
Bolívar es la tierra que somos
Día a día él nos crea
si lo pensamos.
LC
Atrevo con esta afirmación del rótulo tocar las puertas de la insolitud: las composiciones líricas donde en verdad el ser poético de lo venezolano se expresa, se comenzaron a generar en la década de los años sesenta del siglo veinte desde las revistas (nombres a su vez de grupos intelectuales): Sardio, Tabla Redonda, En Haa, Trópico Uno, fundamentalmente, junto a la ódica de algunos poetas en el tiempo inmediato anterior y coincidentes luego en el transcurrir de los días con el novel impulso revelador: Juan Beroes, Manuel Felipe Rugeles, Ernesto Jerez Valero, Benito Raúl Losada, Juan Liscano, Alfredo Silva Estrada. Asumieron estos dos estratos de poetas la libertad escritural para ser originarios. Parafraseando a Cneo Nevio (siglo I a.C.), “Audere audace animi liberare scriptura semper”…
Publica Andrés Bello en 1823 en la revista Biblioteca Americana de Londres su poema paradigma Alocución a la poesía. Dice allí en sus diez primeros versos:
Divina Poesía,
tú de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría,
tú a quien la verde gruta fue morada
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena (…).
Se entendió el mensaje de Andrés Bello —de hallar el ser poético de lo venezolano— aproximadamente ciento veinte años después de publicada la primera edición de Alocución a la poesía.
Tomaron los bardos venezolanos del siglo diecinueve y de buena parte del veinte dos actitudes disímiles ante esta patética invitación de Bello a originar una poética consustanciada con el esfuerzo de la fundación de una lírica novomundana. Ninguna de las dos posiciones respondió al reto. Es difícil vencer el miedo a la audacia creativa. Consideraron los más cercanos, por su admiración al poeta, bastaba con imitarlo, describir el paisaje y las labores pertinentes al mismo, suficiente en cuanto a homenaje, pero en verdad ello no interpretaba el genitor sentido de Alocución a la poesía;1 a éstos luego la crítica literaria los nomina “nativistas”: conformaron la otra actitud paralela quienes intentaron cultivar en el país —herederos por inercia de aquellos leales vasallos de las antiguas colonias de ultramar— las sucesivas apariciones de los movimientos literarios europeos: neoclasicismo, romanticismo, parnasianismo, y en el siglo veinte las corrientes de las vanguardias hasta el surrealismo. Carecieron las dos direcciones de la suficiente agudeza filosófica para descifrar el discurso lírico de Alocución a la poesía. Refiere Bello en estos dos versos conductores: “y dirijas el vuelo adonde te abre / el mundo de Colón su grande escena”, no sólo al paisaje sino a la compleja totalidad de la realidad de estos territorios. Abarca con esas dos palabras, “grande escena”, la historia reciente paridora de los nuevos países, la Guerra de Independencia, a su gente (“no somos europeos, no somos indios, sino una especie media”… Bolívar, Discurso de Angostura, 1819), a las insoslayables tareas por realizarse cuales noveles patrias. Ubica esas nuevas naciones Andrés Bello sólo en el espacio geográfico al cual su poesía puntualiza, en lo nominado por Alejandro de Humboldt “las regiones equinocciales del Nuevo Continente” aunque el poeta aún más lo precisa en tres vocablos, “la zona tórrida” (en su otro poema paradigma editado en Londres en la revista El Repertorio Americano en 1826: La agricultura de la zona tórrida), la faja latitudinal expandida entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio, separados por la línea ecuatorial. Exhibe esta faja, pues, la privilegiada territorialidad a la cual Bello en su poesía delimita y a ella invita a los poetas a levantar la esperanza de la existencia posible exhortando a los pueblos allí establecidos. Expláyase la “gran escena” de lo venezolano desde la Sierra de Perijá, el Lago de Maracaibo, la Cordillera de los Andes hasta el océano Atlántico, con los llanos de por medio; desde el mar Caribe hasta las selvas amazónicas, los bosques de Guayana, Orinoco por medio. Anda sobre ese entrañable territorio su humanus, porta éste sobre su piel, sobre su almaespíritu una historia, dramática, a veces trágica pero fértil, trascendente siempre, ennoblecida con su artisticidad, su poesía, su música, su pintura, su escultórica, su narrativa, su teatro, en fin.
