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Nélida Pessagno: “La inspiración no basta”

domingo 5 de febrero de 2017
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Nélida Pessagno
Pessagno: “La palabra puede ser una herramienta maravillosa para llegar a la belleza”.

Nélida Pessagno ha sido nombrada por iniciativa del jefe de Legisladores del Frente Renovador, y se le entregó en diciembre la distinción de “Personalidad Destacada en el Ámbito de la Cultura”. Es poeta destacada y vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Escritores (Sade).

—¿Cómo fueron sus inicios en la literatura, qué libro la subyugó primero?

—Recuerdo que escribía lo que intentaba ser poesía, alrededor de los nueve años. Mi maestra de tercer grado, a la que le debo el primer impulso en el tema de la poesía, una riojana hermosa que se llamaba María Elena Santillán, me publicó un poemita en el diario Dos Banderas, que editaba mi colegio, el Normal Nº 8 de Maestras, Julio Argentino Roca. Mi padre, muy amigo de Luis Franco y de Arturo Cuadrado, les daba a leer mis cosas a estos admirables hombres, de los que también recibí generosos estímulos. Mis hermanas y yo leíamos muchísimo, los libros eran muy importantes en mi casa. Un libro que me impresionó en mi adolescencia fue el Demian de Herman Hesse, que me condujo a la lectura de toda su obra, también Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda.

—¿Qué autores recomendarías leer?

Hay que amar la propia obra, pulirla como a una pieza de orfebrería.  

—La lista sería inacabable. En principio, y sin temor a equivocarme, si tuviera que recomendar comenzaría por los clásicos, muy especialmente los de lengua española porque ayudan a adquirir una estructura correcta de la lengua. Nuestro país tiene enormes escritores, algunos lamentablemente olvidados como Luis Franco, Ezequiel Martínez Estrada, Juan L. Ortiz, Antonio Esteban Agüero, Vicente Barbieri, la lista es larga. Particularmente y muy repetidamente releo a la noruega Sigrid Undset, a Roger Martín du Gard, a los escritores rusos, por los que tengo pasión —tanto que estudié ruso dos años con la intención de leerlos en la lengua original, cosa que no logré, porque el ruso es un idioma muy complejo que requiere muchos años de estudio y no pude seguir con los cursos por una razón de tiempo. Naturalmente y muy enfáticamente recomiendo leer poesía. En algunas universidades inglesas obligan a leer este género literario porque agiliza el pensamiento y moviliza la comprensión. Mis grandes preferidos son Pablo Neruda, Vicente Huidobro, César Vallejo, Manuel del Cabral, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Octavio Paz, Rafael Laffón, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Olga Orozco, Gioconda Belli, Enrique Molina, Antonio Machado, Miguel Hernández, Roberto Themis Speroni, Raúl Gustavo Aguirre, Horacio Arman, María Granata, Enrique Molina, Aledo Luis Meloni, Rafael Alberti y más… y más…., siempre tengo a mano a los poetas, saco un libro al azar y releo. En conclusión, yo afirmaría sin retaceos: hay que leer poesía.

—En toda tu poesía se ve una gran emoción, como el poema titulado “¿De qué hay que hablar si no del hombre?”, que lo dedicas a la memoria de un niño sirio. Cuéntanos cómo nació este poema.

—Al recibir el diario del día en primera plana aparece la fotografía del cadáver del pequeño niño de tres años Aylan Kurdi, uno de los ciudadanos sirios que trataban de huir de los horrores de la guerra cruzando el mar Egeo. Me pareció el emblema más significativo del dolor inexcusable que trae la guerra a la vida de los seres humanos. El tema de la guerra me obsesiona; por esa razón me he acercado a la Federación Universal para la Paz (UPF), apoyada por la Naciones Unidas, con quienes colaboro y hace ya dos años me han designado como embajadora para la Paz. La guerra, sin excepción, es impulsada únicamente por intereses espurios.

—Los escritores que lean esta entrevista y tienen su obra, su poemario sin editar, ¿qué consejo les darías frente a la obra?

—No me gusta dar consejos, les diría lo que yo hago. Corregir y corregir. Borges decía: “Publico para dejar de corregir”. Hay que amar la propia obra, pulirla como a una pieza de orfebrería, claro que tenemos un límite, cuando lleguemos a ese límite, que es el que nos impone nuestro propio talento, ahí, recién publicar. La palabra puede ser una herramienta maravillosa para llegar a la belleza. La inspiración no basta, hay que trabajar. Cierto es, no todos vamos a ser Neruda ni Borges, pero, eso sí, dar lo mejor de nosotros mismos, respetarnos y respetar a los lectores. Amar a nuestro libro como amamos a nuestro hijo, con toda el alma, para que el día en que salga al mundo también pueda ser amado por otro.

María Alejandra Crespín Argañaraz
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