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Noé Jitrik
“El libro crea al lector”

domingo 6 de diciembre de 2015
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Jitrik: Escribir es un oficio muy duro, estás sometido a prueba permanentemente.
Jitrik: Escribir es un oficio muy duro, estás sometido a prueba permanentemente. BibliotecaSarmiento.org

—Largos han sido tu trayectoria, tus libros escritos, tus palabras tan profundas en cada uno de tus libros. ¿Por qué no nos remontamos en tu infancia? ¿Quién te inculcó ese amor por la literatura y por la escritura?

—No creo que nadie me lo haya inculcado, me parece que fue una cosa de un interés que fue surgiendo. Yo de muy chico apenas empecé a leer, empecé a leer libros, una cosa bastante extraña, esos libros me fascinaron. Supongo que los libros de la literatura del siglo XIX, Alejandro Dumas, Emilio Salgari, una cosa así, son fascinantes para cualquier niño. A mí me fascinaron y me quedé en esa fascinación. La mayor parte de los niños me imagino que después pasan a otra cosa que tiene más interés para ellos, pero para mí ese interés residió en ese tipo de lectura. Fui leyendo más y más permanentemente hasta un período en el que hubo como un lapso bastante consistente. Cuando emigramos del campo a Buenos Aires yo tenía apenas nueve años, hubo un período de mucha adaptación a la ciudad y a la vida, y al cabo de cuatro o cinco años, ya tenía 14 o 15, apareció un libro que lo recuerdo siempre porque creo que le debo esta posibilidad de escribir. Posibilidad en el sentido de que fantaseé con que yo también podía, nada más que eso, ¿por qué yo no podría también escribir? Y escribí algunas cosas que valieron la pena. Ese libro era uno de Rubén Darío, esa poesía me fascinó, me atrapó y ahí es cuando me dije “¿por qué no?” y empecé a garabatear cosas, olvidables todas, nada importante, no fui un Rimbaud para nada. Uno piensa en Rimbaud, que a los 17 años ya abandonó la poesía, una poesía extraordinaria, y la mía en ese momento fue olvidable desde que empezó. Eso no significa otra cosa que una permanencia, es decir, seguir en la lectura, improvisando unos textos, escribir en cuadernos y papeles, mezclado, combinado o teniendo que alternar con otros tipos de intereses quizás menos definidos, pero más obligatorios, por ejemplo tener que trabajar, estudiar, la familia, toda una cantidad de cosas que son obviamente previsibles, y por abajo, por el medio, también seguir escribiendo de a poco.

El lector está cuando lee, no es algo de existencia previa a la lectura. ¿Por qué suponer que la gente que pasa por la calle son lectores?

—Ha cursado la carrera de letras.

—Sí, pero fue una decisión porque mi escuela secundaria fue de comercio, pero en el último año ya una pulsión por hechos culturales más vastos me llevó a pensar que esa decisión o esa inclinación por la lectura podía canalizarse de otro modo. Entonces ese año, que fue un año clave de la vida de la Argentina, 1945, era increíble por el cine, el teatro, la música, la pintura, ir y ver de acá para allá con amigos o solo. Por lo tanto, ese mundo que se me estaba presentando me resultaba infinitamente más atractivo de lo que me esperaba de haberlo dejado de lado y haberme entregado responsablemente a esa profesión que aparentemente tenía que ser lucrativa, es decir, cuando entré a la escuela comercial un hermano mío ya lo había hecho, él había seguido después la Facultad de Ciencias Económicas, y mi padre tenía una incidencia fuerte que me condujo a esa escuela pensando que me tendría que ganar la vida en algún momento. Pero al fin renuncié a esa posibilidad e ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras, en la idea de que sea un ámbito en el que esa inclinación o ese interés podría completarse, amarse, podría darme un sustento mayor al que tenía. Yo tenía la pura improvisación de ir a las librerías de la avenida Corrientes, comprar libros viejos que me sonaban, leer, en fin, hablar de literatura o de eso que leía con amigos, era todo muy anárquico, espontáneo y autorreferente en cierto sentido, como que todo volvía a mí mismo y necesitaba algún sustento exterior, alguna trama exterior, y eso pensé que me lo iba a dar la facultad y yo creo que me lo dio.

—Además dirigió el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA…

—Yo terminé la facultad en el año 52 y me nombraron director del instituto en el 92, o sea 40 años después.

—¿Cómo se ve Noé Jitrik como poeta, historiador y guionista?

