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Pitonismo

viernes 10 de julio de 2020
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Nos dirigimos a las autoridades judiciales con el afán de defender algunos principios básicos, ya establecidos en la normativa de nuestra organización no gubernamental cuando la fundó Inkeri Belger en 1971, poco después de lograr el cierre del inanimal parque zoológico de su ciudad natal gracias a las gloriosas manifestaciones multitudinarias que impulsó. Los años de cárcel que acabaron con su vida nos legaron el cuaderno marrón, en el que aún leemos consejos infalibles y saberes arcanos. Dichos principios, consignados en el folio decimoséptimo verso, no desdicen de las máximas aspiraciones perseguidas por la familia humana al menos desde los tiempos del gran Bentham.

Makanpría, que así se llamaba la pequeña pitón, le acompañaba a veces entre las manos o reposando sobre su torso y otras dentro de una abierta urna transparente.

El tsunami sufrido en el lejano oriente hace ocho años, que derrumbó hoteles, edificios institucionales, bloques de piso y barracas, arrasó calles e inundó kilómetros de costa, produjo un embarullamiento tan monstruoso de cadáveres y seres aún vivos, animales y humanos, que a la par que se daba un reavivamiento tormentoso de la antigua mitología indígena, índice de un pánico enmascarado, el gobierno de varios países de la zona aprobó tristes leyes de captura y exterminio de las especies consideradas, injustamente, letales. Así pues, no está de más recordar cómo varias organizaciones lanzamos una campaña airosa y benéfica para lograr preservar los individuos atacados. En ello se destacó nuestro aplicado líder, Mindaugas Jogaila, quien, a pesar de su conocida parca estatura, mostró denuedo y valentía para enfrentarse con acciones de corte estrictamente pacifista a las terribles partidas del ejército, que tenían pocas contemplaciones en aquellas selvas revueltas.

No deberíamos insistir en noticias consabidas que trajo la prensa. Jogaila consiguió salvar muchos animales. Sin embargo, nada cautivó la sensibilidad de la opinión pública internacional como la pequeña peripecia de la cría de boa que nuestro dirigente arrancó literalmente de las manos del batallón que se disponía a asesinarla y comérsela asada. La rapidez de su móvil y su retransmitido relato vigoroso y jadeante, mientras corría por el claro de bosque, triscando hojas de palmeras, perseguido por aquellos rudos mercenarios, a veces casi alcanzado por sus balas, dio lugar al vídeo más viral del último lustro. Es con lágrimas en los ojos como recordamos aquellas magníficas gestas.

Al volver a su casa de Barcelona, el mismo alcalde le recibió institucionalmente y su discurso despertó y aguzó la conciencia de la sofisticada sociedad occidental, cada vez más sensible ante esta problemática. Makanpría, que así se llamaba la pequeña pitón, le acompañaba a veces entre las manos o reposando sobre su torso y otras dentro de una abierta urna transparente. Su familiaridad con la apacible fiera, ya persona en piel no humana, le permitía comprender sus ansias más íntimas y admirar a los asistentes con arrumacos evidentemente compartidos entre ambos. Para calmar los escrúpulos de seguridad gubernamentales, Jogaila cumplió puntualmente con la legislación vigente sobre tenencia de animales peligrosos.

Y así, entre el pavimento de las salas de la sede de nuestra ong y la casa de nuestro dirigente, nuestro nuevo compañero se refrescaba la panza gozando de una infancia lejos de su familia natural, pero no menos querido entre aquellos que lo habíamos adoptado. Compramos cubiletes de colores, pelotas de goma que embadurnamos de efectivo repelente que impidiera una inocente ingesta, como sucede sin duda también con las crías humanas. Lo alimentamos con la comida vegana producida por una marca afiliada, que imita la carne con tal grado de precisión que enseguida llegó a acostumbrarse. Tal como nos aseguró no sólo Jogaila, doctor en biología, sino varios expertos de nuestro equipo, Makanpría podía ser un maravilloso ejemplo, ante la comunidad internacional, de exitoso abandono del carnivorismo y de ejercicio normalizado de la universal hermandad animal. Si un reptil, en principio alejado genéticamente del subgénero mamífero, era capaz de comprender, muy inconscientemente si se quiere, pero si podía comprehender en la reconducción de sus pulsiones la maldad intrínseca que anida y repta en el hambre carnívora, entonces la especie humana ya no podría refugiarse más en sus supuestos instintos para continuar masacrando a otros seres vivos.

