina del juez, mi padre. Mis hermanos Ennio, Israel, Inmaculada y María Auxiliadora y mi madre Narcisa fuimos muy felices allí; la gente era espléndida, los negros y negras muy graciosos, muy creativos y recios, solidarios. El pueblo estaba lleno de una magia especial; había ríos, playas, campos de golf, jardines, paseos y un ambiente de jolgorio popular donde se mezclaba la música de las rocolas con el aire marino. Casi siempre había música sonando en la calle y la gente se veía siempre feliz, aunque las situaciones no estuvieran del todo bien. Ahí en aquella casa de Caraballeda fue cuando Elisio refirió una suerte de aparición sobrenatural la misma noche en que falleció Antonio Carrillo en Barquisimeto, en la crónica que se publica adjunta a este trabajo.1 En ésta, lamentablemente, Elisio no coloca la fecha en que compuso la letra para el valse, pero deduzco, a partir de una lectura detenida de la crónica, que debe haber sido entre los años 1939 y 1940, pues mi padre, luego de narrar la anécdota donde él figura como autor de la letra, dice que meses después salió de Barquisimeto para Caracas en un bus, pero el bus se averió en el camino y Elisio decidió pernoctar en San Felipe. Le gustó tanto la ciudad que allí se mudó, consiguió empleo, se casó e hizo familia. Trabajó en la Gobernación del Estado cuando a la sazón el presidente del estado Yaracuy era el doctor Raúl Ramos Giménez. A Carrillo le gustaba mucho San Felipe (y un hermano de Carrillo, llamado Manuel Felipe, trabajaba allí en la Imprenta del Estado, fue amigo de mi padre); Elisio abogó ante el doctor Ramos Giménez para que a Carrillo lo nombraran director de la Banda Municipal del Estado, y así el bandolinista se puso manos a la obra y consiguió levantar la banda, que estaba un tanto alicaída. Para entonces, Elisio tenía apenas veinte años cuando compuso la letra de la canción, y Carrillo 47. A continuación cito textualmente de la crónica escrita por Elisio donde hace alusión a la circunstancia de la composición, en la crónica antes citada:

Pero contaré aquí, a manera de vía digresiva, la anécdota siguiente. En una de las noches de bohemia despreocupada y elegante, transcurridas a los insinuantes auspicios del mágico bandolín carrillano, compuse una especie de canción, inspirada en la conocida melodía del célebre valse, adjudicándole el mismo título. Yo bien sabía que el maestro era reacio a consentir letras explicativas de sus notas de por sí tan elocuentes. Pero ello es que el presbítero Juan de Dios Losada, en lugar de servirme de bautista, se erigió en aquella ocasión en padrino mío. Solicitó al efecto del selecto grupo, reunido bajo el alero hospitalario de una casona barquisimetana, hacer una pausa para leer a los asistentes los versos homónimos del valse “Como llora una estrella”.

Todos los del grupo conocían la reciente anécdota de Carrillo, con ocasión de oír un valse medio rasguñado por un bandolinista callejero, quien le preguntó con toda ingenuidad al terminarlo: “¿Cómo le parece, maestro?”. Carrillo contestó con rapidez: “Me parece que no se parece”.

La similitud mía corrió con mejor suerte. Después de haber escandido las sílabas y examinado el ajuste de los compases, dijo con gesto sonriente al padre Losada: “Estos versos de Elisio son música como la otra música”. Todos aplaudieron. Yo me arredré un poco, sin saber qué responder.2

A continuación ofrezco la versión original de la letra.

Como llora una estrella

Estrella de la noche equinoccial
Consuelo del insomne corazón
Que vaga por la hora
En soledad
Herida por las penas del amor

Estrella del silencio tú serás
La compañera azul de la canción
Que de mi alma brota
Henchida de romántica ansiedad
Como una dolorosa ternura de amor

Tú que por tu ventana puedes ver
El brillo de sus ojos cuya luz
Compite con la tuya dile que
Por ella pena y muere el trovador

Dile que una palabra nada más
De sus cálidos labios puede ser
La dicha de mi corazón
O la infelicidad.

