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Juan de Velasco y el Ecuador del siglo XVIII

lunes 19 de junio de 2017
Juan de Velasco
Juan de Velasco (1727-1792) empieza a escribir en el exilio, y a partir de sus anotaciones, su Historia del Reino de Quito en la América Meridional.

Juan Manuel Velasco nace el 6 de enero de 1727 en Riobamba, en la actual capital de la provincia de Chimborazo, en Ecuador, y que por aquel entonces formaba parte del Virreinato del Perú. Hijo del segundo matrimonio de don Juan de Velasco y López de Moncayo y doña María de Pérez Petroche, tiene 8 hermanos.1 Su padre se desempeña en diferentes oficios públicos, entre ellos maestre de Campo y alcalde ordinario de Riobamba. Juan Manuel, o como es conocido posteriormente, Juan de Velasco, realiza sus primeros estudios de letras, gramática y humanidades en el colegio jesuita de la misma localidad que la Compañía mantiene desde 1703.

Contando con 17 años de edad, Juan de Velasco ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús en la localidad de Latacunga.

Los jesuitas llegan al Ecuador en 1586, dirigidos por el superior asignado para dicha región, el padre Baltasar Piñas, acompañado de los sacerdotes Juan de Hinojosa y Diego González, más un hermano coadjutor (Santos, 1992). Y de inmediato se insertan en la tradición pedagógica e intelectual que caracteriza a la Orden.

Así, para el momento en el que el padre Velasco comienza sus estudios en su ciudad natal, los jesuitas ya venían enseñando gramática latina, filosofía y ciencias eclesiásticas en la Facultad Universitaria de San Gregorio Magno, desde su fundación en 1621, y en el Seminario de San Luis, desde sus inicios en 1594. También, la Compañía trae la primera imprenta al país, que funciona en la localidad de Ambato, y posteriormente, en 1760, en la ciudad de Quito. De la Universidad de San Gregorio Magno se ha escrito:

Otra demostración significativa de la obra cultural de los jesuitas en el Reino de Quito fue la Universidad de San Gregorio Magno, que iluminó los siglos hispánicos (…). En ella, no obstante la distancia que nos separaba de Europa, se conocían las enseñanzas de los grandes sabios que allá innovaban en las ciencias. Su biblioteca, que asombró a los académicos franceses en 1736, cuando vinieron para la mensura de un arco de meridiano terrestre, podría exhibirse con orgullo en cualquier universidad europea (Salvador, 1987, p.27).

Y en relación con la labor de la Compañía de Jesús en los territorios del actual Ecuador, se ha enfatizado lo siguiente:

Dos campos son los cultivados cuidadosamente por los jesuitas en la Colonia, durante la cual, lentamente asistieron al nacimiento de nuestra nación: la cultura y las misiones, dos campos que en realidad son uno solo. Por medio de los colegios se extienden por todo el joven país y afrontan la enseñanza como si estuviesen en España u otra nación europea. No es la mezquina educación que se da a las colonias, la que ellos imparten, sino la que merece una nación que ellos quieren ver creciendo al más alto nivel (Carrión [et al], 1987, p.14).

En 1743, Juan de Velasco viaja junto a sus padres a Quito y es inscrito como alumno interno en el Real Colegio de San Luis, regentado por los jesuitas. Al año siguiente, contando con 17 años de edad, ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús en la localidad de Latacunga. En 1746 realiza sus votos sacerdotales y al año siguiente realiza cursos de filosofía en el Colegio Máximo de Quito. Luego, entre los años 1748 y 1753 estudia cursos de humanidades y teología, obteniendo el grado de doctor en la “reina de las ciencias” de la Universidad de San Gregorio Magno. Al finalizar sus estudios, recibe las órdenes sacerdotales (Velasco, 1960, p. XXIII).

En este período es enviado por el provincial de la Orden, el padre Carlos Brentan, a desempeñar labores de catequesis y predicación de los naturales en la provincia de Imbabura, principalmente por las dotes que el padre Velasco muestra en el dominio de la lengua quechua. Así, Velasco catequiza a los indios en Azogues, realiza otras tareas de evangelización y, cumpliendo estas labores, comienza a tomar contacto con las numerosas tribus de indígenas de su país. De este período, un autor destaca:

La misión del P. Velasco en Azogues no sólo le sirvió para reunir muchas notas sobre el idioma quechua hablado en la región; sino que comenzó a estudiar, con verdadera pasión, las tradiciones conservadas entre los indígenas de todos los pueblos a donde iba para catequizarlos; comenzó a visitar todos los restos de monumentos arqueológicos que todavía se conservaban, algunos intactos, en aquella época; e inició la recopilación de noticias de todo género sobre el pasado de aquellas poblaciones. Sus viajes por todo el sur del país le sirvieron además para sus investigaciones sobre la historia natural de esas provincias en las que fue coleccionando insectos y plantas (Larrea, 1988, pp. 72 y 73).

Pasa luego al Colegio de Cuenca de la Compañía y aprovecha para visitar las regiones colindantes del litoral ecuatoriano, entre ellas Loja, El Oro y Guayas, observando y haciendo anotaciones sobre aquello que le parece interesante: clima, flora, fauna, geografía y las costumbres y tradiciones de las gentes de la región. En 1759 viaja a Quito, donde enseña filosofía en el colegio que los jesuitas mantienen en la ciudad y luego a Ibarra, lugar donde se mantiene hasta 1761 como procurador de la casa jesuita (Batallas, 1927, pp. 6-7).

Desde que comienza su docencia, une a ésta una gran pasión por la investigación y por la recolección de datos acerca de referentes bióticos, de personajes y de las costumbres de las tribus nativas del Reino de Quito. Así, encontrándose en Ibarra, aprovecha para continuar con sus anotaciones y visitar sitios de importancia geográfica, tales como monumentos y ruinas, tomando contacto con los naturales de la región. Respecto a estos viajes de Velasco, y a su inquietud como recolector de noticias, tradiciones y aspectos de la naturaleza de su país, Julio Tobar Donoso ha destacado:

En cada uno de esos viajes, el jesuita fue poniéndose en contacto con el alma del pueblo, estudiando su genio, tradiciones, costumbres y folklore, recogiendo leyendas y noticias históricas, adentrándose en la psicología colectiva, en el espíritu de cada una de las clases, sin necesidad de medianeros e intérpretes, puesto que (…) dominaba la lengua del inca y sus dialectos (Velasco, 1960, p. XLIII).

