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Un recorrido por ese misterio llamado memoria
(en Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras)

domingo 16 de abril de 2023
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“Inventario”, de Carlos Roberto Gómez Beras
Inventario, de Carlos Roberto Gómez Beras (Isla Negra, 2022). Disponible en la web de la editorial

Inventario
Carlos Roberto Gómez Beras
Poesía
Isla Negra Editores
San Juan (Puerto Rico), 2022
ISBN: 978-8412573442
74 páginas

“El poeta camina encendido
entre calles atestadas
de esa otra ciudad hecha
de signos, dudas y pasados”
.
C. R. Gómez Beras,
“El poeta”, en Inventario, pág. 51

Escribió Juan Ramón Jiménez: “La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos”. El poeta debe salir a reconocer y reconocerse en la inmensidad, pero igual en las pequeñas cosas, sentir amor por la palabra en cada recoveco de sus posibilidades, como los de su propia piel, los de la razón y del espíritu. Sólo unos pocos poetas alcanzan la plenitud y madurez para desnudarse de maquillajes, de vicios retóricos o grandilocuencias metafóricas. Advertimos, sin embargo, que si previamente, en la juventud del escritor, no se ha recargado de imágenes y sueños multicolores, vivido con salvaje intensidad y sensualidad, tampoco es probable que alcance esa luz a través de la grieta, que observamos y leemos aquí en la obra versante de este querido escritor caribeño. Al fin de cuentas, “la poesía no quiere adeptos, quiere amantes”, expresó el gran Federico García Lorca.

Sólo un buen Poeta, con mayúscula, logra esa madurez y dominio del oficio cuando aspira a la simpleza, permitiendo que la punta de los dedos de su sensibilidad y sus versos acaricien la casi imposible Esencia. Proeza sólo posible para unos pocos elegidos, después de un largo trayecto en el oficio apalabrado, un valiente viaje que atravesará diversos puentes y fronteras de la vida para entregarnos con sus manos y el corazón abierto el inventario de su memoria, no exenta de heridas. Ese Poeta definitivamente es Carlos Roberto Gómez Beras, y otra prueba contundente es su nuevo libro, Inventario. Poemario estremecedor, donde ya ha fallecido lo innecesario o prescindible preparándose con su fe y sus cicatrices hacia la eternidad:

…Caer, errar, pecar y fallar
es empresa de delirios.
Hablar de heridas ajenas
es el premio de los tibios.
Entre el decir y el hacer,
una cicatriz para los valientes:
la vida, sin sentido y plena.

Del poema “La cicatriz”, Inventario, pág. 105.

El Poeta igualmente es un ser lleno de dudas, plasmando urgentes preguntas y respuestas a través de la poesía. Sobre este aspecto, en una entrevista con el periodista cultural Mario Alegre Barrios, Carlos Roberto expresó: “La poesía siempre es búsqueda, siempre es intento… nunca es logro, nunca es conquista. Siempre es el deseo de decir algo. Cuando lo digo ya no es poesía, ya es otra cosa, poema en todo caso. ¿Y qué hay entre el intento y el logro? Un paréntesis, el silencio”.

Carlos Roberto versa aquí ese silencio que irrumpe entre el follaje del tiempo. Además, es un observador/creador lleno de deseos, inquietudes, y de una tanto tierna como (per)versa sensibilidad, que recolecta sueños ocultos en el misterio de la palabra para finalmente “ver al tiempo / abrirse paso / con su tenaz silencio” (pág. 121, del poema “El final”). Características estas que nos inquietan y conmueven al leer la obra del también escritor, editor y catedrático de la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Inventario, definitivamente, es un poemario para leer a pequeños sorbos, pues su poesía nos pellizca el corazón, para dolernos e iluminarnos, y conmovernos al abrirnos su puerta a los lectores e invitarnos a sentir su vida con sus aciertos, con sus cicatrices, hacia esa muerte, tantas muertes, y hacia la fe más sublime, y sólo así es posible “emprender el camino hacia lo más adentro”:

…Esta vez, me dije,
escribiré menos
sobre la vida
y aprenderé a leer
la fe de lo que muere

Del poema “El final”, Inventario, pág. 121.

