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Stefania Mosca: una vivencia

jueves 2 de julio de 2020
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Stefania Mosca
Stefania Mosca (1957-2009).

Conocí y admiré a Stefania Mosca desde los comienzos de su cálida leyenda caraqueña pero sólo al través de las anécdotas junto a breves juicios literarios de nobles amistades compartidas o de las palabras impresas aún sin rostro físico: Jorge Luis Borges, utopía y realidad (1984), La memoria y el olvido (1986), Seres cotidianos (1990), La última cena (1992), Banales (1993). Maravillosa sorpresa la mía cuando la mañana de la inauguración de la Primera Bienal de Literatura Juan Beroes, el 20 de junio de 1997, llegó a la mesa donde yo estaba el poeta Juan Calzadilla acompañado de una linda muchacha de marcado perfil caraqueño. “Lubio, quiero presentarte a Stefania Mosca”, dijo Juan. Delgada, con garbo, pelo más bien largo, ojos donde la húmeda luz de aquel mes reflectaba su singular encanto, acompañada de una voz valiente. La casa escogida para el brindis de la apertura del evento quedaba en las afueras de San Cristóbal al borde de un precipicio, muchos metros abajo se deslizaba el río Uribante con su fiesta de espuma, frente al balcón de las altísimas montañas de la serranía del Tamá, más arriba —antes de llegar a Dios— el acuoso azul de aquel mediodía. Me dijo al respecto: ‘‘No sé si es susto o asombro cuanto siento al contemplar esta abigarrada cordillera, su majestuosidad. Estos montes, Lubio, dominan buena parte de tu poesía. ¿Permanecerás siempre entre estas cumbres?”. “Creo —le respondí— que hay algo de fatalidad en ello”. Nos reímos… Las interrupciones de los invitados con sus comederas, sus bebederas, disolvieron la burbuja del encanto de oírla, de contemplarla. Pero Stefania antes de despedirse me obsequió su libro Banales con la siguiente dedicatoria, la cual transcribo no por vanidad —con mis más de ochenta años tal actitud no cabe— sino por lo hermoso de sus palabras: “A Lubio Cardozo: príncipe de estas montañas, de la palabra y, según me cuenta Calzadilla, de la amistad. Con todo mi agradecimiento, Stefania Mosca (firmado), 20/6/97”.

Stefania Mosca fue un ser sublime, en los Andes merideños la identificaríamos con el espíritu elemental de las ventiscas.

Sorprendió la artera muerte la linda fragilidad juvenil siempre de Stefania Mosca. Los libros de ella mencionados en este escrito dejaron una firme señal. Hay un claro aporte en su concepción del ensayo literario, lo cual reta a revisar su original naturaleza expresiva a partir de su inventor Miguel de Montaigne (1533-1592): en La memoria y el olvido cuanto se dispone en sus páginas va consustanciado con el arte de saber decirlo con juego expresivo sin descuidar la excelsitud en el tejido literario; en ella la creatividad no transige sino con lo novedoso, lo aportativo. La misma propuesta quedó asentada en su narrativa, sólo se cambian verdad por imaginación sobre el maravilloso carruaje de las sorpresivas fábulas en las cuales se oferta el placer de disparatar, de sacudir, intención discretamente alabada alguna vez por Sigmund Freud, develar las locuras —rochelas— de la cotidianidad intramuros. Stefania Mosca fue un ser sublime, en los Andes merideños la identificaríamos con el espíritu elemental de las ventiscas o, sin salirnos de lo literario, prestaríase un vocablo del romanticismo, una sílfide. Bien las cantó Abigaíl Lozano (1821-1866) en su poema “A la noche”, segunda estrofa:

Huyó la luz… las sílfides nocturnas
rápidas cruzan el dormido viento
y vierten sobre el mundo soñoliento
el opio blando de sus negras urnas.

“Rápida” patentizó también la existencia de Stefania Mosca en este difícil espacio de su tiempo, de su tierra, Venezuela.

Comentaré brevemente el entorno académico donde conocí a Stefania Mosca. La Primera Bienal de Literatura Juan Beroes, efectuada en San Cristóbal, se extendió del 20 al 26 de junio de 1997. Se debió su éxito, además de las originales ponencias, de las polémicas disertaciones sobre literatura hispanoamericana (casi todas recogidas luego en la revista Actual de la Universidad de los Andes cuando yo desempeñaba la coordinación de la misma), a la activa presencia de intelectuales —poetas, narradores, ensayistas, pintores, historiadores, dramaturgos— del país así como de Colombia, Panamá, Ecuador. Arribaron de Caracas Stefania Mosca, Juan Calzadilla, José Balza, Pedro Beroes (hermano del poeta Juan Beroes), Benito Raúl Losada, entre muchos otros. De Maracaibo José Antonio Castro en representación de la Universidad del Zulia. De Coro —si mal no recuerdo— Paúl González Palencia. Entre las personalidades garantes conductoras del evento en San Cristóbal vienen a la memoria el destacado esfuerzo del poeta Pablo Mora, de la profesora Carmen Teresa Alcalde, el poeta Ernesto Román Orozco, la escritora de leyendas Lolita Robles de Mora, la poeta Leonor Peña. Cerró la actividad la puntual entrega de las Poesías completas de Juan Beroes (San Cristóbal, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, 1997; 586 páginas). La responsabilidad de la oportuna edición de este volumen la cumplió con singular eficiencia la secretaria ejecutiva de la BATT, señora Leonor Peña. Se sella este recordatorio con el nombre del doctor Ricardo Méndez Moreno, gobernador del estado Táchira en esa oportunidad, quien puso a disposición de la Bienal Juan Beroes holgado apoyo económico, técnico y académico necesario.

Después se realizaron en las fechas convenidas dos ediciones más de la Bienal de Literatura Juan Beroes. No se cumplió con la cuarta ni con ninguna otra por cuanto con el cambio político administrativo de la Gobernación del estado Táchira las personas a quienes se les asignó la continuación de la bonita tarea carecían de saberes literarios, de patriotismo para mantener esa digna fiesta del espíritu, de la inteligencia, del arte.

Lubio Cardozo
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