En el año 1762 Juan de Velasco regresa a Quito y se traslada luego a la ciudad de Popayán, instancia donde profesa los cuatro votos característicos de la Orden Jesuita, recibiendo así su agregación definitiva a la Compañía. En Popayán permanece por un período cercano a los cinco años. En el Colegio de la Compañía de la localidad enseña matemáticas, física y ciencias naturales, y dado su afán de recolectar noticias y observar las características del lugar, recorre la región, complementando sus anotaciones sobre el Reino de Quito. Dichos viajes causan en el joven jesuita una gran impresión, tanto por las diversas etnias y tribus nativas que habitan el país, cuanto por las riquezas naturales que observa en el territorio ecuatoriano.

Concentrado en aquellas labores pedagógicas, de contemplación de la naturaleza y de observación de las costumbres de los nativos, Velasco recibe la orden de expulsión de los territorios de la Corona Española, que los afecta a él y a todos los miembros de la orden de los jesuitas. Ello de acuerdo a la ya mencionada Real Cédula de Carlos III de 1767 (Velasco, 1960, pp. XXVIII- XXX).

Velasco, entonces, debe abandonar Popayán junto al resto de sus hermanos de la Orden y viaja a Cartagena, desde donde se embarca hacia Italia, en un viaje lleno de tribulaciones. Pasa por La Habana y por los puertos de Cádiz y de Santa María, en España, hasta que finalmente a mediados de 1768 arriba a la provincia italiana de Faenza.

En esta localidad italiana el padre Velasco se da a la tarea de ordenar sus notas y apuntes sobre el Ecuador, que logra traer desde Popayán, tal como lo ha destacado Tobar Donoso cuando analiza el catastro de las obras que los jesuitas dejaron con su partida:

Es esta una lista muy detallada de los libros y papeles ocupados por los jesuitas en Popayán (…) y son incluidos en una especie de catálogo aun los escritos más insignificantes, como pláticas y sermones con los nombres de sus respectivos autores. Entre esos manuscritos debían hallarse los escritos del padre Velasco; él tenía sus apuntes, lo mismo que los demás padres; sin embargo no se lo menciona para nada, su nombre no figura en ningún manuscrito. La única explicación satisfactoria en este caso no puede ser otra sino que se los llevó todos… (Velasco, 1960, p. XXIX).

En este sentido, el jesuita ecuatoriano mantiene el modelo cognoscitivo desarrollado por sus compañeros de orden en los siglos anteriores; esto es, un modelo explicativo que considera el registro bibliográfico previo, como apoyo metodológico para el abordaje de nuevos objetos de estudio.

Por petición de sus compañeros de la Orden, que no quieren permanecer inactivos en su exilio, Juan de Velasco comienza a componer, a partir de sus anotaciones, su Historia del Reino de Quito en la América Meridional; obra que divide en dos partes: una Historia Natural del Reino de Quito, que incluye descripciones sobre el clima, el terreno, las costumbres de las gentes y la flora y fauna del territorio ecuatoriano, y una Historia Moderna del Reino de Quito, en la que analiza tanto la historia de la región, desde sus primeros habitantes, como además la composición geográfica del Ecuador de finales del siglo XVIII. Por esta época, en el año 1775, el padre Velasco se da a la tarea de escribir también la Relación Histórico Apologética sobre la prodigiosa imagen, devoción y culto de Nuestra Señora, con el título de Madre Santísima de la luz, sacada de varios autores por un apasionado a esta dulcísima advocación, conjunto de textos religiosos que permanecen inéditos hasta la fecha (Velasco, 1960, pp. LII y LIII).

El trabajo de organización y redacción del autor se ve interrumpido por varios años de inacción, debido a problemas de salud. Luego de veinte años, en 1789, finaliza su obra y los trabajos por los que ha pasado para completarla los relata el mismo Velasco (1844) de la siguiente manera:

Cerca de veinte años ha que me apliqué a la constante fatiga de recoger impresos y manuscritos, de que fui formando los convenientes extractos; averigüé muchos puntos con varios sujetos no menos doctos que prácticos de aquellos países, especialmente misioneros; gasté el espacio de seis años en viajes, cartas y apuntes, y al tiempo que me hallaba medianamente proveído y en estado de ordenar a lo menos aquellos indigestos materiales, quiso Dios que me faltase del todo la salud. Dediqué por eso mi tal cual trabajo, después de una total inacción de nueve años, al pacífico templo del perpetuo olvido (p.1).

Lo anterior nos permite observar, además, algunos de los métodos utilizados por el padre Velasco para recoger la información que utiliza en su obra, y que son similares, por ejemplo, a las técnicas de recolección de datos que utiliza José de Acosta en el Perú durante el siglo XVI; entre ellas, informarse a través de personas sabias del lugar o “prácticos” en su propio idioma, sin utilizar intérpretes, y realizar observaciones de índole geográfica y natural in situ; es decir, enfrentándose al referente del que da cuenta o que describe. En este sentido, Larrea (1988) ha destacado: “Velasco era curioso, observaba con diligencia hasta los objetos más menudos e insignificantes, se ponía en comunicación familiar con los indígenas, cuya lengua materna entendía y hablaba perfectamente…” (p. 54).

La publicación de su trabajo sufre una serie de retrasos; en dicho ínterin Juan de Velasco aprovecha para finalizar otro proyecto de su interés: la poesía.

En 1787 Velasco escribe el Vocabulario de la lengua Peruano-Quitense, llamada del Inca, escrito por el presbítero D. Juan de Velasco, obra que contiene cerca de tres mil palabras y que, de forma similar a los vocabularios escritos por otros padres jesuitas, como Antonio Ruiz de Montoya, analiza la lengua quitense dividiéndola en diversas partes: vocablos, partículas, adverbios y elementos prácticos. La confección de este trabajo deja de manifiesto su dominio del lenguaje de los naturales del Ecuador.2 Al año siguiente, en 1788, finaliza otra de sus obras, la Historia Moderna del Reyno de Quito y Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo nombre, en tres tomos, que consiste en una historia de la Orden jesuita en la provincia, en la que el autor estudia la relación entre la llegada de la Compañía al Ecuador y su labor pedagógica y misionera y el desarrollo de la región.3

Al momento de completar su Historia del Reino de Quito en la América Meridional, en 1789, el padre Velasco se ve aquejado por una sordera, la que le genera algunas dificultades pero no le impide continuar su labor intelectual en el exilio. Remite su Historia a la Real Academia de Historia Española, en Madrid, para su evaluación y eventual publicación, recibiendo una respuesta favorable por parte de los revisores, quienes hacen constar que:

…esta obra por la admirable división de épocas; por multitud de conocimientos y curiosas investigaciones; por la juiciosa crítica que reina en ellas; por la solidez con que trata las materias y por la inteligencia de la lengua que usa, la constituyen una de las mejores y quizás la más completa que se ha escrito de la América (Velasco, 1960, p. L).

