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Los grandes escritores que influyeron a Juan Gil-Albert

lunes 2 de abril de 2018
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Juan Gil-Albert
Gil-Albert se nutre de una serie de intelectuales, la mayoría escritores, que expresan una visión decadentista de la vida.

Merece la pena, sin duda, dedicar un apartado a la raíz decadentista en la prosa de Gil-Albert. No olvidemos que el autor alicantino se nutre de una serie de intelectuales, la mayoría escritores, que expresan una visión decadentista de la vida.

Citaré en este apartado a algunos de ellos: Joris-Karl Huysmans, Oscar Wilde, Marcel Proust y Ramón María del Valle-Inclán, en sus poemas.

Pasaré a relacionar a estos escritores con Gil-Albert, las razones por las cuales hay un nexo entre ellos.

 

El decadentismo en Joris-Karl Huysmans

Para comenzar cabe preguntarse: ¿quién era Joris-Karl Huysmans? La pregunta se contesta con facilidad: nació en París en 1848 y murió en 1907, fue seguidor de Émile Zola, pero después se adentró en la corriente espiritual y decadente que nos interesa en este apartado.

Las novelas de Huysmans, como el mundo de Gil-Albert y sus obras en prosa, van a tener como telón de fondo reflexiones sobre el sentido del arte, la naturaleza, la poesía.

Huysmans va a ser uno de los miembros del movimiento “decadente”; este movimiento, surgido de las reuniones de un grupo de artistas en algunos cafés parisinos, pretende hacer una crítica al modelo de vida materialista del siglo, son jóvenes inconformistas frente al arte impersonal y academicista de la época.

Todo ocurre a finales del siglo XIX y entre ellos destacan Charles Cros (1842-1888), Jean Ridrepin (1840-1903) y Paul Bourget (1852-1935). Más conocidos son dos de sus miembros más importantes: Jules Laforgue y Huysmans.

El concepto “decadente” fue empleado por la prensa de la época para etiquetar despectivamente a estos artistas rebeldes e inconformistas. Ellos aceptaron la etiqueta, pero interpretándolo en la senda de Baudelaire, que llamó “época de decadencia” a la de los artistas sensibles, críticos y renovadores. Va a ser Baudelaire el primero en abordar el concepto de “decadencia” en una serie de artículos publicados en Le Figaro en 1863.

¿Por qué nos interesa Huysmans en este estudio de Gil-Albert? Huysmans, con agudeza, ya antecede esa visión estética de la vida que tiene Gil-Albert. Va a ser el escritor francés un crítico valiente del naturalismo de Zola (pese a que en principio le interesó dicho naturalismo).

Tanto Á-Rebours (publicada en mayo de 1884) como Là-Bas (publicada en 1891) nos ofrecen retratos de hombres que viven por y para la estética; en sus novelas el lenguaje, el preciosismo, el detalle, cubren todo el protagonismo y se vierten como base principal para deleite de sus seguidores.

Las novelas de Huysmans, como el mundo de Gil-Albert y sus obras en prosa, van a tener como telón de fondo reflexiones sobre el sentido del arte, la naturaleza, la poesía.

En Á-Rebours no existe intriga, todo pasa por el tamiz de un personaje, el duque Jean Floressa des Esseintes; su conciencia, su mundo interior, son el universo que relata Huysmans.

En Là-Bas el escritor Durtal redacta un libro sobre un personaje fascinante, el satánico, monstruoso y archirrefinado Gilles de Rai, noble del siglo XV. Là-Bas es una novela donde el autor va a iniciar una aventura intensa hacia el erotismo, el satanismo, el esoterismo.

Quizá por la intensidad con que vive esta novela, Huysmans va a sentir la llamada de la fe; en 1892 inicia su etapa de misticismo cristiano. Va a pasar entonces algunas etapas de retiro en diversas abadías de frailes.

Como vemos, Huysmans se apartó del ideario naturalista y se acerca cada vez más a Baudelaire y su visión de la vida, irónica y extraña.

El personaje de Á-Rebours es un artista consumado, el arte constituye para él un camino ideal para llegar a las emociones.

El duque protagonista del relato va a admirar a esos escritores que no han triunfado plenamente, pero cuyas obras extrañas y originales se pueden considerar como joyas literarias; por ejemplo, Verlaine o Mallarmé.