Nuestro poeta, aquí, es coleccionista y creador de memorias, a modo de esas piedras que va colocando una sobre otra, en cada pliegue de sus versos, con una meticulosidad casi perfecta, porque la poesía tampoco debe habitarse de perfecciones. Nos dice, en fragmentos de su poema “El final (final)”, pág. 123:

De cada camino,
fui robando una piedra.
No pedí permiso a la senda
ni al polvo que las cubría…
… y sólo quedábamos
las piedras, yo y las memorias.

Gómez Beras ya nos había adelantado de sus distintas y urgentes tareas del oficio del poeta, como en Paloma de la plusvalía y otros poemas para empedernidos (1996):

Amo mi oficio crepuscular
de encender almas
y verlas extinguirse.

(Del poema “El coleccionista”).

O en su íntimo Mapa al corazón del hombre (Isla Negra, 2012):

Qué luminosa es la muerte de un poeta
cuando no es golpe que mata
sino herida de donde nace una rosa […]
Rosa que entre la vigilia y el sueño
resiste una tormenta
y se desnuda ante un suspiro

(Del poema “Desde lo que creemos perdido”).

Ahora en Inventario nos advierte que el oficio de poeta nació con el tiempo, en ese recorrer de la vida, de rasparse las rodillas y jugar a vivir y a morir,

…Nunca fui un poeta joven.
los días, claros, lentos y diversos
eran mejor escondite
en el juego de la vida y de la muerte.

(De “El poeta [joven]”, pág. 53).

Luego de este recorrido por las etapas de su humanidad, asume su vocación y se describe como “colector de algunas sílabas” en una “frenética búsqueda” en la que su “sed es un cántaro roto”, en su desolador poema “El oficio” (pág. 65) y en el igualmente impecable como doloroso y estremecedor poema, a modo de testimonio autobiográfico, “El extranjero” (pág. 81), donde versa: “con el polvo de los libros moldeo / una vasija para mis cenizas”. Nada es fortuito en este inventario personal, de arraigos y desarraigos, del oficio de ser poeta y el de vivir intensamente.

Curiosamente, dentro de la profundidad inquietante de este poemario, su autor se permite adentrarse en la numerología y la cábala. Por ejemplo, el 7 es el número que une al 3, número de lo divino, con el 4, número de lo terrenal; al igual que son 7 los días entre una fase lunar y la otra, o los días que empleó el dios bíblico en su creación. Así mismo tiene Carlos Roberto 4 poemas titulados “El poeta” (y sus distintas etapas) y 3 titulados “El poema” (en distintos desarrollos), que suman 7: mostrándonos que es un poeta terrenal que aspira a lo divino.

En Inventario su “existencia” está compuesta de sus certezas, dentro de lo posible en el hombre y en la poesía…

A fin de cuentas, ya escribió Vicente Huidobro que el poeta es un pequeño dios, y entendía que “crear un poema es como crear un árbol”. Carlos Roberto ya creó su Árbol (Isla Negra, 2017), compuesto de breves poemas, y que, al igual que Inventario, es reflexivo, autorreferencial, misterioso y espiritual. Su Árbol está sembrado, abonado y germinado a base de preguntas sobre el yo, el otro o ese universo personal de la búsqueda y el entendimiento, o las raíces de la vida, el amor o la muerte. Sin embargo, en Inventario su “existencia” está compuesta de sus certezas, dentro de lo posible en el hombre y en la poesía… con un resultado estructuralmente meticuloso, sin perder una visceralidad madura y contenida, que igualmente nos desgarra, o como comentó la escritora y doctora aguadillana Johanna Recart, Carlos Roberto Gómez Beras es un “poeta que conmueve la fibra más íntima”.

En este recorrido de Inventario, “un libro póstumo”, como el propio poeta lo subtitula, además, no pasa por alto su trabajo de editor, difícil olvidarlo teniendo en cuenta que se trata del editor y director de Isla Negra Editores, cumpliendo ya hoy sus 31 años de publicaciones con más de ochocientos títulos de diversos escritores. En Inventario contrasta este oficio editorial con el del escritor, en un poema cargado de necesaria ironía, uno de los breves momentos del poemario en el que nos podemos permitir tomar aire, pues, irremediablemente, “las labores del editor son ingratas…”, tiene que “lavar los platos del diálogo insomne”, un trabajo banal “más allá de la entrega, invisible, que es hacer un libro” (“El editor”, pág. 49). Sin embargo, “Un día, creo que fue el último / decidí hacer algo sagrado”, del poema citado “El final (final)”.