Sin embargo, y a pesar de esta auspiciosa evaluación, la publicación de su trabajo sufre una serie de retrasos; en dicho ínterin Juan de Velasco aprovecha para finalizar otro proyecto de su interés: la poesía. Así, entre 1790 y 1791 termina de escribir una antología de cinco volúmenes titulada Colección de poesías varias, hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza, que es una selección de distintos autores quiteños y en la que el autor incluye algunos versos humorísticos sobre su condición de salud y su exilio en Italia.4

Juan de Velasco fallece el 29 de junio de 1792, a los 65 años, en Faenza. Casi cincuenta años después, se publica en francés, en 1840, la primera edición de su Historia del Reino de Quito, pero sólo de la segunda parte referida a la historia antigua de la región. Luego, entre 1841 y 1844, aparecen por primera vez en español los tres volúmenes de su principal obra.5 Entre los otros trabajos del sacerdote jesuita pueden mencionarse sus apuntes para un curso de lógica y otro de física probablemente para ser dictados en el colegio de la Compañía de Popayán, que se mantienen inéditos, y una Carta Geográfica del Reyno de Quito y Popayán, publicada en las últimas reediciones de su Historia del Reino de Quito. Además, unos Apuntes sobre la naturaleza y propiedades de mil especies de orugas, que tampoco ha visto la luz pública (Batallas, pp. 156 y ss.).

 

La elaboración de su Historia del Reino de Quito en la América Meridional

En los inicios de esta obra, el autor parte mencionando algunos de los motivos que lo impulsan a escribir dicho texto, al tiempo que da a conocer algunas de las características que lo han llevado a desempeñarse como historiador y recolector de datos de su tierra; entre ellas, su conocimiento de las tradiciones de los naturales y de la lengua vernácula de la región. Velasco (1844) lo expresa en estos términos:

Es verdad que el mandato y las recomendaciones para escribirla se apoyaban sobre los débiles fundamentos de ser yo nativo de aquel Reino, de haber vivido en él por espacio de cuarenta años, de haber andado la mayor parte de sus Provincias en diversos viajes, de haber personalmente examinado sus antiguos monumentos, de haber hecho algunas observaciones geográficas y de historia natural en varios puntos o dudosos o del todo ignorados, de haber poseído la lengua natural del Reino en grado de enseñarla y de predicar en ella el Evangelio, y finalmente por hallarme un poco impuesto, no sólo en las Historias que han salido a la luz sino también en varios manuscritos y en las constantes tradiciones de los Indianos con quienes traté por largo tiempo (p. I).

El primer volumen de su Historia del Reino de Quito en la América Meridional el autor lo dedica a la historia natural de la región.

Para elaborar su Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Velasco se concentra en el estudio de las notas previamente compiladas durante una investigación de más de 20 años, tal como se ha señalado. En dicha obra, se propone defender las glorias y bellezas de su tierra, frente a la visión europeizante de autores extranjeros que no le hacen justicia. Justamente en este sentido, llama la atención el hecho de que tanto el jesuita chileno Juan Ignacio Molina como Juan de Velasco coincidan en el propósito para divulgar sus obras, toda vez que estos autores señalan que lo que los motiva es mostrar la realidad tal cual es de sus países y las características y costumbres de los nativos, para dejar atrás antiguos enfoques de estudiosos europeos que o bien exageran las notas de diversidad de los referentes autóctonos americanos, o bien divulgan mitos y fantasías sobre los exponentes del mundo biótico y antropológico americano. El padre Velasco (1844) lo refiere de esta forma:

Esta [obra] no podía salir en menos de cuatro o cinco tomos gruesos, así para notar las equivocaciones y errores de los escritores antiguos, como principalmente para refutar las calumnias, falsedades y errores de algunos escritores modernos, especialmente extranjeros (p. II).

El primer volumen de su Historia del Reino de Quito en la América Meridional el autor lo dedica a la historia natural de la región, y según la edición de 1844 que circula en el mundo hispánico, esta historia natural aparece dividida en cuatro grandes libros: en el primero, el autor ecuatoriano se ocupa de la constitución material del territorio, describiendo tanto la geografía física como política del país: las divisiones y provincias del reino, su clima, sus ríos y lagos, sus montes y volcanes, y las relaciones que van dándose entre ellos; por ejemplo, al referirse al clima del reino, el padre Velasco (1844) explica:

Que este clima así entendido, aunque diverso, es generalmente sano y favorable, á excepción de tal cual parte de las más bajas (…) por necesaria consecuencia, son así mismo diferentes los productos naturales en casi todas sus provincias, en minerales, vejetales y animales (…). Por ejemplo, la chirimoya, una de las mejores frutas americanas, en Quito es pequeña, llena de pepitas y mal sazonada, en Ibarra y Cuenca, es algo mejor; y en Popayán y Loja es muy grande, perfecta y esquisita. Lo mismo sucede con el plátano, con la piña y con otras varias frutas (p. 5).

En otra parte de su obra, al describir los distintos montes, montañas y volcanes de la región, en que el autor divide este universo orográfico en tres órdenes según su tamaño, en un momento de su prosa Velasco (1844) escribe lo siguiente:

Supayurco, en la provincia de Cuenca, quiere decir el monte del demonio, porque en una de las cavidades de sus altas peñolerías le habían dedicado un templo los antiguos Cañares gentiles, y les sacrificaban todos los años 100 niños tiernos ántes de sus cosechas (…). Después de todo, hallándome yo el año de 1755 en el pueblo de Azogues, distante cuatro leguas de aquel monte, me refirió el Párroco, hombre digno de toda fe, que aun proseguía aquel abuso, porque los bárbaros gentiles que habitan las cercanías van todos los años de noche, por encima de las cordilleras, á hacer su acostumbrado sacrificio (p. 13).

