Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

La literatura en tiempos de pandemia

jueves 28 de mayo de 2020
¡Comparte esto en tus redes sociales!
La literatura en tiempos de pandemia, por Ulises Paniagua
Mantengamos la calma y leamos, leamos de manera insaciable. Fotograma de “La máscara de la muerte roja” (1964), de Roger Corman, basada en el cuento homónimo de Edgar Allan Poe

Papeles de la pandemia, antología digital por los 24 años de Letralia

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario

¿Qué es pandemia?, me dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Y tú me lo preguntas? Pandemia eres tú.

Encerrados, vivimos encerrados a piedra y lodo ante la probabilidad de ser víctimas del Covid-19. Lamentamos, de manera amarga, los tiempos que nos ha tocado vivir. Hubiésemos querido nacer en otra década, otra centuria, tal vez en plena efervescencia victoriana o virreinal, por ejemplo. Nos convencemos de vivir tiempos terribles (y los vivimos a través de una guerra de manipulación política, económica). Aunque se nos olvida que han existido, a lo largo de la historia, circunstancias semejantes; que antes otros muchos seres humanos estuvieron también en encierro voluntario por la misma razón: una epidemia. Ellos, igual que nosotros, aprendieron a sobrevivir. Algunos personajes célebres incluso fallecieron mientras atendían a enfermos, como ocurrió en el caso de la escritora sor Juana Inés de la Cruz, en 1695.

El Decamerón narra el encierro voluntario de siete mujeres y tres hombres ante la amenaza de una enfermedad que presagia el fin del mundo.

De ello, de tales cuarentenas, da cuenta la literatura. Porque la literatura es un gran estudio, y porque la literatura es al mismo tiempo una gran chismosa que nos permite conocer cómo vivieron y murieron otras personas, siglos atrás, durante las catástrofes. Este artículo, ligero y sin pretensiones, indaga, con distintos ejemplos, en el trágico romance entre plaga y literatura. Desde luego, se comprende que los casos que se citan no son, ni por mucho, los únicos que hallaremos en la literatura universal (aunque algunos de ellos son, sin duda, bastante famosos). Si bien leer este texto no hará que desaparezca la amenaza que —créanlo— tarde o temprano desaparecerá, seguro nos hará reconocer que el pánico que se apodera con constancia de las multitudes, lo hace de manera de manera estrepitosa o ridícula. Así que mantengamos la calma y leamos, leamos de manera insaciable.

Hablemos, por ejemplo, del Decamerón, de Giovanni Boccaccio, un libro que surgió tras la peste bubónica en Florencia, en 1348. El Decamerón narra el encierro voluntario de siete mujeres y tres hombres ante la amenaza de una enfermedad que presagia el fin del mundo. Se inicia con una descripción de los horrores de la peste para contar luego, al estilo de Las mil y una noches (aunque sólo durante diez días), una serie de historias que se entrelazan en un desfile de vida, erotismo, un poco de vulgaridad, sexualidad y muerte. Hay, por cierto, una versión cinematográfica muy buena de El Decamerón, aunque sin peste; se trata de Boccaccerías habaneras, filmada en Cuba por el realizador Arturo Soto Díaz en 2013 (que pueden buscar y disfrutar en esta cuarentena).

Otro dato curioso anterior al siglo XVII es aquel que asevera que William Shakespeare escribió un par de sus obras maestras, Macbeth y El rey Lear, durante una cuarentena. Es tiempo de releerlas.