Lo celebramos con nuestras filiales de Estados Unidos, Reino Unido, Liechtenstein y Dinamarca. Con la ayuda de las potentes ongs Pazblanca y Goodlifetogether invitamos a investigadores de todo el planeta al ciclo de conferencias desarrollado en el palacio de congresos de la ciudad condal, que nos ilustraron sobre la incuestionable certeza de las conclusiones recogidas en nuestro involuntario experimento. Se asentaron principios y valores trasladados ya a la nueva carta de esta magnífica urbe, aprobada por el consistorio hace tres años. Poner en duda alguno de estos logros implica, como es comprensible, sanciones correspondientes.

Vuelto a la cotidianidad, Jogaila se aficionó a la tarea, también necesaria, de influencer, y dedicó un canal a sus relaciones, cada vez más estrechas, con Makanpría, la cual ya entonces medía dos metros. Se sabe que por su especie debía llegar a los cuatro metros, máxime. Esto sólo significaba a nuestro primer secretario un problema de espacio. A menudo leían libros juntos. Las pulsaciones del cuerpo alargado de su compañera mostraban entendimiento de los pasajes más emotivos. Sin duda, sus apresuradas idas de la habitación ante las descripciones del informe gubernamental sobre las batidas militares después del tsunami llamaban la atención de los seguidores de Jogaila y de él mismo.

La buena sintonía entre la madre de nuestro líder y Makanpría se manifestaba en la cocina, donde la amiga parahumana amasaba la mezcla de harina para cocinar unas suculentas tortitas que hacían las delicias de nuestra organización. La piel manchada de la pitón sirvió de inspiración para empapelar nuestra sede. Son detalles insignificantes, acaso, pero que dan fe de los lazos emotivos que nos unían. Se ha dicho que Jogaila dormía con Makanpría. No vamos a desmentir infamias intencionadas. Su amiga tenía una habitación propia y tales ocurrencias se refieren a una temporada difícil que atravesó ella, luego superada.

Mientras la campaña en la ONU seguía, él se dedicó a escribir un sesudo trabajo sobre los sentimientos, la razón y la expresividad en los ofidios.

Parece que el éxito de su campaña y la convivencia de ambos, amplificado por su labor de influencer, le habían granjeado ya enemistades notables. Esos infundios son sólo el rastro más visible. Las dictaduras de la zona del tsunami se habían visto sacudidas por la contestación popular y al menos una debió su caída también a las acciones coordinadas de varias ongs, una de ellas, quizá la más activa, la nuestra. Asimismo los logros internacionales de nuestro anticanibalismo resultaban muy molestos a las grandes multinacionales basadas en la ganadería industrial. Jogaila era la figura más conspicua.

Durante su visita a Copenhague, para oponerse a la firma del tratado mundial para la reducción de la producción cárnica, a todas vistas insuficiente, Jogaila enfrentó con valor la hostilidad de los medios públicos, fue increpado en varias charlas por juventudes canibalistas muy bien organizadas y fue detenido por la policía un par de días cuando la crecida de las protestas contra el carnivorismo ahogaba a las autoridades. Parecía que todas estas amenazas quedarían en repelones totalitarios e insultos o intentos de agresión. Nuestra causa estaba fortaleciéndose.

