“Ella” vive, cree que vive, diariamente respira, come muy poco, duerme… y limpia frenéticamente sin descanso la “Casa” que reclama en sus orgullosos techos altos la presencia de alguna telaraña, en sus ventanas la opacidad de los vidrios exige la transparencia, acallar los chirridos de las bisagras que gritan las numerosas puertas, los suelos con sus reclamantes baldosas se empecinan en no registrar ninguna huella, los escandalosos ruidos de trastes en la cocina, la ropa abatida de manchas y rugosa se agita en el cesto y todo lo demás, que es demasiado para “Ella” y escaso para su espíritu.
La mujer madruga ese día, antes que el sol y los gallos despierten, sólo “Ella” anda y desanda, nadie aún sacude sus sueños, ni la “Casa”; dormitan todos indiferentes. Los nacientes rayos del sol recatados iluminan la melancolía con la que amanece. Y algo muy suyo se queda entre las cenizas de los sueños.
Comienza el trajinar del día, el mismo de siempre, monótono, agobiante, cansador, hastiante, quedando reducidas ambas, la “Casa” y “Ella”, a una misma masa amorfa. Retoma los aparejos, los mismos del día anterior, los de siempre, los de casi toda su vida: trapos, escoba, lampazo, jabón. La “Casa” espera, y es para “Ella” acuciante esa espera.
Comienza la danza del desgaste corporal y de la ausencia de la mujer, los pensamientos estremecen el destino.
Olvidó los estremecimientos del placer, la piel se reseca cual zarza en el desierto, resiente la soledad del amor mientras su compañero duerme tras varias paredes, impasible, ajeno a todo.
Hace tanto, tanto tiempo que su cuerpo no repica ante las caricias, olvidó los estremecimientos del placer, la piel se reseca cual zarza en el desierto, resiente la soledad del amor mientras su compañero duerme tras varias paredes, impasible, ajeno a todo.
Soñoliento el día no promete nada nuevo, contará la misma historia acompasada apenas por el ritmo de la destructiva cotidianidad “doméstica”.
Las lecturas ausentes, los libros solitarios, años hace que no se abanican sus páginas, reciben resignados tras larga indiferencia los golpeteos del trapo de la limpieza que sacude el polvo enquistado en cada letra de sus lomos; anhelan ser leídos, que recorran sus letras, cada palabra impresa colmada de expresiones que generosos regalan ciertos sentidos a la vida. Están siempre solos, en fila india sobre las baldas del seibó.
La música acallada mortalmente, en silencio, enmudecida también hace tanto tiempo… imposibilitada de armonizar con sus bemoles y sostenidos el pentagrama, permanece inerte dejándose amodorrar por los monótonos acordes del tiempo alcahuete que se desgasta.
Qué decir sobre las ciencias, nunca asomaron sus curiosidades y ansias de conocimiento a la vida de “Ella”, totalmente ajena a los milagros de las tierras y los cielos.
La cocina con sus ruidosos chasquidos de cacharros irritaría cualquier oído; sin embargo, forman parte sonora del fondo musical distorsionado del quehacer culinario.
Las fotografías en blanco y negro (no hay en sepia, hermoso difumino que rememora sugestivamente el pasado que el tiempo se encargó de destruir), muestran rostros queridos de tres generaciones, enmarcados prolijamente y dispuestos con esmero, atrapan expresiones, unas de seres que la muerte se apropió, otras de hijos que partieron, o de una juventud propia aún recordada, añoranzas, en eso quedó todo. Pero los recuerdos siempre vuelven.
El añoso mango del patio, con su rugoso tronco y espeso follaje, disputa en su copa sus coloridos y deliciosos frutos con los roedores que nerviosos y agitados acechan la fruta. “Ella”, cuando caen con estrépito, los recoge cariñosamente, los limpia y guarda con celo, mientras la sombra del árbol explaya sobre el suelo una refrescante y acogedora sombra.
Los escasísimos ratos de “ocio” que la “Casa” le concede se los regala a los recuerdos tempranos que los hijos tallaron en la memoria de su maternal corazón, deslizándose como cuentas de rosario uno tras otro.
Al final del día, se ocultan los naranjas del ocaso. Retadora y tenazmente romántica, la luna se empeña en escudriñar a través de los perfiles de las rejas cuyas sombras bailan al vaivén de la brisa nocturna, mas fracasa en el intento, no hay picardías amorosas que atisbar, ni siquiera puede hacer crujir las penumbras de las habitaciones que permanecen estáticas, cada una atrapada en silencios abrumadores y mezquinas distancias que el tiempo del desamor impuso… la luna terca, vela los rostros de ambos por separado, no alcanza a cromar con sus halos plateados, y silenciosa así como apareció se oculta en el ennegrecido cielo. Fracasó en todos sus intentos, de nada sirvió su luz danzarina, sus luminosos reflejos, de nada, no puede atravesar los cuerpos ni platear la sensualidad sepultada día tras día. Crispa su luminosidad y deja su tarea al frenético sol del nuevo día.
Y cuando los cielos oscurecen y la noche cariñosa la espera para aliviarle el cansancio, “Ella” recuesta el desgastado cuerpo que muestra, ya resignado, los asomos de los huesos, los azulados y retorcidos caminos venosos y un anguloso rostro demarcado por la delgadez, empeñándose todos cruelmente en hacer presente con inhumano descaro en sus imágenes el premonitorio desgaste del ser.
El corredor la ve pasar todos los días como una pálida sombra que se desintegra a cada paso que da.
Todo en la “Casa” conspira contra “Ella”, con pálida indiferencia e impasible desidia, muestra imperiosa día tras día, mes tras mes, sus descascaradas paredes y el quehacer abrumadoramente cotidiano, sin devolver sentido alguno al mundo. El derrumbamiento constante, repetido, sacude y trastorna una vez más. “Ella” se pregunta pocas veces por qué le estaría sucediendo esto, el suspiro resignado la invade.
El corredor la ve pasar todos los días como una pálida sombra que se desintegra a cada paso que da, y las voces muy lejanas de la soledad invaden como ráfagas invisibles la “Casa”, todo el vacío, todo el olvido.
Finaliza el día de “Ella”, nada novedoso espera mañana, ni pasado, ni en una semana, ni en meses… ni en años… agónicamente iguales, eslabones de una misma cadena de condena, nada hermoso alterará el tiempo de la “Casa” que acogerá engañosa a su dueña una vez más, igual que ayer, hoy, después, siempre ululando sus encarceladoras sombras.
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