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El inquilino, de Javier Cercas
Acerca del punto ciego

miércoles 14 de agosto de 2019
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Javier Cercas
Cercas parece llevar a cabo la lección del Pierre Menard de Borges: un texto idéntico puede ser otro texto cuando es sometido a un “leve anacronismo”. Fotografía: Albin Olsson

 

“El inquilino”, de Javier Cercas
El inquilino, de Javier Cercas (Random House, 1989). Disponible en Amazon

El inquilino
Javier Cercas
Novela
Random House
Madrid (España), 1989; 2019
ISBN: 84-95359-87-1
144 páginas

“El mecanismo que rige las novelas del punto ciego es que hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro”.
Javier Cercas, El punto ciego

La reciente publicación de El punto ciego, reunión de ensayos y apuntes literarios de Javier Cercas, es una buena excusa para volver a algunas de sus obras; el concepto de punto ciego (lo que está pero no se ve, aquello que se supone que existe pero todo lo que se dispone para verlo no lo muestra) invita a releer El inquilino1 para aproximarse a esas nociones en clave narrativa y entender por qué “la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro”.

La sencilla historia se cuenta desde dos planos que terminan construyendo un mecanismo complejo: la estrategia narrativa de la duplicación y el espejismo que se insinúa como presencia inquietante entre los límites de lo real y lo imaginario. Podríamos formularlo en sentido inverso: la presencia inquietante de un objeto en el punto ciego abre interrogaciones sin respuestas posibles y provoca o impulsa esa narrativa de la duplicación.

Lee también: Javier Cercas, de tiempos y de azar, entrevista por Efi Cubero.

Ya desde el inicio se despliega esa estratagema. En el capítulo 1 leemos: “Mario Rota salió a correr a las ocho de la mañana del domingo”, y en el 2, “Eran las ocho de la mañana del domingo…”. La corrida parece la misma pero no lo es: el deslizamiento incluye un episodio menor que será sin embargo clave en la historia: “Fue entonces cuando se torció el tobillo”, leemos en el segundo capítulo, no en el primero. Otra frase, además, prefigura el sentido del texto: “Aunque las difíciles relaciones que mantenía con la realidad…”, se dice en ese inicio, en el sugestivo contexto de la ciudad sin relieves certeros, sin precisiones indubitables: “Un halo de bruma difuminaba la calle: las casa de enfrente, los coches aparcados junto a la calzada y los globos de luz de las farolas parecían dotados de una existencia inestable y borrosa”.

Una historia, o más de una historia, parecen emerger de una semana extraña y un clima brumoso, sin referencias únicas ni afirmaciones elementales; solamente las dudas del existir o, peor aún, el tembladeral de las existencias dobles y los episodios especulares.

La aparición de Berkowickz, profesor que ocupará el cuarto de Rota, que se vinculará con su propia novia, que también lo reemplazará en algunas de sus clases, es la figura enigmática que aparece de un lado del espejo. Del otro lado está Rota. El otro es el mismo, con desplazamientos que abonan el enigma. Sobre el final de la novela, alguien hace la pregunta que quiebra la apariencia especular: “¿Se puede saber quién demonios es Berkowickz?”. Desde ese punto, cuando el lector advierte que el personaje se evapora, que su presencia se corresponde con el registro onírico o fantástico, la narración comienza a repetir fragmentos ya leídos: la descripción del cuarto, la visita al médico, hasta la corrida matinal (que pasa a ser del día lunes, quebrando la repetición de esa semana extraña y especular).

Rota vuelve a la rutina habitual, escapa de la resbaladiza realidad de esos días y retoma la relación con su novia, Ginger. Esfumado aquel espejismo desde el cual el profesor amenazaba su trabajo y su dignidad, Rota descubre, entre sus papeles, el artículo titulado “The syllable in phonological theory: with especial reference to Italian”. Ocurre que ese artículo es el que Berkowickz le dio para leer desde el otro lado del espejo, desde la escena que ahora sabemos que se corresponde con un sueño, una alucinación o una realidad paralela. Pero el objeto aparece de este lado, en ese espacio que denominamos, que Rota pretendería denominar, lo “real”.