En estas descripciones de Velasco se aprecian dos elementos interesantes: por un lado, el conocimiento que posee de los referentes bióticos que va dando a conocer y cómo conecta dicho saber con las experiencias que ha adquirido a través de sus viajes por las distintas regiones del Reino; y luego, el esfuerzo que realiza el autor por ir corroborando, de manera presencial y basándose en testimonios de fuentes en las que puede confiar, las costumbres y leyendas asociadas a tales referentes.

Posteriormente clasifica los diferentes puertos, promontorios, islas, cabos y bahías del Reino, otorgándole especial atención a la descripción de las riquezas naturales que allí se pueden encontrar; v.gr.:

El ámbar gris, que tantos siglos han dudado los naturalistas qué cosa sea, y donde ó como se críe, se sabe ya con certeza no ser otra cosa que una especie de betún líquido, que reventando por ocultas venas al fondo de algunos mares, sale á la superficie, y se cuaja con el aire y con el frío tan sólidamente como la piedra. El que no lo tragan los pejes, va á dar á las orillas, donde por casualidad se coge (Velasco, 1844, p. 25).

En cuanto a los objetos de estudio propios del reino mineral, Velasco dedica varias páginas de su obra a la descripción de los minerales que se esconden en las profundidades de su país, dividiéndolos en metales líquidos, térreos, pétreos, mármoles y finos. Entre estos últimos destaca su conocimiento de algunas piedras preciosas menos conocidas, como por ejemplo, el ingarirpo:

El ingarirpo, que quiere decir espejo del Inca, no es piedra natural, como algunos pensaron, sino artificial, hecha de plata, oro y otras piedras minerales que fundían los indianos, y cuyo secreto se ha perdido. Ella parece piedra natural: no admite segunda fundición, y se cuenta entre las piedras preciosas, porque labrándola los lapidarios hacen joyas como de diamantes (Velasco, 1844, p. 30).

 

La descripción en la Historia del Reino de Quito

A su vez, en el segundo libro, que alude a los exponentes del reino vegetal, el autor riobambeño comienza exponiendo las características de su método de organización y descripción de los referentes naturales:

Carece este Reino de límites en la Historia Natural. Consta de muchas y muy dilatadas provincias y cada escritor las divide como puede o como quiere. Muchos las reducen a un sinnúmero de órdenes o clases, por las analogías o por los diversos fines a que las ha destinado el común uso. No haré yo poco, si lo poco que he de tocar cada una, puedo reducirlo a solas ocho o nueve clases (Velasco, 1844, p. 32).

Con lo anterior, se entiende que Velasco no intenta entregar en su obra un cúmulo de anotaciones, referencias y subdivisiones de todas las especies, sino más bien traer a presencia algunas de ellas y presentarlas de forma sucinta, matizadas con noticias sobre los usos que de tales referentes hacen los naturales por sus beneficios o costumbres.

Su primera división de tópicos relacionados con el reino vegetal hace alusión a los diversos tipos de vegetales presentes en la región: aquellos útiles para la medicina, categorización que también utilizan Acosta y Montoya y que permite que las gentes del Viejo Continente se relacionen y entiendan de mejor manera lo que hasta ese momento no conocen; aquellos vegetales que tienen diversos usos y, finalmente, otros vegetales especiales por su flor o su madera. Con lo anterior, volviendo a la prosa de Velasco, desde el punto de vista metodológico-taxonómico se observa que en la mayoría de sus descripciones menciona el nombre de la planta en el idioma quechua, su significado, su utilización, sus características y si es conocida o no en Europa; v.gr., con respecto a una planta con propiedades laxantes, señala:

El Chilchil, planta conocida en algunas provincias con el nombre de hierva del zorro, por el olor fastidioso y grave. Es de dos á tres palmos, hoja verde oscura picada, flor amarilla y semilla negra, que dentro de un calicito negro hace ruido como los cascabeles, que eso quiere decir y significa chilchil. Es muy estomacal, corroborante, y bebida su hoja, ó bebida en cocimiento, hace restaurar la digestión más perdida (Velasco, 1844, p. 33).

En otra parte de su prosa describe una planta con propiedades estimulantes que tanto fascina a los viajeros y misioneros del Nuevo Continente, por sus propiedades para combatir la fatiga. Velasco (1844) escribe:

La coca… arbolillo pequeño verde claro, con hoja algo parecida á la del naranjo, de solo cultivo. El sumo es el mayor corroborante, y un alimento que parece increíble, porque, sin otra providencia que estas hojas, hacen los indianos viages de semanas, hallándose cada día mas robustos y vigorosos. Se hace de ella un gran comercio en casi todas partes (p. 34).

O también el Huantuc, planta alucinógena utilizada por los naturales de la región: “…muy semejante al floripondio: flor roja y de mal olor, y virtud muy diferente: porque es formidable narcótico, del cual usaban los indianos para fingir visiones (p. 35).

También es de interés su descripción sobre la quina, cuyo descubrimiento se atribuye a los misioneros jesuitas, tal como lo refiere Velasco (1844):

Arbol no muy alto, de hojas algo parecidas á las del ciruelo, flor azuleja. Su corteza con la virtud febrífuga para todas especies intermitentes, y diversos otros males; es ya conocida en todo el mundo. Este es un vegetable propio y privativo del Reino de Quito, donde no se conoce sino por el nombre de cascarilla. A los principios de su descubrimiento se divulgó en Europa con los nombres de quinaquina, de polvos del Cardenal de Lugo y polvos de los jesuitas. Después a quedado con solo el de quina (…) La quina se descubrió por medio de un Jesuita, a quien le reveló un indiano de Quito en la montaña Uritozinga de Loja. Casi exhausta aquella provincia con la mucha que se sacaba, se descubrió en la de Cuenca, donde pasó todo el comercio (p. 37).