—No es algo que reivindique demasiado. Habré hecho una o dos cosas, hicimos un guion para una película que me pareció después que la vi mala, pero quizás sea injusto con el director de la película que hizo un gran esfuerzo.

Hice uno o dos guiones para este libreto en un momento determinado, pero no pasó nada, no le encontré la vuelta para mí, lo mismo con la escritura de teatro, no me hallaba en esa perspectiva. Otros caminos en cuanto la escritura se me fueron abriendo y me parecían más aprehensibles, no sé si más felices, pero por lo menos en los que me iba sintiendo más propio y más cómodo.

No me sentía cómodo siendo ni guionista ni autor teatral y televisivo, como una especie de renuncia muy prematura, pero que fue constante a lo que para la cultura de masas es tan importante y atractivo, es decir, la gente que se maneja normalmente en esos terrenos, hace lo suyo a veces bien y a veces mal, pero tienen en cuenta otro tipo de cosas para hacerlo, tienen temáticas sociales o que están en curso en la sociedad, tienen un público previsible, tienen un lenguaje muy acotado que no es fácil manejarlo y yo no sé manejar ese lenguaje. Yo, por ejemplo, no podría sustituir a Marcelo Tinelli en la televisión. No me interesa para nada lo que él hace, me parece horrible, nefasto, lo que sea, tampoco lo califico demasiado, pero supone una habilidad en relación con el medio en el que se mueve, es una habilidad porque no se puede sostener una cosa así si no se posee una potencia para hacerlo. Pero no es la que me interesa, la que me necesita o la que yo podría hacer, reconozco el sentido de mis límites. Prefiero otras cosas en las que apuesto y siempre lo he hecho, a lo que siempre me vaya saliendo, a lo que se me vaya ocurriendo, a lo que me depara el sueño o una conversación, una lectura, es como que aquello sobre lo cual escribo en poesía o en novelas, ensayos o artículos, siempre se me ordena de acuerdo con un estímulo que de repente viene de afuera, una conversación, una frase, una cara, un gesto, una lectura, una mirada, eso es lo que me importa y por lo tanto eso no tiene que ver con lo que está en curso necesariamente en la sociedad.

—¿Qué pasa con la novela Mar en el Sur? ¿Tiene algo de novela policial? ¿Cómo nace?

—Claro que sí. En realidad es una parodia de la novela policial, es decir, no habría que tomarla en serio como novela policial, habría que tomarla por otros caminos que no sean esa tipificación.

Yo iba a Mar del Plata a dar unos cursos y demás, y por supuesto la gente que me invitaba y que me escuchaba era amiga mía. Un día me contaron un episodio típicamente marplatense, no porque los marplatenses tengan un carácter especial, sino que era típico de la sociedad de Mar del Plata en un momento determinado. Era un relato de un crimen cometido por alguien que había encargado ese crimen para sacarse de encima un socio y que el tipo era su cuñado. Entonces había hermanos, cuñados, intereses, era en la época de la dictadura. Me pareció interesante, la cosa me suscitó, de manera que mirando desde el hotel el mar, hice una relación entre el mar, la ciudad y lo que puede pasar por debajo, porque la ciudad de Mar del Plata es también una ciudad aérea así como es marítima, es decir, todo transcurre en edificios altísimos que en general durante el invierno están vacíos, en el verano se empiezan a llenar de rumores y por abajo ocurren otras cosas. Todo eso se me ordenó y fue tomando la forma de un relato de tipo policial porque hay un crimen, un policía, culpables, pero no tiene la pretensión de ser novela policial, ni novela negra, ni policial de enigma, sino que es otra cosa en la que me juego de la misma manera que en las otras cosas, es decir, en el lenguaje. Me interesa ir resolviendo verbalmente en el campo de la escritura lo que se me va presentando, lo que se va desarrollando, con la lógica también bastante previsible, donde hay un criminal, un aliado del criminal, una circunstancia, un lugar, un sector, una revelación, una atmósfera, un servicio que se le presta a alguien que está por arriba y de fondo la dictadura.

—Durante la dictadura militar al final de la década de los 70 estuviste prohibido o no te publicaban.

—Me publicaron en el primer momento. Yo me fui de Argentina en 1974 y volví en 1987, o sea estuve en ese exilio mexicano durante 13 años, pero en 1984 las cosas empezaron a aflojarse en sentido de la publicación, la parte de lo político obviamente no.