Un gran admirador de Huysmans será Rubén Darío, el cual va a mencionarle en su obra Los raros, tanto al autor como al personaje que inventa en Á-Rebours, el duque Jean Floressas des Esseintes: “Y, lo que son los decadentes, van representados por Villiers de l’Isle-Adam, el hermano menor de Poe, para el católico Barbey d’Aurevilly…, para el turanio Richepin, para Huysmans, en fin, lleno de músculos y de fuerzas de estilo, que personificará en Des Esseintes el tipo finisecular del cerebral y del quintaesenciado, del manojo de vivos nervios que vive enfermo por la obra de la poesía de su tiempo” (Rubén Darío, 1923-1929: 216).

Vamos a encontrar cuentos de Rubén Darío, por ejemplo “El rey burgués” o “La canción del oro”, que recogen ideas de Huysmans.

Otros escritores hispanoamericanos van a seguir la senda que propugna el personaje del duque en la novela; es decir, una sensibilidad estética muy influyente en el argentino Julio Herrera y Reissig, en Los peregrinos de piedra (1910); el argentino Leopoldo Lugones, en Lunario sentimental (1909); el mexicano Amado Nervo, en Los jardines interiores (1905), y, entre otros, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, en su Castalia bárbara.

Huysmans va a regalarnos un ideario estético en un personaje que va a servir como trampolín a muchos modernistas en Hispanoamérica. Naturalmente, Gil-Albert está en la senda de este autor francés que recoge una visión estética de la vida. Nuestro poeta moguereño Juan Ramón Jiménez va a sentir interés por estos decadentistas franceses en su época modernista inicial.

Pero veamos qué consigue Huysmans con el personaje del exquisito, esteta y extraño duque. Para que apreciemos hasta qué punto es un personaje que podría haber servido a Gil-Albert como base de sus protagonistas, merece la pena citar un fragmento del libro: “La lectura de las obras latinas que él apreciaba, obras casi todas escritas por obispos y monjes, había contribuido sin duda a determinar esta crisis. Inmerso en una atmósfera conventual y en un aroma de incienso que le resultaban embriagantes, se había sentido exaltado…” (Joris-Karl Huysmans, 1984: 203-204).

Dirá seguidamente que aquellos libros le recordaban su época en el colegio de los padres jesuitas, ¿no nos recuerda al personaje protagonista de Los arcángeles de Gil-Albert?

Huysmans describe como si pintara y nos deslumbra haciendo del estilo literario el fondo que imprime belleza y da sentido a la narración. Por ello, Gil-Albert, entregado también a la visión estética de la vida, sigue la senda de Huysmans.

Aparece en la novela esa atmósfera mística, conventual, que Gil-Albert, haciendo encubrir a su protagonista desde la celda, nos regalaba.

También afronta el libro la filosofía, porque el personaje que crea Huysmans no desarrolla una trama, sino simplemente reflexiona como lo hace Gil-Albert en Breviarium vitae o en Crónica general.

Cito, por su interés, la página donde Huysmans en Á Rebours habla de filosofía a través de su personaje, el duque: “Schopenhauer no pretende curar nada, no ofrecía ninguna compensación, ninguna esperanza a los enfermos, pero su teoría del pesimismo era, en suma, la gran consoladora de los espíritus selectos, de las almas elevadas”.

¿No nos parece estar leyendo a Gil-Albert cuando habla de filosofía con su lenguaje extremadamente cuidado? Si nos adentramos en el libro, al igual que en La-Bàs, veremos cuál es el origen de ese ideario estético que el escritor alicantino mantiene.

El decadentismo de Huysmans está detrás de ese dandy que desprecia al vulgo, que hace estética su visión de la vida; coincide en ello con nuestro escritor y su visión de la sociedad. Hay en ambos un radicalismo que les lleva a separarse de un mundo que no consideran suyo y que les obliga a vivir en soledad.

Toda la novela de Huysmans es un prodigio de esteticismo, el estilo es siempre cuidado, detallado, minucioso. Merece la pena citar, por último, el fragmento en el que Huysmans cuenta la afición del duque hacia las plantas. Veremos cómo no pierde detalle, con la intención de homenajear así a la belleza: “Poseía, pues, una maravillosa colección de plantas tropicales, fabricadas por los dedos expertos de auténticos artistas…” (Joris-Karl Huysmans, 1984: 216).

