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Aginecia IV: Kairós

lunes 6 de junio de 2022
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¿Te han dado alguna vez un revolcón
de kairós,
ese kairós afilado que rasga de un tirón humillante
los lazos que creías bien establecidos
con la realidad
y te deja vulnerado y afligido como un charco
embarrado?
Fueron tardes de ansioso encuentro
en que chapurreabas la lengua de Hafez1
y os emboscabais por las pérgolas de Montjuic
con afanes a veces sólo convergentes.
Las fontanas salpicaban tu alborotada ineptitud
y Aida fingía, pueril, fotos panorámicas
que te situaban a sus espaldas, prono al abrazo
que al final no concedía.
Has proferido en verbo oriental la culminante frase,
Duset daram,2
ya en la primera inocente fusión de vuestros troncos vestidos,
el enredo de cuellos, el pico mal robado
en un pretil público.
Despendoladas caminatas en ascuas, coronadas
por sus cenas deficientes de veinteañera zangolotina
y un té cualquiera en su balcón.
Tus dientes mellados y areniscos
bajo tu burlada gula de regazo y sólidos pechos
primigenios,
tus manos ratones,
tus ojos agujeros para baratas,
tus palabras hojarasca para triscar y yesca remojada.
Citas y más citas anudadas e infructuosas
que ningún duende del tiempo
recompensaría
por más que babeases las solitarias sábanas.
Pero ella era el marjal translúcido, releje enérgico
más allá del noús,3
que chicotea en el recazo material, conciencia opaca,
margen donde esperas.
Y sabedor de una suerte acaso irremediable
no cejaste de empujar como el ariete,
confiando en el instante fúlgido,
en el revirar del aire pinzado un segundo,
en la ocasión intersticial, efímera,
en la circunstancia cuántica y paralela
que rebasara esta paramera vivida,
la de los magnos lienzos de tu cotidianidad unívoca
y célibe.
El ojal de antirrealidad no se abrió nunca
ante tu rostro crispado.
O siempre se mostró a tu vista ciega
y no supiste evitar
que germinasen en alternativas honduras,
en existencias equivalentes, pero ajenas,
en otros brazos masculinos,
esos brotes de ella tristemente apetecidos.
La buscarás siempre en múltiples pavimentos digitales,
en el rastro de un número telefónico
ya desvinculado,
despersonalizado ahora entre tus yemas,
mal nutridas por tu propia impericia.
Entre qué gentes…4
La matadura del kairós duele extremadamente
en el páncreas,
mientras bebemos en cántaros de serie
tan intangibles como el curso
ya ido de las cosas.
Si hubieras deseado a vuestra común amiga Nasim,
como ésta parecía buscarte,
habrías corrido igualmente
como salvaje potro desorientado
contra el fruto siempre huidizo.

 


 

La proliferación de nombres inaprensibles
sea acaso una señal:
………………………………..Gabi apareció en no recuerdas qué
encuentro veraniego,
abría las puertas de la playa a oscuras,
entre tantos desconocidos insignificantes,
con una inacabable sonrisa de mefistofélica mulata.
Y la robaste a la agenda informal, asendereada y boba,
que la arrastraba en busca
de un mediterráneo trasunto de su california natal,
entre chaflanes del ensanche y paseos góticos.
No era ella la Idea pura, pero contenía
la sustancia formal que al aginécico quema.
Se escurrió del mismo modo,
incluso hospedada una noche
tras perder el vuelo.
Meros hocicados achuchones no pudieron saciarte.

 


 

La trataste acaso de nuevo a través de otra epifanía
en el jardín histórico de la Universidad
mientras observabais una estatua,
banal pretexto para insuflar tu concupiscencia
entre blancos dientes dominicanos,
siempre sellados.
También pernoctó sola en un cuarto de tu casa.
Cuando cimbreaba íntimamente Esmerarda,
durante el desayuno,
agradecida de nulas incursiones nocturnas imprevistas,
te hubiera sorbido con gusto por fin,
aunque siempre bajo el estricto hamurabi5 de la Insinuación,
que tu mente incivilizada transgrede.
Resbaló igualmente el gorgojo acrónico
hasta colarse por el orificio de las sillas
del comedor,
abandonadas muchas horas.
Morbosa ausencia de Esmerarda aun ahora dolorida,
que apenas si adormece su esporádico saludo
telemático
provocado por el odio ideológico sentido
ante noticias de Manadas,6
que contrapone, tácitamente agradecida, a tu proceder
de aquella noche.
Y respondes, amargamente,
con un mimo de íntegra amistad.

 


 

Me he entretenido en explicártelo:
no es un resarcimiento alternar con gorgonas
más allá de los arimaspos.
Ni siquiera si están acostumbradas a seducir perseos.7
Era de Nieves el deseo y el camino
fue de Nieves.
¡Cuánto pesaba de general!8
Fuiste firme cuatro veces, en medio
de tus flacas dubitaciones de leproso intelectual,
que al principio la cautivaran.
Pero no la retuvieron, ni debían.
¿Habías comprendido un poco más qué es eso
del trueque dérmico
practicado hasta el infinito,
mental o realmente,
en el vientre mucoso cada crepúsculo
de la Polis alternativa,
ese llamado “sexo casual de andar de fiesta”?
No teoremas de hechuras concebidas y gozadas
en etérea fruición,
no el intercambio orgánico y humano,
ni siquiera el amor físico stendhaliano o el de placer,
sino un transer rápidamente humanizado y gólem
que consume con otro un producto permutado.

 


 

No obstante, insististe quizá mucho más
y aquel lémur jeremías y polvoriento,
que lengüetea tras los perfiles momentáneos del cromosoma XX,
te enseñó la trocha bien trillada
del chateo furtivo, poseso y tenebroso
que se fragmenta en caseros minutos multiplicados,
en que dos seres extrañamente lo son
para sí mismos, creyendo que se abren al otro,
en la distancia de miles de kilómetros.
Digamos que la imaginación
es falsada menos a menudo.
Aprendiste con María no sólo griego sino también
el monótono coloquio del enamorado.
Y existió de veras, tras de las pantallas, en Salónica,
donde gozaste corsariamente lo común
de una unión sencillamente buena, sentida y propia.

 


 

¿Lo dirás?
Repetiste operación de nuevo en habla meda
y, rumbo a la urbe de las Petronas,
sobrevolaste continentes para alojarte
en un hotel de piscina derramada
desde el ático.9
……………………….Aunque ya habías traicionado a Élahe
cuando te recibió en su suite como benéfica circe,
verdadera, resiliente y pausada.

 

Otros textos de esta serie

Daniel Buzón

Aginecia V: Civilización

Daniel Buzón

Aginecia II: Transesencia

Daniel Buzón

Notas

  1. Claro está, el persa.
  2. Transcripción del término persa para “te quiero”.
  3. Conocido término griego para conocimiento y mente.
  4. Cita de Neruda.
  5. Hamurabi: evidentemente, está aquí por código legal o moral por antonomasia.
  6. Referencia a un caso judicial reciente, muy mediático en España.
  7. Las gorgonas, los arimaspos y Perseo son personajes míticos griegos, aducidos aquí metafóricamente.
  8. Cita de César Vallejo.
  9. Kuala Lumpur y el Regalia.
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