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Mar de huesos, de María Ostolaza
Marejada en piel de versos y gaviotas

sábado 7 de marzo de 2020
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“Mar de huesos”, de María Ostolaza
Mar de huesos, de María Ostolaza (Isla Negra Editores, 2019). Disponible en la web de la editorial

Mar de huesos
María Ostolaza
Poesía
Isla Negra Editores
San Juan (Puerto Rico), 2019
ISBN: 978-9945-608-28-1
64 páginas

“(…) a veces
somos el recuerdo de una calle mojada
una canción marchita
haciendo el amor al pasado
a la herida de un poema (…)”.
Del poema “las promesas” (página 27) de María Ostolaza
Mar de huesos (Isla Negra, 2019).

A veces somos también las sombras que huyen lentamente de la ciudad y sus callejones, bajo la lluvia hasta llegar al mar para encontramos a nosotros mismos. Quienes amamos la paz del mar, que nos impregnamos del salitre para escribir y amar, que son casi el mismo acto, el mar es el lugar para reflexionar como lo es la propia poesía; como también lo es este poemario, tan existencial y orgánico: un mar de versos y piel, mar nocturno, mar sensual, mar de huesos, mar de confidencias y cicatrices, para encontrarnos a nosotros mismos, en la propia autocontemplación de la poeta sanjuanera, residente en Humacao, y crítica de arte, María Ostolaza.

Mar de huesos nos invita a penetrar en sus tópicos principales desde el primer poema: el mar como la inmensidad de la existencia y el tiempo, la metaliteratura, el cuerpo mutilado cicatrizando poemas, las gaviotas como la libertad de la poeta, el amor y amarse a una misma, desde la playa que es la certeza, y nuestro calendario de vivencias, el hogar. Este océano que somos, en Ostolaza llueve versos cortos de rima libre, líricamente melodiosos como en odas… Escrito en totalidad en letras minúsculas como es la cercanía, el misterio de la vida y de la propia creación: el poema. En letras minúsculas y versos cortos para acercarnos al propio cuerpo de la poeta e intimar o navegar cómplices con ella.

El poemario presenta un balance rítmico, de versos minimalistas, libres de juegos de artificios, que nos llevan, seductores, a una impecable comunión entre el intelecto y la carne.

 “en la cicatriz de un poema / a la orilla de las horas / infinita / soy gaviota / sin playa”; así cierra el poema “cuando me lloro” (pág. 13) que abre Mar de huesos.

Este poemario de la también chef profesional María Ostolaza presenta una búsqueda de aplacar los recuerdos dolorosos y sus cicatrices que se han convertido en ecos disonantes para convertirlos en salvación, en poesía. Aquí nada está quieto, sino en vuelo libre y cargado de ritmo. Versaba Pablo Neruda en su poema “El mar”: “Necesito del mar porque me enseña: / no sé si aprendo música o conciencia”, y en esa “universidad del oleaje”, que versa Neruda, nuestra poeta Ostolaza es la rectora y poeta residente.

Y es que las artes en general, y la poesía en particular, tienen unas funciones “curativas” frente a nuestros padecimientos existenciales, al menos para aliviarlos. Sostiene el poeta catalán Joan Margarit: “La cultura no es un adorno, es algo tan serio como la penicilina, la energía o la electricidad”.

Esta carga apalabrada vital, curativa y amorosa, recorre los veintitrés poemas que componen Mar de huesos, donde la voz poética versa en melancólica sensualidad sobre el tiempo, la vida misma, el pasado, las ausencias y el cuerpo. Es un poemario de introspecciones y búsquedas muy profundas no exentas de ternura y erotismo en cuerpo de mujer y en la metapoesía. Mujer y poesía son una misma. A su vez, el poemario presenta un balance rítmico, de versos minimalistas, libres de juegos de artificios, que nos llevan, seductores, a una impecable comunión entre el intelecto y la carne. Son poemas, definitivamente, de una poeta segura y corpórea con gran dominio de la técnica poética.

La narradora estadounidense Katherine O’Flaherty, conocida por su seudónimo Kate Chopin, comentó: “La voz del mar le habla el alma. El toque del mar es sensual, envolviendo el cuerpo en su abrazo suave y cercano”. Ese abrazo, en Ostolaza, es cercano, vital, en imágenes sumamente sensoriales. Veamos su poema “naufragio del horizonte” (pág. 31), que es hermoso y lingüísticamente erótico, donde como en otros poemas de esta colección (tal es el caso de “distancia”, pág. 51, o “marejada”, pág. 53), encontramos plasmado ese dueto entre el intelecto y la pasión:

naufragio del horizonte

tu piel
humo al morder las horas
es carrusel
cigarrillo en los dedos de la noche

cada pliegue de tu cielo
es gemido
habita mi desconsuelo
otro fusil del verbo

cuando quebramos los huesos
al besar
rocas nocturnas
distantes
me pierdo embriagada
al filo del silencio

Aquí el mar es movimiento y su música o ritmo es certeza.