Ahora bien, en el caso de la poesía de la cual estas páginas se ocupan, se entendió el mensaje de Andrés Bello —de hallar el ser poético de lo venezolano— aproximadamente ciento veinte años después de publicada la primera edición de Alocución a la poesía; cuál, cómo y quiénes ya en las primeras líneas de este escrito se expuso. Originada de manera natural sobre su sedimento de saberes, esta nueva ódica en los años sesenta nace (con dignísimos ascendientes inmediatos hacedores de un horizonte lírico indagante de la verdad poética en su expresión artística: Juan Beroes, Ernesto Jerez Valero, Manuel Felipe Rugeles, Benito Raúl Losada, Juan Liscano, Alfredo Silva Estrada). Han transcurrido desde ese entonces hasta el presente (2018) casi seis décadas. Carece sin embargo este haber poético, producido en tantos años, de una inteligente exegética para cumplir con el solidario deber intelectual de paisanos —en el sentido de país— de estudiarlos, de expandir las estimativas al respecto, de colocarlo en las múltiples vías de la difusión hacia los espacios interesados en estos saberes, participar con disertaciones en el diálogo, en la dýnamis de la sapiencia artística. Hállase por el contrario en las reflexiones habidas sobre el particular una confusa apreciación –vaguedad, ligereza, superficialidad, esquivan siempre el ahondar en el ser de lo poético— de la creatividad lírica en la lectura meditativa de la obra de los poetas venezolanos contemporáneos. Las retóricas, las poéticas, las teorías literarias, los manuales de crítica literaria europeos no pueden salvar este vacío por cuanto la realidad nutriente de la verdad poética de las composiciones de la ódica, de los poemarios a los cuales se refiere este escrito, resulta distinta —hoy sí— de la europea. Hay entonces un decoroso llamado impostergable, resolver la necesidad, la manera para acercarse a los libros de versos venezolanos de esta coetaneidad, inventar a partir del objeto lírico una intelectiva visión propia, vinculante con la espiritualidad del humanus habitante de estas estancias —la “grande escena” de Andrés Bello— donde hoy existimos, Venezuela, para leer esos poemarios con propiedad, defenderlos, divulgarlos, de la ingratitud del olvido salvarlos.
Forman el ser del poeta su obra literaria —obviamente— y lo singular de su existencia. Propongo con carácter de hipótesis la siguiente afirmación: iluminan las disímiles partes (de ese ser) estructurantes de las odas, de los poemarios, los llamados por mí (con base a la correlatividad con dicho ser) esenciantes. Ofrece el presente escrito una propuesta sobre la pesquisa de los esenciantes. Los mismos a advertir en los libros de versos deben ser los siguientes: el esenciante de la musicalidad, entendiendo ésta nunca cual la forzada eufonía obtenida mediante el escandir los versos ni el ensamblaje estrófico simétrico ni las rimas asonantes y consonante, no. Refiérese este esenciante a la música ínsita, fuerza sustentadora de la composición lírica, apoya el hilo de sentido puro de la Idea hilvanante del ser de las voces portadoras del ser del poema, por eso se le nomina musicalidad esenciante: esa honda armonía de la rítmica los saberes y sentires de las odas trasmiten. Erige así desde lo ínsito de nuestra lengua, el castellamericano, el poema absoluto cual una creación a la par de homenaje a la “Divina Poesía”,2 a la pureza de la verdad poética del Nuevo Mundo. Interpretar el son, la musicalidad, con perspicacia, por parte del lector, imprescindible saber.
El esenciante del ser poético venezolano: deja éste oír desde los versos el canto originario de quienes aquí nacimos, expuesto en los anímicos niveles del sentimiento y del pensar.
El esenciante de las reflexiones objetivas inherentes a la circunstancia (definido antiguamente como temática) presente en las estrofas libres: los pensamientos reflejo de la intimidad del poeta sobre su entrañable existencia; las manifiestas señales de sus sentimientos, pasiones, emociones; su diálogo con la fatalidad si lo hubiere.
Los esenciantes objetivos de la pintura del paisaje de la patria en cualesquiera de sus formas, su ineludible presencia. Del dinámico espejear de la historia del país, tanto en los estratos acontecidos cuanto a la contemporaneidad.
El esenciante de la percepción del horizonte religioso, su elucidación apuntada hacia el ser de lo poético.
El esenciante de la escritura: la expresión inteligente de los esenciantes anteriores, al través del uso de las formas estructurantes del poema lírico,3 la apoloidad (la transparente e inequívoca fidelidad a lo poético y el categórico rechazo a los rostros del mal, fallidos espantapájaros contra la verdad de la oda). Ponderar la densidad artística de los versos sobre el piso conductor del castellamericano, su excelsitud, su riqueza en la revelación de lo sugestivo, en la concepción de lo imaginativo, el afluente órfico y onírico en los planos evocados del tejido ódico inherentes al nivel de audacia en el ensamble del metaforizar. El respeto a las voces en su acción poetizante. Florezca pues para esos libros de odas en su jardín de Occidente el cáliz de la justicia intelectual.
El esenciante del ser poético venezolano: deja éste oír desde los versos el canto originario de quienes aquí nacimos, expuesto en los anímicos niveles del sentimiento y del pensar. Despiertan tales sutiles voces en el lector unívoca identidad con el poeta, desarróllase una atmósfera de simpatía en el sentido de comodidad de emociones. Adviene la palabra poesía del verbo griego “poiéoo” el cual en su versión más sólida significa crear, hacer. El poeta a su país en densidad artística, en robustez espiritual lo acrecienta, lo extiende gracias a la fortitud de su poesía, por el ennoblecimiento de su castellamericano.
- Terpsis, de Lubio Cardozo
(selección) - miércoles 15 de diciembre de 2021 - Reminiscer - lunes 25 de octubre de 2021
- Pálmenes Yarza, poeta del eterno verdecer de la alegría - jueves 1 de octubre de 2020
Notas
- Cardozo, Lubio: La poética de Andrés Bello y sus seguidores. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1981 (Colección El Libro Menor, volumen 20).
- Bello, Andrés: Alocución a la poesía, primer verso.
- Cardozo, Lubio: Formas estructurantes del poema lírico (musicalidad, tropos, figuras). Mérida, Ediciones Solar, 2003.