Un encuentro entre epidemia y literatura aún más extraño es el de Voltaire con el mundo de los vampiros. A Voltaire se le atribuye un libro titulado Diccionario filosófico. Él mismo se dedicó a desmentir su autoría; aunque por un asunto de tema y estilo pareciera más bien que sí proviene de su pluma, a Voltaire le interesaba mantener la ambigüedad al respecto. En el Diccionario filosófico, el francés se ríe de ciertas creencias absurdas, muchas de ellas provenientes de la Iglesia, pero también concernientes a los vampiros. Como contexto sociohistórico, hay que entender que durante la Edad Media la peste negra o la propia peste bubónica asolaron grandes regiones: mataron a miles de personas de todas las edades. Se llegaba, a caballo, a pueblos absolutamente desiertos, donde la enfermedad había acabado con todos los habitantes. De allí, de este hecho histórico de la Europa Oriental, proviene en gran parte el mito que daría origen al Drácula de Bram Stoker. Voltaire utiliza la ironía para burlarse de la calamidad de tales seres. Concluye con este argumento:

Se agita con frecuencia la grave cuestión de si puede absolverse al vampiro que murió excomulgado; no soy teólogo bastante profundo para decidirlo; pero por mi parte yo lo absolvería porque cuando hay que escoger entre dos partidos dudosos, debe elegirse el más benigno (…). El resultado de todo es que una gran parte de Europa estuvo infestada de vampiros durante cinco o seis años, y que hoy ya no existen; que hubo convulsionarios en Francia durante más de veinte años, y que hoy ya no los hay; que resucitaron muertos durante algunos siglos, y que hoy ya no los resucitan; que tuvimos jesuitas en España, en Portugal, en Francia y en las Dos Sicilias, y que hoy ya no los tenemos.

La literatura en época de virus nos invita a reflexionar, a detener la marcha del tren de la “vida productiva” un momento.

Muchos años más tarde, Edgar Allan Poe escribe “La máscara de la muerte roja”, un magnífico cuento de terror. En él, gente de la aristocracia, incluyendo al rey, cierran las puertas del castillo mientras, insensibles, permiten que la gente fallezca de peste roja. Ajenos al dolor de los pobres, organizan un baile glamoroso, una mascarada donde un extraño invitado irrumpe cubierto con un disfraz que reproduce las llagas y los estragos de la enfermedad. El final del cuento es brillante, un verdadero ajuste de cuentas social a través de la reina de los muertos:

Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.

Ya en pleno siglo XX, el tema de la peste y las pandemias se retoma, muy probablemente por el miedo ante tantos cadáveres en descomposición durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Antonin Artaud aprovecha el miedo a la peste, y lo presenta como una metáfora. Hace la comparación de dicho contagio con respecto al teatro. Según Artaud, en un consejo sabio, todos debiésemos enfermarnos, sí, aunque enfermarnos de arte:

Es inútil dar razones precisas de ese delirio contagioso. Ante todo importa admitir que, al igual que la peste, el teatro es un delirio, y es contagioso.

Finalmente, cito dos libros que después de la mitad del siglo pasado marcaron profundamente, a través de sus letras, la condición humana, al invitarla a la reflexión: La peste, de Albert Camus, publicada en 1947 y que en tiempos del coronavirus ha resurgido de manera estrepitosa en ventas en Europa, hoy en día; y Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, publicado en 1995. Ambas novelas narran cómo, en una época complicada, el egoísmo y el miedo de los seres humanos puede convertirse en un peligro mayor que el propio virus. Pánico, asesinatos e injusticias son extendidos por una humanidad paranoica y desconfiada. Ambos libros nos confrontan al peligro del miedo como infección, y lo hacen de manera impecable.

Así, la literatura en época de virus nos invita a reflexionar, a detener la marcha del tren de la “vida productiva” un momento, justo ante tantas compras de pánico y una brutal desinformación. Pudiera ser que, si no tenemos cuidado, acabemos matándonos unos a otros, completamente ciegos, como ocurre en la novela de Saramago, para comprobar que al final todos volveríamos a ver, tarde o temprano. O quizá, como en la película El ángel exterminador, de Luis Buñuel, nos demos cuenta, meses después de esta alerta global, de que el principal temor que enfrentamos es el infundido por otros y por nosotros mismos, un profundo horror psicológico que nos impide salir de casa de forma inexplicable. Así, la literatura vuelve a presentarse como una panacea ante la angustia y la ignorancia en pleno siglo XXI. Es la luz en medio de la oscuridad de la epidemia. Leamos.

Ulises Paniagua
Últimas entradas de Ulises Paniagua (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio