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4 3 2 1, de Paul Auster: la novela como propagación

sábado 20 de enero de 2018
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Paul Auster
Auster vuelve a operar desde un tono narrativo y un sitio de enunciación que diseña sin gobernar, que construye sin afirmar. Fotografía: David Shankbone

I. Invenciones

“Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan?”.
P. Auster, Diario de invierno

La novela que acaba de publicar Paul Auster en 2017, luego de siete años de silencio, reúne en sus novecientas cincuenta y siete páginas la historia de Archie Ferguson, nieto de un ruso que llegó a probar suerte a Nueva York a principios del siglo XX e hijo de Stanley Ferguson, quien vio nacer a Archie el 3 de marzo de 1947 en Newark. Estos datos forman parte del capítulo 1.0 de la novela, para luego dar lugar a una estructura sorprendente y vertiginosa: se relatan cuatro vidas de Ferguson con variables y entrecruces diversos, que componen cuatro posibilidades narrativas. En la primera, Ferguson es un periodista crítico con el sistema político y cultural de su país; en la segunda, un niño prodigio que nunca termina de materializar sus aptitudes; en la tercera, un artista imantado por la cultura europea; en la última, un escritor en plena producción novelesca, que termina escribiendo 4 3 2 1 en las páginas finales.

Oscilando entre el gesto autobiográfico y una invención que pretende escamotear esa gestualidad incómoda para el estilo Auster,1 la voluminosa novela potencia esas dimensiones poniéndolas en jaque: ¿qué posibilidad autobiográfica explora un texto que se abre a múltiples itinerarios vitales? ¿De qué modo el registro biográfico podría habitar la escritura de lo inesperado?

El mismo sitio plural que escenifica la narración en abanico se deja interrogar en sentido inverso: ¿cómo participa de esa invención el singular contexto sociopolítico de la década de los sesenta en Estados Unidos, con experiencias tan decisivas para todos y cada uno de sus habitantes, incluidos los “cuatro Ferguson”?2 ¿De qué modo los trayectos existenciales atraviesan y son atravesados por los sucesos colectivos? ¿Qué incidencia tiene aquello que no se planea ni espera en las vidas de los hombres y mujeres que creen en sus decisiones autónomas? ¿Cuál es el sitio de la escritura en esos planos cruzados que conciben lo posible —la narración de lo posible— como parte de lo real?

El gesto más creativo y sorprendente del novelista está en la estructura de 4 3 2 1.

4 3 2 1 intenta una compleja respuesta, nunca definitiva, a esas interrogaciones. La vida entrevista como un desierto donde lo real se construye, se teje entre el azar y lo fatal, entre el curso y el recurso de lo decidido y lo inesperado: la existencia misma como posibilidad múltiple pone en cuestión la idea de destino, la noción de programa vital, el concepto mismo del tiempo por venir (“¿Cuántas mañanas quedan?”).

Las historias que se suceden, recorriendo los itinerarios de los “cuatro Ferguson”, están diseñadas desde un realismo plano, sin relieves extraordinarios, a veces previsible, elegante, creíble y seductor. El gesto más creativo y sorprendente del novelista está en la estructura de 4 3 2 1: desde la indicación numérica en cada capítulo (el número, aquí, se pone en tensión con la estética del azar, que gobierna esta obra y toda su obra).

El esquema 1.1 / 1.2 / 1.3 / 1.4 para cada zona narrativa indica los recorridos y se expande hasta la serie 7.1 / 7.2 / 7.3 / 7.4. Este ordenamiento se desliza hacia la perplejidad cuando el capítulo 3.2, por ejemplo, aparece vacío como correlato del capítulo previo de esa serie, cuando muere el Ferguson 2:

…sintió la madera chascar en su cabeza como si alguien le hubiera asestado un golpe por detrás y luego no sintió nada, nada en absoluto ni nunca más, y mientras yacía en el empapado suelo, la lluvia siguió cayendo sobre su cuerpo inerte y el trueno siguió restallando, y de un extremo a otro de la Tierra los dioses guardaron silencio.3

El mismo gesto se repite cuando muere el Ferguson 3 y el capítulo 7.3 dice el vacío, que retumba en el correlato de los otros itinerarios narrativos.

El capítulo final (el 7.4) es el que satura el metadiscurso novelesco: la novela habla de su sentido y gestación. El Ferguson que “está escribiendo 4 3 2 1” es el que más se aproxima al modelo “real” (el perfil del escritor Paul Auster), pero aun ese recorrido es entendido y propuesto desde un paradigma ficcional, es uno más de los cuatro registros novelescos; el gesto no es menor: lo vital se subsume en el universo de la invención, el escritor no sólo no dispone de las certezas ni de las precisiones de las historias sino que tampoco puede escapar del pliegue que entremezcla vivencia y escritura, memoria e imaginación. Las cuatro vidas posibles son sometidas al proceso constructivo del lenguaje narrativo, incluyendo aquella que parece más cercana al trayecto “real”. Con un agregado que funciona como una clave del texto en particular y de la concepción novelesca austeriana en general: lo que se imagina desde la creatividad narrativa es también parte de la realidad, aunque no tenga ni roces con aquello que se suele designar con la solemne categoría de “lo real”. Entre las últimas páginas de 4 3 2 1 volvemos a recuperar esa mirada tan productiva para entender los trabajos de Auster:

…porque lo real también consistía en lo que podría haber ocurrido pero no sucedió, que un camino no era ni mejor ni peor que otro, pero el tormento de estar vivo en un solo cuerpo significaba que en un momento dado uno tenía que encontrarse exclusivamente en un solo camino, aunque pudiera haber estado en otro dirigiéndose a un lugar enteramente diferente.4

Auster vuelve a operar desde un tono narrativo y un sitio de enunciación que diseña sin gobernar, que construye sin afirmar. Concibe la historia (las historias posibles, paralelas, múltiples) desde el único territorio que puede dar cuenta de esa totalidad sin agotar sus sentidos: el del escritor que abre puertas, que elude clausuras. Por eso 4 3 2 1 deja la impresión de un texto que continúa, que podría decir más, que invita a la propagación porque en esa posibilidad expansiva está su noción y su sentido: lo real deja de ser un desierto cuando es narrado, el vacío abandona su cuerpo informe cuando la escritura decide adivinar sus siluetas:

Dios no estaba en ninguna parte, dijo para sí, pero la vida estaba en todas partes, y la muerte estaba en todas partes, y los vivos y los muertos estaban unidos.

Sólo una cosa era segura. Uno por uno, los Ferguson imaginarios morirían, pero sólo después de haber llegado a quererlos como si fueran reales, sólo después de que la idea de verlos morir le resultara insoportable, y luego volvería a estar solo consigo mismo de nuevo, el único sobreviviente.

De ahí el título del libro: 4 3 2 1.

 

II. Propagaciones

“No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo, en otros yo, no usted; en otros, los dos. En este, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro usted, al atravesar mi jardín, me ha encontrado muerto; en otro yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma”.
J. L. Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”.

En esas páginas finales, luego de describir la muerte accidental de Ferguson 1, el texto toma un atajo que sorprende pero a la vez consolida la idea de la narración como propagación. La novela imagina qué hubiese hecho si no moría entre las llamas del incendio: seguramente, como periodista inquieto, hubiese registrado y develado lo ocurrido en el amotinamiento de 1971 en NY, escapando del informe oficial para desnudar los asesinatos ordenados por el gobernador Rockefeller que convirtieron el lugar en una cacería inhumana. El hecho, su descripción desnuda, tomando posición por los derechos humanos y arremetiendo contra las formas de la brutal represión estatal signada en un apellido, es lo que habría escrito el mismo Ferguson, pero es lo que la narración dice, como un eco que sobrevive a las circunstancias.

La presencia reiterada y sostenida de las lecturas de obras literarias que iban construyendo la mirada y la inteligencia de los Ferguson es inacabable y brillante.