Secretamente, la máxima preocupación de Jogaila eran las noticias que le llegaban desde casa: su madre y sus compañeros le avisábamos de que Makanpría sin duda percibía las cuitas en que se veía metido o quizá las comprendía a través de la televisión y eso afectaba su apetito. Llevaba más de una semana sin comer. Ello apresuró su vuelta. Recordamos muy bien aquella tarde. Nos habíamos reunido todos en la sala grande de la sede a esperar la llegada de Jogaila, tras pasar por casa, a realizar una rápida visita a su madre y a Makanpría. Debíamos coordinar nuevos esfuerzos para próximas acciones de choque que, previsiblemente, darían como resultado una legislación restrictiva en Barcelona contra la ingesta de carne. Esto se estaba materializando asimismo a nivel estatal. A pesar de las penurias pasadas, incluso recientes, despuntaba un nuevo sol. Es cierto que habíamos tenido que contratar seguridad ante algunas probadas incursiones de espías o informantes enviados por nuestros enemigos, pero las fuerzas del orden locales nos garantizaban que estábamos seguros.

No creímos nunca que fueran capaces de tamaña canallada, propia de la peor mafia. El secuestro de la madre de Jogaila cayó sobre nosotros como aceite bullente. Desplegamos sin embargo una actividad frenética, conseguimos miles de adhesiones, movimos montañas, la policía hizo un trabajo extraordinario, pero no nos quedó más remedio que pasar a la acción, no del todo legal: montamos un comando para rescatar a la anciana, que por nuestros servicios de inteligencia, incipientes, pero ya bien articulados, sabíamos que se encontraba en una cárcel de Bangladesh. Nuestro comando se infiltró pues en el país, pero cuando alcanzaron a localizar el calabozo pudieron constatar que nuestros enemigos habían abandonado a la madre de Jogaila en la selva, desnutrida y enferma, donde probablemente murió. Quizá cayó en alguna sima. No ha podido encontrarse su cadáver. Tal crueldad fue denunciada a la ONU pero la obstrucción de algunos estados y de intereses creados han ralentizado y detenido la debida repulsa internacional.

Jogaila había olvidado a Makanpría. Ante aquel horrible ataque, que debería digerir en adelante toda su vida, es comprensible que nuestro dirigente perdiera durante unas semanas de vista los aspectos más nobles y agradecidos de su labor y descuidara a las especies que cuidamos. Cuando pudo prestarle atención, encontró por primera vez a su amiga bajo la cama de su madre, en una quietud que producía escalofríos, atravesada por el dolor, hecha un ovillo, incluso algo hinchada. ¿Habría llorado para acabar en tal estado? Jogaila no tenía la menor duda. Mientras la campaña en la ONU seguía, él se dedicó a escribir un sesudo trabajo sobre los sentimientos, la razón y la expresividad en los ofidios.

Este extraordinario estudio impactó brutalmente en la comunidad científica. Ahora es posible encontrar artículos muy bien fundamentados sobre, pongamos por caso, antiguas sabidurías transmitidas en la Delfos preclásica y después censuradas y tapadas por el panhumanismo. Antes de su estudio, no. Él estableció las bases del pitonismo, que nos ha abierto los ojos y que constituye uno de nuestros acervos filosóficos más estimados. Es la nueva luz que ha alumbrado nuestros pasos. Gracias a ella hemos conseguido frenar la experimentación con animales, hemos logrado que la Academia de la Lengua modifique veinte de sus entradas discriminatorias, que el Estado introduzca una asignatura para instruir a nuestros jóvenes sobre dicha teoría, hemos obtenido la prohibición de ingesta de serpiente, al menos en Hong Kong, y se ha penado con prisión vestir prendas con piel de serpiente, aunque sea imitada.

Nuestras conquistas contra la potente economía de la carne nos han puesto en la diana de innumerables grupos de poder. Jogaila ha luchado con tal fervor que ha temido por su vida. Sus declaraciones ante organismos de la ONU han levantado ampollas. La fundación de un partido, afiliado a otras formaciones europeas, ha abierto grietas en el edificio político de este país, en el que los verdes pitónicos han irrumpido colándose en el congreso con más de noventa diputados. Las grandes corporaciones temblaban y los editoriales de los periódicos más influyentes y rastreros con el poder pedían a Jogaila que aceptase el pacto con los cristiano-liberal-demócrata-social-radicales. Pero él respondía con vibrantes nones, que estaban provocando el pánico en los mercados. Nos llamaban a todas horas voces cazalleras levemente amenazantes. Hace tres meses Uri Päts murió en un accidente de coche en circunstancias por esclarecer.