En 1975, no obstante, todavía no estaba la dictadura militar, sí me habían publicado un libro. Ese libro no sé qué suerte corrió, porque desde México mis preguntas a la editorial no eran del todo respondidas y no creo que hubiera habido una posibilidad de lectura de un libro como ese, era un libro más bien histórico. Habían salido otras cosas, un ensayo de García Márquez en una edición de Sudamericana en ese momento. Tampoco había condiciones de lectura ni de percusión que poco a poco se fueron atenuando cada vez más. No sé qué sociología de la lectura se puede hacer de ese período, pero yo creo que en ese momento ya la gente empezaba a evadirse en material de la lectura porque había una proliferación mayor de best-sellers norteamericanos, de manera que la producción estrictamente argentina parecía no tener presencia, relieve, y además yo estaba en México, no mandaba nada para publicar acá, así que mi última aparición en ese momento fue en el año 75. Después viene la dictadura en 1976 y apenas en 1984 me vuelven a publicar un libro en Argentina. A partir de ese momento yo compartí mi zona editorial con México y Argentina. En ese período de 13 años me publicaron varios libros y siguieron publicándome hasta hace muy poco, y acá en Argentina también empezaron a publicarme algunas cosas, y con un tipo de repercusión muy particular la gente daba la índole de los libros y de los lectores a los que podían interesarse por ese tipo de enfoques.

—Sueles afirmar que “el lector no existe”…

—Sí, es una expresión un poco escandalosa, pero creo que tiene sustento, es decir, la crítica más habitual hace una pequeña operación mencionando la palabra “lector”, entonces, el crítico cuando algo no le gusta o no entiende dice “el lector no entiende…” y es él, como si el lector fuera una categoría objetiva, mensurable, que se sabe quién es, y eso mismo que los críticos aparecen de esa manera en las editoriales se expande y empiezan a caracterizar a los lectores en un momento determinado y publican libros para los que ellos creen que son esos lectores. Pero resulta que el lector está cuando lee, no es algo de existencia previa a la lectura. ¿Por qué suponer que la gente que pasa por la calle son lectores? Probablemente sepan leer, pero no necesariamente son lectores en el sentido literario de la palabra. Entonces, se convierten en lectores cuando empiezan a leer y cuando empiezan a leer literatura, por lo tanto, no existe previamente. Es el libro el que los crea, empieza uno a ser lector cuando se conecta con un texto, entonces el texto es el que hace la operación natalicia, se nace a cada momento como lector si cada uno de esos momentos es un nuevo texto que se pone ante sus ojos.

Es una manera de dar una existencia que tiene luego una ubicación perversa, porque supone toda una red típicamente comercial en relación con el libro, de una crítica fácil, de una arrogancia de saber quiénes son los lectores, qué quieren o prefieren leer. Siendo así que la lectura es una operación compleja y lo interesante de esa operación es que no se puede renunciar a esa complejidad, y al contrario, hay que provocarla porque mediante el acercamiento a esa complejidad y el intento de desentrañar la red que implica esa complejidad el que lee, ya convertido en lector, empieza a ser una persona de otra naturaleza.

—Y ahí nos adentramos en la filosofía…

—Sí, sí, la literatura cambia a cada cual, cambia en ese instante. En realidad, el lector no existe, es el texto el que genera al lector. Esa es la provisoria explicación de un concepto que suele chocar a mucha gente porque están más acostumbrados a esos lugares comunes.

Yo escribí un libro en México sobre el diario de Colón, el título era Los dos ejes de la cruz. Una vez que apareció fui a buscarlo a una librería muy buena, Gandhi, que en México tiene miles de consumidores, y lo habían puesto en religión porque se suponía que si dice “cruz” es para lectores de religión, es decir, presuponían el universo de lectores. El libro no merecía esa suerte porque no tenía nada que ver con religión salvo develar la relación que hubo en el momento llamado “descubrimiento” entre la fe, la empresa, la mirada, el mundo que se abría y todo eso.

—¿Fue realmente un descubrimiento el descubrimiento de América?

—Es una palabra que trata de sintetizar lo que implicó la llegada de los europeos a este continente cuya existencia ignoraban. Hay alguna teorías según las cuales la parte norte ya había sido conocida por viajeros nórdicos, pero eso no tuvo trascendencia, lo que tuvo transcendencia fue la llegada de Colón y como la tierra esa no era conocida porque Colón suponía que por ese trayecto llegaba al Oriente, entonces se habló de descubrimiento.