Velasco continúa destacando además otros árboles y plantas según su uso o utilidad, entre ellos el algodón, el barniz, el mate, la pita y el mimbre. Así, siguiendo su estilo, explica en una parte de su prosa:

Maguei ó cabuyo, es planta ya conocida en Europa y sabidas sus virtudes y utilidades. En Mégico se sabe cuanto aprecio tiene por la bebida de pulque, que hace un ramo exorbitante de utilidad y comercio. En el Reino de Quito sirve mas de estorbo, que de utilidad. Rarísimo es el indiano que hace el pulque (pp. 40-41).

Mediante estos relatos, el autor reconoce las relaciones descriptivas entre el espécimen y el uso que de ellos hacen los nativos y los habitantes del país.

El autor escribe también sobre especias, bálsamos, resinas y especierías que los naturales utilizan en sus preparaciones y guisos. Así, por ejemplo, reconoce el valor de conocer y utilizar los recursos naturales, frente al reconocimiento que se le da a las cosas del Viejo Continente:

En todas partes se buscan y aprecian más (por aprehensión ó por moda) las cosas extranjeras que las del propio país, siendo tal vez éstas mejores que aquellas. Esto se verifica en el Reino de Quito, particularmente en materia de especerías (…). El Achote es un arbolillo pequeño de hoja grande, que da un erizo blando, grande de tres dedos. Está lleno de semillitas negras, cubiertas de bastante materia oleosa roja de buen gusto. Sirve para los guisos, y con ella se pintan el cuerpo los indianos (Velasco, 1844, p. 51).

Como ya se ha dicho, el autor intenta aportar siempre los nombres autóctonos con los que los nativos se refieren a animales y plantas, haciendo algunas observaciones sobre su utilización o utilidad, y en cuanto a los usos del idioma en los territorios del Virreinato del Perú, es interesante destacar también las observaciones que hace el autor de la Historia del Reyno de Quito…, puesto que reconoce las diferencias de los distintos dialectos regionales frente al quechua que se habla en el Perú, llamado lengua general. Así, Velasco (1844) escribe:

…debo prevenir en órden á las palabras y significados del idioma indiano, que pongo muchas veces, las cuales parecerán diferentes ó viciadas, ó no conformes á la lengua peruana, que se llama general. En el Reino de Quito, como parte que fue del imperio de los Incas, se hizo vulgar aquel idioma, no en todas las provincias que componen el Reino, sino solo en aquellas que fueron conquistadas por ellos. Mas este mismo idioma general, es en gran parte diferente en el partido de Quito de él del Cuzco. Aquí es puro como el de la China; y allá es mezclado como la mayor parte de los idiomas de Europa, por haberse introducido y adoptado muchísimas palabras extrangeras. (…) Cuando los Incas lo conquistaron, se introdujo mucho más el lenguaje que se llama peruano; mas de tal suerte, que aun las palabras propias de este, se pronuncian por lo común variando algunas vocales; v. gr. tomando la g por la c; la b por la p; la u por la o; y tal vez la o por la u… (p. 94).

Así, al describir los frutos de las palmas de coco, Velasco (1844) da cuenta de estas diferencias lingüísticas, señalando:

El fruto en la lengua del Perú se llama ruru, y en la de Quito lulum, que es lo mismo que huevo; por lo que el fruto de cualquier palma se dice chontaruro, y es de advertir que a veces se toma el fruto por el árbol o el árbol por el fruto, como sucede en otros idiomas (p. 53).

Más adelante, al mencionar las maderas que se utilizan para fabricar distintos tipos de barcas, escribe:

Palo de Balsa. Es árbol bien alto y corpulento, con la corteza dura y toda la madera muy blanca, muy dulce, y tan ligera como el corcho. Esta se trabaja fácilmente con un cuchillo, y es utilísima para mil obras, y de ellas se fabrican las embarcaciones indianas llamadas balsas, uniendo y trabando los enteros maderos de esta especie con nervios y bejucos (Velasco, 1844, p. 47).

Mediante estos relatos, el autor reconoce asimismo las relaciones descriptivas entre el espécimen y el uso que de ellos hacen los nativos y los habitantes del país. En otra de sus descripciones, por ejemplo, Velasco destaca las diferencias de tamaño y sabor de un fruto según la región del territorio en la que se obtenga:

Chirimoya, propiamente chirimuyu, quiere decir el fruto de la pepita frígida (…). Esta fruta compite la primacía entre algunas del Reino, y es en realidad una de las mejores. La han descrito varios pero mal generalmente. El árbol es mediano, ramoso hasta el suelo, de hojas algo grandes y anchas: la flor fragantísima, pequeña, de cinco hojas delgadas carnosas, entre amarillo verde y pajizo. El fruto en todas partes tiene la piel verde, delgada y delicada: la médula blanquísima sin oquedad, muy blanda, con más o menos pepitas negras lustrosas, algo chatas (…). La médula es dulcísima sin fastidio, algo acuosa, en unas sin nada de ácido, y en otras con alguno. Se comen en tajadas ó con cuchara. El tamaño y lo sazonado de esta fruta es diversísimo, no solo en diversas provincias, sino aun dentro de una misma, según el temperamento y el terreno. En la de Quito son pequeñas, con muchas pepitas y poco sazonadas. En la de Ibarra, Hambato, Riobamba y Cuenca, es algo mejor. En las de Loja y Popayan, es perfectísima, y con pocas pepitas (p. 58).

Por su parte, en el tercer libro de esta obra, dedicado a los observables del reino animal o irracionales, el autor riobambeño comienza con una explicación del método seguido por relacionado con lo que se ha venido destacando como característico del modelo discursivo de Velasco; esto es, describir sin más, sin extenderse innecesariamente: “En el presente que compone el Reino Animal, haré mención de los diferentes órdenes de irracionales y de las distintas especies de cada uno, siguiendo el método ya prescrito de no dilatarme en descripciones” (Velasco, 1844, pp. 77-78).

De acuerdo a este método, divide a los animales según su tamaño en cuadrúpedos mayores y menores; según su agresividad, en fieras; y luego en distintas clases, por ejemplo especies caninas (por su similitud con el perro), ciervos y cabras, puercos, liebres y conejos, zorros y ratas. Al dar cuenta de un espécimen llamado guagua por los naturales, Velasco (1844) escribe:

Es el nombre de un pequeño perro anfibio, de lana finísima, larga, especialmente en las grandes orejas. El color es siempre pardo oscuro, de grande y agudísima dentadura. El nombre le viene de la palabra que pronuncia guagua, al ladrar, siempre que ve gente. La carne tiernísima y muy gustosa, es celebrada sobre cuantas especies hay de mejores carnes. Algunos lo llaman nutria, y es muy frecuente y abundante en varios ríos, especialmente en el de Mira. He visto allí al tiempo de pasar un puente de cuerdas, que llaman taravita, mas de 40 que me ladraban muy cerca y se metían al agua (…). He comido algunos y quisiera comerlos siempre (p. 86).

