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La dimensión desconocida, de Nona Fernández
Horror y tiempo fragmentado bajo la dictadura de Augusto Pinochet

sábado 11 de agosto de 2018
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Nona Fernández
La novela La dimensión desconocida, de la escritora chilena Nona Fernández, ganó en 2016 el premio Sor Juana Inés de la Cruz.
“¡Hey!, conozco unos cuentos sobre el futuro
¡Hey!, el tiempo en que los aprendí fue más seguro”.

(Los Prisioneros: El baile de los que sobran).
“Hoy me sentí ajeno más que nunca
Al mundo
A la calle
A lo normal
La libertad”

(Lorent Saleh: “Hoy me subieron al sol”).

Había una máquina del tiempo en El Helicoide.1 Justo eso fue lo que leí en una denuncia que se filtró a la prensa durante el motín en el mencionado centro de operaciones del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, o, dicho sin eufemismos burocráticos, la cárcel política y centro de torturas del dictador venezolano Nicolás Maduro. Sobra decir que no se trataba de un DeLorean para viajar en el tiempo al igual que Marty McFly, ni nada semejante al aparato imaginado por H. G. Wells. A lo que se refería el preso político era a un cuartucho donde los torturadores quiebran la voluntad de los confinados al negarles alimentos, hidratación, la luz del sol y todo contacto humano. Esta terapia de shock, naturalmente, produce tal estado de alteración y pérdida de la noción temporal, que permite la instalación de un tiempo nuevo en la víctima, esto es, una narrativa con sus correspondientes sentidos, actores y etapas. En la universidad donde laboro dicto un curso de ciencia ficción, por lo que la primera asociación que se me ocurrió fue la de la imagen de los círculos concéntricos que contienen mis láminas PowerPoint sobre el tema del viaje temporal, imagen que cubre la portada de una pieza maestra sobre otra dictadura abyecta: La dimensión desconocida, de la escritora chilena Nona Fernández, novela cuya recreación de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile convenció al jurado del premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2016.

Narración híbrida nutrida por el reportaje periodístico y la ficción autobiográfica, La dimensión desconocida se ocupa de la entrevista que Andrés Antonio Valenzuela Morales le concedió a la revista Cauce en agosto de 1984, para confesar los secuestros, torturas y asesinatos que cometió cuando prestaba servicio en la policía política de la dictadura de Augusto Pinochet. “Yo torturé” son las palabras que podemos corroborar en la portada de aquella histórica edición. A partir de la reconstrucción de estos eventos atroces, junto al vívido ejercicio de la imaginación y los nubosos recuerdos de la infancia y la juventud, el lector penetra la dimensión desconocida que fue aquella aciaga época de la historia reciente de Chile.

Debemos al recién fallecido narratólogo francés Gerard Genette la tipología más elaborada de las relaciones intertextuales literarias. Desde su ángulo, un hipotexto es un texto fuente que distribuye el contenido semántico y las partes componentes de un segundo texto, designado en su teoría como hipertexto. En el caso de La dimensión desconocida, resulta provechoso recordar que ya en su novela breve Space Invaders Nona Fernández (o como firmaba en ese libro: Nona Fernández Silanes) acudía a los referentes de la cultura pop y de masas para construir su historia. La autora, nacida en 1971, escribía allí sobre la dictadura de Pinochet, comprensiblemente, bajo el influjo de lo que el escritor Martín Amis llama en un iluminador ensayo “la invasión de de los marcianitos”. La popularidad de este videojuego de Atari podemos rastrearla en otra obra chilena, concretamente en el filme La vida de los peces, de Matía Bize, en el que algunos personajes cuarentones, no sin nostalgia, contrastan la invasión marciana con los videojuegos actuales. Nona Fernández no sólo estructuraba su novela como fases de un videojuego, sino que la propia historia signaba una derrota en la vida como un game over. De cualquier forma, no todo estaba finalizado, pues esta historia se presenta resumida en La dimensión desconocida.

