(e-mail enviado: lunes, 15/2/20–. De: Ramón. Para: Javier.)
Hola, Javi, me sería del máximo provecho que me informaras de los envíos recientes de nuestros adscritos y qué opinan en redacción sobre ellos. Si se editan o no y en qué orden.
Hola Ramón. Quince envíos. Se han escogido 7 y el resto como siempre se cotejarán con los nuevos que vayan llegando, con vistas a la publicación del segundo semestre. Orden y nombres van adjuntos. Verás que son 8, pero es que dudan entre el 7º y el 8º.
Nota. He comprado un billete para ir allá el mes que viene y ver a Andrea y, por supuesto, a mis queridos suegros. En total hasta el martes. Así pasaré por fin, tras muchos meses, una semana con vosotros tres. Ah, entre nosotros, a Andrea, por favor, no le digáis nada: es una sorpresa. Gracias, un abrazo. —Javi.
Te agradezco, Javi, la pulcritud del documento. No siempre me los mandan desde redacción con tanta corrección. Te destiné a una posición intermedia con tal objeto. Por otra parte, desde mi cargo, a pesar de todo, no puedo exigirles un informe, aunque sea semestral. Por lo tanto, y puesto que no dispongo de tiempo material, dame algún dato sobre las dudas de la elección.
Nota. Andrea ya te ha reservado esos días. —Ramón.
Hola Ramón. (Antes de nada, en cuanto a mi visita, creo que me expliqué mal. Quería mantenerlo como una sorpresa. Pero es igual, Ramón, no pasa nada. Será mejor incluso. La cuestión es veros a vosotros y a Andrea. Además aquí en S. conozco a tan poca gente. Y estoy tan cargado de trabajo, apenas si tengo tiempo para contestar a los correos. Pásale tú por favor estas fotos adjuntas a tu hija —ya tanto sin vernos.)
Las dudas de la elección se generan por tres causas. La primera es el valor relativo de los dos últimos artículos. La segunda es que los autores tienen distintas posiciones en la jerarquía académica. La tercera es que el autor con mayores acreditaciones, el último en la lista que te adjunté, Ferran Vilches Íñigo, desdeña publicar con nosotros y convendría aceptarle este artículo, pero se trata de una obra que roza la extravagancia, por el mismo argumento, no por insuficiencias sobre las cuales pudiéramos sugerir una modificación. El tema se me ha dicho que es inconsistente y arduo al mismo tiempo. Ferran Vilches es profesor de antropología social en la U.F.
Sobre el contenido, dispongo del artículo como todos y redacción expide reseñas si se le pide. Como subdirector te llegará. —Javi.
Qué tal. Te ruego que me envíes tú mismo un resumen del artículo titulado: “El nuevo lenguaje de la omisión”, el número 8. No te costará mucho con las aptitudes que ya otras veces has demostrado. Un abrazo. —Ramón.
Hola Ramón. Aquí tienes el resumen. Ciertamente he tenido que escribirlo yo mismo, porque redacción no ha respondido a mis peticiones. Extraordinario silencio. Pero, aunque me creo poco capacitado para esta materia, me ha costado menos de lo que pensé. Sólo un gasto de tiempo de verdad estresante. Espero que te haga un gran servicio, ya me dirás algo.
Por cierto, en gestión me piden los sueldos de los empleados de vuestra oficina, estos últimos tres años, y se me haría algo complicado rebuscar en las bases de datos de ordenadores y pens. Creo que de la última vez tú guardas alguna tabla.
Andrea tiene el móvil apagado desde hace 2 días. Y como tú te lo cambiaste y al correo ella tampoco responde, te pido también aquí (más que en lo demás) que me contestes.
Inserto en pdf artículo original y resumen.
[documento adjunto]
La revista digital de la U.F. aclara que la postura de Vilches es funcional y a la vez relativista: la cultura se estructura en piezas útiles a la sociedad que ganan valor según su posición (esas piezas son los conceptos básicos de cualquier civilización: el poder, el matrimonio, pero esta corriente suele ser menos ingenua y trabaja con piezas mucho más difíciles de observar a simple vista), y al mismo tiempo confía sólo en la lógica de este análisis y no mucho en los contenidos estudiados. Es decir, las sociedades pueden tener miles de manifestaciones, pero sólo importa al estudio la sintaxis común a todas ellas. Así se sitúa en una posición avanzada, progresista, que evita ponderar costumbres y diferencias étnicas.