En otra de sus descripciones, esta vez al escribir sobre la vicuña, ilustra su relación con los naturales a través de una técnica que utilizan éstos para obtener su lana:

Su lana es tan fina y suave como la seda. Es animal timidísimo, cobarde y aprehensivo, de cuya propiedad se valen para quitarle con facilidad la lana. Rodean un pedazo de bosque, en que se conozca que hay bastantes, con una delgada cuerda, en altura del mismo animal, poco más o menos, tanto que pudiera pasar por debajo, ó por encima; pero no hay ese peligro. Cerrada esta cuerda en círculo, quedan ya seguros todos cuantos hay dentro de él. Lo van estrechando poco á poco sin que ninguna vicuña se atreva á vencer el muro que le pone la aprehensión en aquella cuerda. Juntas en un círculo pequeño, se van cojiendo y tusando, y se alza después la cuerda para que se vayan hasta la siguiente trasquila (Velasco, 1844, p. 83).

Otras anotaciones tienen un estilo humorístico, como al relatar las características de una de las especies de monos existente en su país:

Horro es el nombre que se da en Guayaquil a la mayor especie que hay en todo el Reyno. Este es negro con collar blanco. Parado es de la estatura de un hombre, y uno de los más que se asemejan en la cara. Sus gritos aturden los bosques y tienen tantas fuerzas que quiebran ramas grandes para arrojarlas y defenderse. Es opinión vulgar que si coge una mujer a solas usa mal de ella con violencia (p. 90).

El autor da cuenta de otros ejemplos de la flora y fauna del Reino de Quito, como aves, reptiles, distintas clases de insectos y peces, incluyendo secciones para mencionar todas aquellas especies ajenas al Nuevo Mundo y que han sido introducidas por los españoles, como el caballo. De esta forma, por ejemplo, al referirse a los distintos tipos de peces y especies acuáticas, Velasco hace un alto para relatar las distintas formas de pesca que ha observado en los naturales de la región, en especial un modo que utiliza el barbasco, un arbusto oriundo de las zonas tropicales:

Omitiendo los modos comunes á todas partes, de las redes y anzuelos, hay dos modos fáciles de hacer una pronta y abundante pesca, cuando se quiere, en los ríos medianos ó pequeños, como también en las ciénagas y lagos. El primer modo, es echar en el agua la yerba barbasco, medio molida, la cual embriaga á los pejes de modo que se sobreaguan todos como muertos, y se van cogiendo con las manos. Esa embriaguez no es maligna, ni mata al peje, como presumen algunos: porque pasados los efluvios de la yerba, se reponen y vuelven a entrar al agua sin novedad (Velasco, 1844, p. 131).

Velasco se da a la tarea de relatar y comprobar distintos antecedentes sobre la historia del Reino de Quito, sus orígenes, sus habitantes, sus costumbres sociales, civiles y morales, así como las noticias que de este reino han llegado a España. Así, refuta variadas ideas de autores extranjeros, principalmente referidas al imaginario colectivo europeo sobre la constitución física y el carácter y moral de las gentes del nuevo mundo. En este punto es interesante destacar el diálogo que mantiene con el padre José Acosta, el cual ya hemos mencionado en este trabajo, y cuya obra Historia Natural y Moral de las Indias, se convierte en un referente para los estudios sobre la realidad del nuevo continente (Velasco, 1844, pp. 175 y ss.).

Finalmente, el autor riobambeño concluye su obra reconociendo el valor de las gentes del Nuevo Mundo, más allá de su desarrollo técnico o científico. Son especialmente relevantes las conclusiones a las que arriba, al reconocer que gran parte del avance cultural y tecnológico del que goza el continente europeo en este período es producto de las relaciones comerciales y el contacto que sus países han tenido a lo largo de los años, creando una red de influencias y cooperación que, como podemos reconocer, se mantiene hasta hoy:

El grado de suma perfección á que ha llegado la cultura europea en el presente siglo, se debe á la comunicación y comercio de unas con otras naciones, y de unos con otros reinos extrangeros. Es innegable, que mutuamente han ido tomando luces, y han ido aprendiendo é imitando todo lo bueno y útil, que otros han pensado, inventado y producido, en lo político, en lo civil, en lo militar, en las artes y en las ciencias. Se han comunicado mutuamente sus escritos, sus diseños, sus máquinas, sus instrumentos, y aun se han llevado maestros y artífices de unas partes á otras. De este modo se han depuesto las costumbres bárbaras, que antiguamente fueron comunes (…). Al contrario los Peruanos, sin comercio ni comunicación con nación alguna que pudiese iluminarlos, sin tener de quien aprender nada, sin mendigar producción alguna de otros, por sí solos discurrieron, inventaron y pusieron en ejecución cuanto quisieron, llegando á un grado de cultura civil, de artes y ciencias, que ha causado admiración á los mismos Europeos (Velasco, 1844, p. 231).

El resto de su principal obra, la Historia del Reino Quito en la América Meridional, se compone también de un segundo tomo, que incluye una historia antigua sobre los habitantes del reino, y un tercer tomo, relacionado con la historia moderna de Quito, en la que se catalogan sus distintas provincias, tipos de gobierno y administración.

 

En cuanto a los fenómenos naturales que parecen sorprendentes, el autor no se contenta simplemente con darlos a conocer, sino que intenta explicarlos utilizando algunas de las teorías cognoscitivas de su época.