El tiempo es justamente uno de los aspectos de la serie de televisión La dimensión desconocida que le permite a Nona Fernández hablar del reino de la tiranía instaurada por Pinochet tras el golpe de Estado a Salvador Allende.

Una de las conquistas de la teoría cognitivista del lenguaje ha sido demostrar la función central del cuerpo como productor de significado. Pongamos que cuando Shakespeare hace que Romeo diga que Julieta es el Sol no pretende tanto evocar un concepto como evocar una experiencia corporal central para cualquier humano. Por lo que me atañe, conservo fresco el temor que taladraba mis huesos con la presentación en televisión de La dimensión desconocida. Siendo un niño, me parecía que la pantalla que tenía al frente estaba a punto de desatar algo que amenazaba con destruir cuanto yo era y conocía. Por eso, no sólo admiro el acierto de la escritora chilena al apoyarse en dicho referente base, sino que, atosigado por mi temor primigenio, por momentos me vi obligado a detener mi lectura. Recuperarse del replanteamiento de la cruenta dictadura pinochetista como una dimensión desconocida no sucede con inmediatez.

En su erudita y, a la vez, conmovedora crónica dedicada al padre, Estética del Polo Norte, el filósofo Michel Onfray concluye que una vida precaria está desprovista de espacio y tiempo propios. Una idea similar la proporciona el historiador francés Roger Chartier cuando escribe que el Todopoderoso es dueño de su tiempo y controla el de los demás. Éstos, a lo sumo, deben dejarse llevar por los juegos del azar y sumirse impotentes a los golpes que seguramente depararán estos vaivenes. El tiempo es justamente uno de los aspectos de la serie de televisión La dimensión desconocida que le permite a Nona Fernández hablar del reino de la tiranía instaurada por Pinochet tras el golpe de Estado a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Veamos algunos de los procedimientos concebidos por la escritora en la novela:

Gritos desesperados, llamados de auxilio a los que nadie pudo acudir. Seguro mientras mi madre se tomaba su té con hojas de cedrón y yo terminaba de escuchar su inquietante experiencia, Carlos Contreras Maluje se desangraba en el suelo de ese cuartel, acosado por los gnomos, en ese tiempo detenido por un reloj fatal que marcaba los límites de la dimensión desconocida. Esa realidad tan distinta a la que, como decía aquella vieja voz en off, sólo se puede ingresar con la llave de la imaginación.

Fijémonos en que, como un evento, la dictadura fragmenta el curso normal del tiempo y lo ordena de tres maneras que son el planteamiento de fondo de las páginas compuestas por Fernández: por un lado, dos articulaciones objetivas: el tiempo breve de quienes fueron torturados y asesinados, los que entraron en la dimensión desconocida para no regresar nunca más, cuerpos que, como lo vemos en el documental de Patricio Guzmán El botón de nácar, se desintegraron hasta tener estatuto mineral, y el tiempo objetivo largo de aquellos que sobrevivieron a la dictadura, aquellos que quisieron ignorar, o que, como la niña que una vez fue la escritora, verdaderamente no sospechaban la existencia de la dimensión desconocida.

Se necesita de la literatura para intentar atrapar y expresar la compleja experiencia de las víctimas condensada en ese tiempo subjetivo.

Aunque, repitámoslo, el establecimiento de este nuevo tiempo implica, en sustancia, el posicionamiento de una narración y sus agentes, fases y sentidos. En este orden de cosas, quienes controlan el tiempo también regulan las narraciones. El establecimiento del tiempo de la epopeya, pongamos por caso, conlleva la narración de un tiempo futuro en el que el héroe devolverá el orden del cosmos. Evidentemente, si hay un héroe debe haber una víctima y un villano. De manera que la sociedad que se guíe por este esquema conceptual pondrá en circulación textos acomodados a esta visión. Así, cualquier otro tipo de historia sencillamente no podrá tener sentido. Este mecanismo, en parte, explica, no digamos el desconocimiento de la dimensión desconocida, lo Real de la dictadura, pues esto se puede lograr por medio de la regulación de la información, sino algo más básico e imperceptible, a saber, la configuración de los órganos perceptores y la capacidad de imaginar con el fin de bloquear toda vista a la ominosa dimensión, como lo apreciamos en el anterior extracto de la novela y lo encontramos nuevamente a continuación:

Eran una prueba clara y concreta, un mensaje enviado desde el otro lado del espejo, irrefutable y real, para comprobar que todo ese universo paralelo e invisible era cierto, no un invento fantasioso como muchas veces se dijo.