La creación probablemente más importante de la civilización humana, la Iglesia Católica, surge de un hecho poético.


Descubrimiento es una palabra típica no del que es descubierto sino del descubridor, es la palabra que el que llega a un lugar puede emplear para explicar lo que se le está presentando, pero el que está en ese lugar no siente necesariamente que le corresponda, no se siente descubierto necesariamente. Lo que pasa es que tampoco hay testimonios de cómo se sintieron los naturales de estas islas cuando vieron a los españoles, lo único que se sabe es lo que los españoles dijeron.

Hubo tentativas de recuperar palabras de los pueblos originarios, en México sobre todo, en la poesía, en mitos, en las inscripciones, en los templos, en todo eso. Hay fuertes tradiciones que existían antes de que los españoles llegaran, pero fueron ocultadas o borradas o tardaron en conocerse, y se necesitaron investigaciones muy profundas mucho tiempo después. Pero lo que sabemos de todo eso es lo que dijeron los llamados descubridores.

—¿Cuál es tu opinión respecto a los pueblos originarios?

—Si los españoles hubieran llegado a las costas de Cuba, a las islas, al continente, cien años después, hubiera sido otro contar. Habrían tenido que reconocer la existencia de mundos organizados como era el de los mayas, de los aztecas o de los incas, que eran imperios con estructura, organización, lenguaje y hasta incluso en momentos con comienzo de escritura. Cien años después la historia hubiera sido completamente diferente, que es lo que les ocurrió cuando llegaron al Oriente, había culturas ya consolidadas. Ellos llegaron en un momento en el que arrasaron con todo y lo preexistente fue liquidado o reducido, convertido hasta cierto punto, pero no pudieron terminar con todo. Introdujeron enfermedades, esclavitud, servidumbre, cosas que pueden ser entendidas como el primitivismo, el salvajismo de sociedades que intentan apropiarse, para cuales la apropiación es como la razón de ser, y eso fue histórico. Al mismo tiempo, esa operación es como una de las penúltimas de los comportamientos que vienen de la antigüedad más remota, porque siempre hubo pueblos que se apropiaron de otros, que esclavizaron y crearon imperios sobre la base de la ocupación de territorios. Eso fue como un penúltimo coletazo de esa inveterada costumbre de la historia europea de ocupar tierras, apropiarse de ellas y de la gente, la esclavitud, aprovechar.

—Pasó con Grecia y Roma. ¿Quién conquistó a quién?

—Esa es otra historia, es muy interesante, en el sentido de que lo que es objeto de apropiación se apropia en otro nivel del apropiador, le cambia en cierto modo la cabeza cambiando la lengua, la idea del mundo. Grecia al mismo tiempo había sido un imperio conquistador que dejó unas huellas muy grandes.

—Nombraste hace un rato la cruz. ¿Qué concepto tenés vos de Dios?

—No hace mucho saqué un artículo en Página 12 que se llama “Pasiones”, donde comento la pasión según San Mateo de Juan Sebastián en particular, de ahí voy y me meto más en la redacción de los evangelios y la creación del Cristianismo. La hipótesis que marco ahí y que creo en ella es que la creación probablemente más importante de la civilización humana, la Iglesia Católica, surge de un hecho poético.

El hecho poético es la versión que dan los evangelios de un episodio ocurrido y que habían recogido oralmente por tradiciones orales y que correspondía a un pequeño lugar de un inmenso planeta, el universo judío, en el cual un sujeto habló de la paternidad o la afiliación de Dios Padre que era el objeto de culto de ese lugar tan pequeño y que se distinguía de todo lo que lo rodeaba. Ellos no tenían esa creencia, eran más bien politeístas y ellos en cambio sostenían una especie de monoteísmo riguroso. En ese universo del monoteísmo surgieron muchísimos tipos, algunos probablemente esquizofrénicos, otros iluminados, profetas y uno de ellos pudo haber sido después conocido como Cristo, o sea Jesús. Esos actos que habrán tenido en ese momento fueron recogidos por poetas y escritores que le dieron una estructura, y eso dio lugar a la creación más poderosa de la civilización humana.

