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Se lee porque se olvida

lunes 5 de marzo de 2018
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Roland Barthes
Barthes: cuanto más plural es el texto menos está escrito antes de ser leído.
En el centro de la analogía hay un hueco: la pluralidad de textos implica que no hay un texto original. Por ese hueco se precipitan y desaparecen, simultáneamente, la realidad del mundo y el sentido del lenguaje.
Octavio Paz (Fourier y la analogía poética)

Un apunte de Roland Barthes: “La enunciación leo el texto no es siempre verdadera”.1 La argumentación parte de la noción de texto plural, es decir, el que se propone como escribible, que sitúa al lector como productor del texto. Cuando el lector opera como mero consumidor o actor pasivo de una especie de referéndum sobre un escrito estamos ante el texto que Barthes designa como legible, ubicando entre ellos, por ejemplo, a los clásicos.

Agrega Barthes que cuanto más plural es el texto menos está escrito antes de ser leído: “No lo someto a una operación predictiva, llamada lectura”. Además, el “yo” que lee ya es una pluralidad de otros textos, de códigos infinitos. Por eso entiende lo subjetivo (el “yo leo”) y lo objetivo (el acto de leer), como construcciones, como sistemas imaginarios.

Olvidar sentidos es posible porque el texto se deja atravesar por otras miradas, es el texto escribible, plural.

La mirada de Barthes toma distancia de la lectura como gesto parasitario, como complemento de una escritura: “Es un trabajo topológico”, dice, y agrega: “No estoy oculto en el texto, sólo que no se me puede localizar en él”. Leer es encontrar sentidos, designarlos, y llevarlos hacia otros nombres: “Designo, nombro, renombro: así pasa el texto, es una nominación en devenir, una aproximación incansable, un trabajo metonímico”.

Por eso, olvidar un sentido no es una falta. “¿Olvidar en relación con qué? ¿Cuál es la suma del texto?”. Olvidar sentidos es posible porque el texto se deja atravesar por otras miradas, es el texto escribible, plural; el olvido se aleja de la noción de carencia para convertirse en gesto productivo porque leer no es fundar una verdad ni edificar la certeza de la denominación; leer no es buscar una legalidad del texto para buscar la “falta” en la acción de lectura. “Olvidar es afirmar la pluralidad de los sistemas”, añade Barthes, y explica: “Si cerrase la lista, reconstruiría un sentido singular, teológico. Precisamente, leo porque olvido”.

Desde estas nociones podríamos releer toda la obra de Macedonio Fernández, especialmente Museo de la Novela de la Eterna, donde los sentidos se pierden, se desvanecen en la porosidad de un relato sin inicio ni fin, un texto que, en palabras que podrían ser de Macedonio, se olvida de empezar y de terminar. Podríamos volver también sobre los olvidos que concibe y propaga Rayuela cuando se propone como resta y nunca como suma, como libre desatadura y nunca como acumulación novelesca.

Una aproximación a esas experiencias reaparece en el programa saeriano: La mayor, Sombras sobre vidrio esmerilado, El limonero real, Nadie nada nunca, Glosa, entre otras,2 escrituras de la marca y el borramiento, de lo escrito que vuelve circularmente sobre sí en un mecanismo obsesivo que dice la vacilación de lo real, es decir, el intento de escribir, a la vez, contra la certeza y el olvido.

Sucede así porque se formulan como textos plurales y escribibles.

En “Funes, el memorioso”, otra vez Borges (Borges, otra vez) consigna que la memoria absoluta es un agobio infernal: “Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”.3 Esa tarea agobiante, además, es concebida como interminable e inútil porque impedía pensar: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”. Funes puede reproducir lo que ha visto o soñado bajo la forma insensata de un inmenso inventario pero no puede construir un texto plural, poroso, permeable a los claroscuros de la memoria y la desmemoria, un texto que se complete en la imaginación de quien lee recuperando y olvidando sentidos. Funes recuerda todo, asombrosamente, pero no lee ni escribe.

La escritura y la lectura (del propio autor sobre sus escritos, además del lector) bordean, completan y vacían ese hueco del que habla Octavio Paz: un hueco como un olvido.

También desde esta concepción del olvido como productividad Ricardo Piglia recoge en sus Diarios4 el pasaje de una clase en la que plantea la idea del “archivo amnésico”, ese limbo adonde van los nombres, los rostros, los espacios, los recuerdos perdidos. Referencia a Fierro, más allá de la frontera, donde el desierto es una forma del olvido, que recupera como un brillo, una luz mala, aquellas imágenes que parecían perdidas. A fin de cuentas, es el mismo Fierro el que afirma que “olvidar también es tener memoria” como una manera de resemantizar los sucesos y los días que componen la historia personal y social.

En un plano más teórico, Piglia (o su creación especular, Renzi) avanza sobre la función del olvido en la literatura: “Es uno de los grandes temas de la literatura. Ser olvidado, no poder olvidar”. Distingue, con sagacidad, tres conceptos: enigma, misterio y secreto, que son tres formas habituales para codificar relatos literarios. Los tres, dice Renzi, operan sobre la noción de olvido: “El enigma, que encierra algo que no se entiende pero se podría descifrar; el misterio, que no se comprende porque no tiene explicación lógica o racional; el secreto, como un vacío de significación, un olvido, algo que se quiere saber y no se sabe”.

El diario que propone Piglia, la noción de archivo como texto que se deja atravesar por todos sus propios textos (que cruzan, de este modo, la documentación con la invención) y por los hechos y los escritos de otros (dejando que lo que sucedió y la escritura de lo que sucedió se confundan y se reescriban desde cada lectura), es una muestra cabal y brillante de la idea barthesiana de texto plural y de cómo la escritura y la lectura (del propio autor sobre sus escritos, además del lector) bordean, completan y vacían ese hueco del que habla Octavio Paz: un hueco donde se precipitan el mundo y el lenguaje: un hueco como un olvido, un olvido necesario para que aparezca un texto escribible.

Sergio G. Colautti

Notas

  1. Barthes, Roland: S/Z, Siglo XXI, Buenos Aires, 2015. Pág. 19.
  2. Saer, Juan José (1937-2005).
  3. Borges, J. L.: “Funes el memorioso”, en Ficciones. Buenos Aires, Sudamericana, 2011.
  4. Piglia, R.: Los diarios de Emilio Renzi, tomo III, Anagrama, 2017.
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