Otras características de la obra de Velasco

También es interesante comprobar que, en diversas partes de su obra, el padre Velasco toma conciencia de las críticas que algunos de sus informes van a provocar, especialmente en Europa. Su argumentación tiene mucho que ver con el trabajo de los jesuitas que llegaron al Nuevo Mundo y escribieron sus obras para describir lo que observaron, que en muchos casos resultaba sorprendente e increíble para las gentes del Viejo Continente. Esta lucha constante por dar a conocer cosas de interés la ilustra Velasco en el siguiente pasaje al tratar aquellos vegetales que por sus propiedades parecen maravillosos:

Bien sé que todo lo que suena á maravilla, solo es materia de irrisión para los críticos y filósofos del día (…). Yo tocaré solo algunas, muy cierto y seguro de la verdad de ellas, sin temor de la crítica censura, que puede certificarse como y cuando quisiere. Lo cierto es que todo lo extraordinario se hace á los principios increíble y parece maravilla, ó porque es raro, ó porque todavía no se desifra su arcano natural. Si los efectos del iman se hubiesen observado en solo un cantón de la Tartaria, se reputaría por fábula en todo el mundo. Creerlo todo por solo el dicho de cualquier persona, es facilidad y simplicidad de ignorantes: negarlo todo, por comprobado y autorizado que esté, solo porque suena á maravilla, es capricho y necedad de los doctos (Velasco, 1844, p. 71).

En este punto, y relacionado con lo anterior, el autor de la Historia del Reino de Quito da cuenta de su conocimiento de la obra de otro miembro de la Orden jesuita, el padre José Gumilla, cuyo trabajo en las tierras del Nuevo Reino de Granada destaca en su sentido historiográfico de la siguiente forma:

Al P. Gumilla que refiere en su Orinoco Ilustrado, varias cosas extraordinarias, lo tuvieron unos por embustero, y otros mas benignos, le calificaron de crédulo e inocente. No dudo yo que escribiese algunas cosas con poca crítica y examen, dejándose preocupar ó del humor de referir cosas extraordinarias, ó de la ciega fe al informe de cualquiera indiano. Mas no por eso dejaron de ser muy verdaderas varias otras cosas que al principio parecieron igualmente increíbles, y después las comprobó el tiempo con evidencia (Velasco, 1844, p. 71).

En cuanto a los fenómenos naturales que parecen sorprendentes, el autor no se contenta simplemente con darlos a conocer, sino que intenta explicarlos utilizando algunas de las teorías cognoscitivas de su época; tales como por ejemplo las ideas sobre los efluvios o la simpatía y antipatía natural entre los elementos, que provocan atracción o repulsión entre los mismos, tal como se aprecia en su descripción del Bejuco de Guayaquil:

Se halla en los bosques de esta provincia una especie de bejuco de color blanquisco, grueso de uno á dos dedos, y largo cuanto puede subir desde la tierra hasta la mayor altura de los árboles, y bajar después, hasta quedar muchas veces colgado al aire como una cuerda. Entre la gente vulgar, unos lo llaman el bejuco amigo del hombre, y otros llaman enemigo, por el efecto que luego diré (…). Sucede con este, que si está todo ligado, al acercarse una persona humana, se exfuerza á mover cuanto puede, tanto mas violentamente, cuanto está mas cercano al cuerpo. Si tiene alguna punta suelta y colgada al aire, no solo se mueve, sino que levantándose por la punta, va con grande ímpetu á dar al cuerpo, de modo que si lo alcanza, le causa un moderado golpe. Si la persona es ignorante de este natural efecto, y no tiene noticia alguna como sucede á muchos pasageros, huye luego dando gritos, persuadida á que le ha picado alguna víbora. He visto con mis ojos este efecto, que puede entenderse con la atraccion de los poros humanos, con los efluvios, y con la natural simpatía, según se discurre del ámbar con la paja, y del imán con el acero (Velasco, 1844, pp. 72-73).

Velasco aprovecha también, a partir de su experiencia, de contestar a muchas de las críticas que desde Europa se han hecho de las gentes y animales del Nuevo Mundo; especialmente, responde a las críticas del naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, y de Cornelius de Pauw, filósofo holandés, quienes postulan que, producto del clima americano, la flora, fauna y los habitantes de este continente se han degenerado y vuelto débiles, siendo inferiores a las versiones europeas. Estas ideas circulaban entre grupos de pensadores que nunca habían visitado América y formulaban sus teorías de acuerdo a las noticias que les llegaban de viajeros y marinos. Sin embargo, muchos jesuitas aprovecharon su labor epistolar y de creación de historias naturales para referirse a estas nociones y, con su experiencia, tratar de eliminarlas del imaginario popular europeo. Así, Velasco (1844) señala:

Ningún asunto inculcan con mayor empeño los señores Paw y Buffon, que la suma escasez de cuadrúpedos y esos imperfectísimos que se hallaron en América, porque este argumento era muy necesario para persuadir, o á lo menos hacer creíble su sistema sobre el perverso clima, contrario y destructivo a los vivientes (…). Esta perversidad del clima no sólo ha escaseado las especies, sino que á las pocas que hay las ha dejenerado, de modo que son imperfectas, siendo casi todos los animales privados de dientes, de cuernos y de rabos, con las figuras extravagantes y con los miembros desproporcionados, sin simetría (pp. 79-80).

Así, al describir por ejemplo al puma, que se le tenía en Europa por un tipo de león debilitado por el clima, que había perdido su melena producto del frío, Velasco (1844) refiere: “Este es en Reino sin melena, no porque el clima se la haya comido, sino porque así fueron sus primeros ascendientes (…). No ceden estos en la corpulencia á ninguno de los africanos que yo he visto en Europa” (p. 84).

Con esto, Velasco busca posicionar los especímenes de la flora y de la fauna de la zona del Ecuador como referentes únicos, que pueden entenderse en su individualidad y no en comparación a los que existen en el Viejo Continente.

 

Hacia una conclusión en la obra de Juan de Velasco

La obra del padre Velasco presenta algunos elementos que la distinguen de los trabajos de los otros jesuitas que se han investigado en este trabajo. Esto se debe, principalmente, a que sus viajes y su labor de observación y descripción se despliegan en pleno siglo XVIII, momento en el cual ya se han dado a conocer las historias naturales de otros miembros de la Compañía de Jesús, particularmente la Historia Natural y Moral de las Indias, publicada por el padre José de Acosta a fines del siglo XVI. Es por esto que Velasco, en el desarrollo de su obra, dialoga con Acosta, o con el padre Joseph Gumilla, evaluando sus opiniones sobre distintos tópicos de la flora y fauna americanos, y dando cuenta igualmente del efecto que el paso del tiempo ha tenido en sus obras.