El fundamento de eso es una creencia previa, la existencia de Dios, que recorre toda la genética humana desde tiempos remotos y que surge como una necesidad primaria de una explicación que se va concretando en mitos y leyendas, que poco a poco comienza a ordenar la vida de la gente y empieza a tener cabida en el orden de la escritura que la recoge. Entonces la palabra “Dios”, en realidad, es una explicación de un conjunto de causas que no sólo son inexplicables sino que generan angustia, es decir, esa explicación calma la angustia sobre todo si se ordena en forma de un rito específico que es el que establece una conexión con uno mismo y que sofoca la angustia del tiempo, la angustia de la muerte, la angustia de la existencia, de la vida, del otro.

Eso pone las cosas en un terreno y deja de lado el otro aspecto de la cuestión, que es la natural tendencia que tenemos todos a tratar de sofocar esa angustia y eso nos hace pensar que hay enigmas, cosas que no se explican, pero que no son de carácter necesariamente místico ni que tenga que ver con el más allá, sino enigmas en relación con la existencia misma. Esos enigmas generan una actitud que podemos llamar de religiosidad, la voluntad, la conexión con esos enigmas y la voluntad de entregarse a ellos aceptándolos, considerando que existen y que son inabordables y que eso determina una cierta actitud de respeto frente a lo desconocido.

En un viaje que hice a Uruguay encontré a una muchacha, me senté a su lado y comenzamos a conversar. Ella me reveló que era monja, lo cual me parecía bastante extraordinario para mi capacidad de lectura, en el sentido de que probablemente pudiera haber una limitación de base. Fue muy interesante la conversación e interrogué un poco de su historia. Ella se había hecho monja por un encadenamiento de circunstancias, en estos conceptos de angustia y de explicación. Algo le había pasado que le había generado angustia y buscaba una explicación que encontró en la religión, porque no había tenido una formación religiosa. En el curso de la conversación me preguntó a mí sí creía en Dios, yo le dije en ese momento por respeto: “No sé si Dios implica la idea de la creación absoluta, pero sí creo en Dios en el sentido de que lo canalizo en algunos creadores, por ejemplo, Juan Sebastián Vázquez de Oz”. Eso es Dios, esa capacidad de creación que podemos calificar como divina está en la capacidad de creación de determinados sujetos que iluminaron la existencia de la raza humana tan desdichada sobre un planeta tan difícil que tuvieron que construir grandes cosas y lo hicieron. Se iluminaron por esa divinidad que reside en algunos que supieron darle forma a toda esa tentativa de sobrevivencia, de darle sentido a la presencia del ser humano en el mundo.

—He leído que se ha publicado por la editorial Emecé doce tomos de la Historia crítica de la literatura argentina. ¿Cómo nació?

—Yo soy profesor universitario de literatura argentina, entonces al principio lo que yo podía poner en práctica en las clases era una especie de relato histórico de la literatura argentina. Al cabo de dos o tres años de práctica de mi aparición como profesor me di cuenta de que eso era inagotable e inabordable, era casi imposible. Hacer historia de literatura en las clases ya era una utopía, ya no se podía. Entonces cambié de método, hice las cosas con una especie de estructura irradiante, es decir, tomar un texto y generar la posibilidad de apelar a otros textos para ir completando una información y formación al mismo tiempo. Así lo hice durante mucho tiempo en distintos lugares del mundo, en Francia, México y Argentina. Yo ya no creía demasiado en las historias de la literatura y las historias existentes me parecían muy pobres e iguales, como un relato puramente causalista. Siempre pensé que el acercamiento a textos y a relatos históricos debería ser más atractivo como lectura, debería suscitar una lectura con el mismo nivel que suscitan las novelas o a la poesía. Yo vivía en esa idea y la practicaba.

Un día me invitaron desde México a hacer un seminario sobre la historia de la literatura. Entonces ese sentimiento tuve que organizarlo, explicarlo. Hice unas clases y expuse lo que me parecía a mí, las imposibilidades de la historia de la literatura, y seguí adelante con esa idea.

Otro día me encontré en una librería con un editor amigo y estaba con otra persona, esta persona era el gerente, dueño o director de MC y este editor amigo trabajaba para MC y aportaba ideas. Al día siguiente me llamaron y me dijeron: “Hace mucho no sale ninguna historia sobre la literatura argentina. ¿Te gustaría hacer una?”. Lo pensé un poco y dije: “Voy a hacer una combinación”, es decir, puedo llamar historia a un tipo de relato que implique esa idea de núcleos irradiantes, que relate fenómenos literarios y que sirvan para comprender o abarcar muchas otras cosas correlativas, de manera que el que pueda llegar a leer eso tenga al mismo tiempo información y formación de lector y una apreciación de la literatura argentina que no venga por una cuestión causalista heredera del positivismo que es muy canónica e impositiva. Con este criterio organicé un plan para hacer esta serie y ahí empezamos. Ha sido una tarea enorme.