Esa sensibilidad política y social deviene de la formación que el mismo contexto de la década (quizás el último momento de proyectos colectivos que logró cautivar a una generación en el mundo occidental) logró como huella cultural en los jóvenes “sesentistas”: los herederos de las luchas por los derechos civiles, por el progreso social, las rebeldías del rock y la vanguardia artística, el nuevo concepto sobre los derechos del hombre, la crítica a la voracidad capitalista, las convicciones pacifistas, ecologistas y feministas y el desenmascaramiento del “sueño americano”, entre otras tantas experiencias, dejan marcas y perfiles, maneras de entender al mundo y al hombre en el mundo. La novela, que entremezcla las vidas posibles de sus personajes que son uno y son cuatro, que son idénticos pero a la vez diferentes, que muestran, como dice Sergi Sánchez:

…que Auster está buscando la forma más apropiada a la torrencialidad de cada uno de los destinos de Ferguson, que es rico, pobre, huérfano, heterosexual, bisexual, lector voraz, cinéfilo y etcétera, pero que siempre es, de un modo u otro, escritor.5

La presencia reiterada y sostenida de las lecturas de obras literarias que iban construyendo la mirada y la inteligencia de los Ferguson es inacabable y brillante; los escritores como maestros de la sensibilidad y la agudeza de los hombres y las mujeres de un tiempo de estrépito, creación y esperanza. A esas referencias literarias (casi todas del mundo norteamericano, inglés o francés) se suman las de algunos en lengua española (el omnipresente Cervantes) y también Borges. Pero además, Zimmer y Fogg, personajes de Auster en El palacio de la luna, quizás su narración más potente y más intensa,6 ofreciendo de nuevo al lector la noción reversible de planos yuxtapuestos: lo que se percibe como real, lo que se lee para comprender lo real, lo que se escribe para decir lo real.

Aquella marca doble, entonces: escritores (de distintos modos y desde distintas perspectivas) y herederos de la última generación romántica del siglo XX, es tristemente vencida por la realidad del mundo contra el que escribieron, contra el que lucharon, contra el que pensaron y sintieron. La sociedad que termina imponiéndose en el final de 4 3 2 1 no es la de ninguno de los Ferguson, tampoco la de la generación marcada a fuego por aquellas experiencias que parecían presagiar un mundo más humano, más amable y más justo; la última página de la novela señala el advenimiento de Nelson Rockefeller al poder, como vicepresidente de Gerald Ford, pasada ya la década fulgurante de los sesenta.

La página última no puede ser leída más que como la irónica descripción de una derrota generacional, como la muerte triste de las ilusiones de las que dan cuenta las casi mil páginas del texto. Queda, por cierto, la palabra novelesca, para significar el tiempo plural de lo que pudo ser pero no fue, si es que no somos, como dice el cuento de Borges, un error o un fantasma.

Sergio G. Colautti

Notas

  1. En Diario de invierno, de 2012, el texto con más pretensiones autobiográficas de Auster, la utilización de la segunda persona como principio de construcción narrativa marca esa incomodidad y, a la vez, señala la constante vocación del autor por contar desde la proximidad y la cercanía a un mundo, a un contexto cultural y político: la invención se dice, en Auster, desde los parámetros existenciales que definen lo real.
  2. En la página 883 leemos una enumeración impactante de esas experiencias: “La guerra de Vietnam, el movimiento de los derechos civiles, el auge de la contracultura, avances en el ámbito del arte, la música, la literatura y el cine, el programa espacial, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, la pesadilla de los asesinatos de personajes públicos, el conflicto racial y los guetos en llamas… la revolución de la píldora, el movimiento Black Power, la ascensión y caída de la Nueva Izquierda, el rock and roll, Malcolm X, George Wallace, Jimi Hendrix, los Berrigan y Ronald Reagan”.
  3. Auster, P., 4 3 2 1, Anagrama, 2017, pág. 210.
  4. Auster, P., 4 3 2 1, pág. 953.
  5. Sánchez, Sergi, “Auster en el país de los destinos que se bifurcan”. El Periódico, Barcelona; 5 de septiembre de 2017.
  6. Auster, P., El palacio de la luna, Anagrama, Barcelona, 1990.
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