No hemos cedido ni un centímetro ni abandonaremos nuestras líneas rojas. La presión sobre la organización y el partido y, más en concreto, sobre el propio Jogaila, ha sido tal que todos nos hemos visto en un grado u otro afectados. Un ser de la potencia espiritual de Makanpría no ha podido dejar de catalizar toda esta opresión, que ahora sufría su salvador, su hermano y en cierto modo quien ha fungido de padre. Es aquí donde se han deslizado aquellos infundios que arriba comentábamos. Muchos de sus colaboradores sabemos que este amigo de todos acostumbraba a pasar horas junto a su mentor, le acompañaba en sus lecturas, cuando escribía, comía con él y acaso a veces podía dormir muy cerca. La simbiosis era hermosa, llena de cariño: algunos hemos visto cómo, en los momentos de mayor nerviosismo para Jogaila, no dejaba de colocarse a su lado.

Los tribunales, muy bien adoctrinados, se han apresurado a incoar una instrucción descabellada que no sirve más que para distraer la atención.

Por desgracia, Makanpría volvió a experimentar aquella misteriosa falta de apetito que ya sufriera en su día. Pasaba el tiempo y no probaba ninguno de los pollos veganos que se le ofrecían. Esto desazonaba aún más a nuestro dirigente, que se desvivía por aquel amigo. Alguno llegó a sugerirle que definitivamente se le diera carne real y sabemos que Jogaila le cruzó la cara con tal bofetón que lo tumbó de espaldas. Era un hombre de genio, pero también intachable, inteligente y conocedor de los peligros que, detrás del menor descuido, acechan para la causa. Defendió a su amigo, sus principios y su posición en la táctica política forcejeando contra el mal hasta el último de sus suspiros.

Tras su reciente y misteriosa desaparición, a consecuencia de esa técnica criminal para el derribo y la eliminación del opositor que caracteriza a nuestros potentes y miserables enemigos, los grupos de presión de este país se han felicitado. Algunos de nosotros hemos escrito en medios libres que Jogaila puede haber sido secuestrado por miembros de la sección paramilitar del dictador Chaudhury, pagado por varias empresas cárnicas occidentales para que enviara aquí desde Indochina a sus secuaces, quienes encontrarían las puertas abiertas para sus sigilosas fechorías. Se le ha caído la careta a esta democracia. Aunque lo hemos puesto en conocimiento de la policía, todavía esperamos la apertura de diligencias judiciales.

Sin embargo, los tribunales, muy bien adoctrinados, se han apresurado a incoar una instrucción descabellada que no sirve más que para distraer la atención. Se acusa a un animal de inveterada condición vegana de un horripilante crimen contra la vida de su mayor protector. Ignoran los obtusos instructores que para cometer tal atrocidad Makanpría debía primero agredir a Jogaila, lo cual era de todo punto imposible, dada la naturaleza sincera y pura de la amistad que los unía.

Nuestro colaborador ofidio pasaba periódicos exámenes psicológicos en que su salud mental quedaba constatada y solamente se advertía el estrés que el ambiente hostil producía sobre él. Tenemos observado que en esas circunstancias es posible que se estire inmóvil durante días en un rincón de la casa y padezca una incomprensible hinchazón somática, que todavía es objeto de estudio de nuestros científicos. Sabemos que Jogaila, donde quiera que esté, emplearía todas sus energías por desentrañar el misterio. Y en cuanto a su desaparición, jamás aceptaría, no ya aplicar una medida salvaje e irracional, sino que se pusiera en duda la honradez y la integridad de cualquiera de sus compañeros.

Pedimos por tanto a las autoridades que cesen las insidias contra Makanpría, al que defenderemos con nuestros cuerpos, si es necesario, como quien encarna de algún modo, para todos nosotros, la misma persona, así como los rasgos más característicos y vivaces de nuestro malhadado dirigente.

Daniel Buzón

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