Se me permitirá una breve interpretación de la pieza, a partir de la premisa de que las canciones o poemas no “significan” nada, simplemente expresan algo. En este caso, una estrella solitaria consuela el corazón errante de un hombre que desea manifestarle a su amada un sentimiento, pero esta vez la estrella está herida por penas amorosas, es decir, la estrella se encuentra personificada, puede experimentar sentimientos como un ser humano, y precisamente por ello puede acompañar la canción que el poeta entona a la amada: ésta, en efecto, hace brotar de su alma una dolorosa ternura. El poeta —el trovador, en este caso—, en su imposibilidad de comunicarle directamente sus sentimientos a la amada, acude a la estrella con el fin de comparar el brillo de los ojos de la mujer a los de la estrella; es decir, la estrella encarna en este caso el símbolo del sentimiento más noble, y el bardo le suplica a esa misma estrella le comunique a la amada un secreto: una sola palabra surgida de sus labios puede significar para él la dicha, o por el contrario la infelicidad, si ella no le corresponde.

La lamentable cursilería de la letra de Toledo no tiene nada que ver con el espíritu original de la canción.

Hago este ejercicio de interpretación no para simplificar los contenidos poéticos del texto, sino para indicar el poder simbólico que éste contiene. ¿De dónde surgió la idea del padre Borges de esa imagen de una estrella llorando en medio de la noche? Es verdaderamente una idea magnífica. La respuesta que le otorga Elisio en su letra es un doble homenaje: al músico y al poeta; combina con delicadeza el espíritu de ambos artistas, les hace honor y les honra. Esta lírica se acopla perfectamente a la melodía de Carrillo. Tenemos, pues, a una tríada, a tres fuerzas que intervienen en la construcción de esta obra, destinada a permanecer por mucho tiempo en nuestra memoria colectiva.

Elisio publica su primer libro de versos en Barquisimeto, Archipiélago doliente, en 1942, a los veintitrés años (justo la edad que tenía Carrillo cuando compuso el valse). Poco después, se muda de San Felipe a Caracas junto a su familia, donde labora en varios ministerios hasta el año 1959. Publica en Caracas su segundo libro de poesía, Sonata de los sueños, en 1950 (año de mi nacimiento), y en el año 60, como ya dijimos, Elisio retorna a vivir a San Felipe a laborar como secretario privado del gobernador Alberto Sira Gutiérrez hasta 1970, y luego como registrador subalterno del estado Yaracuy hasta su jubilación. Aprovecha entonces el tiempo para dedicarse a la creación literaria. Publica en edición personal su libro de poemas Los puertos de la última bohemia en 1975. Fallecería dos décadas después, en 1995.