He de sostener, sin embargo, que en ningún otro lugar la novela gana mayor profundidad y el peso del talento de la pluma de Fernández sella su impronta como en lo concerniente al tiempo que experimentan las víctimas, la narración íntima de los últimos momentos en la Tierra; el tiempo que, incluso, se sobrepone al objetivo, pues quien se encuentra en las mazmorras puede sentir que una tortura de minutos duró una eternidad. En fin, hablamos del tiempo subjetivo de los que se perdieron una vez cruzaron el umbral de la dimensión desconocida. “¿Qué vio José? ¿Qué escuchó? ¿Qué pensó? ¿Qué le hicieron?”, se pregunta la narradora sobre uno de los desaparecidos, lo que hace evidente que estos vacíos sólo pueden ser llenados con la imaginación. Dicho todo de una vez, se necesita de la literatura para intentar atrapar y expresar la compleja experiencia de las víctimas condensada en ese tiempo subjetivo. O como dice el filósofo Jorge Fernández Gonzalo en su Guía perversa del viajero en el tiempo, lo Real es un nudo horripilante que dinamita nuestros discursos. De allí la necesidad de elaborar narraciones “simbólico-ficcionales” que lo hagan llevadero. A no dudarlo, el recurso fecundo que Nona Fernández no agota es el intertexto televisivo La dimensión desconocida, como lo ilustra a la perfección este segmento, en el que los elementos de un episodio de la serie (naves y planetas) pueden servir para una aproximación a los hechos:

…probablemente mientras nos servíamos jalea y la bañábamos de leche condensada, como tanto nos gustaba hacer para el postre, Carlos Contreras Maluje enviaba mensajes mentales a los suyos para que alguien fuera a rescatarlo a ese planeta pequeño y solitario en el que había caído. Ese lugar en el que se encontraba adolorido y asustado, sin una nave que pudiera devolverlo a su casa allá en la Farmacia Maluje de Concepción.

En franca consonancia, la autora proyecta también rasgos de la serie televisiva, pero efectuando un gesto de interpelación postergada. En concreto, Fernández se sirve de un fino lirismo para poner a las víctimas a comunicarse con el hombre que torturaba desde el momento congelado de las fotos. Atendamos con cuidado la sintaxis y la anáfora en el siguiente extracto, en el que, a diferencia del caso de arriba, la imaginación no se constriñe a los hechos del pasado, sino que desborda el presente por medio de la interpelación:

El mundo Contreras Maluje, el mundo Weibel, el mundo Flores. Planetas de los que sólo se puede escuchar el mensaje transmitido por esas caras sonrientes que miran a cámara suplicando reconocimiento.

Recuerda quién soy, dicen.

Recuerda dónde estuve, recuerda lo que me hicieron.

Dónde me mataron, dónde me enterraron.

La ficción nos puede ayudar a cambiar lo que nos resulta insoportable en el mundo empírico.

En un sentido homólogo, uno de los recursos que socorren a Nona Fernández para acercarnos al territorio ignoto e infernal de esa fisura de la realidad es la yuxtaposición de diversos tiempos verbales de la lengua española, con verbos como “hacer” en futuro simple: “hará”; “sentar” en pretérito perfecto simple: “sentó”, y “detener” y “reconocer” en presente: “detiene” y “reconoce”, entre los que debemos subrayar este último tiempo, puesto que aparece en los momentos más críticos de las víctimas o, con notable predominio, cuando viven sus últimos minutos. Su uso deliberado no deja duda del genio de Nona Fernández al ponernos en la primera fila de los eventos atroces. Para el lector, los muertos de la dictadura habitan un eterno presente. Veamos cómo funciona este solapamiento de tiempos verbales a través de tres fragmentos sobre el secuestro de José Weibel Barahona cuando viajaba con su familia en el transporte público:

Alguien hará el desayuno, mientras el otro despertará a los niños, mientras el otro los ayudará a vestir, mientras el otro los acarreará al baño, mientras el otro calentará los almuerzos, mientras el otro preparará las colaciones, mientras el otro se dedicará a lanzar los apúrense, ya es tarde, estamos atrasados.