Ese territorio inexplicable, que se abre a la interrogación haciendo crujir las lógicas y las coordenadas racionales, es lo que Cercas denomina “el punto ciego” de la narración:

La novela no es el género de las respuestas sino el de las preguntas: escribir una novela consiste en plantearse una pregunta compleja para formularla de la manera más compleja posible, no para contestarla, o no para contestarla de una manera clara e inequívoca; consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble, no para descifrarlo (a menos que volverlo irresoluble sea, precisamente, la única manera de descifrarlo). Ese enigma es el punto ciego.2

Cercas parece llevar a cabo la lección del Pierre Menard de Borges: un texto idéntico puede ser otro texto cuando es sometido a un “leve anacronismo”, cuando la operación lectora se hace desde otro contexto. Otro eco de Borges resuena en las maquinaciones de “el otro, el mismo”, y del espejo como multiplicación de lo real. En ese punto, también los modos narrativos de Paul Auster parecen revisitar esta obra.

Sin embargo, en El inquilino hay una proyección distinta: el trabajo inquietante del otro como duplicación (Berkowickz como reflejo de Rota, es decir, como “inquilino” de su propia presencia existencial) remite a otra operación, más cercana a la idea del estadio del espejo de las nociones lacanianas:

Ese acto de descubrir y reconocer su imagen en el espejo, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que se experimenta la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado y de ese complejo virtual con la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas.3

La construcción narrativa de Cercas se aproxima a ese acto de descubrimiento, reconocimiento y reproducción virtual o simbólica. En la novela se podría rastrear el mismo proceso de sorpresa, estupor y enajenación que postula esa perspectiva psicoanalítica.

Si hay una verdad narrativa y otra verdad referencial, no hay una verdad, hay un punto ciego, parece decir la novela de Cercas.

La relación no puede leerse de modo mecánico; son los pliegues de la similitud y de la aproximación los que ayudan a una recepción más plural del texto.

Estamos entonces entre esos planos, donde es el lenguaje el que construye y da sentido al mismo y al otro (o al mismo desde el otro como lenguaje; para Lacan, recordemos, el inconsciente no es el discurso del yo sino del otro).

Ese fantasma, esa presencia inquietante que Rota ve, imagina o alucina en la figura virtual de Berkowickz, parece alojarse en el espacio ajeno pero, siguiendo ahora a Freud, es siniestro porque parte del propio sujeto:

En lo extraño inquietante, el juego dialéctico de lo familiar y de lo extraño, por el hecho de que está concentrado en el mismo objeto (familiar y extraño a la vez, escondido y desocultado), se complica extraordinariamente. Lo que antes era familiar, emerge bajo un aspecto amenazante, peligroso, siniestro, y que a su vez refiere algo conocido desde siempre que ha estado oculto, en la sombra.4

En el final de la novela de Cercas hay un objeto clave, tan inquietante como extraño: el artículo que un Berkowickz virtual, soñado o proyectado acercó a Rota desde su zona alucinatoria, especular y siniestra. El artículo reaparece en la vida “real” de Rota, en ese espacio constatable y tranquilizador donde vuelve a vivir el perturbado profesor. Su sola presencia allí, en el final del texto, es el sismo que interroga sobre la constatable y tranquilizadora cualidad de lo real.

Más allá de los escamoteos alrededor de la certeza y la afirmación que propone la posmodernidad líquida, la confrontación entre una verdad que construye la narración y otra que se registra en las referencias “realistas” de la historia, pone en jaque el mismo concepto de verdad, tan dependiente del lenguaje y sus sentidos dispersos, tan dependiente de la potencia simbólica que nos construye desde el otro, el que aguarda y amenaza desde el espejo y sus fantasmas. Si hay una verdad narrativa y otra verdad referencial, no hay una verdad, hay un punto ciego, parece decir la novela de Cercas desde la perplejidad final del profesor Rota.

Sergio G. Colautti

Notas

  1. Cercas, Javier: El inquilino. Random House. Barcelona (España), 1989.
  2. Cercas, Javier: El punto ciego. Random House. Barcelona (España), 2016.
  3. Lacan, Jacques: Escritos. Buenos Aires. Siglo XXI, 2014.
  4. Errazuriz, Pilar: “El rostro siniestro de lo familiar”, en: Cyber Humanitatis, revista de la Universidad de Chile.
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