Sin embargo, en este artículo, lo interesante es que ha dado un giro brusco. Él mismo lo explica. Criticando nombres que no conozco, aparte de Lévi-Strauss y Garlán, otro de nuestros adscritos, se opone a esa radiografía estructuralista, y defiende la importancia de cualquier dato diferenciador más allá de la ideología, la más peligrosa de las coordenadas del observador. Con lo que me parece algo de amargura entre líneas alude a una impresión de engaño durante más de tres décadas. Pero al introducirse en el tema, vuelve a ser riguroso, casi lúdicamente frío.
Cualquier noción o dato presta matices interesantes a la observación. Sin duda el color cadavérico que los africanos veían en los primeros europeos nos especifica mucho no ya de una característica funcional sobre la estética racial de esas tribus, sino del contenido básico de su comprensión de la vida. Prescinde por delicadeza de los ejemplos contrarios.
Por ejemplo, el nacionalismo y los tópicos que lo configuran creen que están en la base de la sociología y deberían seguir acompañándola. En la página seis hay una laguna, incluso con un blanco de esos que al word le cuesta eliminar.
Seguidamente habla de cómo se pierden las diferencias y se entra en una uniformidad global. La posmodernidad, en su último tramo, la telecomunicación, ha condicionado una de sus nuevas formas o antiformas, que desembocan en un drenaje de idiosincrasia involuntario. Aquí nuevo blanco y la referencia a la omisión como modo educado y sofisticado de superación de contrarios y medro social, en coordinación con un utilitarismo mucho más gélido (como lo son todos en comparación con los anteriores). Recurriendo a una metáfora algo torpe: “arma más que blanca transparente que causa heridas blancas, esperemos que nunca transparentes”, insiste en comentarios sobre esta curiosa característica, dice que negándose a utilizar el anglicismo ignorar (y es aquí, Ramón, cuando acabé entendiéndole). Comenta que no se conforma tampoco con la palabra omisión ni híbridos o cultismos como preterición.
La omisión funciona utilizando una llamada o una puesta en contacto que sirve de anzuelo de voluntades ajenas, mediante un ambiguo interés comunicativo, y se cristaliza en un aprovechamiento inhumano de cantidades personales depositadas por la voluntad engañada de ese modo, al sellar el contacto, en el punto de máxima rentabilidad, mediante una “omisión” o silencio que nadie, por educación (o miedo a pérdida de mayores cantidades), se atreve a romper. Aclara que con inhumano no se refiere a inmoral sino a “invital” (término suyo).
Sin duda, no adentrándome más, el aspecto general no convence. Pero te animo a leértelo tú mismo. —Javi.
No te preocupes, estoy seguro de que redacción no se lo publicará. Es preferible el que se titula “Condiciones de interpersonalidad”. Conozco la labor social que desempeña su autor dentro del Departamento de Ciudadanía. Sin interés la propuesta de Vilches, no merece la pena conservarlo como adscrito si adopta líneas anticuadas.
Me guardo de preguntar a redacción porque conozco sus mutismos de alta precisión. Les halagaría demasiado un mensaje del subdirector que poder no contestar. No dejes de informarme.
Andrea, su madre y yo celebramos hoy mi cumpleaños. Si quieres te enviaré las fotos. —Ramón.
Qué tal Ramón. Me convendría que me facilitaras tu nuevo número móvil, el personal, no el de trabajo. También quisiera pedirte noticias de Andrea, aparte de tu cumpleaños, y saber por qué no puedo comunicar con ella desde hace 4 días.
En cuanto al trabajo mándame por favor aquella hoja de cálculo con los sueldos. Me quitaría muchísima faena de encima. Tengo tiempo ya sólo hasta mañana a la tarde.
En cuanto a Vilches
(mensaje no enviado)
Hola Ramón, cómo va. Vilches ha mandado otra vez el artículo, rehecho. Te lo tramito adjunto, y yo le he echado un vistazo rápido: no quiere apoyarse en visiones tradicionales con miras ideológicas, al contrario. Le interesa poco la costumbre de origen (características nacionales, etc.) porque eso pediría un examen mucho más minucioso, lo que le importa es la eficacia de los modos uniformadores propios de la globalización, e insiste en que la omisión, sólo una novedad más en ese proceso, se constituye en el tipo de mensaje crucial dentro del actual mundo telecomunicado y en modo de saqueo de “cantidades personales” (digresión extensa que no entiendo sobre esta rara categoría y el valor también económico a la larga de cualquier forma de confianza depositada o “sentimiento sencillo del acervo humano”, como una plusvalía de la comunicación). Redacción ha sacado lista definitiva para la publicación de este semestre, y le excluye.