María Teresa se sentó con uno de sus hijos en la falda. Quizá José se sentó a su lado con el otro en los brazos.


Quizá José se detiene un momento en aquellos ojos oscuros del hombre que torturaba. Quizá reconoce en ellos una mirada perturbadora que no alcanza a procesar porque en ese mismo minuto una mujer da un grito que descoloca a todos.

Es dable recordar en este punto El Padre Mío, de Diamela Eltit, otra obra híbrida sobre la dictadura de Pinochet. Cuenta Eltit en el prólogo que su libro se había gestionado originalmente en 1983 como una serie de grabaciones de aquellos cuerpos de indigentes en los márgenes de la ciudad: el cuerpo como una puesta en escena que denuncia que el sistema social de jerarquías se sostiene sobre esa violencia material, y que esa precariedad era la condición de posibilidad del funcionamiento social. Fue entonces cuando Eltit conoció a Padre Mío, un indigente que, a diferencia del conjunto, era un torrencial de palabras: “Su vertiginosa circular presencia lingüística no tenía principio ni fin. El barroco se había implantado en su lengua haciéndola estallar”. Eltit añade: “Es Chile, pensé. Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio…”. Chile, remata la autora, padecía una crisis del lenguaje, que repercutía en la memoria y desbarataba el tejido social.

También se puede acceder a la dimensión desconocida a través de reiteraciones de verbos como “imaginar” y “preguntar”, que nos permitan situar a las víctimas en situaciones hipotéticas. Claro está, mucho mejor si esta situación se presta para resolver conflictos en lo real que sabemos que están condenados a permanecer en ese estado. Dicho de otro modo, cuando la ficción nos puede ayudar a cambiar lo que nos resulta insoportable en el mundo empírico, aquello que nos liquida afectivamente, aquella luz que, si se extingue, nos abandona en las tinieblas. Esta idea la formula sistemáticamente el filósofo norteamericano Fredric Jameson en Documentos de cultura, documentos de barbarie: la narrativa como acto socialmente simbólico. El siguiente extracto ilumina este punto en la medida en que deja al descubierto el desplazamiento de la realidad a favor de soluciones que aplaquen el dolor:

Me pregunto si José habrá registrado una instantánea mental de su familia en ese momento. Me pregunto si desde el auto que se lo llevó habrá alcanzado a mirar a sus hijos y a su mujer por última vez para fijar esa imagen protectora. Mi imaginación desbocada y sensiblera quiere creer que sí, que lo hizo y que con ella aplacó los temores en ese territorio gris donde fue condenado a pasar sus últimos días de vida.

Hace unos años, el escritor dominicano Junot Díaz defendió su representación fantástica de la cruel dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en La maravillosa vida breve de Óscar Wao alegando que hay regiones oscuras a las que no se puede llegar a través del realismo. La afirmación emergía en medio de las comparaciones con la novela La fiesta del Chivo, en la que Mario Vargas Llosa también explora los días obscenos del Trujillato en República Dominicana, pero desde la solemnidad del realismo, ni por accidente esperaríamos que Vargas Llosa escribiera que Trujillo ansiaba desvirgar a una adolescente, con la misma intensidad con la que Sauron quería el anillo único de poder. Como quiera que sea, La maravillosa vida breve de Óscar Wao debe contarse como una de las creaciones intertextuales más perfectas hasta la fecha. A mi parecer, La dimensión desconocida es un par incontestable. Por lo demás, junto al popular programa de televisión aparecen otros intertextos que podemos mencionar de pasada, entre ellos El hombre araña, El flautista de Hamelín, la canción de Billy Joel “We Didn’t Start the Fire”, y Un cuento de Navidad, obra de Charles Dickens de la que Nona Fernández se ha declarado ávida lectora en algunas entrevistas.