Por otro lado, al haber experimentado la expulsión de la Orden Jesuita de los territorios de la Corona Española en 1767, su trabajo también se asemeja al realizado por el padre Juan Ignacio Molina sobre el territorio chileno, al escribir su obra basándose en las notas y observaciones que ha realizado durante su tiempo en el reino de Quito. Por esto, una de las principales críticas a su obra ha sido la falta de rigurosidad, sobre todo en cuanto a su parte histórica y antropológica, referida a los habitantes prehistóricos del reino (Larrea, 1988).

El mayor aporte de Velasco para con el conocimiento de su tierra, y para la ciencia universal, es su forma de hacer historia y de entregar una aprehensión cognitiva a partir del mismo conocimiento natural vernáculo, centrado con las voces quechuas.

La parte dedicada a la historia natural de la obra de Velasco sorprende vivamente al lector, puesto que para las descripciones de las plantas y animales y otros referentes orgánicos, el autor riobambeño va utilizando los nombres nativos del quechua, tal como se ha visto. También es interesante su análisis acerca del clima, su clasificación de los montes y volcanes, los datos referentes al terreno, la descripción potamológica, la identificación de los frutos de la tierra y de los exponentes inorgánicos. Llama la atención, además, que la eventual taxonomía y la historia del Ecuador actual, que nos presenta Velasco, se desarrollen como un completo relato ordenado de las culturas indígenas. Ello, siempre con el afán de mostrar las virtudes de su tierra para hacerle justicia en el exterior, en el mundo europeo.

En rigor, la obra en comento se enmarca en la estructura discursiva característica de los trabajos de historia natural de los estudiosos de la Orden Jesuita, quienes además de insertarse en la prosa de las historias naturales —cuya difusión se remonta a la Naturalis Historia de Plinio (siglo I) y sumado al paradigma de la Ratio Studiorum, propio de la Orden— arriban “…a un método de aproximación a los objetos de estudio que como resultado de un permanente perfeccionamiento frente al estudio de los fenómenos naturales y de los grupos humanos, llega a coincidir con las propuestas ilustradas” (Hachim Lara, 2006).

La Historia Natural de Velasco no estuvo exenta de críticas, especialmente por aquellos que la consideraban poco científica en sus descripciones, y muy poco docta, los otros, debido a la utilización de un lenguaje que no coincide con los cánones del idioma español, tal como lo deja de manifiesto el informe que entrega la Real Academia Española de Historia; ello, en relación con su historia natural, que había sido enviada a la Corona Española para una eventual publicación.

Empero, esto corresponde a un propósito racional y voluntario de Velasco, toda vez que él desea contar la historia natural de su tierra desde la perspectiva cultural de sus propios habitantes, tal como ya lo han destacado varios estudiosos. Justamente esta característica se aprecia también en la obra de otros jesuitas, tales como Molina y Clavijero. Así, queda claro que dicha nota, que busca lo identitario mediante el uso de una abundante terminología nativa, es una tendencia extensiva a la mayoría de los trabajos de los jesuitas latinoamericanos, quienes se oponen a las categorizaciones que del Nuevo Mundo hacen algunos pensadores europeos sin siquiera conocer ninguna de las regiones de este hemisferio.

El mayor aporte de Velasco para con el conocimiento de su tierra, y para la ciencia universal, es su forma de hacer historia y de entregar una aprehensión cognitiva a partir del mismo conocimiento natural vernáculo, centrado con las voces quechuas. Algo similar ocurre en el caso de la prosa de Antonio Ruiz de Montoya, que reconoce la cultura guaraní justamente por partir de una propuesta original, que se aparta de la búsqueda hegemónica occidental y que se construye a partir de un discurso histórico, vivo e inserto en lo social y en las costumbres nativas. Lo anterior deja de manifiesto que los autores jesuitas insertan las denominaciones de referentes bióticos y abióticos del Nuevo Mundo, incluyendo voces de las lenguas nativas como en el caso de Velasco y Montoya, para construir así una historia verdaderamente natural.

Con razón, la minuciosidad y laboriosidad de Velasco para reunir y compendiar todos los elementos de interés, sean históricos o anecdotarios, que encontró recorriendo su tierra, ha sido destacada en el Ecuador, donde su trabajo se ha comparado con otros grandes historiadores de ese país, como Federico González Suárez (1844-1917) y Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950). El también historiador Carlos Manuel Larrea (1988) ha escrito:

Entre las muchas figuras históricas relevantes de la patria ecuatoriana, una de las más insignes y dignas de memoria es la del noble jesuita riobambeño padre Juan de Velasco. Padre de la historia ecuatoriana se le ha llamado, y justo es el honroso título, pues Velasco fue el primer historiador nacional, el iniciador en nuestra patria de la ardua tarea de componer no ya una crónica de sucesos ocurridos en los vastos dominios españoles de América, sino una verdadera historia de un país, del antiguo y célebre Reino de Quito; comprendiendo la descripción de su territorio y naturaleza, la investigación sobre el origen de sus habitantes, sus principales características etnográficas, las tradiciones prehistóricas del pueblo y el relato de los más notables acontecimientos después del arribo de los españoles (p. 47).

Zenobio Saldivia Maldonado
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    Notas

    1. Sobre estos aspectos biográficos, se puede revisar el estudio introductorio de Julio Tobar Donoso a la obra de Juan de Velasco (1960) Padre Juan de Velasco S. J., p. XXII y ss.
    2. Confróntese en el estudio de Julio Tobar Donoso a la obra de Juan de Velasco (1960), p. LV; este trabajo de Juan de Velasco fue publicado por primera vez en Vocabulario de la lengua Índica, versión paleográfica y comentario de Piedad Peñaherrera y Alfredo Costales (1964), publicado por el Instituto Ecuatoriano de Antropología y Geografía, Quito.
    3. De esta obra del padre Velasco sólo se ha publicado el primer volumen: Historia Moderna del Reino de Quito y Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reino, tomo I, 1550-1685, Quito, 1941.
    4. Esta obra de Velasco ve la luz en Carrión, Alejandro: Los poetas quiteños de “El Ocioso de Faenza”, 2 volúmenes, editados por Casa de la Cultura, Quito, 1957.
    5. Para más detalles se puede consultar el prólogo de Alfredo Pareja a la obra de Juan de Velasco (1981): Historia del Reino de Quito en la América Meridional; pp. XVI-XVIII.