Te agradeceré las fotos. Felicidades.
Por cierto, no tengo tu nuevo móvil personal. Perdona, pero no recuerdo que me lo hayas enviado.
Acuérdate, si la tienes a mano, de la tabla de sueldos. Es que sólo me queda un día y no encuentro los datos completos por aquí. Un abrazo. —Javi.
Una semana sin respuesta)
Hola Javi, cómo estás. A ver qué te parecen las fotos. Gracias por las felicitaciones. Ya 54 van pesando. Andrea nos ha asegurado que traerías algo de S. No hace falta, de verdad. Conocemos tu aprecio. Sólo deseamos verte.
En cuanto a los artículos examinados en redacción, considero innecesario que el de Vilches, al que hemos dedicado más atención de la que merecía, entre en el cotejo para el siguiente semestre.
Una última cosa. Teniendo en cuenta que también he participado en el proceso de selección, te pido si es posible incluir mi nombre como miembro y subdirector en el consejo de redacción que siempre figura en todas las ediciones. La ayuda que tú también prestaste quiero que sepas (y sin duda lo sabes) que la recompensaré como reclaman tus méritos. Pero por favor contesta este e-mail notificándome si se me incluye. —Ramón.
Redacción incurre también en omisiones. He hablado con Aldana, uno de ellos. Me comenta opacamente que tu nombre puede figurar. En cuanto a mi ayuda, como llamas mi trabajo no sin tu parte de razón, sabré esperar que me la compenses y, si no, ya estará aportada. Lo que me llama más la atención no es esta cuestión concreta. Ni siquiera el desprecio a mi necesidad de encontrar los datos de empleados de tu oficina, que estimo inútil recordarte, y que tuve que satisfacer yo solo, sin tiempo y desesperado. No puede ser este detalle. Los correos entre los dos no han crecido en pasillos muertos y puertas falsas, al menos de una forma tan clara, hasta ahora, aunque ya latían antes en tu condescendencia lacónica, y en mis esfuerzos, que ya siento rastreros (pero no lo fueron nunca), por entenderme contigo en los dos niveles, el familiar y el profesional, contra tus palabras pulcras como hojas en blanco. Pero ahora este artículo estrafalario que se cruza, con sus aristas de polémica reivindicativa y gratuita, el nombre esquinado y complementario, la relegación justificada. Sé que ni siquiera hay una voluntad atravesada en tu oposición a él. Como tampoco la hay en que te callaras los tres días que pasó en cama Andrea, enferma, con el móvil apagado o quizá habiéndome bloqueado. Te tendría que preguntar si le llegaron las fotos. Te tendría que preguntar si es que también te opones a mí como pareja de tu hija, o quizá más bien te tendría que advertir de algo inaprensible, seguramente tan insensible como tú a la contingencia de que la relación de ella conmigo continúe o la relación de ella y otros muchos más… Pero iré de aquí a una semana y esto querrá ser un desdoblamiento de mi imaginación. Comprobaré que tampoco había ninguna extraña voluntad maquinal, sino alguna vida en la voz jubilosa de Andrea, cuando ya repuesta me cogió el teléfono, pero que discurría por un silencio sopesador de cantidades personales, y que hablaba y respondía cosas que no significaban nada.
Entender. Quizá contrarrestar, a lo mejor rescataros o rescatarme.
(mensaje no enviado)
Hola Ramón. En redacción me aseguran agradecidos que saldrá tu nombre. (Y por supuesto, esto sí, Vilches queda fuera de los adscritos.)
He mirado con emoción las fotos de tu cumpleaños. Estás muy gracioso con el jipijapa o lo que te pusiste. He compartido desde aquí vuestra alegría. Te enviaré algún presente por correo ordinario. Tendría que callarme que siento una nostalgia menuda, que aquí en S. parezco conocer cada vez a menos, en lo que algo tiene que ver este puesto con que me beneficiaste. Pero no importa, B., sus calles, su población acaso humana y cálida, fiable y correspondiente, me llama a través de vosotros. Ya sólo una semana y ese vuelo que había reservado saldrá inexorablemente hacia allá.
No hace falta que vengáis al aeropuerto, no quiero que os molestéis, ni siquiera Andrea, aunque tenga unas ganas enormes de veros. Sinceramente si no me pedís nada, no sabré qué os puede apetecer. Pero es igual, de todos modos os compraré muchísimos regalos.
Besos y abrazos. —Javi.
(Sin respuesta)
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