Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2022 en su 26º aniversario
En el año 2013 escribí este artículo como parte de un mensaje de Navidad. En él se recuenta la posibilidad de que dos ejércitos enemigos, el británico y el alemán, deciden espontáneamente hacer un alto al fuego para vivir un instante de paz. Aunque sus superiores se oponen a esta reacción, los soldados se retiran del campo de batalla para continuar con una existencia pacífica.
Recientemente apareció un cortometraje independiente, hecho por cineastas germanos, que ha sido premiado por su calidad artística y su claro mensaje de paz. En él se narra el encuentro de dos soldados, uno alemán y el otro norteamericano, en medio de una confrontación bélica. Para calmarse el aliado toca con su trompeta la bien conocida melodía Lili Marleen, que hace recordar al alemán que es la canción de él y de su esposa, que está esperando un niño en su pueblo. Entonces los dos enemigos cesan sus hostilidades y dándose un apretón de manos concluyen que la carnicería que están cometiendo es algo que no debía ser.
En estas dos obras se envía un mensaje indicando que la presencia de las guerras en estos momentos debería ser proscrita en todo el mundo porque nadie saldría ganador, y porque nos acercan cada vez más al exterminio de la especie humana sin una razón trascendental.
Mensaje de Navidad
Si así como los soldados ingleses y alemanes hicieron un alto al fuego para cantar Stille Nacht (Noche de paz) en la víspera del 25 de diciembre de 1914 en Ypres, Bélgica, los ejércitos que se encuentran en plena guerra, hoy en día, en este momento, dejasen los fusiles, abandonasen sus trincheras y con sus botas llenas de barro caminasen hacia las líneas adversarias, a pesar de estar al alcance de la artillería enemiga, y se encontrasen en el centro de la tierra de nadie para darse un abrazo fraterno y celebrar la Navidad juntos intercambiando botellas de vino, de whisky o de vodka, entregándose con una sonrisa fraterna cajetillas de cigarrillos, arbolitos de Navidad y dulces en forma de bastones blancos, ofreciéndose tazas de chocolate caliente, regalándose unos a otros sus bayonetas y sus pistolas para que se las diesen a sus hijos como recuerdos de una guerra que nunca debió ser y se contasen cosas de sus familias y se tomasen fotos, abrazados y felices de estar logrando una paz imposible, y si llegase la madrugada y siguiesen haciendo lo mismo, todo conflicto bélico llegaría a un cese del fuego. Y si los hombres insistentes se quedasen en el campo de batalla, entre alambrados y escombros, tratándose con amabilidad y hablándose con respeto, como seres humanos maduros y responsables, acerca de las tragedias de la humanidad, y aunque los oficiales de ambos bandos saliesen de sus trincheras con un pito en la boca para acercarse a sus hombres, y cada cual empujando e insultando a sus soldados con una pistola dirigida al cielo y con ojos feroces los conminasen a regresar a sus puestos para continuar con la batalla en nombre de la patria, amenazándolos con dispararles en el acto y prometiéndoles cortes marciales, y aunque los generales bombardeasen sin misericordia ese lugar y soltasen nieblas de gases venenosos para obligarlos a retornar, los soldados no les hiciesen caso y sin mirar a sus superiores continuasen platicando entre ellos y abandonasen ese descampado abrazados de los hombros como lo hacen los niños, hablando del buen vino y la buena comida de sus tierras y de las mujeres amadas que dejaron atrás y de los hijos queridos que los esperan ansiosamente detrás de sus ventanas, estas guerras no proseguirían. Y si, además, todos los soldados que hubiesen fallecido ese día en defensa de la patria, se levantasen y, con sus uniformes manchados de sangre, pálidos y exangües, se les uniesen para beber de una botella de vino y se alegrasen y participasen del jolgorio, las acciones bélicas no se extenderían. Sin embargo, como siempre, el resentimiento contra el rival que todos los humanos sentimos, tal vez podría más y el conflicto continuaría. Nos corresponde a nosotros, Homo sapiens de todos los siglos, saber que esa posibilidad existe y que debemos ponerla en práctica. Cuando aprendamos a hacer eso, viviremos en tregua permanente y en paz.
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