A fin de cuentas este conmovedor Inventario llega luego de un Viaje a la noche (1989), en vuelo libre como Paloma de la plusvalía (1996), sobre muchos años, recuerdos y libros después a su Mapa al corazón del hombre (2012), con sus Erratas de la fe (2015) necesarias para llegar Sólo el naufragio (2018), a reposar en su Aposento (2019) y permitirse Un largo suspiro (2021) necesario para crear este Inventario. Estos son solo algunos de los poemarios soñados, construidos, escritos, editados y publicados por nuestro escritor, ganador de diversos premios como del Instituto de Literatura Puertorriqueña, del PEN Club Internacional de Puerto Rico, entre otros, y del que esperamos, con el corazón en sus versos, nuevas publicaciones.

Este Inventario es el recorrido por un misterio llamado memoria, de esas piedras que recogemos en el camino y en la poesía misma. Es toda una travesía a través de la palabra, de la vida, de los otros, del amor, los libros, la familia, la fe, el origen y la muerte. Aquí el poeta intuye que es hora de distanciarse de todos sus roles, de la cotidianidad, a ese morir (la muerte en sus distintos niveles de finales de vida o ciclos y estar preparado para nuevos renacimientos, pues “La muerte es una puerta” —poema “La muerte”, pág. 83— donde siempre necesitaremos salud, serenidad, memoria, claridad y fe, “pero no de madero, sino de mirar al mar en furia, para despertar a los que duermen en su intento” (del poema “El rezo”, pág. 117).

Este poemario es para leer en pequeñas treguas de soledad del espíritu para acompañar al poeta.

Me reitero, este poemario es para leer en pequeñas treguas de soledad del espíritu para acompañar al poeta, como testigos, por un camino hacia tantos destinos como el tiempo y la vida lo permitan. Comenta el poeta y crítico literario español José Luis Morante que en Inventario “conviven textos reflexivos y estados de ánimo que abordan exploraciones sobre la tristeza, el sueño, la fe o los sentimientos con la evocación de presencias referenciales como la hija, la amante, la madre o esas identidades transitorias y efímeras que ponen voz a la soledad y al encuentro”.

Aquí, Gómez Beras invoca a lo que verdaderamente importa con una humildad tal que para sus lectores es conmovedor. Y es que “los dioses facilitan el primer verso; los demás los hace el poeta”, escribió el poeta francés Paul Valéry.

Y ¿qué sucede cuando nuestro poeta Carlos Roberto es editor, profesor, buen amigo, soñador libre y espiritual, ciudadano de distintas patrias y un buen padre e hijo? Posiblemente esos dioses observarán con beneplácito la creación de toda su mitología personal y universal, del niño que fue, del maestro, el amante o el pescador de sueños, que contempla “cómo las olas devuelven lo que busca el dueño” del poema “El sueño”, pág. 115, donde nos confiesa:

Soy huérfano de tantas cosas
y sólo en el sueño encuentro,
de la sed, todos sus nombres.

Ese es nuestro Carlos Roberto Gómez Beras, un hombre de mucha fe en el corazón, la creatividad, la búsqueda de la esencia misma, como elemento unificador de su camino al andar, ese viaje hacia el todo y hacia el yo desde su primer poemario, y hacia la poesía.

Bien lo leímos en Errata de fe (pág. 129):

La poesía
es la fe que, por incierta y cegadora,
nos regala como en un rapto, el universo
justo en el instante en que cada cosa estalla.

Ese corazón del poeta creó su universo, un Inventario de este hombre muy terrenal, sin claudicar a la salvación de su alma transportándonos a la contemplación de su legado en 56 poemas.

Para concluir, Inventario es un poemario tan necesario para el autor como para nosotros sus lectores, pero les advierto que leerlo de una sentada será un deporte de alto riesgo emocional; Carlos Roberto aplica la palabra en su (y nuestra) herida para permitir entrar su luz, que nos deslumbrará de ternura, dolor y amor. Les invito a todos a leerlo, releerlo y permitir que su luz y poesía nos den cobijo.

Ana María Fuster Lavín

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