No se termina en esas líneas el gusto por el mundo de las plantas, sino que elabora como un artesano de la palabra la siguiente visión: “Llegando a marcar los matices más ínfimos, los rasgos más fugaces de su despertar o su reposo; observando la textura de sus pétalos, recogidos por el viento o arrugados por la lluvia…” (Joris-Karl Huysmans, 1984: 216).

Como podemos apreciar, Huysmans describe como si pintara y nos deslumbra haciendo del estilo literario el fondo que imprime belleza y da sentido a la narración. Por ello, Gil-Albert, entregado también a la visión estética de la vida, sigue la senda de Huysmans, sin duda alguna.

Quisiera citar, para terminar, un fragmento del interesante prólogo de Juan Herrero a la edición española de Á-Rebours cuando nos ofrece una definición de la decadencia que sirve para entender sobradamente el porqué de la inclusión de Huysmans en este estudio: “La idea de la decadencia está, pues, en relación con la de renovación y la de transformación. Esta renovación se aplica también a la lengua y la literatura…” (Juan Herrero, 1984: 18).

Lo que va a señalar Herrero es que, en su deseo de expresar sensaciones, tiene que abandonar el artista decadente el molde clásico, y dice, con mucho tino, lo siguiente: “El artista tiene que descomponerlos (esos moldes) construyéndose un lenguaje autónomo personal de gran plasticidad expresiva y sugestiva” (18).

Acierta Juan Herrero ya que Huysmans, y más tarde Gil-Albert, se empeñan en hacer del estilo un lenguaje autónomo para sugerir (en la línea de Gabriel Miró) la belleza que explica sus mundos interiores.

 

La visión decadentista de Oscar Wilde

En el caso de Oscar Wilde podemos observar que el excelente autor inglés va a seguir en toda su vida y obra un sendero de esteticismo indudable. Ya lo vimos al comentar El retrato de Dorian Gray, pero hay otros escritos donde la afinidad con las ideas de Gil-Albert nos hacen hablar, sin ninguna duda, de clarísima influencia.

Me refiero a sus ensayos, entre ellos “El nacimiento de la crítica histórica”. En este estudio, Wilde va a señalar cómo el estado del mundo es un estado en continua decadencia: “Debemos notar primeramente que la causa de la decadencia del estado ideal en el principio general, común al mundo vegetal y animal tanto como al mundo de la historia, que todas las cosas creadas están destinadas a decaer” (Oscar Wilde, 1974: 1525).

Esta idea ya nos pone en la base de su ideario estético: si las cosas están destinadas a decaer hay que ennoblecerlas, destacarlas antes de su derrumbamiento.

El estudio va a insistir en un detallado análisis de la filosofía griega en las figuras de Platón o Aristóteles; cita a Tucídides, a Heródoto, a Catón, etc. Oscar Wilde tiene su principal referente en el mundo griego, coincidencia nada casual con Gil-Albert, como podemos imaginar. El escritor alicantino se ha nutrido de las obras de Wilde, tanto en sus ensayos como en sus obras dramáticas.

No sólo en su ideario estético va a ser Gil-Albert deudor de Wilde, sino también en las ideas políticas que el escritor inglés vertió en sus ensayos.

Es interesante citar algunos de sus principios en boca de un personaje, concretamente en un delicioso diálogo sobre el arte y el artista que aparece en El crítico como artista. Oscar Wilde dice en este ensayo lo que nos imaginamos que hubiera sostenido también Gil-Albert como credo estético: “A través del arte y sólo a través del arte nosotros podemos realizar nuestra perfección; podemos preservarnos de los sórdidos peligros de la existencia real” (Oscar Wilde, 1974: 1352).

Mantiene también Gilbert, el personaje de Wilde, lo siguiente: “La emoción por mor de la emoción es el fin del arte y la emoción por mor de la acción es el fin de la vida…” (Oscar Wilde, 1974: 1.353).