En el año 1968 la Orquesta Ensueño de Venezuela tiene entre sus proyectos de grabación un disco de larga duración con el gran cantante mexicano Marco Antonio Muñiz, y solicita para ello la colaboración de los arreglistas y productores Daniel Milano y Freddy León, quienes proponen al intérprete mexicano —por entonces uno de los más aclamados del continente— una lista de diez temas venezolanos encabezados por el valse de Carrillo “Como llora una estrella”. No tienen a la mano una letra disponible, les urge grabar el disco y entonces solicitan al compositor Arnaldo Rivas Toledo (1938-2014) que escriba una letra.3 Éste la lleva a cabo, el disco es grabado y el valse de Carrillo adquiere en la voz de Muñiz una popularidad asombrosa. Sin embargo, la lamentable cursilería de la letra de Toledo no tiene nada que ver con el espíritu original de la canción. Ante esta realidad, el intérprete caraqueño Jesús Sevillano, que había adquirido reconocimiento como voz tenor del afamado Quinteto Contrapunto durante los años 60, graba en uno de sus discos en los años 70 el tema “Como llora una estrella”, cuya letra se caracteriza por una mezcla de palabras entre la letra original de Jiménez Sierra y palabras inventadas o transcritas imperfectamente por el cantante, o quizás por algún familiar o allegado del músico barquisimetano, lo cual dio como resultado un híbrido deficiente, un plagio involuntario4 sobre el cual ahora no desearía entrar en detalles, para no malograr esta crónica. La voz de Sevillano es excelente, poderosa, aunque a veces decae en una precaria dicción. Sin embargo, el valse circuló por los medios de entonces como “letra original” y nadie puso objeción a ello. Yo tampoco me expliqué nunca por qué mi padre ni nadie más reclamaron la autoría de la letra, y por qué no hicieron el empeño en grabarla. Tampoco, por qué Sevillano no intentó nunca ponerse en contacto con mi padre por aquel entonces, sabiendo, como todos sabían (me refiero a la comunidad musical y literaria, relativamente reducida), que estaba radicado en San Felipe, para consultar la letra original. La canción ha sido extensamente versionada por decenas de músicos alrededor del mundo. De las versiones instrumentales destaco la del guitarrista larense Alirio Díaz —amigo por demás de Carrillo y Elisio—, quizá la mejor, y la del guitarrista norteamericano John Williams. La versión del gran tenor venezolano Alfredo Sadel con la precaria música de Toledo pudo ser mejor, pues a mi modo de ver está cantada a un ritmo muy rápido, y pierde profundidad. Hay muchas más, pero casi todas con la deficiente letra de Toledo. Personalmente, me gusta mucho la magnífica versión pianística de este valse que hace Guiomar Narváez.

En el mes de octubre de 2019, año centenario del nacimiento de Jiménez Sierra, los descendientes del poeta y otros músicos amigos realizamos —con el apoyo de varias instituciones culturales de la región— en la ciudad de Carora, su aldea natal Atarigua, y en San Felipe, capital del estado Yaracuy, un evento para honrar la memoria del poeta y presentar nuevas obras literarias suyas, al tiempo que interpretábamos sus hijos y otros músicos amigos el valse que nos ha venido ocupando. Nos proponemos llevar a cabo lo más pronto algunas grabaciones con la letra original de esta canción, esperando, con tal gesto, hacer justicia y homenaje a quienes participaron en la gestación de esta obra: Antonio Carrillo, Carlos Borges y Elisio Jiménez Sierra, quienes merecen ocupar el lugar que les corresponde en la literatura, la música y la cultura de Venezuela, para que las generaciones nuevas puedan apreciar el legado de estos tres artistas que supieron extraer del alma del pueblo las más altas cifras de su sensibilidad.

Gabriel Jiménez Emán
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Notas

  1. Elisio Jiménez Sierra, “Son música como la otra música”. En los cien años del natalicio de Antonio Carrillo. San Felipe, 4 de octubre de 1992.
  2. Ibídem, pág. 3.
  3. La letra de Rivas Toledo reza: “Recuerdos de un ayer que fue pasión / el suave titilar que ayer yo vi / de tu dulce mirar su amor sentí / tu cara angelical, rosa de abril, / cómo quisiera yo amar y ser / la íntima oración que hay en ti / y al no sentir tu suave amor de ayer / la estrella solitaria llorará de amor. / Dame la tierna luz / que tiene tu mirar / que es como el titilar / de una estrella de amor. / Y en éxtasis profundo de pasión / mis besos tristes yo te brindaré / y en tu lozana frente colgaré la estrella / de este gran amor”.
  4. La letra interpretada por Sevillano es: “Estrella de la noche equinoccial / que brillas en la inmensidad del mar / que vagas por la noche  en soledad / Negándole a mi vida un amor /Estrella de la noche tú serás / la compañera fiel de mi canción / Que vagas por la noche / Henchida de romántica ansiedad / Bajo la dolorosa ternura del amor / Tú que por su ventana puedes ver /  Asómate a la reja y dile que / Mi corazón suspira por su amor / Y yo me estoy muriendo de dolor / Dile que una palabra nada más / Que salga de sus labios podrá ser / La dicha de mi vida / La felicidad”.
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