Esta sensualidad, que también concluye siempre en la meditación en ese yo, ya sea como gaviotas, o bajo la lluvia, o en cuerpo de mujer transgresor, con el poder de la sanación pues la poeta sabe que desnudando la nocturnidad y los miedos, llegamos a controlar nuestra realidad, nuestra poesía. Así como planteaba Heidegger, que la poesía es la propia esencia del lenguaje, por lo que el lenguaje mismo es poético y el poeta es el auténtico creador de lenguaje. Y es que, como dictaba el gran César Vallejo, el poeta es un pequeño dios, en este caso diosa. Sólo las divinidades pueden entregarnos el misterio de la querencia y el tiempo. O tal vez, nuestra voz poética en Mar de huesos es una alquimista que convierte o torna esas pequeñas cosas que cosechamos en el calendario de nuestras vidas, en deslumbrantes, únicas, extraordinarias a través de la nostálgica y sexual poética de Ostolaza.

Citando al poeta y crítico español Gregorio Muelas Bermúdez, “María Ostolaza escribe sobre la ausencia y el tiempo, delgado como el agua, triste como el oleaje, que le dicta un discurso líricamente melancólico”, así vemos claramente en el poema “luna roja” (pág. 17):

…como peces en cascada
silencio

nos llueven los miedos del mundo
la desnudez del alma,
espejo cómplice de la melancolía

y,
me besas.

Hay en estas páginas dolor, se siente el crujir de la fragilidad de los huesos, mas no decaimiento ni quebrantamiento, mucho menos pesimismo, sino versos investidos de sabiduría y mucha esperanza. Aquí el mar es movimiento y su música o ritmo es certeza. Aquí, además, las pasiones y ausencias son organicidad, la poeta se presenta como ave, es gaviota en vuelo libre sobre ese mar de sus cavilaciones, entretanto domina a la palabra, empoderada decidiendo cuándo y con quién sexualizarse, que no es ella sino el tiempo quien naufraga, pero una ella que también permite a las melancolías anclarse en el alma (como describe claramente en el poema titulado “algunas veces”, en la página 37: “esa mujer, / reflejo / hace el amor a rostros transeúntes / sobre los días tristes / sobre palabras delgadas”.

En Mar de huesos la poeta transgrede los espacios comunes: el cuerpo, la desnudez del alma, los miedos, el tiempo, el olvido.

Mar de huesos es un poemario, además, de plenitud total. Aun en ese Mal o Mar de Huesos y Dolor, triunfa la poeta, pues su propio cuerpo se textualiza y la voz poética conversa con sí misma, y hasta se llora en unas instancias, y se hace el amor en otras. Y es que también tenemos que amar los abismos, la oscuridad, las pruebas físicas y emocionales de la vida que nos paren madurez y sabiduría, que nos paren poesía cuando tocamos el alma del misterio. La poesía, decía Rilke, no son sentimientos (que los tienen todos), sino experiencias, y que éstas puedan intimar con ese ser que está al otro lado de la palabra. Y así, Ostolaza es íntima, lírica, tan cercana y potente, aunque en ocasiones se permite ser “ave de cristal” en “oleaje de cuerpos / inmolados, / barcos de papel / a la deriva” (pág. 29).

Definitivamente esta obra literaria cierra otro ciclo poético y humano de Ostolaza, como humo de cigarrillo en su poema (pág. 55), emprende un viaje contemplativo sobre el pasado y un nuevo comienzo de mujer y poeta; a fin de cuentas es imposible separar ambas.

En Mar de huesos, además, la poeta transgrede los espacios comunes: el cuerpo, la desnudez del alma, los miedos, el tiempo, el olvido, y los lleva empoderada hasta otro nivel aun cuando sea después de la “marejada” versando “mordida del eco del viento / … / quizás / las palabras / vistan este laberinto de sombras / cada pisada de mí / estas voces de mar verde” (pág. 53) y el propio “humo” citando “cómo decir / aquello que se debe olvidar / para vivir” (pág. 55), para finalmente “tocar fondo” (página 57) y observar que aun con “cada despertar del cielo” no se puede recuperar el pasado, pues todo queda en el peso del silencio, hasta “la vida desnuda”, muy despacio.

Para concluir, al leer el poemario me fui en ese viaje de mujer gaviota de María Ostolaza. Me sentí como aquella escena de la película de Alejandro Amenábar Mar adentro (2004), cuando el poeta cuadripléjico Ramón Sampedro (interpretado por Javier Bardem) escucha el aria Nesum Dorma (de la ópera Turandot) que hermosamente lo lleva a sentir que se levanta de su prisión que es la cama, esa música/poesía le permite caminar hacia esa distante ventana, abrirla y volar sobre la costa, sobre la playa, sobre la imagen de aquella mujer amada, esa paz del océano libera los dolores, las mutilaciones, a pesar del tiempo detenido y sentirse libre, e inmenso. Así mismo es este poemario de María Ostolaza, que les invito a leer y volar libres sobre su mar de huesos, mar de versos. Un aplauso a la poeta y ¡que viva la poesía!

Ana María Fuster Lavín

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