No hay duda de que Oscar Wilde sitúa el arte como el gran icono del hombre, donde puede y debe realizarse. Dice el protagonista de este estudio, en el diálogo jugoso que mantiene con Ernest, algo que también defendería Gil-Albert: “Los griegos fueron una nación de artistas porque les fue evitado el sentido de lo infinito” (1.355). Por ello, indudablemente, hemos de realizarnos en lo concreto y describir, pintar, esculpir, tocar música, consiguiendo así una estética de la vida, dando sentido a las emociones que nos conforman como ser humano.

No sólo en su ideario estético va a ser Gil-Albert deudor de Wilde, sino también en las ideas políticas que el escritor inglés vertió en sus ensayos. Concretamente va a dejarnos páginas memorables en El alma del hombre bajo el socialismo, donde Wilde expone sus ideas de progreso para el mundo mucho antes que otros.

Cito sus novedosas ideas sobre el socialismo y el comunismo emergente: “El socialismo, el comunismo, o como cada uno quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en bienestar general y sustituir la competición por la cooperación, restaurará la sociedad a su propia condición de organismo sano y asegurará el bienestar particular de cada miembro de la comunidad” (Oscar Wilde, 1974: 1.391).

Como podemos ver, ya a finales del siglo XIX Wilde exponía sus ideas de un mundo más igualitario, ideas que en el siglo XX, desgraciadamente, se encargaría de destruir el sistema totalitario que triunfó en la antigua Unión Soviética.

Es interesante saber que Wilde nació en 1854 y que va a participar de la eclosión del esteticismo y del decadentismo. No hay que dudar que el parentesco entre el duque Jean Floressas des Esseintes de Huysmans y El retrato de Dorian Gray existe. Sólo las separa a ambas novelas un período de siete años (la novela de Huysmans es de 1884 y la de Wilde de 1891). Hay en ambas un deseo de crear un personaje que represente el dandismo, cuyo espíritu diabólico y extraño estuvo muy presente (otro ejemplo muy claro lo ofreció el Conde de Lautréamont con Los cantos de Maldoror).

También nos recordará Wilde en De profundis su admiración por Dante Alighieri, que fue el autor citado más veces en Los arcángeles de Gil-Albert (y su obra clave La Divina Comedia).

Wilde fue un gran admirador de Shakespeare; su obra La decadencia de la mentira es un estudio sobre la grandeza del dramaturgo inglés.

Hay que recordar que Gil-Albert dedica su Valentín al gran autor inglés. Tantas coincidencias entre Wilde y el escritor alicantino demuestran el claro referente que Wilde supuso para el escritor alicantino.

No sólo admira Gil-Albert a Wilde por su sentido estético de la vida, sino también por su sentido ético, defendiendo lo que creía justo, sometido a juicio por las calumnias de la ignorancia de una sociedad puritana y ridícula. El escritor encuentra así en Wilde un modelo ético y estético en su vida.

 

El magisterio de Proust en la estética de Gil-Albert

La influencia de Marcel Proust es evidente en la obra de Gil-Albert. No sólo reivindica el escritor el magisterio del gran escritor francés, sino que admira ese espíritu decadente y refinado de Proust.

El genial escritor francés nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, París. Desde su temprana infancia va a estar enfermo. En 1880, con nueve años, ya sufre su primera crisis asmática.

A partir de 1882 lee a grandes de la literatura francesa; entre otros, a Víctor Hugo, George Sand o Balzac.

¿Por qué Gil-Albert se fija en Proust? La respuesta es fácil de deducir: el escritor francés crea un mundo de belleza.

Proust obtendrá el premio de honor en las clases de filosofía en 1889. Estudió Ciencias Políticas con profesores como Albert Vandal o Albert Sorel. Asistió también a las clases de su primo político, Henri Bergson, en la Sorbona.

Ingresa en el Ministerio de Instrucción Pública en 1895; la rutina burocrática hará que vaya alejándose cada vez más de ese trabajo.

Empezará a escribir En busca del tiempo perdido, su gran obra, en 1906. El escritor francés hace un cálculo de su obra, la cual tendrá más de tres mil folios. André Gide, uno de los fundadores de la Nouvelle Revue Française, rechaza el manuscrito de Por el camino de Swann, que Proust envió a la revista. Gide reconocerá poco después el gran error que cometió.