La voz de Nona Fernández narra desde el lugar de quienes crecieron durante la brutal dictadura de Augusto Pinochet, desde la ingenuidad de la infancia.

Por contra, un intertexto que no podemos despachar con ligereza es la magistral novela breve Distancia de rescate, de la escritora argentina Samanta Schweblin, a quien Nona Fernández le ha profesado admiración en varias ocasiones, admiración que es recíproca, por cierto. La presencia de esta novela magnifica la atmósfera espectral de La dimensión desconocida, lo que da como resultado una suerte de dimensión desconocida dentro de otra, pues la pieza de Schweblin, para repetir lo que recalqué en otro lugar, es como una frágil pista de hielo que en cualquier momento se resquebraja bajo los pies del lector. Si algo hace perdurable a esta novela, es este sostenido extrañamiento de cuanto rodea a los personajes. A no dudarlo, uno de los recursos contundentes para que el lector quede descolocado en apenas 126 páginas es el neologismo que presta el título al libro: una distancia de rescate. Las alusiones reiteradas a este término desencadenan nuestro intento vano por adherirlo a un significado o, cuando menos, asociarlo con algún campo semántico. Para emplear jerga psicoanalítica, la “distancia de rescate” nos resulta un significante que flota irredento en cuanto a contenido semántico. Observemos cómo Nona Fernández transfiere estos atributos a su novela:

En esta última escena, en plena noche cordillerana, imagino la fotografía de los Wiebel Barahona y el ruido de las ráfagas descargándose sobre la espalda o el pecho de José.

El hechizo protector se rompe, su cuerpo se va por el río y desaparece para siempre.

No hay distancia de rescate posible en este ejercicio.

Ni mi imaginación desbocada puede contra eso.

La voz de Nona Fernández narra desde el lugar de quienes crecieron durante la brutal dictadura de Augusto Pinochet, desde la ingenuidad de la infancia, pero también desde el asombro ante las primeras imágenes que insinuaban la existencia de la dimensión desconocida. Así pues, como Alejandro Zambra en su novela Formas de volver a casa, Constanza Anabalón Tohá en Caja de resonancia, y Álvaro Bisama en el cuento “Chica nazi”; o, como en el cine, el director Andrés Wood en Machuca, su potentísima prosa es una llave a ese pasado espectral e inenarrable de una de las más profundas heridas de Chile. Sé que si yo tratase de recordar qué hacía en aquel distante de 1984 en el que el hombre que torturaba confesó sus crímenes, mi memoria se saturaría de imágenes ajenas a ese año. Nona Fernández anota en la novela una pista que me basta: Ghostbusters, filme dirigido por Ivan Reitman. De inmediato, mis recuerdos se desplazan a una de las primeras salas que visité siendo niño, y donde pude ver esta historia de fantasmas hilarante. Cuántas veces en la escuela chapurreamos el inglés de la pegajosa canción de Ray Parker Jr. que servía de soundtrack. Yo tampoco sospeché que existía aquella dimensión desconocida en un país tan cerca de nosotros. Ni siquiera porque por la televisión llegaba a mi casa la imagen siniestra de aquel militar que mis adultos llamaban con desprecio Pinochet.

Maikel Ramírez
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Notas

  1. N. del E.: El Helicoide es un edificio emblemático de Caracas por más de una razón: en principio, por su forma y emplazamiento particulares —una especie de pirámide de bordes redondeados instalada sobre una colina en medio de una barriada—; también porque aunque su construcción comenzó en 1956, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, jamás se concluyó. A partir de los años 80 distintas instancias gubernamentales instalaron allí su sede, siendo la más notoria de ellas la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip), la policía política, que hoy responde al nombre de Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Para saber más sobre este tema, remítase a la entrada correspondiente en Wikipedia.
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