Cada persona que escribe algo se está preguntando si tiene sentido para uno y para los demás.


—¿Tenés algún otro proyecto preparado para editar?

—Sí, por lo pronto está a punto de salir un conjunto de libros de cuatros libros de carácter autobiográfico, tres de ellos son reediciones y el otro es un inédito.

Yo sigo escribiendo, no puedo llamar a eso proyecto. Lo que estoy escribiendo es un relato también de carácter autobiográfico que va ir completando esa idea. No tiene carácter de proyecto, pero de pronto siento que alguna de las cosas que viví o protagonicé tiene un interés para mí de escritura. Simplemente es una escritura muy particular en que el referente son cosas que yo he vivido, he pensado, he sentido, que he visto, gente que he conocido, personas que han tenido importancia en mi vida, episodios, así que miro para atrás y hay algunas cosas que tienen interés objetivo. Por ejemplo, yo he estado en la lucha estudiantil, que es de interés para un momento determinado del proceso de la cuestión universitaria, haber vivido el peronismo de una manera determinada también tiene interés, haber sido secretario o algo así de alguien que llegó a ser presidente, el exilio también, en fin, muchísimas cosas tienen interés. No sé si es un proyecto, pero lo estoy haciendo.

—¿Esos libros para cuándo los tendremos?

—Los cuatro volúmenes tienen que venir probablemente para este mes, los otros están inéditos y otros se están escribiendo. Mientras tanto escribo también otras cosas porque a mí se me da por escribir en varias líneas al mismo tiempo, puedo pasar de una cosa a la otra. Así que estoy escribiendo un relato autobiográfico de mis años en Córdoba, que fueron muy importantes para mí porque ahí empezó mi carrera profesional, ahí me casé, viví, ahí se produjo el Golpe de Onganía. Muchísimas cosas pasaron en mi vida, en mis viajes a Europa para trabajar allí. Otras cosas que siempre trato de hacer, ensayos se puede decir, sobre cosas que me van surgiendo. Ahora estoy escribiendo dos, uno habla de la poesía y tiene un carácter más reflexivo, y otro sobre la relación de padres e hijos como para un artículo de los que publico en Página 12. También al mismo tiempo voy escribiendo poemas.

Es un vicio, una locura, una adicción, escribir con una manía, sería como que no sé hacer otra cosa y las cosas que hago tampoco las sé hacer muy bien.

—¿Es una forma de seguir viviendo la poesía o el escribir mismo?

—Yo creo que sí, en ese sentido es un instrumento único, no mucha gente lo tiene. También es una verificación triste, pero mucha gente que tiene menos edad que yo no tiene ese instrumento y por lo tanto no sabe qué hacer con la edad que tiene. Escribir supone también leer, porque también yo leo y cuando algo me interesa le escribo a los autores, les hago comentarios a los lectores, eso implica una gratificación porque la cultura literaria argentina tiene un rasgo de avaricia, la gente no comenta. Me refiero a gente que lee y tiene una opinión, pero la oculta por si a alguno le gusta o no. Salvo que un texto de pronto se convierta en un fenómeno y que sea imposible no tener opinión. Si de repente aparece, por ejemplo, Cien años de soledad, de García Márquez, acá en Buenos Aires, alguna gente hablaba de eso y decía “¿Cómo no lo leíste? Tenés que leerlo”, pero otros libros no tienen esa suerte, aunque sean leídos no hay un reconocimiento implícito.

—¿Qué les dirías vos, que fuiste profesor, que has leído y sos escritor, a los jóvenes que quieren sacar sus libros o están estudiando?

—Que es un oficio muy duro, estás sometido a prueba permanentemente, es decir, cada persona que escribe algo se está preguntando si tiene sentido para uno y para los demás. A veces pareciera tener sentido para uno, por ejemplo, la gente que escribe en el Facebook o en las páginas tiene sentido para ellos escribir y no necesariamente tiene sentido el resto. Pero el que se propone a escribir libros hacia afuera, la pregunta es si tiene sentido para él y para el exterior, eso acecha, eso es lo duro del oficio. Yo les diría a los jóvenes que lo sepan y que lo asuman y lo enfrenten, que pulan su elemento y que se tiren al ruedo todas las veces que puedan.

María Alejandra Crespín Argañaraz
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