En 1911 la famosa editorial Gallimard edita A la sombra de las muchachas en flor, la cual obtuvo el premio Goncourt.

Tras la publicación en 1920 y 1921 de parte de su gran obra, el gran escritor muere el 18 de noviembre de 1922, sin poder reponerse de una neumonía.

¿Por qué Gil-Albert se fija en Proust? La respuesta es fácil de deducir: el escritor francés crea un mundo de belleza, donde el deseo de embellecer las descripciones (minuciosas casi siempre) se convierte en su mayor objetivo. El desagraciado amor de Charles Swann por Odette de Crécy, una mujer de dudoso pasado, vertebra una historia de gran plasticidad y hermosura.

Gil-Albert lo dijo muy bien en unas líneas de Breviarium vitae: “La obra de Marcel Proust está orquestada” (Juan Gil-Albert, 1999: 87). ¿Qué significa esto? Sin duda, quiere decir que la delicadeza, la armonía, el detallismo de la obra del escritor francés la hacen completa y compleja. Si recordamos qué significa la estética para Gil-Albert, entendemos mejor lo dicho anteriormente: “La estética es una emoción interior que despiden las cosas del mundo” (Juan Gil-Albert, 1999: 466); la obra de Proust es detalle, emoción en las cosas pequeñas que se muestran en su grandeza gracias a la delicadeza del escritor.

Cito unas páginas de la gran obra de Proust, concretamente de la titulada Por el camino de Swann, en las cuales el escritor francés muestra su pasión por la pintura (arte preferente en la visión estética de Gil-Albert). Veamos el fragmento del libro donde describe los tapices que aparecían en la iglesia de Combray: “Dos tapices de alto lizo representaban la coronación de Ester, a los cuales, al fundirse sus colores, añadían una expresión, un relieve, una iluminación; un poco de rosa flotaba en los labios de Ester sobre el dibujo de su contorno; el amarillo de su vestido se extendía con tanta unción, tan generosamente, que adquiría una especie de consistencia y se alzaba vivamente sobre la atmósfera rechazada…” (Marcel Proust, 1985: 88). Vemos, sin duda, el gusto por el detalle, por emocionar a través de los sentidos; no es otra la intención de Proust, ni tampoco difiere de ella la que expresa Gil-Albert al escribir sus obras.

En el Breviarium vitae, el escritor alicantino comprende que el estilo de Proust, tan lleno de matices, difiere del de Gide, tan lacónico a veces, pero ambos son referentes de su literatura. En Gide va a encontrar una postura ética ante la vida (como muy bien vimos en el Heraclés) frente a la postura estética que encuentra en Proust. Lo dice claramente en el libro: “Proust es un banquete, una fiesta, hasta, si se prefiere, una orgía; Gide es la comida diaria; es —y que me perdonen los vaticanistas— el pan nuestro de cada día” (Juan Gil-Albert, 1999: 243).

Para poder apreciar ese abismo estilístico, voy a citar un fragmento de El inmoralista de Gide cuando el personaje dice lo siguiente: “Al día siguiente el cielo era espléndido, el mar, casi tranquilo. Algunas conversaciones en absoluto apresuradas disminuyeron aún más nuestra sensación de apuro. Nuestro matrimonio comenzaba verdaderamente. En la mañana del último día de octubre desembarcamos en Túnez” (André Gide, 1999: 56). Podemos observar que Gide no necesita explayarse; un adjetivo le sirve para definir el mar o expresar la visión del cielo. Gide es también un creador, desde su deseo de concisión. Para Proust, estas líneas le hubieran parecido insuficientes, incompletas.

El escritor del Corydon continúa con lucidez, audacia y sinceridad esa denuncia a la hipocresía del mundo; por ello, su ética es lo que Gil-Albert ensalza; esa forma de exponer, sin retórica, lo que el mundo real oculta.

También, como ocurre con las obras del escritor alicantino, hay mucho de autobiográfico en Gide, como puede observarse al leer El inmoralista o el Corydon.

Proust crea el personaje de Swann, un individuo que puede ser un espejo suyo, pero también late en el barón de Charlus y su decadencia el mismo mundo que vivió el escritor francés. Se entrega Proust a todos los personajes por igual, se encarna en ellos, dotando a su inmensa novela de matices incontables.

 

Hay una visión decadentista del mundo que aparece en Valle-Inclán que coincide con la que nos señala Gil-Albert.

La influencia de Valle-Inclán en la prosa de Gil-Albert

Me pregunto a continuación qué aporta Valle-Inclán en la prosa de Gil-Albert. La mejor contestación es la que nos ofrece el escritor alicantino en su Crónica general: “La influencia de Valle-Inclán era un postizo, una excrecencia” (Juan Gil-Albert, 1995: 28).

Nos sorprende que no haya un componente más admirativo en Gil-Albert, lo que nos hace pensar que la figura del escritor gallego no es relevante para él.

Sin embargo, hay una visión decadentista del mundo que aparece en el escritor gallego que sí coincide con la que nos señala Gil-Albert en el suyo.

He buscado un claro referente en las obras de Valle-Inclán y lo he hallado en las Sonatas, donde el mundo modernista, su visión estética de la vida, triunfa indudablemente. He elegido Sonata de otoño, concretamente un fragmento donde el escritor gallego nos muestra su afán estético, que nos inunda de belleza: “El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío, casi negro, de los árboles venerables, ¡los cedros y los cipreses que contaban la edad del palacio!” (Ramón María del Valle Inclán, 1987: 120). Se refiere a la llegada del Marqués de Bradomín al Palacio de Brandeso, donde ya había estado en la niñez. El deseo de Valle-Inclán de reflejar un mundo hermoso es absoluto; el escritor se detiene, fascinado, por todo lo que envuelve el aristocrático mundo que dejó atrás.

Veamos cómo describe el escritor gallego al mendigo en el cuento del mismo nombre. Si nos fijamos, el escritor gallego retrata, pinta, al igual que Proust, Miró o Gil-Albert, aquello que le deslumbra por su belleza o su fealdad: “Si cierro los ojos, aún me parece verlo, sentado al sol, mal envuelto el cuerpo que era enjuto y menguado en un roto capote militar; siempre con la hosca cara juanetuda y barbitaheña (barba roja) a la cual acababan de dar más horrible catadura los ojos, que tenían una mirada zahína y de muy mal agüero…” (Ramón María del Valle Inclán, 1987: 83). Como vemos, la descripción es minuciosa y podemos ver al personaje enfrente de nosotros; tal es la habilidad que tiene el escritor gallego para describirlo.

Merece la pena conocer aquí los gustos pictóricos de Valle-Inclán y cómo éste rechazó abiertamente la pintura no figurativa, las abstracciones que empezaban a triunfar a principios del siglo XX. En una crítica escrita en el periódico El Mundo el 3 de mayo de 1808 hacia la pintura del andaluz Julio Romero de Torres, podemos ver cómo se pronuncia a favor del pintor y en contra del arte abstracto: “Solamente un perfecto y vergonzoso desconocimiento de la emoción y una absoluta ignorancia estética ha podido dar vida a esa pintura bárbara, donde la luz y la sombra se pelean con un desentono teatral y de mal gusto” (Ramón María del Valle Inclán, 1987: 313).

Valle-Inclán siempre mostró abiertamente sus opiniones, siendo un hombre de gran carácter, lo cual le granjeó más de un disgusto. Cuando se refiere al cuadro de Julio Romero de Torres Amor sagrado, amor profano, merece la pena destacar cómo ejerce de crítico, haciendo estética de la opinión a la que somete su criterio: “Es la cristalización de algo que está fuera del tiempo, y que no debe suponerse accidente del momento histórico en que se desenvuelve, informando toda la pintura de la época” (314). Se refiere a las dos figuras que componen el cuadro, lo que nos señala que Gil-Albert no podría eludir esa faceta estética del escritor gallego y admirarla claramente, aunque no lo reconociese como tal.

Al hacer referencia el escritor alicantino a una famosa novela de Valle-Inclán, Tirano Banderas, cuando el escritor gallego describe a don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togorres, el ministro en la novela, Gil-Albert no puede evitar sentirse vencido y admirado por la talla de Valle-Inclán: “El mismo autor de tales prodigios literarios parecía extraído de las mismas urnas” (Juan Gil-Albert, 1995: 28).

Se refiere el escritor alicantino a que el extravagante personaje de la novela es también reflejo de un hombre extravagante y superior, un verdadero maestro del teatro español de principios del siglo XX y un artista de la palabra que nos regala en sus retratos decadentes figuras tan inolvidables como el Marqués de Bradomín o el linaje de los Montenegro, reflejos de un mundo que va muriendo, decadente, a veces sombrío y, a veces, hermoso.

Para terminar, merece nuestra atención la opinión de Valle-Inclán sobre el modernismo que él expresó en sus primeras obras. En el periódico La Ilustración Española y Americana, publicado el 22 de febrero de 1902, Valle-Inclán hablará de su interés por ese estilo, por Baudelaire, Carducci y por Gabriele D’Annunzio.

Lo que nos interesa es su posición en esa senda de hombres influidos por las ideas de la estética finisecular, amantes del arte y la belleza como objetivo principal de la creación: “Hay quien considera como extravagancias todas las imágenes de esta índole, cuando en realidad no son más que una consecuencia lógica de la evolución progresiva de los sentidos. Hoy percibimos gradaciones de color, gradaciones de sonidos y relaciones lejanas entre las cosas que algunos cientos de años no fueron seguramente percibidas por nuestros antepasados” (Ramón María del Valle Inclán, 1987: 294).

Gil-Albert defendería, sin duda, estas palabras, porque expresan su principal preocupación: hacer de la literatura un arte para sentir, percibiendo el color, el sonido, el ritmo, la música, etc. Como vemos, el esfuerzo de Valle-Inclán, aunque no reconocido por el escritor alicantino, fue un claro referente para él.

 

Conclusión: el decadentismo de Gil-Albert

En este trabajo he pretendido mostrar que la cuidada prosa de Gil-Albert no surge de la nada, sino de una herencia literaria que tiene sus mejores representantes en escritores de la talla de Joris-Karl Huysmans, André Gide, Marcel Proust y Valle-Inclán.

Estas influencias son importantes, ya que en algunas de las novelas del escritor alicantino podemos ver la misma sofisticación, el mismo espíritu delicado que aparece en Á-Rebours, famosa novela de Huysmans. El personaje del duque del escritor francés no difiere demasiado en sus refinados gustos del personaje de Los arcángeles, de Gil-Albert; tampoco se halla muy lejos de Hugo en el Tobeyo o del amor, del mismo autor. Hay en ellos un mismo espíritu delicado que les hace especialmente sensibles a las emociones y al mundo real.

La prosa de Gil-Albert tiene mucho que ver con estos escritores, porque inventa en sus novelas unos personajes que muestran la decadencia del mundo.

La influencia de André Gide en Gil-Albert es evidente, no sólo por las manifestaciones que el escritor alicantino nos deja en algunos libros como el Breviarium vitae, sino por la importancia que en el Heraclés tiene el famoso Corydon de Gide.

Hay también una importante deuda con Marcel Proust; el escritor alicantino siempre manifestó su admiración por el estilo minucioso, detallado, del escritor francés. El mundo elegante, refinado, que representa Proust, es, sin duda alguna, afín al gusto de Gil-Albert, tan admirador del mundo aristocrático y del lujo.

Para terminar, comento que Valle-Inclán también está presente en la prosa de Gil-Albert. El decadentismo de sus Sonatas, en las que aparece un personaje refinado, pero maquiavélico, que pretende seducir a las mujeres jóvenes, cuando entra en los conventos, refleja a un hombre de otro tiempo, como también lo fue Gil-Albert. Lo interesante de la prosa de Valle-Inclán, para el escritor alicantino, radica en el estilo cuidado y delicado, que es también el suyo.

En definitiva, la prosa del escritor alicantino tiene mucho que ver con estos escritores, porque inventa en novelas como Valentín, Tobeyo o del amor o Los arcángeles, unos personajes que muestran la decadencia del mundo, seres que se envuelven en sí mismos para elegir la soledad y el celibato, como rechazo a un mundo que ha perdido su distinción y naufraga en la mediocridad. Ni Gidé ni Proust hubieran elegido el mundo actual, ya que la memoria les llevó a otro tiempo, tan añorado por Gil-Albert.

Pedro García Cueto
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